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Diciembre 7, 2020 Suplemento Electoral presentado por
Año 2 / Número 6 lja.mx/nessun-dorma
VOTAR EN TIEMPOS
DE PANDEMIA Por Karla Martínez Collazo
Foto: Cristian De Lira Uno de los principales temas que ha discutido la Ciencia Política contemporánea es el proceso por el que los electores pasan antes de emitir su voto en los sistemas democráticos internacionales. Quizá una de las preguntas que más se suele escuchar entre los politólogos de las épocas recientes es: ¿qué influye en el pensamiento del electorado para que éste favorezca con su voto a un candidato o propuesta? Indudablemente, uno de los factores que se estudia en aras de encontrar respuesta a dicho cuestionamiento es el contexto económico, histórico y social en el que se desenvuelve el electorado. Las condiciones económicas, la percepción sobre la seguridad nacional, la respuesta de la autoridad ante ciertas problemáticas, conforman el marco referencial de decisión de un elector. La teoría de la elección racional (Rational Choice Theory) tan defendida por autores como Anthony Downs y cuyos inicios podríamos adjudicárselos a Max Weber, propone que los individuos actuamos SIEMPRE en función de lograr el máximo beneficio corriendo el menor riesgo posible. En democracia, eso significaría que los electores, después de un proceso de racionalización o reflexión sobre lo que representa cada una de las propuestas presentadas en la elección, otorgará su voto a aquella que le represente el máximo beneficio no solo a él, sino a la comunidad misma. Aunque este ideal suena profundamente deseable, sabemos que ésto no siempre sucede así. No es la primera vez que los seres humanos atravesamos por una crisis de salud global que ha detonado crisis económicas y sociales como ahora observamos con el virus SARS-CoV-2. A lo largo de la historia de la humanidad ha habido enfermedades pandémicas que han generado momentos de profunda gravedad tanto en los países donde se originaron como en aquellos donde el contagio se extendió. El ejemplo más claro de esta situación lo tenemos en la pandemia desatada en 1918 por el virus de
la gripe tipo A, subtipo H1N1 mejor conocida como Gripe Española. La gripe azotó Europa, Asia y América (incluyendo a nuestro país) elevando la mortalidad de los más jóvenes, sector por el que el virus tenía especial predilección, y con ello, trayendo una crisis económica de consecuencias incalculables a un mundo donde, además, la primera guerra mundial había causado ya de por sí graves deterioros. Ante este escenario ¿qué consecuencias políticas se desataron? Nada más y nada menos que el auge de los sistemas autoritarios de corte fascista. España es el más claro ejemplo de ello. Miguel Primo de Rivera, militar español que asestó un golpe de estado en contra del presidente de gobierno Manuel García Prieto (1922), logró obtener buena parte del apoyo popular puesto que fundamentó su asalto en la incapacidad del gobierno “liberal” de atender las necesidades desatadas después de la pandemia. Incluso el rey Alfonso XIII apoyó a Primo de Rivera para que lograra instaurar su dictadura y derrocara así el gobierno cuyo manejo de la pandemia fue catalogado como “ineficaz y profundamente incompetente”. (MARTÍNEZ HOYOS, 2020) Si bien es cierto que ya no estamos en 1920 y que para nuestra fortuna los regímenes democráticos se han ido reforzando, haciendo cada vez más difícil que sobrevenga un golpe de estado o un ataque militar que instaure una dictadura (ojo, es difícil más no imposible) el ejemplo anterior sirve para reflexionar sobre la importancia de elegir con el cerebro y no con el estómago. El tejido social también se ha deteriorado con la pandemia por Covid-19. Muchas personas están sumergidas con justa razón en la tristeza y el enojo: miles han perdido algún familiar sin poderse despedir de ellos, otros tantos no han recibido atención medica de forma eficiente tengan o no coronavirus (los hospitales saturados han optado por dejar de brindar atención a los pacientes de enfermedades crónicas para dar prio-
"Que la democracia sea nuestra vacuna más eficiente" ridad a los contagiados) otros tantos han perdido su empleo o su condición económica se ha deteriorado y además, una gran mayoría atraviesa por un cuadro de estrés debido al confinamiento y distanciamiento social con todo lo que ello implica. Razones sobran para sentirse enojado y culpabilizar a los gobiernos y todas sus instituciones; por ello, votar en tiempos de pandemia debe ser para todos los que estamos involucrados en el proceso de elección, un ejercicio donde la invitación a la reflexión y la observación con fines preventivos deben ser prioritarios. Para esta elección podemos encontrar de todo un poco, desde el desinterés de la ciudadanía por salir a las urnas, hasta los pícaros ilusos que ofrezcan dádivas de todos tipos a cambio de votos, aprovechándose de la vulnerabilidad de algunos sectores de la población que se vieron directamente afectados por la pandemia. Tanto la primera como la segunda opción nos llevarían a una elección comprometida y cuyo principal resultado sería que ganen no los mejores (las propuestas mejor elaboradas y más beneficiosas para la sociedad) sino los 'menos peores', comprometiendo así nuestro desarrollo democrático. Ojalá que en estos meses previos a la jornada electoral la situación sanitaria mejore. Tengamos la fe puesta en que, casi de manera milagrosa, la mañana del domingo 6 de junio de 2021 todos salgamos a votar “como si nada de ésto hubiese pasado”. Pero si no es posible, si el Covid-19 sigue siendo nuestro vecino habitual, solo me queda pedirle, pedirnos a todos, que no permitamos que el peor virus y el más letal entre en las urnas de votación y se instale como virtual ganador de esta: ese virus es el virus del miedo. Que la democracia sea nuestra vacuna más eficiente y el sueño por construir un país mejor lleno de ciudadanos participativos sea el ventilador que nos llene de aire nuevo los pulmones. Que así sea. REFERENCIAS CERVANTES, C. (12 de MARZO de 2020). ABC HISTORIA. MARTÍNEZ HOYOS, F. (12 de abril de 2020). LA VANGUARDIA . FOTO: Cristian De Lira