Escribir es un compromiso, no válido sólo para la particularidad de una política —que termina por confundirse entre las ideologías— o el entretenimiento producto de lecturas insipientes, sino para una verdad más histórica: nuestra condición entre los hombres.
Al detentar la universalidad de esta obligación, somos algo más que un racimo de hombres de palabras: “Escribir (…) para crear un espejo en el que otras personas reconozcan su propia humanidad”, como comprobó de Montaigne la maestra Bakewell.
La certeza de ser escritor exige la condición de lo esencial: la libertad, porque donde la comprensión alimenta la transparencia, los miedos sobran y los dioses son inútiles.
Cuando el escritor silencia el dolor, la belleza, la muerte, o a la propia madre, niega interrogantes esenciales de su vida, perdiendo la oportunidad de obsequiarle al otro, su lector, momentos de coincidencia reflexiva, que se convertirán en nuestros útiles domésticos ante la soledad y el hastío, pero también ante la magnificencia cotidiana y su milagro.
Que no se nos olvide que somos animales que respiramos fábulas.
Si desatendemos la prudencia, que sea en beneficio de la osadía: escribir donde el silencio lastima, empuñar la razón donde lo divino se enseñorea en los dogmas, donde la impunidad es sólo un beneficio de canallas.
Ya lo decía: si el periodismo pasa, que la literatura quede. Que la escritura —bajo el temple de esta responsabilidad— sea una virtud en sí misma.
!Felices fiestas!
Byung-Chul Han: Sobre Dios / Fernando Mancillas Treviño
El sudcoreano de la filosofía bella / Rael Salvador pág. 5 Spring Breakers: la treceava novela de Miguel Ángel Morgado / Gabriel Trujillo Muñoz
¿Cuándo empecé a vivir como artista? / Enrique Avilez
Llegó mi libro extraviado / Eduardo Cruz Vázquez
La palabra gracias / Martín Caparrós
Narcocultura y las palabras de la tribu / Leobardo Sarabia
Entrevista a Raquel Larson Guerra. Centenario de Rosario Castellanos / Elizabeth Cazessús
Frankenstein y los días por venir / Daniel Salinas Basave
R.S.
págs. 3 a 5
págs. 6 y 7
págs. 8 y 9
pág. 10
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TERMODINÁMICA DEL VACÍO Y LA ATENCIÓN CONTEMPLATIVA
BYUNG - CHUL HAN: SOBRE DIOS
Por Fernando Mancillas Treviño Profesor-Investigador de la Universidad de Sonora fernamancillas@yahoo.com
Hoy pensamos que somos más libres que nunca, pero en verdad vivimos bajo un régimen despótico neoliberal que precisamente explota la libertad.
Byung-Chul Han
Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, en octubre de 2025, Byung-Chul Han (1959, Seúl, Corea del Sur) se ha convertido en el filósofo más reconocido en el orbe mundial. Su reciente publicación, a pesar de su título: Sobre Dios. Pensar con Simone Weil (2025), no representa una obra en torno a una discusión teológica.
Para el autor, la crisis de la religión, como crisis de la espiritualidad, de la poética trascendente y del pensamiento, estriba en la oclusión y declive de la atención, la descreación, el vacío, el silencio, la belleza, el dolor creativo y la actividad contemplativa.
Mientras la percepción del ser humano se torna voraz en un consumo desmedido, fincado en una acumulación infinita de basura informativa y comunicación, la atención contemplativa examina las cosas sin pretensión de apropiárselas, de absorberlas. La atención escucha detenidamente y se demora en su concentración y aproximación. En ese sentido: “la digitalización acelera enormemente la puesta a disposición total de la realidad. Nos acostumbra a que todo sea inmediatamente alcanzable, disponible, calculable y consumible. De ese modo, debilita la atención. Ciertas actitudes del espíritu que, como la espera o la paciencia, nos darían acceso a lo indisponible se están desmoronando. La información que se presenta como estímulo fragmenta nuestra atención. La atención profunda no se guía por estímulos. De hecho, más bien se resiste a ellos e incluso los repele”.
rable y permanente, a lo verdadero como consistente, el irrestricto dominio de la información lo elimina, cuando nos conduce a un permanente torbellino de actualidad. Si alguien no tiene la facultad de sostener una atención contemplativa, de observar, no podrá acceder a la verdad, al veraz y duradero orden de la realidad.
“La percepción del ser humano se torna voraz en un consumo desmedido, fincado en una acumulación infinita de basura informativa”
Vivimos actualmente en una sociedad dependiente, una sociedad sin atención; la percepción se nutre de la dopamina y la adicción: “las redes sociales recurren a los adictivos algoritmos para convertir a las personas en dependientes y, de esa forma, controlarlas y dirigirlas. El smartphone es una máquina digital de adicción”. Lo mismo sucede con la Inteligencia Artificial, carente de espíritu. Sin atención creadora, es destinada al trabajo, al cálculo. Mientras el espíritu no se subordine a ella, es útil, si no, nos convertimos en esclavos de nuestras propias herramientas. En tanto la atención contemplativa profunda es orientada hacia lo duradero, hacia lo perdu-
Por otro lado, “la atención también presenta una dimensión social. Por eso su declive tiene graves consecuencias para las relaciones interpersonales. Tanto la empatía como el respeto se basan en la atención al otro. La sociedad se embrutece cuando pierde atención al otro. La carencia de ese tipo de atención genera un incremente de la violencia” en una formación social desempática.
En desacuerdo con el concepto de descreación de Giorgio Agamben, Byung-Chul Han formula un concepto alternativo: “La descreación nos conduce más allá de lo creado y nos acerca al acto divino de la creación. En cambio, cuando nos aferramos a lo ya creado, nos alejamos de la creación”. Por lo tanto: “bajo la presión de la
autenticidad, tratamos desesperadamente de ser algo, alguien. La autenticidad es lo opuesto a la descreación, que nos invita a no ser nada, nadie; a practicar la autorrenuncia. Y el imperativo de la creatividad, que obedece a la lógica neoliberal de la producción, nos impide ver la verdadera creación”. Este proceso continúa en la medida del formidable fortalecimiento del yo en la Modernidad, en la cual el yo se convierte en sacerdote de sí mismo, equiparable al empresario de sí mismo en el régimen neoliberal, en el individuo que se produce y es autor de sí mismo.
