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PESOS

ROMPECABEZAS URBANO El desarrollo urbano en las ciudades post-Covid-19

LUIS ENRIQUE SANTIAGO

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Aunque la pandemia por el Covid-19 todavía no ha terminado es posible identificar algunos de sus efectos en distintas áreas de nuestra sociedad. Ejemplo de ello son los resultados del último trabajo de Edward Glaeser, quien es un reconocido estudioso del fenómeno urbano global, sobre el crecimiento de las ciudades de Nueva York, Londres, Tokio y París. Uno de sus principales hallazgos es la existencia de un proceso de abandono de las zonas centrales y el crecimiento de las áreas suburbanas de dichas ciudades. Glaeser atribuye este reciente fenómeno de desconcentración al efecto de las restricciones sanitarias derivadas del Covid-19. El autor explica que la necesidad de evitar aglomeraciones y el confinamiento de la población como medidas básicas para prevenir la propagación del virus, sumado a la posibilidad de realizar actividades laborales y educativas no presenciales gracias al actual avance tecnológico, han hecho que la población considere como una alternativa mudar su residencia a las áreas periurbanas de dichas ciudades. El resultado es un proceso de expansión de las cuatro ciudades que se habían convertido en el modelo a seguir de gobiernos y académicos que proponen entornos urbanos compactos y altamente densificados como solución a problemas como la movilidad, la eficiencia energética y el desarrollo económico, por mencionar algunos.

En México la expansión de las ciudades no es nada nuevo y los entornos urbanos altamente densificados son todavía un plan, con excepciones de ciertas áreas de las grandes metrópolis del país. A pesar de este antecedente es posible pensar que el Covid-19 también ha tenido efectos sobre el desarrollo urbano de las ciudades de nuestro país. Un ejemplo de ello es el área metropolitana de Aguascalientes. Al inicio de la pandemia y en los momentos más agudos de ella fue común observar familias completas realizando actividades recreativas y convivencia al margen de las carreteras o en sus propios terrenos en las afueras de la ciudad. La posibilidad de salir a las áreas suburbanas para realizar dichas actividades se convirtió en una alternativa para la población cuando los espacios públicos y privados que tradicionalmente visitaban estuvieron cerrados en los momentos de confinamiento. Aunque las restricciones sanitarias se han relajado en comparación al inicio de la pandemia dichas prácticas se volvieron frecuentes y todavía persisten, aunque ahora se han concentrado principalmente en los fines de semana. Una de las consecuencias de lo anterior fue la (re) activación de los mercados inmobiliarios en el área suburbana de la ciudad de Aguascalientes. Actualmente, se ha vuelto común circular por las mismas carreteras donde se veían familias conviviendo y comprobar la existencia de una infinidad de anuncios publicitarios donde se ponen a la venta la misma cantidad de nuevos terrenos. Es posible visitar esas áreas e identificar parcelas que no hace mucho han sido “limpiadas” de su vegetación natural con maquinaria pesada y puestas a la venta por parte de agentes inmobiliarios, quienes cada fin de semana colocan sus carpas para ofrecer información a los interesados en adquirir nuevas propiedades. Esta oleada de terrenos en el área periférica de la ciudad está poniendo en marcha un proceso de expansión urbana con sus propias características y con consecuencias todavía no previsibles. Tan solo es necesario considerar que muchos de los terrenos que se ofertan se localizan en áreas que no estaban destinadas al desarrollo urbano, en espacios destinados a la agricultura y/o con características ambientalmente significativas. A ello se suma que su control está fuera de las manos de las autoridades, ya que generalmente no existe la capacidad institucional para responder a un desafío de estas dimensiones.

Es muy complicado (¿imposible?) atribuir la actual expansión urbana únicamente al Covid-19. El crecimiento de una ciudad es producto de decisiones individuales que ocurren en distintas escalas, en las cuales intervienen una infinidad de variables, cuya suma tienen un efecto de grandes dimensiones. Sin embargo, la evidencia que se ha ido recopilando en trabajos como el llevado a cabo por Edward Glaeser permiten identificar que las medidas adoptadas para frenar la propagación del virus Covid-19 han acelerado el desarrollo de algunos fenómenos. Muy posiblemente uno de ellos sea el crecimiento y la transformación del área suburbana de nuestras ciudades, que en el caso de Aguascalientes puede ser desastroso si consideramos sus implicaciones ambientales. Los efectos de la pandemia por Covid-19 sin duda todavía están en marcha. Como lo mencionaba al inicio es un problema de salud que todavía no termina y es necesario continuar manteniendo los cuidados necesarios. Sin embargo, es posible prever que sus efectos no son exclusivos de países avanzados y en los nuestros está tomando sus propios matices.

luis.santiago@edu.uaa.mx

A LOMO DE PALABRA Inconsciencia por sentido común

GERMÁN CASTRO

A María Elena de Luna…, que se acordó de los japoneses.

Parasitizing others’ experiences is by far the best way to acquire information… Gaia Vince, Transcendence.

