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La santidad aleja los demonios
Sin lugar a dudas, los demonios existen y perturban a la gente, incluidos los creyentes cristianos. El grado de molestia que causan varía en intensidad y efectos, desde la ‘opresión’, que opera en dificultades de la vida diaria; pasando por la ‘obsesión’, que destruye la paz interior; hasta llegar a la ‘posesión’, como ocurría en el caso relatado por el evangelista Marcos. Últimamente ha tomado fuerza la tendencia a calificar como simples perturbaciones psicológicas los shows de los endemoniados. Es muy delgada, en verdad, la línea que separa lo patológico de lo satánico, pero en la Biblia es clara la diferencia entre un ‘lunático’ y un ‘poseso’. Kurt E. Koch en su libro ‘Ocultismo y cura de almas’; y Neil T. Anderson en su libro ‘Libertad en Cristo’, ofrecen perspectivas equilibradas al respecto. Temo desencantar a los extemporáneos admiradores que le quedan a Carlos Marx —aún en grupos que se dicen cristianos—; pero, si yo fuera un viejo pentecostal, lo consideraría directamente como un endemoniado cuando afirma:
“Quiero vengarme de Aquel que reina arriba”.
Personalmente, Marx no tenía motivos de discordia contra Dios: pertenecía a una familia aceptablemente acomodada, su niñez no conoció de estrechez económica, tuvo una vida más holgada que sus compañeros de generación y estudios. Por eso, causa inquietud el tono de su poema ‘Invocación de un desesperado’, en el cual se lee una trascripción casi literal de Isaías 14:12,14, texto habitualmente entendido en referencia a Satanás.
En otra producción poética del mismo corte, hizo otra declaración perturbadora, llena de desfachatez: “Entonces podré caminar triunfalmente, como un dios, a través de las ruinas de los reinos. Cada palabra mía es fuego y acción. Mi pecho es igual al del Creador”. No se necesita un gran discernimiento espiritual para entender a quién le sirve de portavoz el autor de esos poemas. El primer pecador, aquel ángel que quiso ser como Dios, ha hablado muchas veces en el transcurso de la historia humana a través de personas influyentes y comunes. El anónimo endemoniado de la sinagoga que Jesús visitara en Capernaum no es el único caso.
Un siglo después de Marx, Satanás utilizó a John Lenon para vociferar, durante un concierto de Los Beatles en el Central Park de Nueva York: “Somos más populares que Jesucristo”. Una afirmación que suena ridícula en extremo medio siglo después de pronunciada. Por fortuna, Jesús no se limitó a tomar control real de estos seres por sí mismo, sino que delegó en los creyentes el poder para hacerlo. Sin eliminar la operación que algunos llaman exorcismo, y otros, liberación, la mejor manera de impedir que los demonios actúen contra nosotros es la integridad de la conducta. Llevar una vida distante del pecado, si bien no aleja de nuestro entorno a tales seres de maldad, esteriliza su acción: Sabemosque elquehanacidodeDiosnoestáenpecado: Jesucristo,quenaciódeDios,loprotege,yel malignonollegaatocarlo. 1 Juan 5:18. Nunca olvidemos que la razón por la cual aquel espíritu no tuvo más remedio que desenmascararse y lanzarle al Carpintero de aldea la pregunta angustiosa: —¿Has venido para destruirnos?, fue el carácter absolutamente santo de Jesús. Los demonios le obedecerán a quien actúe en nombre del Único Santo, siempre y cuando lo haga participando de su santidad, pues no hay forma de que el Espíritu de Dios comparta su templo —el cuerpo humano del creyente— con un demonio. La santidad es el “santo y seña” de protección.







