Diagrama secuencial sobre la arena
Álvaro Hernando Burbano
Transeúnte Este relato también contiene palabras algo densas. Su lectura no es recomendable para mentes vulnerables.
La historia que voy a narrar, la escuché de labios de una anciana que estuvo encerrada en aquella prisión por varios años. Era la una de la mañana del tercer domingo de febrero. Las luces del pasillo seguían encendidas. La guardia jamás las apagaba. Sofía, la joven sordomuda —la de los ojos negros—, no había podido pegar sus párpados para dormir, o por lo menos para creer que al fin, encubierta entre la cápsula del frío de Alaska, iba a lograr burlar la realidad; su realidad. Sentía ácido el aliento. Llevaba quince días confinada en ese lugar, una mole de espeso ladrillo construida en la zona occidental de la ciudad de Anchorage, quince días sin poder conciliar el sueño, quince días sin conseguir sacudirse el remordimiento, los fantasmas y las pesadillas. Se revolvió a uno y otro lado del catre que le servía de cama. Terminó nuevamente boca arriba. Miró hacia las manchas de humedad que graficaban un collage amarillento sobre el cielo raso de la celda, y que parecían enormes charcos de orina humana que persistían en proyectarse
como
rostros
de
humanos
retenidos
en
la
entelequia o como perfiles de demonios aprehendidos entre las insondables cicatrices de la argamasa. Enfocó la lente de sus ojos hacia afuera, hacia el vacío de los corredores. Las otras reclusas dormían, suspendidas sus almas en lo profundo de las
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