Uno de mis alumnos navegaba por las turbias aguas del desaliento, al borde ya del torrente de la depresión. Le costaba horrores concentrarse en las clases personalizadas que tenía conmigo en línea, tanto que hasta se trababa en los conceptos más elementales. A veces incluso se sulfuraba con el libro de texto, ¡como si este conspirara en contra suya! Era difícil tener una conversación coherente con él. Por ende, las clases en las que participaba eran bastante áridas.
Con el tiempo fue saliendo del ofuscamiento y logró pensar con más claridad. Se le hizo más fácil absorber la materia de estudio y se animó con los progresos conseguidos. Pensaba las cosas a fondo y empezó a hacer aportes muy válidos a las clases. Al poco tiempo ya nos reíamos y conversábamos sobre diversos temas. Las sesiones pasaron a ser un deleite, momentos que los dos aguardábamos con ilusión. Me quedó clarísimo que la melancolía y la alegría son mundos aparte.
El gozo es el tema que nos cautiva en la revista de este mes. El artículo de fondo, «El gozo del Señor», nos ofrece una mirada profunda al sentido bíblico de la palabra. El concepto cobra aún más vida desde la perspectiva y experiencias personales de nuestros articulistas.
Una de las paradojas de la vida es que el gozo muchas veces asoma en las circunstancias más penosas. Es ahí cuando «el gozo del Señor es [nuestra] fortaleza» (Nehemías 8:10). Más que ilusiones vacías o estrategias de autoayuda, el gozo que infunde fortaleza en tiempos difíciles es una manifestación de la gracia de Dios en nuestra vida. El contraste saca a relucir la belleza de Su presencia, y gracias a ello experimentamos «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» (Filipenses 4:7).
Sea que vivas en «el mejor de los tiempos» o en «el peor de los tiempos» —palabras de Dickens en su Cuento de dos ciudades—, el gozo puede ser tu incesante compañero. La Biblia nos insiste: «Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:16–18). Estos versículos nos enseñan que en toda circunstancia Dios desea que oremos, nos regocijemos y agradezcamos, así el gozo del Señor nos dará siempre la fuerza.
Gabriel y Sally García
Redacción
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A lo largo de mi vida el enemigo número uno de mi paz interior ha sido el miedo: miedo al pasado, al futuro, a lo que la gente piense de mí, a ser rechazada, a fallar a los demás, a enfermarme. Para contrarrestar esa tendencia me acostumbré a rezar a primera hora de la mañana y poner todas mis preocupaciones en manos de Dios. Es como si tomara los pesados fardos que llevo a la espalda y los pusiera sobre los anchos hombros de Jesús. Después de eso, una vez que voy venciendo el miedo con fe, me siento más ligera y con un nuevo impulso en mis pasos.
Otro enemigo de mi felicidad ha sido considerarme inferior y sentir celos. Me digo: «Mira qué buen aspecto tiene esa persona. Mira todo lo que ha conseguido. Mira el auto nuevo que se compró y que yo no me puedo permitir», y así sucesivamente. Para contrarrestar esa mentalidad llevo un diario de gratitud. Escribo al menos tres cosas buenas que Dios me ha concedido en los últimos días. Suelen ser cosas pequeñas, como el brillo del sol o el piar de los pájaros.
El efecto positivo que la gratitud tiene en nuestra mente se está demostrando científicamente, ya que los ordenadores pueden cartografiar el cerebro y ver las alteraciones que se producen. La gratitud genera esperanza y pensamientos positivos. Cuando me siento agradecida, en
lugar de mirar a los demás, miro a Dios y hago memoria de la bondad y misericordia que me manifiesta.
El tercer ladrón de mi felicidad es el resentimiento. Pienso: «¡Mira lo que me dijeron o me hicieron! Espero que les pase algo para que sepan lo que se siente... ¡Uy, mejor me refreno!». Perdonar a alguien que nos hizo daño es algo que hacemos para proteger nuestro corazón y emociones, y para dejar una puerta abierta a que esa persona se arrepienta y vuelva a gozar de nuestra compañía. Al perdonar retornamos también a la mayor fuente de felicidad y satisfacción, que es el amor. Dios es amor (1 Juan 4:8), y debemos resguardar y nutrir nuestra relación con Él.
Esa es mi receta para vivir contenta: Combato mis miedos con fe. Controlo mi tendencia a sentirme inferior apelando a mi fe en que el Señor y yo juntos podemos lograr grandes cosas. Además, le pido a Jesús que me llene el corazón de amor y de gracia para perdonar a los demás. ¡Todo eso redunda en una gran alegría y contentamiento!
