LUNES 27 DE DICIEMBRE DE 2021
Luis De Tavira viaja a los infiernos de Leñero y Dante Fiel a su modelo, el protagonista se encuentra perdido en una selva oscura “hacia la mitad del camino de nuestra vida”. Como Dante, es acechado por el símbolo de la lujuria: una pantera (un leopardo, en la obra de Leñero); por la soberbia, encarnada en un león, y por una loba, que representa la avaricia. Alighieri abre su Canto III con la puerta del Inferno rezando: Per me si va nella città dolente,/ Per me si va nell’eterno dolore…// Lasziate ogni speranza, voi che entrate. Y Leñero (o mejor dicho, Sor Juana, pues “El Poeta” no alcanza a leer bien y le pide que ella descifre lo grabado sobre el dintel del portón) pone en “Los indolentes”: Aquí se entra en la ciudad del llanto:/ recinto del dolor y del castigo...// quien entre aquí, renuncie para siempre a la esperanza. “Si nosotros vemos lo que hoy está pasando en el mundo –reflexiona De Tavira–, en el momento en que perdemos la esperanza es cuando ya estamos entrando al infierno. ¿Y qué sería la esperanza, entonces, cuando nos damos cuenta de que no va a haber un cambio? Celebramos los grandes cambios, que ya triunfó el capitalismo y que ya no hay otra alternativa política, esto es: que los que se fregaron van a seguir fregados y los que se enriquecieron van a seguir enriqueciéndose. Y como no va a haber cambio con esta filosofía neoliberal, pues el fin de la historia es el infierno. “Excelsa metáfora del dramaturgo, quien se apropió de la Divina Comedia para trasladarla a la situación política, económica y social del México de finales del siglo XX.” Aduladores en Cacahuamilpa “Vicente le apostó mucho a la escenificación de su Infierno –arranca de nueva cuenta De Tavira, pausado –, que planteaba unas complicaciones para su realización teatral muy difíciles de montar. Aquí lo fundamental es qué posibilidades de realización tenía esta idealidad tan original de Vicente y que pega en una de las claves de su mayor virtud dramatúrgica: el reto de buscar nuevos caminos en el arte: la experimentación.” En un principio, Leñero sugería la idea de montar El Infierno entre las piedras volcánicas del Espacio Escultórico de la UNAM. En Vivir del teatro, Leñero hace referencia a una conversación entre él, el escenógrafo Gabriel Pascal y De Tavira, cuando brotó “el estímulo que hizo que se le ocurriera esta obra, pero tanto Gabriel como yo pensábamos que el Espacio Escultórico no era el lugar adecuado”. Leñero insistió, lo propuso a la UNAM, interesó a Bruno Bert, “pero luego ya, como lo cuenta Vicente, no se llevó a cabo”. Entonces apareció una segunda opción en las Grutas de Cacahuamilpa: “Hice un viaje especial para ver la posibilidad teatral y me pareció en realidad entusiasmante ese inframundo. Tiene amplitud, un cielo
| Foto Secretaría de Cultura CDMX
La dificultad de una puesta en escena de El Infierno de Leñero la atribuye De Tavira al carácter propio de las intenciones del autor al escribir “un proyecto absolutamente desmesurado”
propio, también salones y cámaras que si bien no están en círculos sí son un trayecto, corrientes de agua… La estructura del poema de Dante en la Divina Comedia es un viaje en sí, me parece perfecta esta posibilidad y todo un reto. Es decir, el texto de Vicente, que es muy leal paráfrasis al poema cómico de Dante, implica multitudes, y cómo solucionar todo eso, subyuga”. –¿Por qué habla de El Infierno como un poema cómico? –Dante llama a sus 100 versos de la trilogía Comedia, porque no es un poema trágico, como sí lo es la Eneida, de Virgilio. No olvidemos que Dante es medieval, busca su ideal cortés en Beatriz desde los sonetos de Vita nuova, y en la Edad Media la tragedia quedó sacralizada por la liturgia cristiana, siendo la única tragedia representable la de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. “Dante escribe su Comedia en el destierro por razones políticas muy graves tras su enfrentamiento con las autoridades de su patria, que es Florencia, y confrontado con el poder papal. Es un poema cómico donde hay críticas brutales y vituperio, mas no cómico en el sentido de aquello que nos hace reír, no, sino como una peripecia donde se viene de lo peor y se alcanza un prodigioso final feliz… hasta sus grabados de Gustav Doré son de estilo cómic contemporáneo. El principio de la Comedia se cumple, y mientras, en el viaje, Vicente mexicaniza ese dolor infernal y hallamos un vituperio despiadado de la historia nacional. Ora sí que aquí no hay quien se salve.” Hay de todo: avaros, lapidarios, impíos, sodomitas, usureros, alcahuetes y violadores, simoníacos, adivinos, comerciantes, hipócritas, rateros, malos consejeros, provocadores, un falsificador como Enrico Sampietro… De Tavira ejemplifica que en el foso entre los infiernos “Alto” y “Bajo”, Écatl, “el demonio del viento”, conduce a la pareja poética