“La atención contemplativa profunda nos orienta hacia lo duradero, hacia lo perdurable y permanente”
Ante la termodinámica del poder, el ser humano se amplía y expande al máximo, por medio del sometimiento de los demás, cuando “el poder provoca que quien lo posea permanezca consigo mismo en el otro Aumenta el espacio de sí mismo en torno al otro. A través del poder, continúa en el otro”. Basado en el pensamiento de Simone Weil, el autor opone la termodinámica del vacío como ruptura con toda modalidad de poder, violencia y venganza sustentada en la simetría. En consecuencia, la ética del vacío constituida por un universalismo incondicional, como una comunidad mundial que supera cualquier nacionalidad, confiere
a la misericordia, a la amistad sin fronteras y a la sonrisa discretamente desinteresada ante el extraño, un compromiso voluntario permanente. La ética del vacío en calidad de ética de la descreación aniquila la economía del poder. El odio y la venganza surgen de la fuerza de la simetría. La termodinámica del vacío trasciende esta simetría al superar la dimensión de la acción y la reacción. Al perdonar al otro en lugar de provocar la venganza ante él, surge una armonía de alcance superior, una armonía del plano del vacío: “Quien perdona reconoce específicamente la alteridad — tanto la alteridad del otro como la de sí mismo—, que lo desliga de su imaginación.” Ya no es aquel ser disgustado, sino otro despejado.
Otra de las causas estructurales de la crisis de la religión y espiritualidad es la exterminación del silencio. Ya Nietzsche auguraba el ruido como causante de la crisis del pensamiento. El capitalismo es un sistema adverso al silencio. Mientras más genera productividad mayor es el ruido que produce, suscitando más capital para multiplicarse. Con el exceso de ruido el régimen neoliberal del rendimiento y autooptimización somete y subordina implacablemente al individuo moderno.
En contraste, el silencio contemplativo posibilita la autoobservación del pensamiento y genera nuevas modalidades de pensar. Tanto la filosofía como la poesía promueven la receptividad del espíritu a lo cualitativa-
Fotos: Archivo Palabra
mente distinto. En la medida en que éste se vacía y resurge del silencio. La prevaleciente comunicación estruendosa obstruye el acceso al silencio, mientras el silencio acerca el espíritu a la creación. El silencio es la matriz generadora de lo nuevo.
Actualmente, la belleza se encuentra privada de toda sacralidad y espiritualidad insondable. Como objeto de consumo pierde toda trascendencia y profundidad, redundando en la banalidad. Solo la atención contemplativa, que se demora, puede acceder a la belleza. Para Simone Weil, la belleza implica una exterioridad como otredad radical. La belleza es conformada no por la satisfacción, sino por el dolor. Como aduce el autor: “El dolor nos devela la realidad al establecer una estrecha relación entre esta y el cuerpo. Sin dolor no hay realidad, no hay presencia: ‘Dolor como testimonio del mundo’. Percibimos la realidad fundamentalmente a partir de sus resistencias, que nos duelen”.
Ante la profunda y extensa crisis civilizatoria, fincada en la hiperproducción, hiperactividad, hiperaceleración e hipercomunicación, el autor opone las ritualidades como espacios narrativos que confieren sentido y significado a la vida social, que propician el establecimiento de un hogar para el individuo desvinculado.
Basado en la como la concepción de inactividad, en la obra Simone Weil, como “acción inoperante” o “esfuerzo sin finalidad”, el autor plantea la acción poetizada, espiritualizada, cercana a la inactividad, a la poética sin objetivo, a acción sin finalidad, es decir, por medio de un silencio contemplativo que espiritualiza la acción humana, que sosiega la actividad hasta transformarla en inactividad.
Sólo a través de la inactividad contemplativa, que no restringe nada a un objetivo, que no labora ni produce, accediendo al mundo como belleza, confiriendo una mirada reflexiva, que se demora; sólo así será factible la vinculación, actualmente escindida, entre el espíritu y el mundo social. Asimismo, la posibilidad de una técnica espiritualizada permitirá el acceso a esa calma interior del ser, que escucha ese silencio tranquilizador impulsado por la meditación.
Finalmente, la verdadera plenitud del gozo no aparece en la rememoración del pasado ni en la proyección futura, sino en la fugacidad del instante. La felicidad es el instante. Surge como desocupación del tiempo, así como de la despreocupación del individuo moderno, sin un deseo premeditado. Es un acto de descreación en el cual el yo se esfuma y resurge en la verdadera creación.
Byung-Chul Han, Sobre Dios. Pensar con Simone Weil, Bogotá, Ed. Paidós, 2025, 135 páginas.
El sudcoreano de la filosofía bella
LPor Rael Salvador Escritor y editor raelart@hotmail.com
a manera de sonreír de Byung-Chul Han bien podría estar tomándonos el pulso de lo trascendente.
La pipa, en la comisura de sus labios, humea laberintos para que el Minotauro que nos habita se sustraiga de la banalidad y la filosofía no sea una belleza que carezca de riesgo.
Humos de suficiencia, claro está, y de una dinastía gloriosa que parte de Hegel, pasando por Kierkegaard, Heidegger y su imperio de palabras —y un largo etcétera filosófico— que, en su seducción sabia, llega hasta nuestras bibliotecas haciendo algarabía dialéctica.
No hay pudor en el peligro de pensar, en la luminosidad ardiente de la metafísica o en el desorden práctico del caos.
Su constelación libresca es una obsesiva baraja que, por igual, transpira su deliciosa obscenidad floral —sobre todo, en Loa a la tierra— combinada con los sistemas cósmicos de la reflexión, el descubrimiento quemante de las incongruencias, seguido del ensueño de un tiempo mejor, alejado de las trampas del trabajo y el luto del cansancio.
Byung-Chul Han es dueño de una claridad narrativa, destinada siempre a las armonías que cotizan alto en la comprensión y en el hecho estético de lo sensible: jardines, pianos, panes, vinos necios, mandarinas, tabacos de encuentro audaz, así como una estatuaria mediterránea, seguida de amigas de suave tranquilidad y apetencias caprichosas.
Bajo el signo de una timidez meditativa, su porte de hospitalarias bufandas berlinesas contrasta con la implacable violencia de su juventud (apenas 66 años incumplidos), enmarcada en la cabellera de un samurái a destiempo. Las manos siempre recelan en los bolsillos de su pantalón de pana, gesto propio de sus vagabundeos universitarios.