Rosane Cordoba vive en Brasil. Es escritora independiente, traductora y productora de textos didácticos para niños basados en la fe y orientados a la formación del carácter. ■
Rosane Cordoba
El gozo
del Señor Nuestra esperanza y fortaleza
Peter Amsterdam
La búsqueda de la felicidad es un tema que suele aflorar en artículos, redes sociales, libros, podcasts, programas de televisión y películas. Se impulsa la idea de que para encontrar la felicidad uno debe seguir sus sueños y buscar la propia realización. Los cristianos, sin embargo, hemos descubierto la verdadera fuente de gozo, un gozo perdurable que resiste las tormentas de la vida y persiste frente a las inquietantes circunstancias de nuestro mundo.
Si bien Jesús no mencionó sino dos veces el gozo o alegría en los Evangelios ( Juan 15:11, 17:13), el sentimiento está muy presente en los sucesos de Su vida y en las enseñanzas de la Biblia. En el Nuevo Testamento hallamos 173 menciones de gozo, júbilo, alegría y regocijo, y centenares más en el Antiguo Testamento. En el libro de Nehemías leemos que el gozo del Señor es nuestra fortaleza (Nehemías 8:10), y los Salmos nos hablan del gozo de Su salvación y de la «plenitud de gozo» que hay en Su presencia (Salmo 51:12; 16:11).
La Escritura ilustra que el reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17). Cuando el apóstol desgrana el fruto del Espíritu, el gozo aparece inmediatamente después del amor (Gálatas 5:22,23). No cabe duda de que es parte sustancial de nuestra vida cristiana. Pero ¿qué es exactamente ese gozo del que habla aquí?
A grandes rasgos, en nuestro idioma el gozo, la alegría y la felicidad se consideran sinónimos. Así y todo, las palabras griegas que se emplean en el Nuevo Testamento para describir gozo y felicidad no son tan afines en significado; además, en el Nuevo Testamento no se usaron con mucha frecuencia palabras griegas que expresaban el concepto de felicidad. El Dictionary of the Later New Testament and Its Developments define el gozo como «un firme estado de ánimo signado por la paz» y «un modo de ver la vida con convencimiento y raíces profundas en la fe, amén de una aguda conciencia del Dios soberano y una honda confianza en ese Dios que se reveló a sí mismo en Jesucristo».
¿En qué se basa entonces ese gozo? Tiene su origen en nuestra salvación —que adquirimos gracias a la vida, muerte y resurrección de Jesús— y la firme convicción de que nuestros nombres están escritos en el Cielo (Lucas 10:20). Tenemos gozo, nos regocijamos, porque poseemos la esperanza de una herencia eterna que Dios nos garantizó mediante Su Espíritu implantado en nuestro corazón (2 Corintios 1:22).
Podemos gozar de alegría porque adoptamos la vista de largo alcance, sabiendo que sean cuales sean las dificultades o reveses que afrontemos en esta vida, viviremos con Dios para siempre. Jesús nos da ejemplo de
lo que significa proyectarse hacia lo que nos aguarda en la eternidad: «El cual, por el gozo puesto delante de Él, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio y se sentó a la diestra del trono de Dios» (Hebreos 12:2).
La presencia de Dios en nuestro paso por el mundo nos infunde gozo, gracias a Jesús que asumió forma humana y habitó entre nosotros ( Juan 1:14). Al leer los relatos de la natividad de Cristo es evidente que todo el acontecimiento fue gozoso. Cuando Elisabet oyó la voz de María, el niño que llevaba en el vientre (Juan el Bautista) saltó de alegría (Lucas 1:44). El ángel que se apareció a los pastores la noche del nacimiento de Jesús proclamó: «Les doy buenas noticias de gran gozo que serán para todo el pueblo» (Lucas 2:10). Cuando los sabios de oriente vieron la estrella «se regocijaron con muy grande gozo» (Mateo 2:10). La presencia de Dios trae alegría a los que creen en Él.
Esa presencia se incorpora a nuestra vida cuando nos llenamos del Espíritu Santo, el cual también está vinculado con el gozo. «Los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo» (Hechos 13:52). Su gozo también está emparentado con la esperanza: «Que el Dios de esperanza los llene de todo gozo y paz en el creer, para que abunden en la esperanza por el poder del Espíritu Santo» (Romanos 15:13). Adorar y alabar al Señor suscita alegría dentro de nosotros. «Después de haberlo adorado, ellos regresaron a Jerusalén con gran gozo» (Lucas 24:52).
¿Cuál es la fuente de nuestro gozo? Este se basa en la fe que depositamos en las enseñanzas de la Biblia, que abarca desde el Génesis hasta el Apocalipsis.
Dios es nuestro Creador. Creó la humanidad a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26,27).
