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FÓSFOROS Y BENCINA

Tengo la impresión que la historia de la novela que terminé de leer anoche, no ha terminado. Lo realmente interesante está por empezar. Me lo advierte Josefina, antes de sentarse a la mesa.

─Preparé café en grano y tostadas con mermelada ─ofrezco. Estira la mano y coge un tazón. Reconozco en su dedo un anillo muy parecido a uno que tuve tiempo atrás y lo perdí. Pero es imposible que sea el mismo, a pesar que cuando leí su descripción en la novela me impactó la coincidencia en el diseño. Incrédula, tuve que leer ese párrafo cinco veces. No seas tonta, me dije, es absurdo lo que crees. Un ente de ficción, al que imaginas porque es la protagonista de la historia que lees, no pudo robártelo. Y continué leyendo hasta terminar el libro cuando ya amanecía. Ahora, ella y yo, estamos frente a frente. El aroma del café nos envuelve. Le veo recoger con el dedo un poco de mermelada que cayó en la mesa y llevárselo a la boca. Sé, por la novela, que la de frambuesa es su favorita. En el patio los loros inician la zalagarda matinal.

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─Ese anillo es mío ─porfío en el absurdo.

─Me lo regaló Emilio ─dice, mirándome con sus ojos negros─. Lo leíste en la página 35, tercer párrafo, quinta línea. Me siento ridícula. No es posible que un personaje ficticio me lo haga notar. Ni que ella esté sentada frente a mí. Miro los pájaros en el nogal, ajenos al drama que vivo en la cocina. Necesito recuperar el anillo. ¡Es mío! grito y golpeo con el puño la mesa. Josefina, sin inmutarse continúa desayunando.

Termina el café, dejará la cocina y regresará a su historia en el libro. Debo impedirlo. Por eso, me lanzo furiosa sobre ella. Se vuelca la mesa, cae con estrépito. Taza, tostadas, azucarero y el pocillo con mermelada yacen en el piso.

─¿Mamá, qué te pasó? ─dice desde el umbral mi hijo. Trae enrollada a su cintura la toalla y los cabellos con champú.

─No sé ─balbuceo─. Tropecé.

Busco a Josefina. No está, oigo su risa en el dormitorio. En la novela reía a carcajadas. Anoche, antes que mi hijo volviera del trabajo, traté de imitarlas, según cómo las describía el autor. José vuelve al baño. No quiero se entere de mi creencia que Josefina pudo robarme el anillo. Insistirá en que pida hora al psiquiatra, hace unos meses imaginé otro dilema con los personajes de una novela de José Donoso. Me acuerdo de su mirada cuando le dije que el matrimonio protagonista era los nuevos vecinos.

Mientras recojo las cosas y trapeo el piso decido qué hacer. Subo a mi habitación por el libro. No puede ser cierto lo que estoy viviendo, sin embargo, comienzo a pensar que en el aire enrarecido de esta mañana todo es posible. Soy una mujer de edad, sensata, porfío entre dientes, que sepa en la familia no tenemos desequilibrados.

Salgo al patio. Arranco hojas del libro, hago una pila con ellas, les riego bencina, dejo caer el fósforo. Al rato, olvido la novela y su trama que tanto me cautivó.

Hago aseo, aprovecho de guardar la ropa de verano. Dejo en el closet, colgada en ganchos, la de invierno, al revisar el bolsillo del chaquetón encuentro mi anillo.

¡El anillo que creí me había robado Josefina!

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