No posee la delicadeza de un boxeador urbano, sino que se ampara en la sinuosidad de un gato de
pasarela: su paz, como la de Kant, es la de las estrellas; su mirar es sinfónico, por eso Schubert, Mozart y los instintos.
Podría decirse que sus batallas se dan en el pentagrama terrorífico de las estaciones humanas, esa imperfecta suficiencia donde el mal ronda los amargos silencios de los antecedentes y la tecnificada abulia de todo sonambulismo.
El “siemprelúcido” Henry Miller acierta al observar que “mil millones de seres humanos lanzados en busca de la paz no se reducen, así como así, a la esclavitud. Somos nosotros los que, con nuestra concepción mezquina y estrecha de la vida, nos hemos hecho esclavos. Es glorioso dedicar la vida a una causa, pero los muertos no llevan a cabo nada. La vida exige que se le dedique algo más: espíritu, alma, inteligencia, buena voluntad”.
Por ello, este sudcoreano de la filosofía bella — amparado por el bermejo carruaje de la razón y las mil rutas de los soles inclementes—, apuesta por prenderle fuego a las paradojas de la irreverente política neoliberal.
No es zurdo, su vigor nace de los fantasmas del talento, de la más dotada magma de confluencias reflexivas. Y, en ese consonar de disonancias, ella — la filosofía crítica—, la amante primigenia.
Byung-Chul Han, filósofo.
SPRING BREAKERS: la treceava novela de Miguel Ángel Morgado
Por Gabriel Trujillo Muñoz
Escritor y poeta, autor de Espantapájaros y Tijuana city, tres novelas cortas. angel.gabriel.trujillo.munoz@uabc.edu.mx
Desde niño tuve la certeza de que los héroes son gente en apuros, personas como tú o como yo que luchan contra el oleaje del mundo, contra la ceguera y la indiferencia de su propia sociedad; seres empecinados para quienes la verdad debe probarse una y otra vez para no pisotear a nuestros semejantes, para darle valor a lo que hacemos. De ahí que, de mis obras literarias, la narrativa policiaca y la histórica son las que más se conocen, las que más público concitan. Y es que nuestras vidas están llenas de los relatos que nos contamos unos a otros, de las historias con las que hilamos la existencia comunitaria con la bitácora personal.
La prosa de ficción es la fronda de un árbol cuyas raíces se adhieren a las cosas cotidianas, a nuestras rutinas diarias como ciudadanos de un país, como habitantes de una época específica, como miembros de una sociedad en particular. Escribir novelas es, para quienes practicamos este viejo y venerable oficio, una forma de combinar lo que sabemos y lo que imaginamos, una forma de mezclar la naturaleza de nuestro mundo con los paisajes de nuestra fantasía. En México, la novela ha sido, mayoritariamente, un homenaje al pasado tanto como una promesa de futuro; un exorcismo de los fantasmas que como pueblo nos acosan: la libertad y la equidad, la injusticia y la rebelión, lo propio y lo ajeno.
Hoy que lo local es global y que lo propio, lo distintivo de cada pueblo o cultura es la materia prima para las artes contemporáneas, escribo de lo que me es propio: de mi gente y su pasado, de la vida al filo de la línea. Y lo hago con los instrumentos de la narrativa actual, con el lenguaje de mi tiempo y circunstancia, para dar voz a los que no han tenido voz en nuestra literatura: los inmigrantes de la frontera, los fundadores de las ciudades del desierto, los mexicanos de la periferia. Hay que escuchar todas las historias que son nuestras porque la creatividad se cultiva en
“Escribir novelas es, para quienes practicamos este viejo y venerable oficio, una forma de combinar lo que sabemos y lo que imaginamos”
casa, en las cosas que son muy antiguas y muy modernas, muy locales y muy globales al mismo tiempo. Es por eso que hago novela policíaca: para develar los misterios que son parte de mi comunidad, los nudos que nos aprietan con su sed de justicia y veracidad. Yo narro para no olvidar, para que ningún abuso, ningún atropello, quede impune para siempre. Mi narrativa es ficción, pero toda ficción es un deseo por cumplir, una frontera por cruzar.
Miguel Ángel Morgado, el protagonista de mis novelas policíacas, desde Mezquite Road (1995) a
Pistas falsas (2021), más que un detective es un exhumador de la realidad fronteriza, un escrutador de la violencia que nos afecta en múltiples formas. Un hombre aferrado a cruzar sin pasaporte hacia el otro lado de la ley y la justicia con tal de que la impunidad no quede sin conocerse, con tal de que la corrupción no quede sin revelarse. Su mundo es el ancho desierto del norte mexicano, pero sus aventuras han atraído a lectores de todo el mundo, desde la India a Nueva Zelanda, pasando por Francia, Italia, Alemania y Canadá. Morgado es un cruzado sin más armas que su terquedad, que su porfía, que su amor por la verdad. Por eso vive. Por eso lucha. Para que la justicia no sea una simple venganza ni el pasado una vil mentira. Para que la frontera no sea una apuesta en nuestra contra.
Morgado es el personaje más querido de todos los que he inventado, tal vez porque más que un investigador duro, es un fronterizo terco y entrañable, un hombre que nunca se da por vencido. Una persona que, por amar tanto a su tierra, la defiende a capa y espada: exhumando sus secretos mejor guardados, exhibiendo las contradicciones que la animan, exponiendo las heridas que le duelen. La más reciente aventura de este personaje mío se da en Spring Breakers (2025), publicada en la serie RedRum de librossampleados y teniendo como editor de lujo a Nahum Torres.