Aunque esta se degradó y está distanciada de Dios a causa de nuestros pecados, podemos
redimirnos y reconciliarnos con Él mediante la muerte expiatoria de Jesús en la cruz, que propicia el perdón de nuestros pecados una vez que creemos en Jesús y lo recibimos en nuestro corazón. Entonces nacemos «de nuevo para una esperanza viva por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos» y adquirimos una herencia que no tiene precio, reservada en el Cielo para nosotros, pura y sin mancha, que no puede deteriorarse (1 Pedro 1:3-5). El Apocalipsis describe el Cielo como un lugar colmado de gozo, amor y paz eternos, donde no
habrá más dolor, tristeza, duelo o soledad (Apocalipsis 21:4).
El gozo del Señor no está supeditado a nuestras circunstancias; puede rebosar aun en tiempos de pesar, sufrimiento, pérdida y dolor profundo. La Biblia dice que «nos regocijamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no solo esto, sino que también nos regocijamos en los sufrimientos» (Romanos 5:2,3 rvc). No es fácil regocijarnos en nuestras penas. Es más, no es natural estar gozosos y regocijándonos constantemente. No obstante, la Escritura reza: «Regocijaos en el Señor siempre» (Filipenses 4:4).
Cuando nos azotan las olas, vientos y tempestades de la vida hallamos gozo sabiendo que Dios no nos
desamparará y que tiene un plan y un designio para nuestra vida, por más que no alcancemos a discernirlo. Es posible encontrar consuelo y fe para soportar las dificultades que enfrentamos y ser victoriosos: basta con que fijemos los ojos en las promesas de la Palabra de Dios. Al leer la Biblia, el Espíritu de Dios se vale de la Escritura para hablarnos al corazón, consolarnos y guiarnos, y así insuflarnos fe y esperanza, que sirven de peldaños para alcanzar el gozo.
Cultivamos el gozo depositando nuestra confianza en Dios y permaneciendo en Él y en Su Palabra, de manera que Su gozo permanezca en nosotros y nuestro gozo sea completo ( Juan 15:10,11). Potenciamos nuestro gozo cuando cultivamos agradecimiento y gratitud ante cualquier situación en la que nos encontramos. «Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:18).
Sean o no agradables nuestras circunstancias, se nos insta a estar agradecidos. Eso no quiere decir que debemos agradecer las circunstancias difíciles, pero sí dar gracias en medio de cada una, sea buena o sea mala. Podemos agradecer porque sabemos sin asomo de duda que el Señor está obrando para bien en nuestras actuales circunstancias, que Él no nos dará cargas que no podamos sobrellevar y que Su gracia nos habilitará para sobrellevarlas (2 Corintios 12:9).
El gozo es nuestra reacción a la presencia constante de Dios en nuestra vida, el modo en que respondemos a Su amor, Sus bendiciones y promesas, a la relación que tenemos con Él y al privilegio de ser Sus hijos ( Juan 1:12,13) Reconocer y agradecer las bendiciones de Dios nos ayuda a encarnar Su gozo cada día y asumir una actitud positiva frente a la vida. A medida que le damos gracias y lo alabamos, ¡experimentamos el gozo que es nuestra herencia en Cristo y nuestra fortaleza!
Peter Amsterdam dirige juntamente con su esposa, María Fontaine, el movimiento cristiano La Familia Internacional. Esta es una adaptación del artículo original. ■
MOTIVO DE ALEGRÍA
Marie Alvero
Por principio sé que la felicidad no depende de las circunstancias y que la alegría es un don de Dios del que podemos disfrutar sea cual fuere nuestra situación. Pero saberlo y vivirlo son dos cosas muy distintas.
Hoy mismo, cuando estaba a punto de sentarme a escribir este artículo sobre el gozo y la alegría, ocurrió algo que me arrebató esos sentimientos. De un momento a otro se esfumaron. ¿Puede escapárseme tan rápido algo que se cree que habita en el alma? A veces parece que sí.
Gálatas 5:22 dice que el gozo es un fruto del Espíritu de Dios que mora en mí. Romanos 15:13 expresa: «Que el Dios de esperanza los llene de todo gozo y paz en el creer, para que abunden en la esperanza por el poder del Espíritu Santo». Por lo tanto, el gozo no es algo que yo produzca, pero sí algo que puedo recibir.
La Palabra de Dios nos dice que «nos alegremos» y «nos regocijemos» y «alabemos» y «demos gracias». Todas esas palabras denotan acciones. ¿Es válido entonces afirmar que la alegría es algo que uno elige? ¿Opté por
alegrarme hoy cuando mi estado de ánimo se vio rápidamente alterado por las circunstancias? No. La alegría era lo contrario de lo que sentía. Así como cuando me esforcé por levantarme de la cama para ir al gimnasio a hacer ejercicio, «estar alegre» implicó hacer lo contrario de lo que sentía.
No sé cuántas veces me obligué a hacer ejercicio cuando hubiera preferido quedarme en la cama o en el sofá. Pero tampoco podría decirte que me haya arrepentido de alguna sesión de gimnasia; siempre me siento mejor después que cuando empecé.
