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ARTE

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Por Arturo Castro Barrantes

Múltiples capas y tejidos entrelazados: símil de la existencia humana

Desde imágenes de la infancia, hasta materiales que evocan lo sagrado, la obra del artista salvadoreño es un tejido que evoca vivencias, fe y transformación constante.

Lo que intento comunicar a través de mi obra es que la vida se compone de etapas, como las capas que conforman una pintura construida trazo a trazo o como un tejido formado por múltiples hebras entrelazadas. Cada vivencia, cada emoción, deja una huella, aunque a veces sea invisible a simple vista. Me interesa crear piezas que hablen de esa complejidad, de lo que hay debajo de la superficie, en nuestro interior”. El artista salvadoreño Tomás Carranza quiere que sus obras inviten a detenerse, a observar con atención y en calma, que transmitan serenidad, paz y, a la vez, despierten la curiosidad propia de la infancia por imaginar mundos posibles, historias propias o compartidas. “Que cada quien encuentre, en lo que ve, un reflejo sutil de su propio viaje y olvide el tedio de la cotidianidad”.

Influencia salvadoreña en su obra

Carranza reconoce que su entorno ha influido profundamente en su manera de ver y de crear.

“He crecido y vivido siempre en El Salvador, un país cuya historia está marcada por la guerra, la tensión social, los cambios culturales y por la migración, realidades que hemos vivido muchos salvadoreños y familias, incluida la mía. Son vivencias que dejan una huella y que están ahí, presentes de manera simbólica en mi obra”.

La infancia en su país, los contrastes que vivió y las emociones contenidas se traduce en elecciones de color, en los silencios que habitan cada pieza, en los símbolos que repite con intención.

“El barquito y el avioncito de papel, por ejemplo, encarnan al ser humano mismo: navegando o volando en medio de la vida, frágil pero decidido, en busca de su propio rumbo. Representan esa necesidad de avanzar, de superar los límites visibles e invisibles, de crecer en todas las dimensiones posibles — espiritual, emocional, personal— hacia una versión más plena de uno mismo”.

Con el tiempo, Carranza ha aprendido a valorar el aquí y el ahora. El artista considera que, a veces, es necesario desconectarse del ruido del día a día para escuchar y apreciar lo que realmente importa.

“Crear se ha convertido para mí en una forma de agradecer: por lo vivido, por las bendiciones, por quienes están a mi lado, incluso por los errores que me han transformado; por la posibilidad constante de reinventarme”.

En cada pieza de Carranza hay también “un acto de resistencia íntima, de introspección, una forma de retomar el timón y decidir hacia dónde quiero volar… o dejarme llevar como un barquito o un avión de papel: frágiles en su forma, pero firmes en su rumbo. Esos pequeños símbolos, recurrentes en mi obra, representan justamente eso: la fragilidad, el deseo y el movimiento constante de la vida”.

Hebras que forman un tejido emocional complejo

El artista afirma que su lenguaje artístico responde a una mezcla de cosas, momentos, memorias, alegrías, tristezas y muchas capas, lo cual se refleja claramente en su obra.

“Ha habido momentos de luz, pero también pérdidas, duelos, transformaciones personales, vivencias que se han ido depositando en mí como capas, como hebras que van formando un tejido emocional complejo. Mi lenguaje artístico nace de ahí, de esa acumulación de experiencias, de ese intento de entender cómo el tiempo nos cambia, nos transforma y también nos revela”.

Carranza también identifica como un aspecto clave su decisión de vivir con más conciencia, de hacer del arte un espacio donde puede encontrar calma, verdad, propósito y compartirlo con quien contempla su obra.

“Cada pieza es, en cierto modo, una invitación a la reflexión. Me interesa esa idea de que, al igual que en el arte, en la vida siempre estamos en proceso: aprendiendo, creciendo, buscando una mejor versión de nosotros mismos. En mi caso, esa búsqueda ha estado siempre guiada por una luz que viene fuera de mí, que proviene de lo alto. La fe ha sido ese faro constante, ese norte que me orienta como una brújula íntima, ayudándome a avanzar, incluso en los momentos más inciertos”, dice el artista.

Una constante transformación

De acuerdo con el artista, él se encuentra en una constante búsqueda, transformación y superación -al igual que su obra-, con el deseo firme de seguir cultivando el don que Dios le ha dado, abriéndose a nuevas formas de narrar, desde la emoción y la materia.

“Dejo que cada día, cada vivencia, me enseñe algo nuevo y, desde esa experiencia vital, intento hablar a través de lo que creo. Mientras tenga algo que decir con honestidad, seguiré expresándome a través del arte: comunicando desde lo más profundo, explorando nuevos materiales, lenguajes y formas; ideando nuevos horizontes… creando”.

ELECCIÓN DE LOS MATERIALES

“Cada material tiene su voz, su energía. Algunos permiten crear una sensación de ligereza; otros, en cambio, tienen un peso simbólico mayor. Trabajo sin una fórmula específica, dejo que sea la obra la que me lo pida. El hilo, por ejemplo, tiene para mí una carga emocional profunda: habla del tiempo, de lo manual y de lo íntimo. El oro y la plata reflejan luz, sí, pero también evocan lo sagrado, la espiritualidad y lo que permanece. Elegir el medio es, en ese sentido, parte de un proceso de escucha, de introspección… y de expresión honesta”.

TEXTURAS EN EL TIEMPO

Esta exposición requirió más de un año de trabajo y Carranza dice que constituye la continuación de un proceso que comenzó mucho antes, incluso antes de preparar el primer lienzo.

“Concebir una muestra es un viaje, una aventura que se inicia en lo invisible: en las ideas, en la intuición, en el deseo de decir algo aún sin forma. Es un trabajo que empieza en la mente, en la observación, en la escucha, mucho antes de tocar un pincel”.

Para esta muestra, el artista visitó pueblos del interior del país con tradición textil, conversó con artesanas y escuchó historias, experiencias que se convirtieron en elementos esenciales para entender lo que quería construir.

“A lo largo del proceso, hubo también muchas conversaciones, intercambios y reuniones con The Americas Collection. Antes de presentar formalmente el proyecto, tuve la oportunidad de conversar con Silvia Ortiz, directora de la galería, y con Alex Pérez, su director artístico. Esas pláticas iniciales me ayudaron a afinar la visión curatorial y fueron clave para que el proyecto tomara forma. Más allá de esos primeros encuentros, ha sido un trabajo colaborativo y enriquecedor con todo el equipo de la galería, cuyo acompañamiento ha sido fundamental. Más adelante, se sumó Rigoberto Otaño, curador invitado, buen amigo, cubano de origen y actualmente radicado en España, quien ya conocía mi trabajo y con quien comparto una visión profunda sobre el arte como espacio de reflexión. Su mirada aportó una lectura curatorial sensible y complementaria”.

La exposición reúne cerca de 25 piezas de diferentes formatos, que comprende tanto obras pictóricas, como textiles. Carranza trabajó con óleo, acrílico, láminas de oro y plata e integró tejidos elaborados en el pueblo de San Sebastián, ubicado en el departamento de San Vicente, en El Salvador, reconocido por su arraigada tradición en el trabajo de telar. “Incorporé técnicas como tufting, punch needle, hooking y locker hooking, buscando entrelazar lo contemporáneo con lo tradicional, lo íntimo con lo colectivo”.

La muestra se acompaña además de contenido audiovisual que documenta estos procesos previos: idear, imaginar, trabajar, en una mirada que combina lo literal y lo poético, grabado tanto en su estudio, como en los recorridos internos que lo llevaron a crear esta serie.

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