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Hace casi treinta años formé parte de un equipo de trabajo que consiguió emprender una tarea épica. No entraré en detalles, pero para lograrlo, además de partirnos el lomo de lunes a sábado durante más de doce horas diarias a lo largo de casi dos años, de andar de arriba para abajo por todo el país y de organizar a un montonal de gente, fue necesario importar tecnología de punta. Cinco individuos coordinábamos las direcciones de área, encabezados por un neolonés terco, enojón y entrañable, don JQG (†). Dado que habíamos podido importar e incorporar muy pronto a las actividades operativas un titipuchal de sofisticadísimos artefactos de medición y posicionamiento que apenas comenzaban a emplearse en el resto del mundo, era frecuente que recibiéramos visitantes de otros países, sobre todo de gobiernos interesados en averiguar cómo lo habíamos hecho. A don J le encantaba recibir a los invitados en su despacho con un platón de frutas al centro de la mesa, cuantimás si se trataba de extranjeros. Una ocasión, un grupo de japoneses acudió a nuestras hidrocálidas oficinas. Luego de las solemnes presentaciones, tomamos asiento. En el platón había manzanas, mangos, uvas y, claro, guayabas de Calvillo. Se repartieron vasos de agua, tazas de café… Don J, quien muy rara vez comía algo, prendió uno de sus infaltables Raleigh, se encendió el proyector e iniciaron las exposiciones. Alguno comenzó a comer uvas, otro más tomó un mango… Minutos después escuché un reprimido alborozo entre los japoneses… No fue sino hasta que terminó la presentación inicial que pude entender lo que sucedía: todos ellos estaban sorprendidos y subyugados por el sabor de las guayabas. Uno de ellos explicó que no conocían la fruta. La reunión se prolongaría unas tres horas más; las guayabas volaron mientras íbamos abordando un sinfín de complejidades geodésicas, jurídicas, topográficas, logísticas, geomáticas…, eso sí, ninguno de nosotros se animó a aclarar a los amables orientales que las guayabas se comen sin pelar.

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Por supuesto, no hay nada malo en descascarar guayabas, nada incorrecto…, pero, al menos en México, así no se comen. Aquí, pelar guayabas va en contra de las reglas. ¿Reglas?

Como explica Chomsky, gran parte de nuestro comportamiento se rige por reglas, “incluso si en la mayoría de las situaciones no tenemos que pensar en esas reglas, o incluso ni siquiera en que existen esas reglas” (Noam Chomsky, Marv Waterstone, Consequences of Capitalism: Manufacturing Discontent and Resistance, 2021). Bien, ¿qué reglas? Reglas sociales. “Las normas sociales rigen nuestras vidas y, sin embargo, no existen como propiedades objetivas del mundo. La gravedad existe tanto si te suscribes a ella como si no; el asesinato está mal en algunos contextos culturales, pero merece una medalla en otros” (Gaia Vince, Transcendence). Las reglas sociales son pautas que acatamos sin necesidad de que estén estipuladas en ningún tipo de ordenanza o instrumento jurídico, sobre todo en la medida en la que las emparentamos con el sentido común, al menos con la noción de sentido común que le otorga una función normativa, equivalente al buen sentido, al buen juicio. ¿Por qué? Porque así se hace y punto. Desde esta perspectiva, en México va contra el sentido común, no es correcto, pelar guayabas: comemos esos frutos con su cáscara, y para hacerlo nadie necesita pensar en ello, decidirlo. En cierto sentido, lo hacemos de manera inconsciente. Inconsciente no desde el punto de vista freudiano, ni desde la inconsciencia en la que uno se aposenta cuando está dormido ni en la que puede agenciarte un buen toletazo en la cabeza —no es que uno haya perdido el registro de los estímulos circundantes—. Inconsciente tampoco en el sentido de actuar sin tener conciencia de la información requerida para hacerlo adecuadamente —v.g.: Fulano era inconsciente de que el agua tenía cianuro y se la tomó toda—. No, se trata de otro tipo de inconsciencia, una inconsciencia construida socialmente… e inconscientemente: comemos guayabas sin necesidad de tener que pensar ni decidir si es necesario pelarlas gracias a que disponemos de lo que el sociólogo británico Anthony Giddens (Londres, 1938) denomina conciencia práctica, la cual opone a la conciencia discursiva (Consciousness, Self and Social Encounters, segundo capítulo del ya clásico The Constitution of Society; University of California Press, 1984). Giddens llama conciencia práctica a la acumulación de comportamiento aprendido que nos sirve para transitar funcionalmente por las situaciones que enfrentamos en la vida cotidiana, sin necesidad de reflexionar y decidir a cada momento. La conciencia práctica es, pues, una especie de piloto automático, una forma de llamar al dichoso sentido común. Así que no sólo es práctica, es necesaria, porque sin ella permaneceríamos atascados.

Siguiendo la teoría de Giddens (structuration), Noam Chomsky subraya que “las personas a través de sus prácticas crean y refuerzan las reglas [sociales], pero luego se olvidan del hecho de que son reglas creadas por la gente. Las reglas comienzan a tomar un carácter tal, que parece que simplemente operan independientemente de la sociedad. Ese es problema, que olvidamos que somos los creadores de reglas…”

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Cuando se fueron los japoneses, claro, comentamos el asunto de las guayabas. — ¿Y por qué no les dijeron que no se pelaban? –nos cuestionó don J. — Tampoco usted les dijo nada —le respondí. — …

En realidad, nos pasó como a ellos: nuestra conciencia práctica no tenía respuesta automática para esa situación.

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