Tampoco podría afirmar que me haya arrepentido ni una sola vez de haber optado por la alegría.
Nunca llegué a pensar que tendría que haberme quedado deprimida o de mal humor.
Leer esos versículos bíblicos fue un buen revulsivo mental. Le pedí a Dios que me llenara de alegría y paz para poder abundar en esperanza. Luego me empeñé en obrar y no solo hablar: me regocijé, y da resultado.
Amigos, si han perdido la alegría, lo entiendo. Y no quiero ser simplista. La vida es dura, y algunas etapas se tornan interminables, áridas y solitarias. Si es tu caso, ruego que Dios te llene de Su alegría y paz para que por el poder del Espíritu Santo puedas abundar en esperanza.
Si hay aliento en tus pulmones, motivo hay para la alabar. Así que empieza por ahí y verás adónde te lleva.
Marie Alvero ha sido misionera en África y México. Lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la región central de Texas, EE.UU. ■
CONTEMPLAR LAS ESCRITURAS
Gabriel García V.
Mi esposa y yo dedicamos entre 30 y 45 minutos cada mañana a estudiar la Biblia, leer un libro devocional y repasar versículos memorizados. Este espacio de estudio y reflexión ha llegado a ser parte fundamental de nuestra vida y un gran catalizador para vivir en armonía con Dios.
Además, empecé a llevar un diario, pero desde otra perspectiva. Consiste en expresar en mis propios términos algún concepto, enseñanza o inspiración que encuentro en la Palabra de Dios. Con un poco de práctica la redacción se me fue haciendo más fácil, hasta el punto en que adquirí la costumbre de detectar un versículo, pasaje o reflexión que me inspire a acercarme a Dios, el cual parafraseo luego por escrito como expresión de mis propios pensamientos y sensibilidades.
Les doy un ejemplo: Cierta mañana estaba leyendo el conocidísimo pasaje de Filipenses 4:4–7, que dice: «Vivan siempre alegres en el Señor. Otra vez se lo digo: vivan con alegría. […] Nada debe angustiarlos; al contrario, en cualquier situación, presenten a Dios sus deseos, acompañando sus oraciones y súplicas con un corazón agradecido. Y la paz de Dios, que desborda toda inteligencia, guardará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús».
Anoté lo siguiente en mi diario: «La confianza engendra paz. Dejar todo en manos de Dios me alivia
la ansiedad. Toda prueba por la que paso constituye una oportunidad de depositar mi confianza en Dios y crecer en fe. Al cultivar la confianza cosecho innumerables bendiciones, entre ellas la nada desdeñable paz. El gozo también juega un importante papel, pues si me regocijo en el Señor, mis cargas resultan más ligeras y llevaderas».
Un ejercicio muy provechoso al que podemos aplicarnos los cristianos es hallar gozo en la Palabra de Dios, descubrir pasajes que estimulen nuestra fe, que inclinen nuestro corazón hacia Él y los demás, que nos hagan tomar conciencia de principios espirituales y resuenen en nuestro interior o nos compunjan. Podemos aprender a aferrarnos a Sus promesas e invocarlas cuando la adversidad nos toque a la puerta.
Los animo a probar este ejercicio: Busquen una porción de la Escritura que les produzca alegría o los mueva a acercarse al Señor y apréndansela de memoria. Para absorberla mejor, escríbanla o exprésenla en sus propias palabras —nada rebuscado—, lo que les brote del alma. Los acompañará a lo largo del día y a la postre, con un poco de repaso, la interiorizarán.
Gabriel García Valdivieso dirige la revista
Conéctate y forma parte de la Familia
Internacional. Es traductor, escritor y locutor. Vive en Chile con su esposa Sally. ■
DE PASEO CON MI AMIGO
Mientras daba mi paseo vespertino me sentía un poco desconectado del Señor. Así que le pedí en oración: «Mi amado Señor, quiero verte, estar más cerca de Ti, sentir Tu presencia». Entonces oí a Jesús que me hablaba con dulzura.
¿Sabías que disfruto de nuestra comunicación de corazón a corazón? ¿Recuerdas cuando les dije a Mis discípulos: «Ya no los llamo más siervos porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Pero los he llamado amigos porque les he dado a conocer todas las cosas que oí de mi Padre» ( Juan 15:15)?
Le contesté: «Pero, Jesús, Tú eres tan poderoso y tan importante. ¿Por qué querrías ser mi amigo?»
Así como fui con Mis discípulos, quiero ser contigo. Sé que no lo entiendes, pero puedo ayudarte. ¿Qué hacen los amigos? Pasean juntos, como lo estamos haciendo ahora. Disfrutan de la compañía mutua y les gusta hacer cosas juntos. Comparten sus afectos.
