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Advertencia Cósmica
Somos los Nómadas de las Constelaciones. Así se nos conoce en el vecindario de las galaxias locales de Nube Elíptica, la espiral escarlata del brazo medular del Universo Central. Sin embargo, no somos simplemente viajeros del cosmos. Somos atalayas interestelares. Patrullamos el espacio de día y de noche. Nuestra misión es prevenir la propagación inconveniente de civilizaciones crueles, como la vuestra. Aquéllos que se convierten en depredadores de su propia raza y de su hábitat, no tienen cabida en el conglomerado sabio de la expansión sideral.
Hemos impreso esta amonestación en un sesgo temporal del más delgado de los cortes del disco dorado que hace varios años enviasteis al espacio en una de vuestras sondas viajeras. En este preciso instante debéis estar escuchándonos. De ser así, es vuestra tarea reflexionar profundamente, a medida que lo hacéis. Es también vuestro deber retransmitir este mensaje a toda la raza que adoctrináis.
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En nuestra bitácora de vuelo hemos archivado una copia lumínica del texto que os está siendo transmitido. Esa copia será una prueba universal de que fuisteis advertidos de que no habéis ganado el permiso para adentraros en la dimensión interplanetaria.
Encontramos vuestra sonda sin mucha dificultad, hacia el final del octavo ciclo de la duodécima estación de nuestro
patrullaje, justo cuando nos adentrábamos en La Vía Láctea, nombre con el cual habéis bautizado a vuestra galaxia local. El ingenioso pero artesanal artefacto que enviasteis al espacio ya ha salido de los confines de la elipse gravitacional de vuestro sistema solar. Eso quizás ya lo sabéis. Muy pronto ya no percibiréis nada de él ni tendréis huella de su rastro, puesto que el artefacto está en nuestro poder, ya que no permitiremos que vuestra invitación se propague fuera de vuestro sistema solar. Además, a medida que vayáis leyendo este mensaje, las fuentes de energía de la sonda se habrán agotado totalmente. Y es que no habéis tenido la sabiduría que se requiere para perfeccionar medios avanzados que mantengan una cápsula espacial en comunicación con un receptor local luego de que la nave ha traspasado el borde galáctico. Aún tenéis una tecnología bisoña. Y el pensar en eso, en la etapa incipiente de la evolución del conocimiento en la que aún estáis, nos lleva a recordar que vuestra capacidad de introspección también está en una fase rezagada de la marcha de La Mente Universal Total. Sin embargo, no habéis querido asimilarlo.
Debéis saber que sí hemos escuchado los saludos que habéis enviado en vuestro disco dorado. Hemos apreciado con algo de agrado vuestra música. Hemos observado las imágenes de vuestro mundo. En verdad, vuestro planeta aún es un astro hermoso, pero irremediablemente condenado a la nada, debido a vuestro maltrato y a vuestra ambición. No obstante, hemos notado con pesar que en ninguna de las ranuras del disco habláis con humildad de vuestros errores. Tampoco habláis del Supremo Señor de las Estrellas, La Sabia Mente que os diseñó y que delineó todo el grandioso panorama que os ha venido beneficiando durante siglos.
Sabemos de vosotros desde mucho tiempo atrás. Os hemos venido avizorando. Por lo tanto, no nos ha resultado difícil percibir que la casta científica, política y religiosa que domina a vuestra sociedad ostenta un perfil agnóstico o dual. Los más crueles de entre vosotros, aquellos que han llevado a vuestra civilización a un caos irreparable, son líderes obnubilados, ambiciosos y escépticos, son humanos hipócritas, bestias depredadoras y soberbias. Algunos de ellos, los que han asumido el poder de vuestro planeta en este siglo, han llegado a abrigar la esperanza de establecerse en un astro cercano —en un reducido y selecto número de individuos de su elite, claro está— cuando el mundo que avasallan ya esté a punto de colapsar irremediablemente. Ésa es una quimera que amerita sólo conmiseración de parte nuestra. Allá no podréis sobrevivir por mucho tiempo. Si no pudisteis subsistir en un planeta generoso, preconcebido sabiamente para vosotros por La Mente Universal, menos sobreviviréis en un cuerpo celeste de condiciones ajenas para vuestras mentes y adversas para vuestros cuerpos.