Esta colección Noir de autores mexicanos ha publicado escritores nuevos y veteranos que están contribuyendo al desarrollo de la narrativa policíaca en nuestro país. Entre sus publicaciones recientes se encuentran Ficción barata de José Juan Aboytia, 25 dólares por día de José Salvador Ruiz, Frontera porosa de Juan Carlos Ramírez Pimienta, Puede que no sean ángeles de Francisco Alejandro Méndez, Dalila de Héctor Arreola, El perro en llamas de Byron Quiñonez, Aquí nadie va a llorar de Mauricio Neblina y los dos tomos de Expedientes desclasificados del género negro de varios autores. En todo caso, esta serie es una vitrina para contemplar, como dice la investigadora francesa Cathy Fourez, “Toda la belleza y la barbarie del mundo y con una poética de la inquietud, la brutalidad sorda de los cuartos cerrados, las sórdidas rarezas de la potencia criminal, los cadáveres silenciados de la violencia institucional”.
un misterio del pasado fronterizo. Y es que Spring Breakers no es una novela más, sino que también es una celebración de 30 años de travesía narrativa de esta saga, cuya primera aventura se publicó por la editorial Planeta en 1995 y que, desde entonces, se ha convertido en una de las series policíacas más reconocidas de la narrativa policíaca mexicana. En esta ocasión, el misterio que debe resolver Miguel Ángel se sitúa en 1992, en los tiempos en que México y los Estados Unidos se encaminaba hacia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y era la época en que Nirvana dominaba el panorama musical. Tiempos de cambios y de violencias sin par.
“Miguel Ángel Morgado, el protagonista de mis novelas policíacas, más que un detective es un exhumador de la realidad fronteriza, un escrutador de la violencia que nos afecta en múltiples formas”
El treceavo caso de Morgado, el de esta nueva novela que lo tiene como protagonista, resulta ser
Como lo resume Héctor Arreola en la contraportada: “El hallazgo de diecisiete cuerpos a ambos lados del muro fronterizo entre México y Estados Unidos obliga a Miguel Ángel Morgado, abogado defensor de los derechos humanos, a llevar al límite su capacidad como investigador, pues las víctimas eran un grupo de estudiantes y maestros estadunidenses desaparecidos en 1992 cuando viajaban hacia una playa bajacaliforniana.
Para sortear semejante desafío contará con la ayuda del comander Lázaro Duarte, con quien tendrá que desenredar una oscura trama de corrupción y violencia. Esta entrega, la decimotercera de la saga de Morgado, confirma una vez más, porqué es uno de los iconos definitivos dentro del panteón de grandes personajes del policial mexicano, a la par de Belascoarán y el Zurdo Mendieta”.
En Spring Breakers vemos, además el comandante Lázaro Duarte, a otros personajes bien conocidos por los lectores de esta saga, desde el Jimmy, el jefe del club de motociclistas Los Cuervos, hasta Harry Dávalos, el agente fronterizo de la Seguridad Nacional de nuestro vecino del norte, que colaboran con Morgado en la resolución de este caso. Pero lo principal es que podemos observar en sus páginas la evolución de Miguel Ángel como un abogado que ha visto cómo la búsqueda de justicia ya apenas alcanza para una simple venganza y que ha aceptado que lo que más puede ofrecer a las víctimas, desde su posición como integrante de la Comisión Binacional de los Derechos Humanos, es la verdad sin adjetivos, sin reticencias. Una verdad rancia por el tiempo pasado entre el crimen y su resolución, pero verdad al fin que sirva de remedio para las familias de los desaparecidos.
En un mundo donde la violencia no deja de crecer y permear todas las actividades de la sociedad, un misterio del pasado, sin embargo, ofrece las pistas necesarias para entender cómo llegamos a donde hoy estamos, cómo de aquellos enigmas del siglo XX hoy tenemos las crueldades que nos agobian, los desconsuelos que nos agitan. Como el propio Morgado lo expone: “No hay justicia mientras la impunidad prevalezca, mientras sigamos queriendo borrar el pasado, mientras nos callemos lo que nos duele y nos incordia. La justicia no hay que considerarla como un ideal superior: es un trabajo diario. Algo que nos hace sudar, que nos mantiene en forma, que nos fortalece. Como toda actividad humana, está hecha de prueba y error. Es labor perpetua y, por eso mismo, está en nuestras manos el que todos la vean, el que nadie la ignore”.
De eso trata Spring Breakers, la nueva novela de Miguel Ángel Morgado, publicada a 30 años de su primera aventura en la república de las letras mexicanas.
Léanla para que sepan de qué se trata vivir en la frontera norte de México. Ingresen a sus páginas para que descubran que el pasado es cosa seria y sus verdades están llenas de misterios y emboscadas, de rastros polvorientos y sangre vieja.
Fotos: Cortesía
¿Cuándoempecé avivircomoartista?
Por Enrique Avilez Artista plástico y director de arte en escultura y relieve escueladeartepublico@hotmail.com
El más nítido recuerdo que conservo está entre los cuatro y cinco años: tomé un lápiz labial de mi madre amada, aquel juguete rojo bermellón se deslizaba alegremente, desparramándose en una pared blanca, con una calidad de línea realmente asombrosa. El mural sobrevivió mucho tiempo en silencio, sin críticas, porque elegí la pared externa posterior de la casa donde vivíamos, en plaza Santa María, muy cerca de la Misión, Baja Califor-
cio Cabañas. Lo que me provocó El hombre en llamas de José Clemente Orozco fue absolutamente inefable. Mis padres tuvieron que convencerme de que aquello no era obra de ningún gigante, sino de un artista, un hombre común… Entonces, guardé un profundo secreto en mi alma: cuando yo creciera, algún día, sería un artista, un “hombre común”.
Este Enrique Avilez era un niño sano y travieso, por primera vez confrontó un obstáculo directamente en dirección vertical, les explico como fue: a los seis años me subí a un árbol muy alto, una rama se rompió y me precipité, viví una nueva sensación de que un instante dura mucho o es la memoria la que se detiene, caí de cabeza contra una loza de cemento, se movieron los huesos del cráneo mío, desde entonces desarrollé una obsesión por tocarlo todo, una necesidad de saber si esto o aquello era real, al mismo tiempo un placer táctil o una memoria física de las cosas: piedras, árboles, tierra húmeda, tierra seca, animales, ¡todo!, excepto las nubes, el Sol, las estrellas, Dios… Pero si Dios está en todas partes, ¿por qué no puedo tocarlo? ¿No será una mentira, como Santa Claus, y todos hacen como que sí, para que les den regalos?