Le contesté: «Está bien, te diré lo que tengo hoy en el corazón. Me topé con algunos problemas...». Le conté sobre algunas dificultades que enfrentaba. Entonces le dije: «Pues bien, Señor. ¿Ahora tienes tú algo que quieras contarme?»
Y ni se imaginan. Mientras íbamos paseando me fue mostrando algunas cosas hermosas del entorno, obra de Su creación: los árboles y sus frutos, con todos sus colores y distintas fragancias.
Ahora, cuando salgo de paseo, hablamos y le pregunto: «¿Puedes abrirme tu corazón, querido Amigo?».
Ricardo Hurtado ha realizado labores humanitarias cristianas en Colombia, Venezuela y Brasil. Actualmente reside con su esposa en Estados Unidos y hace apostolado por Internet. ■
El Señor dice: «Te guiaré por el mejor sendero para tu vida; te aconsejaré y velaré por ti». Salmo 32:8 ntv
Conmigo Él camina, Su voz me fascina.
Me dice que soy enteramente de Él. La dicha que sentimos cuando ambos nos unimos nadie más la alcanza a conocer.
C. Austin Miles
Si aún no has reconocido en Jesús a tu Salvador, puedes hacerlo rezando la siguiente oración: Jesús, creo en Ti como Hijo de Dios. Creo que moriste por mí en la cruz para que a través de Tu sacrificio pueda vivir por siempre contigo en el Cielo. Te pido que perdones mis pecados. Te abro la puerta de mi corazón. Por favor, lléname de Tu Espíritu Santo y ayúdame a llevar una vida que te glorifique. Sé mi Guía y mi Amigo y enséñame a seguirte. Te lo ruego en Tu nombre. Amén.
Ricardo Hurtado
Gozo rima con reposo
Lilia Potters
«Vengan a mí, todos los que están fatigados y cargados, y yo los haré descansar» (Mateo 11:28).
Por ser un poco adicta al trabajo y perfeccionista, siempre me costó encontrar el equilibrio entre trabajo y descanso. Pero aprendí que dar prioridad al cuidado personal no es un lujo, sino una necesidad.
Todavía sonrío cuando recuerdo cómo cuidaba a mi primer hijo. Cada noche le tendía la ropa planchada para el día siguiente, lustraba sus zapatitos de cuero y me aseguraba de que la zona de juegos y la casa estuvieran impecables. Me enorgullecía tener una casa limpia, casi «perfecta», y que mi hijo mayor tuviera el mejor aspecto posible.
Cuando llegó el segundo no fui tan ordenada como antes. Digamos que la ropa se planchaba cada dos días y los zapatos se limpiaban, aunque no tan a menudo.
Con el tercero seguí intentando mantener cierta apariencia de orden y los niños no dejaban de verse limpios y pulcros, pero la perfección se fue al tacho. Creo que no hace falta que les diga lo que pasó cuando llegaron el cuarto, el quinto y el sexto.
Entonces, justo cuando pensaba que había acabado con la maternidad, la vida me planteó un nuevo reto: cuidar de mi nieto.
Intenté por todos los medios revivir aquellos días de perfección y mantener todo en óptimas condiciones.
Pero mi nieto resultó más difícil de manejar que cualquiera de mis hijos. No lo sabía entonces, pero más tarde me enteré de que su hiperactividad y sus llantos frecuentes se debían al autismo, que se le diagnosticó oficialmente cuando tenía tres años.
Me llevó algún tiempo digerir la noticia de sus capacidades diferentes, o difabilidades, como me gusta llamarlas. Aun así, en cuanto averigüé más sobre el autismo y la importancia de la intervención temprana, afloró de nuevo mi tendencia a la perfección. Resolví hacer todo lo posible por él y seguir al pie de la letra todas las instrucciones de sus profesores y terapeutas.
Además leía todos los libros, blogs o artículos que encontraba y procuraba participar en actividades sociales siempre que podía.
Al cabo de un tiempo se hizo evidente que no iba a ser capaz, ni física ni emocionalmente, de mantenerme al día con todas las exigencias que conlleva el cuidado de un niño autista. Estaba al límite.
Tuve la suerte de conocer a una increíble consejera de padres, que más tarde llegó a ser una querida amiga. Era madre de una hija autista y se dio cuenta del problema. ¿Su consejo? En pocas palabras: «¡No seas tan dura contigo misma!».
Aunque sabía que tenía razón, mis circunstancias apenas me lo permitían. El dinero escaseaba y no tenía a nadie que me ayudara o me diera un respiro de vez en cuando. Aun así, sabía que lo necesitaba con urgencia
Me di cuenta de que primero era necesario un cambio de mentalidad. Mi deseo de hacerlo todo a la perfección me llevaba a sobrecargarme, y eso era insostenible. A través de la oración y la reflexión comprendí que incluso si tenía que saltarme una actividad y hacer algo más sencillo, como sentarme en el jardín con una taza de té y poner los pies en alto mientras mi nieto cazaba mariposas y recogía bichos, no iba a perjudicarlo; antes nos haría mucho bien a los dos.
