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Nacional
C RÓ N I CA, S Á B A D O 9 J U L I O 2 02 2
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Sangre de estrellas: los asesinatos de Ramón Gay y Agustín de Anda Be sonaba a inminente modernidad, tuvo escándalos sonados, historias de violencia y muerte que hicieron las delicias de los reporteros de nota roja. Oscuro fue mayo aquel año para todos los aficionados al cine y a las novedades que ofrecía el mundo de la farándula, porque con diferencia de pocas horas, dos hombres jóvenes y famosos fueron asesinados. ¿Las razones? Las pasiones desatadas, el llevado y traído honor. Nada cambia en la condición humana, y menos en un país que todavía no se desprendía de un profundo conservadurismo.
Historias Sangrientas Bertha Hernández historiaenvivomx@gmail.com
El inicio de la agitada década de los sesenta del siglo pasado tuvo su parte violenta: aquellos primeros años, en los que México vivía la Guerra Fría y una fuerte corriente anticomunista se percibía en muchos ámbitos de la vida cotidiana, también
fueron el escenario de escándalos, suicidios y asesinatos notorios. Una rubia modelo se suicidó, dejando una nota de despedida nada menos que para el mundialmente famoso Mario Moreno, el célebre Cantinflas. Como treinta años antes, una autoviuda se hizo famosa en todo el país. Pero nada se comparó con dos asesinatos, cometidos con pocas horas de diferencia. No bien se terminaban los funerales del actor Ramón Gay, las primeras planas de los periódicos ya pregonaban el asesinato, en un centro nocturno, del joven y prometedor Agustín de Anda, nada menos
que a manos del padre de su prometida, la reina de belleza y triunfante actriz, Ana Bertha Lepe. El país se estremeció con la muerte de las dos jóvenes estrellas. Los dos actores asesinados habían encontrado su fin en el mismo coctel mortal: una mezcla de pasiones y valores arraigados en la vida cotidiana de los mexicanos. Furia, celos, la defensa del honor, una fórmula que, al hurgar en los archivos criminales y en los periódicos de otros siglos, es siempre la misma, y solamente acarrea dolor y sangre derramada.
Esa mezcla mortal se manifestó en dos personajes: un exmarido frenético, y un hombre maduro, padre de una reina de belleza. Se habló de celos desmedidos, de ira vengadora; se insinuó el drama eterno que detonaba la pérdida de la virginidad sin la bendición matrimonial. Ese era el México de 1960, donde los grandes almacenes departamentales pagaban planas de publicidad para anunciar “la temporada” de primeras comuniones; donde ser tildado de “comunista” le podía costar el trabajo a quien fuera señalado con tal etiqueta. Era un país en el que la evolución de los códigos penales había transformado algunas cosas, para bien, como los derechos civiles de las mujeres. Lo que no había desaparecido eran los viejos valores por los que los habitantes del siglo XIX se habían batido en innumerables duelos, y que se resumían en una sola expresión: la defensa del honor. Y si bien hacía mucho que no había duelos, el honor, siempre el honor, había sido el gran