Rápidamente llegué a la adolescencia, curiosidad, dibujaba de todo… Murió mi padre. Cuando tenía 17 años, conseguí un trabajo como pescador en un barco camaronero, en Puerto Peñasco, Sonora. En cierta ocasión, el sistema de radio y comunicación colapsó mientras estábamos en alta mar, nadie le dio importancia porque el clima se mostraba favorable; antes de caer la tarde empezó una leve llovizna y, en la mitad de la madrugada, estábamos atrapados en una tormenta con relámpagos y vientos brutales como nunca he visto jamás; el barco de madera crujía con bravura, el capitán me pidió que lo amarrara al timón para no moverse de su sitio; comprendí que, si el barco se hundía, el capitán no tenía opción de nadar o flotar y moriría siendo “Capitán”; su valiente convicción me dio la gran lección de mi vida; me pregunté: ¿Quién soy? ¿Qué es lo que quiero hacer y hacerlo hasta el último momento? Esa madrugada tomé la decisión, “toque fondo”, recordé al niño mío quien me dijo que de adulto quería ser “artista, un hombre común”.
Poco después fui a la Casa de la Cultura “Altamira”, en Tijuana, y le pedí al maestro Carlos Castro que me aceptara como alumno de escultura; llevé una pequeña pieza que cabía entre mis manos, él la vio detenidamente y me dijo: “Nada tengo que enseñarte, estudia a los clásicos y a la naturaleza”.
Aunque todo se derrumbe, tú sigue en pie; el primer paso estaba dado, lo demás fue luchar contra mi mismo, desapegarme de lo que creía que yo era y finalmente abrazar mi soledad; me instalé en un modesto departamento cerca del parque Teniente Guerrero, en donde había una biblioteca muy completa; para solventar todos mis gastos dedicaba tres días a la semana para hacer rótulos, diseños, fachadas para comercios y subcontratar a electricistas y albañiles que me daban una comisión por cada trabajo que les conseguía, ¡viva Tijuana!; hacia bocetos rápidos que conservaba para disfrutar de su presencia o algunos de esos dibujos los regalaba o los canjeaba… Tenía algunos conocidos que me demostraban su afecto permitiéndome usar los patios de sus casas para desarrollar todo tipo de experimentos con materiales para pintura y escultura, ellos mismos me compraban mis prácticas para sus casas. Era intensa la retroalimentación de las exposiciones del CECUT, el Río Rita, la galería de la Casa de la Cultura “Altamira” y la galería de Nina Moreno.
La biblioteca del parque Teniente Guerrero se convirtió en mi consciencia, sus ventanas, en mis ojos. Maravilloso salón en donde entraba la luz más bella del mundo; por sus ventanas la luz, siempre presente, en el solemne silencio de la lectura, una larga lista de palabras escritas para consultar en las enciclopedias, cada libro me daba más material para nuevas consultas; los libros entraron en diferentes categorías que poco a poco le dieron sentido al pensamiento; evité los temas de cronologías falsas e ideologías vacías, estudie esos temas desde el ángulo histórico o filosófico, por ejemplo: el Tratado teológico político de Baruch Spinoza, el gran libro que me dio las respuestas que en ese momento yo necesitaba, un libro absolutamente maravilloso, escrito por un ser humano valiente, que hizo la revelación del secreto y descubrió la rebeldía del encuentro, en otras palabras; la naturaleza creada y la naturaleza creadora. De puro gusto quiero mencionar a Platón, no tanto como un filosofo sino como un movimiento plural y multiforme, que sacudió estructuras griegas con un Sócrates sereno, confiado en el orden perfecto, más allá de los mitos de su tiempo… Al paso de los siglos Platón, penetró en los romanos, en su política, en su religión… Casi nueve siglos después de su muerte física, sus ideas entraron en la casa de la sabiduría de Bagdad, y cuando la vieja Europa estaba en el oscurantismo, regresaron unos pergaminos filosóficos a la escuela de traductores de Toledo en el siglo XII… Platón fue traducido, no del griego sino del árabe al español, y después a otros
idiomas. ¡Nada despreciable ese poder de las ideas!
colina, el momento de la respuesta, la recompensa, el placer de saber, porque finalmente lograste la concentración. Hablando de arte, los caminos son infinitos, algunos artistas prefieren el accidente justificado, quizá nunca tuvieron la intención de comunicar algo y lo definen como arte abstracto; algunos otros son verdaderos perfeccionistas, obsesivos con el detalle, aprenden anatomía, composición, las leyes de la luz, su enfoque es quirúrgico y persistente. Cada quien encuentra su camino, lo importante es la acción, la voluntad y, de vez en cuando, un acto de conciencia; ¿por qué hago esto? ¿Es cierto lo que otros dicen?
Desde siempre he mantenido un constante ejercicio de avanzar dos aspectos importantes de mi vida: uno como artista y el otro como padre; lo más difícil es ser padre, es infinitamente más complejo.
“Entonces guardé un profundo secreto en mi alma: cuando yo creciera, algún día, sería un artista, un hombre común”
Muy bien. ¿En qué momento empecé a vivir del arte? Después de esa intensa formación autodidacta, volví a Puerto Peñasco y abrí un restaurante-galería, pero no era lo mío. Ya tenía 20 años, decidí ir a Tonalá, Jalisco, en donde tuve la fortuna de aprender directamente de los más humildes y auténticos maestros que me transmitieron sus conocimientos y secretos del comportamiento del barro, también aprendí la talla directa en piedra, la piedra es pasión, el barro es caricia, abrí una galería, tuve socios e inversionistas para un taller de producción con una docena de personas, todas y todos muy buenos en lo suyo. ¿Recuerdan El viejo y el mar, de Ernest Hemingway? Pues, igualito. Tenía la pasión, pero había crecido en la dirección equivocada; trabajaba mucho y no tenía tanto tiempo para hacer lo que más me gustaba: mi propia obra. En mi mente brotaban frases de todas partes; cada fracaso es un manual, la fortuna favorece a quien se levanta. Yo creo en el arte que sana. Decidí vender la empresa y dedicarme a proyectos más humildes que me permitiesen conservar mi soberanía.