Una de las claves que me ayudaron a encontrar un mejor equilibrio entre el trabajo y mi tiempo personal fue aprender a pedir ayuda y aceptarla cuando me la ofrecían. Siempre me sentía mal por pedir ayuda a los demás y a menudo rechazaba ofertas que me habrían permitido un asueto. Tardé en darme cuenta de que los demás quieren ayudar, y permitírselo reforzaba nuestras relaciones.
Además de no querer agobiar a los demás, también me di cuenta de que debía tener más confianza en ellos. Siempre creía que yo podía hacer las cosas mejor. Es cierto que otros abordarían las cosas de otro modo y no harían
las cosas como las haría yo, pero al ser tan protectora me privaba del descanso que tanto necesitaba.
Una vez que acepté que el autocuidado no es solo «algo bonito que se puede hacer cuando se da la posibilidad», sino una necesidad real que hay que programar, empecé a sentirme mucho mejor. Las pruebas y obstáculos seguían ahí, pero podía afrontarlos mejor y empecé a tomarme algunas cosas con más calma.
A base de pruebas y errores también exploré y descubrí tácticas pequeñas pero eficaces de cuidarme mejor sin descuidar mis obligaciones. El autocuidado no tiene por qué llevar mucho tiempo ni ser caro. Dar un paseo, escribir en un diario, tener tiempo para leer, rezar y meditar o tomar un café con un amigo me proporcionaron breves descansos y contribuyeron a revitalizarme.
A los que lidian con dificultades y andan abrumados, les aconsejo que sean cuales sean sus circunstancias, cuidarse no es egoísta, sino necesario. No se puede servir de una jarra vacía.. Si das prioridad al descanso, te fortaleces e irradias más felicidad a los que te necesitan.
Lilia Potters es escritora y especialista titulada en recursos para el autismo. Vive en EE.UU. ■
Parábola del árbol caído
Jorge Solá
El Señor cumplirá Su propósito en mí.
Tu misericordia, Señor, es para siempre; ¡no desampares la obra de Tus manos!
Salmo 138:8
Érase una vez un árbol sobre el que se abatió la adversidad —un vendaval, una inundación, un corrimiento de tierra— y que fue a caer de bruces sobre el suelo duro.
Cayó, y en el momento en que golpeó con estruendo la tierra húmeda —él que nunca se había golpeado con nada, que solo se mecía suavemente con la brisa— supo que jamás se volvería a levantar.
El árbol lloró, de dolor, de tristeza, de rabia, de frustración. Veía a los demás árboles, que estaban erguidos, y lloraba. Primero quedó largo tiempo tendido en medio de sus ramas rotas, inerte, como si meditara qué hacer con su tremendo cuerpo.
Luego echó tímidamente algunos brotes, que se hicieron vástagos, que se convirtieron en ramas que apuntaban todas hacia arriba, hacia el cielo, en un intento de recuperar en alguna medida ese carácter aéreo que había tenido antes. Hizo lo que pudo, y dejó que el tiempo hiciera lo demás.
No tardó en descubrir su nueva utilidad. Los niños, desde pequeñitos, lo escogían para montar a caballo o se imaginaban que era un castillo. La gente se detenía para tomarse fotos con él. Unas veces servía de escenario de juegos; otras, de refugio. Las ardillas y los excursionistas lo usaban para cruzar el río. Y así halló una nueva vida, feliz —muy diferente, pero feliz—, y supo que aquel era su destino.
Ha llovido mucho desde entonces, y el árbol caído sigue acostado en el suelo, sosteniendo hacia arriba sus ramas. El musgo ha cubierto las heridas que se hizo al caer. Con el tiempo se ha convertido en un bello e importante elemento del paisaje, tanto así que los que diseñaron el parque lo tuvieron en cuenta.
De vez en cuando el árbol recuerda y piensa, y da gracias por el día en que la fatalidad se cebó en él. Aunque nunca volverá a ser como fue, ni como los demás, está contento. Sabe que ha descubierto su lugar, su papel, y que su futuro está en manos del Creador.
¿No son también así nuestras vidas? Aunque no suelen discurrir como nos imaginábamos en nuestra juventud, pueden tener un desenlace más rico, profundo y significativo si dejamos que Dios se valga de las tormentas para obrar en nosotros conforme a Su voluntad.
Él obtiene grandes victorias de lo que parecen derrotas.
Jorge Solá es desarrollador. Tiene nueve hijos. Está en la junta directiva de Arriba las Manos , organización colombiana sin ánimo de lucro dedicada a mejorar la educación en comunidades costeñas y promover programas de desarrollo personal para niños desfavorecidos. ■
LA CARA DE LA ALEGRÍA
Amy Joy Mizrany
Timmy choca los cinco con los niños que hacen cola para recibir paquetes de alimentos. Me segundo nombre es Joy, que significa ni más ni menos que alegría.
