Diagrama secuencial sobre la arena
Álvaro Hernando Burbano
el espejo oɾәdsә lә El tiempo es un fantasma que jamás canjea su ecuación. Jamás acelera, jamás ralentiza. Nunca claudica, nunca revierte la secuencia. No se fatiga, no mira atrás. No duerme, tampoco despierta. Sin embargo, Gualberto Soria —alias “Timoteo”— sólo pudo aprender esta lección unas horas después de esa mañana en la que lo primero que hizo fue enfocar su hocico sobre la lámina de vidrio del espejo del baño del lujoso motel. Acababa de orinar. Un sabor cáustico se estaba apoderando de sus más ordinarias sensaciones, mientras que con la lengua impulsaba un grumo de saliva hacia los labios. Escupió sobre una palangana que había por allí, a un lado de la jofaina. «¡Hoy
vas
a
morir!»,
creyó
entonces
escuchar;
voz
infrahumana. Se le sacudió el alma. Miró nuevamente hacia el espejo. Aquella voz parecía haber atravesado en un segundo la lámina de las dimensiones, de allá para acá, para luego internarse en cada uno de los laberintos de la jalea cerebral del narco-guerrillero. Sintió que alguien le halaba la camisa, allá, en la espalda. Se cabreó. Giró sobre sus talones. No había nadie por allí. Sólo el comienzo de su miedo. Se le desestabilizó el pensamiento quizás por primera vez en muchos años, tal vez desde aquella madrugada en la cual los paramilitares mataron a su padre frente a él. No obstante, pronto recordó que desde ese día se había prometido no creer en nada que no fuese craneado o visualizado por su propia mente; lo que fuera.
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