El enfoque es difícil. La gente me pregunta ¿cómo puedes tener tanta paciencia? La verdad es que es un proceso desagradable, porque el placer inmediato de la distracción no se puede comparar con la sensación incomoda de vacío e incertidumbre previo a una solución propia. La concentración, el enfoque exige que te olvides de lo que no necesitas, hasta quedar de frente a esa situación que te da miedo o molestia. Los científicos le llaman el momento de la acetil-
Después de mucha vagancia regrese a este puerto, fuimos bien recibidos en el Centro Artesanal de Ensenada, en donde crecieron nuestros hijos, Baruc y Philip David, también mi hija Yojana. Se hacían las fiestas de los niños corriendo por docenas, como cardúmenes, de un pasillo a otro en la plaza, con la característica algarabía de la alegría infantil, ante exposiciones de arte de Alfonso Arámbula, José Jule, Diana Domínguez o Cristina Rendón… reuniones bohemias, con guitarra y voz de Adalberto Pérez Meillón y Daniel Quero, el oaxaqueño que vendía un café adictivo; ni hablar de los pasteles de San Antonio de las Minas que vendía Mónica Flores, por si fuera poco al cruzar el boulevard estaba la tertulia de Ceci Bitterlin: fiesta, compra y venta de arte todos los días… ¡Qué tiempos aquellos! También empezaba la efervescencia del vino; bodegas de Santo Tomas, en el año 2000, estaba vendiendo unas cajas de Cabernet Sauvignon de 1980, ¡20 años! Algunas botellas sólo tenían pedazos de etiqueta, cada botella costaba 60 pesos porque nadie podía asegurar si aquello era un buen vino o un buen vinagre, compramos una buena cantidad de botellas y las descorchamos con antelación en una de tantas fiestas (sólo una salió avinagrada); esa noche, Pavel Cortez y Armando Courtade jugaron ajedrez hasta que llegó Manuel Acuña y les advirtió que ¡ya ninguno de los dos tenía rey!
Me gusta aprender y distinguir cuando se trata de propaganda y manipulación, es importante encontrar tu propia voz para que no termines admirando una escultura invisible, eso es una burla, mucho del arte no estético sirve para hacer fraudes, igual que el concepto moderno de terrorismo semántico: cambiar el significado de las palabras o las cosas, hasta que el pasado se vuelva irreconocible, por eso es tan fácil que te vendan la formula “infalible” de construir el futuro destruyendo el pasado.
El mundo tiene infinitas opciones que te ayudan a encontrar tu propia esencia, misma que compartes con el mundo creando armonía en tu entorno.
Fotos: Cortesía
ESTAR NEPANTLA
Llegó mi libro extraviado
PPor Eduardo Cruz Vázquez Periodista,
gestor cultural, ex diplomático cultural, formador de emprendedores culturales y ante todo arqueólogo del sector cultural angol97@yahoo.com.mx
or angas o por mangas, entré a la etapa en la que de muchos detalles no me acuerdo. Se volvió irrelevante si me ocurre con gente de mi calibre o con los más o menos jóvenes. Y de pronto la nada. En blanco. O de plano las tentativas de verdad que quizá sean invenciones. Ya saben: comienzan a hilarse diálogos sobre acontecimientos, anécdotas, hechos, películas, recuerdos, momentos laborales, crisis amorosas cuando de pronto… pues fíjate que no lo tengo claro ya, querida, querido, queride. Pero lo cierto es que después de 26 años llegó a mis manos el ejemplar de un libro de arte en el cual tuve parcial y atropellada participación.
De hecho, lo di por perdido poco tiempo después de publicarse. Lo pedí y me lo negaron. Mi corta estancia como director de Publicaciones del Archivo General de la Nación (AGN) impidió tomar el volumen que por derecho me asistía. Por invitación de la entonces directora general del AGN, la querida Patricia Galeana llegué al puesto. En unas cuantas semanas del ya avanzado año de 1999, antes de que la historiadora decidiera asumir la secretaría ejecutiva de la naciente Comisión Nacional de los Derechos Humanos, saqué del atorón al lado de mi admirada amiga Mayra Maekawa y de Miguel Hernández Olvera, mi gran amigo, acucioso investigador y fotógrafo ya fallecido, una treintena de libros que debían irse a imprenta antes de que concluyera el año.
Entre ellos estaba el que adquirí, usado, bastante manoseado para fortuna del autor, en Mercado Libre por 486 pesos, a principios de noviembre. Se trata de la monumental investigación México. Un siglo en imágenes 1900-2000, de Aurelio de los Reyes. Fue en abril de este 2025 que el querido amigo, exdiplomático y escritor Edgardo Bermejo me mandó por WhatsApp una imagen de la portadilla y de la página legal donde se lee Producción general Eduardo Cruz Vázquez Director de Publicaciones. Se topó con la obra como parte de sus estudios de maestría en el Instituto Mora.
“Ya saben: comienzan a hilarse diálogos sobre acontecimientos, anécdotas, hechos, películas, recuerdos, momentos laborales, crisis amorosas cuando de pronto…”
Cuando la doctora Galeana dejó el AGN, la producción del montón de libros quedó en manos de quien me sustituyó, pues ipso facto me pidieron la renuncia. El secretario de Gobernación era el oaxaqueño y exgobernador Diódoro Carrasco. Pero la edición de Aurelio de los Reyes, enmarcada en las celebraciones del cambio de mileno, topó con problemas adicionales a los propios de una producción tan delicada debido al tamaño, el número de fotografías, la selección a color, la encuadernación, etc.
Al estar dividido por décadas, el secretario Carrasco puso objeciones a la selección del investigador en el apar-
tado de 1990 a 2000. Vaya periodo: los presidentes Salinas y Zedillo, el TLCAN, la irrupción del Movimiento Zapatista, la pérdida de la mayoría priista en la Cámara de Diputados y el triunfo de Cárdenas en el otrora Distrito Federal, entre el chorral de sucesos.
El caso es que ya no me acuerdo del desenlace, si finalmente quitaron unas imágenes y pusieron otras para complacer al secretario. Impresa la obra la guardaron un tiempo y la distribución fue a cuenta gotas, selectiva, creo. Felizmente ya está aquí conmigo.
Abrazos y gratitud. Felices fiestas de Navidad y Año Nuevo
Imagen: Cortesía
GLA PALABRA GRACIAS
Alguien te pasa un vaso y si le dices gracias ya no le debes nada; ante su amabilidad, le has contestado con la tuya y completas el círculo
Por Martín Caparrós
Escritor y periodista argentino, autor de El hambre y Ñamérica
@martin_caparros
racias a Dios sus gracias no tienen gracia así que nadie se las agradece, pero es graciosa y agraciada y, aunque no le hace mucha gracia, gracias a eso les cae en gracia a muchos — se podría decir, por ejemplo, y gracias que no se dice.