Para ser sincera, la mayor parte del tiempo no soy lo que consideraría un buen ejemplo de alegría. No es que sea una gruñona o una desdichada; es que a menudo me quedo corta a la hora de ser alegre y positiva. Puedo ser egocéntrica. Es una debilidad del ser humano —cierto—, pero aun así no es excusa.
Alguien al que sí habría que homenajear como ejemplo de alegría es a mi hermano Timmy. Tiene síndrome de Down y siempre lo hemos llamado la estrella de nuestra familia. Tiene una visión tan sencilla del mundo, una forma tan pura y optimista de verlo todo.
Y siempre está alegre. ¡Muy alegre! Si le cuento un chiste se ríe como si le hubiera armado todo un espectáculo cómico. Si nos hace gracia algo que hizo, se empeña en repetirlo una y otra vez, porque le encanta hacernos sonreír. Cuando hacemos deporte, cualquier cosa que merezca la pena la celebra con todo el equipo, y choca los cinco con todos y cada uno de los jugadores.
Claro que tiene sus momentos; detesta despertarse a tiempo. (¿No nos pasa eso a todos!) A veces está de mal humor, pero en realidad, nunca lo he visto tener un mal día. Es simplemente imbatible.
Y lo que sucede con la alegría —sobre todo el gozo que nos brinda Jesús— es que es increíblemente contagiosa. Son innumerables las veces que he visto a Timmy cambiar los rostros más serios y alicaídos en caras sonrientes y risueñas. Cuando repartimos comida en los asentamientos informales, da abrazos, baila con la gente que hace cola y a veces hasta canta. No tiene miedo ni
le preocupan las opiniones de los demás; simplemente se dedica a ser amable, dulce y jovial, y eso cambia a la gente. A los demás les encanta y encima se alegran ellos también.
Así que, aunque Joy sea mi segundo nombre, es mi hermano Timmy quien me demuestra lo que es ser alegre. Quiero ser como él.
Amy Joy Mizrany nació y vive en Sudáfrica. Lleva a cabo una labor misionera a plena dedicación con la organización Helping Hand . Está asociada a LFI. En su tiempo libre toca el violín. ■
La vida es unaPLAYA
«La vida es una playa», reza una popular pegatina para el parachoques. La imagen que retrata es la de una persona relajándose en la playa, tomando una bebida refrescante.
La verdad es que cualquiera que viva cerca del mar sabe que las playas pueden ser peligrosas. Mientras estábamos de vacaciones en el Mar Rojo conocimos a un guardabosques que nos contó que estuvo a punto de morir cuando pisó sin querer un pez piedra. Estuvo inconsciente varios días en el hospital luchando por sobrevivir. Declaró: «Fueron las oraciones de mi mujer las que me devolvieron a la vida».
Entre los peligros playeros caben destacar las medusas, los tiburones, el pez león, las rayas, los erizos y una infinidad de bichos pegajosos, apestosos y urticantes. Quizá la vida sí sea como la playa. También puede ser peligrosa y peliaguda, erizada de emociones y sobresaltos.
Mi hijo Richard relató una experiencia que, si bien no está relacionada con las playas, nos recordó a ambos que la vida está llena de sorpresas que nos hacen ver nuestros problemas objetivamente. Dejaré que él narre lo sucedido:
«Mientras conducía por la vía de acceso de una carretera principal, me detuve para dejar pasar a dos camiones semirremolques. Podría haber acelerado para adelantarlos, pero decidí reducir la velocidad.
»En aquel momento estaba desanimado, pues tenía varios contratiempos: mi hijo de tres años aún no hablaba y necesitaría terapia; además, pasaba por conflictos matrimoniales y el dinero escaseaba.
»¿Por qué todo se me hace cuesta arriba? —le pregunté a Dios, sin esperar respuesta.
»Seguí conduciendo unos minutos más cuando otro camión acoplado se pasó imprudentemente desde el carril contrario y se estrelló contra otro de los que acababa de pasarme. Ambos vehículos cayeron uno sobre otro y estallaron en llamas. Los restos ardientes salieron volando por todas partes y por poco azotan mi auto.
»Me detuve y tomé un extintor para intentar apagar las llamas, pero el calor era tan intenso que no pude acercarme a los restos de los camiones. Aunque la ayuda no tardó en llegar, los conductores ya habían perecido. Fue aleccionador darme cuenta de que, si hubiera tratado de avanzar ese día entre el tráfico, yo también podría haber muerto en ese desastre infernal.
»Ese incidente relativizó mis problemas. El mero hecho de estar vivo era como si me hubiera tocado la lotería, y empecé a valorar todas las cosas con las que Dios me ha favorecido».