por la muralla del círculo quinto, pululante de “Iracundos”. Un coro irrumpe a grito pelado para que dé la cara el expresidente Gustavo Díaz Ordaz (Gedeó, en el texto), al que sor Juana literalmente acusa de ser “el criminal de Tlatelolco”: ¡Sal al balcón, hocicón! ¡Díaz Ordaz, güey! “La saña brutal con que Vicente Leñero trata en la tercera escena del segundo foso, en el octavo círculo, a prostitutas y a los periodistas aduladores es ejemplar. No hay perdón alguno. Ahí acaban periodistas corrompidos, como Carlos Denegri, Regino Hernández Llergo y Francisco Zendejas. La Tigresa va desnuda. Sor Juana denuncia a quienes censuraron su poesía… Entre los tiranos, Huerta, Porfirio Díaz, Su alteza serenísima; los suicidas son árboles parlantes donde oímos lamentos de un Jaime Torres Bodet (Juan Árbol)... ¡Qué complejo montar una obra así de ambiciosísima y desmesurada!.” Dante era un hombre de fe, un poeta místico, “y la fe cristiana no es necesariamente la fe de la Iglesia, más bien es la fe a pesar de la institución eclesiástica. Vicente asume la postura de la crítica política”, resalta De Tavira. De todos tan temido El escritor mexicano se topa en el “Cementerio de los herejes” con Luis Buñuel, Ignacio Ramírez El nigromante, Diego Rivera, “y Plutarco Elías Calles y la Madre Concepción, la Madre Conchita, porque todo lo que sucedió con el movimiento cristero era una de las obsesiones de Vicente” a decir del director. Como trasunto gnóstico, el infierno es más helénico que bíblico: “En el Antiguo Testamento – opina De Tavira– hay apenas una o dos menciones al infierno, está consignado como antecedente de las imágenes del Dante en el famoso Apocalipsis de Pedro, que es un apócrifo
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que quedó fuera del canon. Pero ésta es una idea de los cristianos perseguidos; un grupo de ellos durante el Imperio Romano lo cuestionó: ‘¿Y para qué todo este sufrimiento y toda esta violencia? ¿Acaso va a quedar impune tanto martirio y tantas muertes?’. Encontraron la respuesta perfecta: inventaron el infierno. “Porque el infierno no tiene que ver con el espíritu del cristianismo, es decir, la principal enseñanza de Jesús es ‘Amen a sus enemigos’. Entonces, el infierno es una imagen anterior, del Hades griego. Y del primer cristianismo romano, que en el fondo lo que está explicando es, pues, un castigo… ¡Pero es absurdo!, ¿no crees? No se sostiene porque, ¿qué va a ganar Dios creando este sistema del castigo eterno? En realidad resulta otra metáfora que equivaldría al juicio de la historia; el infierno no es dogmático ni obedece al espíritu cristiano, lo considero más una profunda metáfora helénico-romana que en la Edad Media inventó cosas muy precisas, reflejadas por Dante Alighieri.” –Usted hizo la última lectura del Infierno de Leñero con 11 personajes en 2015… –Sor Juana eran tres actrices, Julieta Egurrola, Angelina Peláez y Rosenda Monteros, si no me equivoco. Estaba Luisa Huertas, y “El Poeta”, el autor, lo hizo el actor michoacano Farnesio de Bernal, un papel maravilloso. “Luego todo el grupo de actores [Adriana Roel, Juan Carlos Emolina, Érika de la Llave, Patricia Madrid y David Lynn] se dividían a veces entre estos demonios, vestidos de chicas y los personajes de los condenados. En el elenco contamos con Roberto Soto, a veces un diablito o alguno de los condenados. Con Estela Leñero, la hija de Vicente, dramaturga y colaboradora de ustedes en la revista Proceso, hicimos la articulación para crear el Proyecto Leñero, pero ya nunca hubo una secuela. Sólo hicimos tres obras más, Los albañiles, Pueblo rechazado y El juicio a Toral, basadas en los textos. Por supuesto, no se puede hacer justicia a El Infierno con apenas 11 actores.” Al músico Silvestre Revueltas, Leñero lo ubica en el pozo de “Intemperantes”, en medio de los aullidos de Xólotl, “el perro de los infiernos”, y música de Sensemayá. Al descenso por los círculos terminales van los traidores (tlaxcaltecas incluidos), y por fin chilla el diablo mayor, Lucifer (indistintamente Huitzilopochtli, Tezcatlipoca, Satanás, Belcebú, Diablo, Demonio, Pingo o Luzbel), devorador de Judas “en lo más gélido”. Estallan los juegos pirotécnicos y un juditas de cartón arde. Telón. El Infierno, suma De Tavira, conmueve como “una paráfrasis cómica muy bien lograda”. Vicente Leñero culmina Vivir del teatro III “tirándola al cesto de la basura, aunque por algo no lo hizo, porque a la hora de hacer la última edición del FCE de sus obras completas sí incluyó El Infierno”.