La palabra gracias abunda, pulula, se cuela en todos los rincones. Gracias tiene muchos significados, pero la enorme mayoría de las veces se la usa para agradecer al interlocutor por lo que ha dicho, hecho, prometido. No muchas palabras se pronuncian con esa frecuencia y, sin embargo, nunca me había preguntado qué decía cuando la decía.
Me pasa cada tanto: la extrañeza de dar un paso atrás, cambiar la perspectiva y repensar alguna de esas cosas que uno hace sin pensarlas.
Chocar con una palabra, por ejemplo, que siempre dije sin saber qué estaba diciendo en realidad. Así que una vez más tiré del hilo y, como tantas otras veces, apareció una cruz.
En cualquier caso, en el origen, decir gracias era desear gracias: la persona que decía “gracias” a alguien estaba pidiendo a quien reparte gracias que le entregara alguna a quien lo había ayudado. Entonces la cuestión, como tantas en las religiones, queda tercerizada: tú hiciste algo por mí; yo no hago algo por ti sino que pido al superpoderoso que lo haga, que te recompense. Sería, en última instancia, como decir “que Dios te lo pague”. O sea que, en el origen, decir gracias es asumir que hay un ser superior que nos regala cosas y pedirle que se las regale a fulano o mengano. (No es así en todos los idiomas. En portugués, por ejemplo, gente seria, el sujeto agradece diciéndose “obrigado”, aceptando su propia obligación sin esconderse detrás de ningún dios.)
“Gracias tiene muchos significados, pero la enorme mayoría de las veces se la usa para agradecer al interlocutor por lo que ha dicho, hecho, prometido”
Las gracias están muy incrustadas en la tradición de los cristianos: las definen como “un favor o don gratuito concedido por Dios para ayudar al hombre a cumplir los mandamientos, salvarse o ser santo”. Y, recíprocamente, la “acción de gracias” era la ceremonia con que un grupo agradecía a su dios porque les había dado una buena cosecha, una buena masacre, un buen botín de esclavos, un monarca, alguna de esas cosas que suelen dar los dioses.
Dar las gracias es, en síntesis, poner en marcha el mecanismo de la creencia: una muestra más del poder de una religión tan incrustada en nuestras vidas que incluimos sus principios sin saberlo, la practicamos sin querer.
Y lo decimos mucho mucho: ahí afuera en el mundo, en la vida de todos los días, no debe haber diez palabras que repitamos tanto. La palabra gracias suele ser un lubricante de las relaciones más o menos personales: alguien te pasa un vaso y si le dices gracias ya no le debes nada; ante su amabilidad, le has contestado con la tuya y completas el círculo. El problema es que suele sonar falsa, hueca, pura formalidad. Se dice gracias por rutina, porque es lo que se debe, por “buena edu-
cación”: es una palabra devaluada por el uso descuidado, por la circulación obligatoria, y no es fácil convencer al otro de que se lo estás diciendo de verdad.
Entonces todo se complica, porque la palabra gracias puede referirse a cuestiones y magnitudes muy diversas. No debe haber muchas que pronunciemos en situaciones tan distintas, con intenciones tan distintas: de lo más formal y distante a lo más verdadero, lo más intenso e íntimo. Usamos la misma palabra para el desconocido que te abre la puerta de una tienda y para el amigo que acaba de hacer por ti ese sacrificio que te salva.
Así, suele ser complicado agradecer en
serio. Decir gracias y hacer sentir a alguien que realmente te ha importado lo que hizo requiere muchos adjetivos —mil, millón, muchísimas— o un esfuerzo expresivo importante. Parece tonto pero es muy difícil, y hay quienes dicen que sólo dejaría de serlo si usáramos una palabra para el desconocido que te abrió la puerta y otra para el amigo que te salvó la vida. Inventar, dicen, un gracias verdadero para los casos verdaderos y, así, dejar el gastado para las formalidades —o todo lo contrario. Es una idea interesante y, gracias a Dios, nadie le va a hacer caso.
Y gracias a Dios, ya queda dicho, es una redundancia.
Imagen: Las tres
gracias , de Antonio Canova.
NOVEDAD EDITORIAL
NARCOCULTURA Y LAS PALABRAS DE LA TRIBU
Avance del libro Así llegó la violencia (Tijuana Metro, 2025), del escritor Leobardo Sarabia, edición que circula a partir de la primera semana de diciembre
Por Leobardo Sarabia Escritor, editor y promotor cultural. Autor de libros de crónica y ensayo. Su libro más reciente es Aforismos de la epidemia (Tijuana Metro, 2022) Editor en Imprekor y director del Festival Tijuana Interzona. sarabialeobardo@gmail.com
Es posible que la narcocultura haya estado ahí, desde hace tiempo. Recluida en zonas rurales, en rincones de la ciudad, siguiendo la ruta de la migración, en los vecindarios de las nuevas tribus urbanas, fundando espacios de diversión con ciertas contraseñas: atavíos, memoria rural, habla distintiva, personajes a quienes seguir. Modos de ver el mundo en el horizonte de ciudades medianas y en la interminable zona de los márgenes sociales.
Las noticias de una nueva cultura urbana se abren paso. El narcotráfico fomenta sus propias realidades. Música, vestimenta, verbalismo, una visión del mundo, acelerada por un puñado de verdades belicosas. En las ciudades-rehenes del trasiego de droga, vemos como se normaliza un catálogo de reacciones y formas de enfrentar la crisis. Aspectos muy visibles, la cultura del triunfo fácil, desarraigo, desempleo, la marginación social, y una visión resentida o nihilista, al habitar la ciudad. Estos factores van al encuentro con una juventud, desinformada, apática, alejada de la cultura, que resulta un blanco fácil para su expansión. Este es el paisaje donde se da la asonada urbana, la violencia en las calles, la cultura de la impunidad y el destino de las nuevas ciudades, saboteadas en su proyecto básico, de ser espacios urbanos, medianamente civilizados.