No hay nada que te ayude a estar más agradecido por la vida que un roce con la muerte. Puede que la vida parezca una playa, pero está llena de obstáculos y dificultades. A Dios gracias, Él puede ayudarnos a superarlos y hacernos más fuertes a partir de ellos.
Curtis Peter van Gorder es guionista y mimo . Dedicó 47 años de su vida a actividades misioneras en 10 países. Él y su esposa Pauline viven actualmente en Alemania. ■
Curtis Peter van Gorder
Las nubes no apagan el sol
Victoria Olivetta
Desde que tengo uso de razón no me gustan los días nublados, y menos en invierno. Se me hacen eternos y deprimentes, y me enfrían el cuerpo y el alma.
De todos modos, son parte de la vida. Así que me puse como meta aprender a disfrutarlos, y últimamente han llegado a gustarme más. ¿Cuál es el secreto?
En realidad tengo varios.
A veces aprovecho esos días para preparar un pastel, unas galletas o alguna otra delicia para acompañar el café. Toda la casa huele a café y a lo que se está horneando. Eso crea un ambiente cálido y agradable.
También aprendí que puedo dar una nota de alegría con lo que me pongo, por ejemplo, con un suéter de un color vivo o algunos abalorios.
Más que nada, aprendí a dar gracias a Dios por esos días. Siguen sin entusiasmarme, pero vivo en una casa abrigada, duermo en una cama cómoda, no me falta comida y tengo a alguien con quien compartir las bendiciones que Dios me da.
No hace mucho andaba afuera en uno de esos días lúgubres. Aunque el cielo estaba encapotado no me imaginé que fuera a llover; por eso no llevé paraguas. Sin embargo, a media mañana me sorprendió un aguacero lejos de mi casa. Cuando por fin llegué a casa estaba empapada. Tras una ducha caliente y un rico almuerzo, me olvidé del percance y me sentí mucho mejor.
Mientras soportaba la lluvia, oré por las víctimas de desgracias. No de desastres como quemar la comida, sino de auténticas catástrofes, como quedarse sin casa a causa de un terremoto y no tener agua corriente, ropa seca ni comida caliente.
Cuando alguna circunstancia adversa te desmoralice, reza por alguien que esté en peor situación que tú. Eso te hará ver las cosas más objetivamente, y le hace bien al alma. Tiene en ella el mismo efecto revitalizante que una ducha caliente después que te pilla un aguacero o el olor de pastel casero en un día gris.
No debemos olvidar que tenemos un Dios poderoso, que lo ve y lo sabe todo, que nos ama encarecidamente y nunca nos someterá a ninguna prueba que no podamos superar con Su ayuda (1 Corintios 10:13). Eso es tan reconfortante como el aroma de café recién hecho.
Aun cuando el cielo esté de color plomizo, por encima de las nubes sigue brillando el sol. Puede que las nubes nos impidan verlo, pero sigue ahí, tan redondo y radiante como cualquier otro día. Cuando la oscuridad nos envuelve, el sol del amor de Dios sigue emitiendo sus rayos, tan constante como siempre, aguardando el momento preciso para irrumpir entre las nubes y llenar otra vez de calor nuestra alma.
Victoria Olivetta es integrante de La Familia Internacional en Argentina. ■
De Jesús, con cariño
El gozo de cada día
Hoy es el nuevo día que Yo dispuse, ¡24 horas para regocijarse y alegrarse! (Salmo 118:24.) Mantén los ojos abiertos en todo momento para no perderte ninguna prenda de Mi amor ni ninguna oportunidad de alegrarte. Mira por la ventana y contempla la belleza de la creación: es señal del amor que albergo por ti. Piensa en tu familia y en tus amigos: son evidencia de Mi amor por ti. Fija tus pensamientos en las cosas buenas, bellas y verdaderas que suceden a lo largo del día y deja que tu corazón se llene de alegría por esas manifestaciones de Mi amor (Filipenses 4:8). Si el día hoy parece tormentoso, recuerda que Mi alegría estará contigo cada hora de la jornada y te dará fuerzas y esperanzas para afrontar las pruebas que se te presenten ( Juan 15:11). Por muy oscuro y nublado que se vea el día, Mi gozo está siempre presente en tu corazón y no depende de las circunstancias que te rodean.
Cada vez que alabas y adoras, reconoces Mi presencia y Mi poder y declaras tu fe en Mí y el amor que profesas por Mí. Cuando verbalizas tu alabanza en medio de la confusión del mundo que te rodea, eres un testigo que irradia luz en la vida de las personas cual rayito en la oscuridad. A medida que pones tu confianza en Mí, cumpliré lo que prometí: llenarte de todo gozo y paz para que reboses de Mi Espíritu (Romanos 15:13).