La fuerza gravitatoria es el impulso del Espíritu de
Dios, expandido por el universo infinito. Para viajar entre constelaciones, necesitáis de esa fuerza. Vuestra codicia no la genera. El amor universal es el único concepto que la crea, la organiza y dispone de ella. Jamás traspasaréis los límites de vuestro sistema solar. No tenéis los medios. Vuestros cuerpos fueron diseñados para subsistir en el entorno de la gravedad específica de vuestro mundo azul. Cada ser que cohabita allí con vosotros desarrolló también características biológicas concretas que jamás se ajustarán a las condiciones particulares de los astros vecinos. Los planetas que pretendéis colonizar os consumirán vivos, y en pocos días. Es lamentable que no lo queráis aceptar, pero la cuestión es que nunca hallaréis la 16
manera de existir en otro cuerpo celeste y, menos aún, de prevalecer en el espacio libre. Y si no fuisteis capaces de subsistir en vuestro propio globo, ¿cómo podéis pretender vivir en uno que os será naturalmente despiadado, inmisericorde y hostil? Esas costosas toneladas de combustible con las que habéis estado pretendiendo impulsar al espacio vuestras mamotréticas y ciclópeas torres, esos gravosos presupuestos de la plataforma humana y logística de vuestras ambiciones espaciales, podrían haber sido utilizados para aplacar el hambre y las enfermedades de millones de vuestros semejantes, aquéllos que jamás han probado los manjares que vosotros —los que nos estáis escuchando— a menudo desecháis. ¡La burla que hacéis de vuestra propia ignorancia es ruin, cuando comerciáis estupideces visuales como aquélla en la cual uno de vuestros astronautas —entre risas, maldiciones y vocabulario soez— se dedica a sembrar papa sobre su propia boñiga en el planeta rojo, en tanto los pobres infantes de Siria y África —por nombrar un par de los sectores de vuestro mundo hambriento— mueren, debido a que ni siquiera esa corroída papa tienen para alimentarse!
Por otra parte, vuestro entorno está al borde del abismo que lleva hacia el colapso del cual, de muchas formas, la naturaleza misma y nosotros os habíamos venido advirtiendo. Por añadidura, vuestra civilización está llegando al límite de esa encrucijada en la cual la paz y la convivencia se esfumarán abruptamente, y la extinción total se hará presente. Os han invadido la violencia y la locura. Conceptos como el egoísmo, el amor por la riqueza y la corrupción moral, se han convertido en vuestros dioses. Por supuesto que nosotros sabemos que os está amedrentando el terror a la aniquilación absoluta. Eso es apenas razonable. Esa aniquilación viene en camino. Habréis de 17
desaparecer pronto. Mas, no seremos nosotros quienes os impidan seguir adelante con vuestra ingenua utopía, la de querer llegar a las estrellas. Seréis vosotros mismos y vuestra propia ineptitud los elementos que os exterminarán antes de siquiera intentarlo. Sin embargo, no nos temáis. Ningún mal os haremos. No os combatiremos. No hemos sido entrenados en la guerra ni en la barbarie. No somos depredadores. No somos homicidas. No conocemos las armas. Nuestro deber se limita a impediros seguir adelante en los pasos neófitos, inexpertos —y, aun así, peligrosos— de vuestro plan de supervivencia en el espacio.
Dejad en paz los astros que orbitan vuestro sol. Esa palabra — PAZ—, la que tanto utilizáis en los mensajes que nos habéis enviado en vuestro disco dorado, debería ser el primer concepto que aprendáis a entender, a valorar, a aquilatar, a esparcir, a compartir, si queréis renacer y crecer en el universo. No olvidéis que, en la Luna —el satélite de vuestro planeta— y en el astro rojo —mundo inhóspito al que habéis llamado Marte— vuestros astronautas y sus sondas han hallado advertencias similares a ésta. No continuéis haciendo caso omiso de estas admoniciones. Adquirid sabiduría. Enmendad vuestros errores.
En generaciones anteriores, la mayor parte de las culturas de vuestra civilización tuvieron mensajeros, de una u otra manera similares a nosotros. No obstante, vuestros líderes siempre enmascararon hábilmente esa verdad y la hicieron leyenda, religión, manipulación y mito. El mensaje interestelar que vuestros ancestros recibieron fue repudiado. También el mensaje etéreo. Habéis masacrado a los profetas. Habéis ignorado la esencia de la comunicación cósmica que os ha sido entregada. Deberíais leer vuestros libros sagrados, los que tenéis por allí olvidados, y luego deberíais escuchar de nuevo —y por
última vez— esta ranura lumínica. Sabed que no hallaréis la forma de recopilarla, conservarla o reproducirla y, menos aún, de comercializarla, adulterarla o usurparla. El preservar esta señal no está al alcance de vuestra tecnología. Un minuto más, y no escucharéis estas palabras nunca más ni tendréis registros de vuestra sonda.