Diagrama secuencial sobre la arena
Álvaro Hernando Burbano
Viernes híbrido Esta historia contiene palabras y escenas algo densas. Su lectura no es recomendable para mentes vulnerables. Tampoco para menores.
Ojeda, cantante barranquillero de profesión —apodado El Currambero—, había llegado a convertirse en una de las personas más controvertidas que jamás el guitarrista Teo Saavedra hubiese conocido. Dios no existía en su mente, tampoco en su alma. Tal vez jamás había existido Dios para él, ni en su niñez ni en sus sueños. Él era su propio dios. Faltando sólo unos pocos días para que se desintegrase la banda de Son de la cual los dos hacían parte —luego del accidente del percusionista, el caleño Sergio Machado—, el Currambero adquirió un vicio más: el juego de cartas. En el proceso de la búsqueda de satisfacción para su nuevo desenfreno ya había perdido una buena cantidad de dinero, dinero de su familia y dinero de lo que le reportaba cada contrato que obtenían con la banda. Y los contratos ya no llovían tanto como antes. Una noche de un viernes, luego de haber hecho unos pesos tocando con Teo y otros músicos en una tasca de La Candelaria —al oriente de la capital—, Ojeda decidió meterse a una casa de juego que quedaba por allí. Nadie nunca supo cómo fue, o qué pasó, pero lo cierto es que esa noche empezó a tener suerte con las cartas como jamás antes le había sucedido. Teo había estado a su lado por un par de horas, viéndolo ganar. El barranquillero le había pedido que lo acompañase. Sin embargo, a las dos de la mañana el tiempo del guitarrista se cumplió. Se
33