“Música, vestimenta, verbalismo, una visión del mundo, acelerada por un puñado de verdades belicosas”
La narcocultura no requiere de explicaciones, hay que verla en acción. Simplemente sucede. Imágenes proliferantes. Actitudes, mística, comportamiento machista, una vaga conexión con lo rural, que persiste, que sigue ahí. No tiene manifiestos, ni escritores que la justifiquen, ni una lista de atributos. Se la encuentra al salir de casa, al subir al transporte público, en la interacción con los otros. La vestimenta de los jóvenes, prendas rurales como la hebilla del cinto y el sombrero vaquero, las camisetas estampadas con el rostro de narcos. “Los señores”. “Los viejones”, futura carne de presidio. Idealización de los transgresores de la ley, que dominan el campo, las ciudades, rutas y carreteras. La música importa mucho en la comprensión de la narcocultura, da claves, permite identificar escenas y aspiraciones. Los narcocorridos resumen ese ambiente. Melodías con letras simples, reiterativas, que no aspiran a la poesía, ni siquiera al registro costumbrista propio de los viejos corridos, sino que son letras facilonas que describen un horizonte vital, en permanente disputa. Los héroes elegidos son traficantes, sembradores de yerba, dealers de fentanilo, repartidores de crack y cristal. Alucines, rifados y maicerones: la plebada. También, músicos y cantantes que circulan en torno de ellos. Se crea una épica de falso heroísmo, machismo proverbial, temeridad y ansiedad por el dinero. Con un discurso fatalista de confrontación, que crea ídolos repentinos o se refugia en la camaradería cervecera. Que se opone de manera rutinaria o defensiva al gobierno (“los federales”), a los perseguidores de Estados Unidos: “los americanos” o “el gabacho”.
¿Antecedentes a la vista? La migración con sus rutas de tránsito hacia el norte y el relato dramático de esa experiencia en la memoria de muchos. Música de banda en pueblos, mirada provinciana del
mundo, formas simples de divertirse, la convivencia entre iguales. Artistas en ferias ganaderas, carreras parejeras de caballos a descampado. Afeites femeninos que evolucionan hasta la buchonería y se transforman en coartada consumista y desfile de marcas. Fiestas patronales en las sindicaturas rurales. Concursos de belleza, a imitación del carnaval de Mazatlán, muchas veces con votos comprados de antemano. Un cancionero memorizado que el radio transmite obsesivamente. Jalar la banda y pasear
por las calles polvorientas del pueblo costero. Así se vislumbra el pasado no muy lejano.
¿Qué trae la migración rural a las ciudades de la frontera? Una nueva población que habita en las colonias y trabaja en fábricas, la maquila o en el comercio informal (ese reino metafísico que multiplica el desempleo). Otros cruzan en la frontera. Llega el migrante a las ciudades forasteras; se agolpa en las centrales camionera, intenta descifrar esa encrucijada, desconoce la cartografía de la ciudad. Piensa que es una estación de paso, como lo fue tanto tiempo. El cruce hacia Estados Unidos se complica y de repente, el forastero adopta la nueva ciudad, y es adoptado. Comienza el arraigo y otro destino. Aquí, las conexiones familiares son esenciales, la trama del paisanaje (hermanos, tías, cuñados), que prestan ayuda solidaria indispensable. Más tarde, confirma su identidad como local y sus señas culturales también se afianzan en la nueva ciudad, ya vista como suya.
“Una síntesis expresiva de una sociedad que se rehace de continuo, con las decisiones cruciales de la sobrevivencia”
es una épica familiar que se va olvidando, al paso de las generaciones. Memoria de la tierra abandonada. La migración, de norte a sur y de sur a norte, anima un intercambio de vivencias, un sustrato complejo de tradiciones culturales. El migrante viene al encuentro de los dialectos urbanos (el que trae y los que encuentra en barrios y bulevares). Un mecanismo de arraigo. Como ejemplo: en un tiempo, el habla sinaloense se contamina de spanglish, y algo del léxico cholo y de la contracultura de los pachucos, que bajó a la frontera desde Los Ángeles.
Los migrantes traen un legado memorioso, un sentido del humor cercano al refranero y a la experiencia rural, una organización familiar ligada al matriarcado; un lenguaje propio, con arcaísmos y contracciones eficaces, que alegran la conversación. Y el latido permanente por el regreso. La migración
Con la llegada y auge de las redes sociales, se multiplican las conexiones posibles. La narcocultura encuentra su mejor instrumento; emerge como una mole en la vida diaria, se extiende, atraviesa fronteras sociales. El corrido evoluciona, se hace alterado, después tumbado. Tradiciones serranas se combinan con creatividad urbana. El marketing le da a esta música un nombre neutro e insípido: Regional Mexicano. Esta industria musical tiene una visible conexión con el lado estadunidense: los mexicoamericanos son un público inmenso, hay estudios de grabación y una proyección más agresiva que extiende los territorios —vivenciales o digitales— de la narcocultura. Los nuevos corridos son pieza esencial. Una lirica desconfiada, bronca, sentimental, que captura un espíritu de época, nociones colectivas y una
saludable rebeldía lumpen. Hace la crónica con obsesiones inevitables: el negocio de la droga, héroes delincuentes que mueren jóvenes (alhajados, macizos, desafiantes), una idea del valor, de la traición y la venganza. Un machismo sin filtros, altanero, anterior a lo políticamente correcto. Historias aceleradas, con heroísmos estériles, tragedias familiares, el hechizo hipnótico de la muerte. Fijaciones, expectativas y agravios. Una sucesión de personajes, incidentes atroces, destinos al límite. Algo de cursilería romántica, distinta a la del bolero y la balada urbana. Una síntesis expresiva de una sociedad que se rehace de continuo, con las decisiones cruciales de la sobrevivencia. El ideario de la narcocultura conlleva una táctica de evasión, la posibilidad de vivir otras vidas, plenas y satisfactorias, que no sea el diario batallar como taxista, mesero, secretaria, estudiante eterno u obreros de la maquila. En los tianguis y swap meet de las ciudades de frontera se hallan las mercaderías diversas, el vestuario y sonido, el consumo fetichista de la tribu. El árbol de las direcciones. Seguir a ciertos cantantes o grupos, ir a sus conciertos. Trances imitativos con una legión de wannabes (el caso de los mangueras). Repetir los relatos de caciques rurales, gomeros y bandoleros en fuga. La experiencia de cruzar la frontera. La violencia es el lenguaje natural de esta comunicación. La veneración a santos laicos, o bandidos generosos. O a criminales ejecutados, como es el caso en Tijuana, de Juan Soldado. La celebración de la muerte es un rasgo de identidad. Se adoptan lemas, frases lapidarias, imágenes de héroes populares (de Tony Montana a Jesús Malverde o el Chino Ántrax). ¿Cómo se lee esta celebración narcófila de la gente? Una sensación de impaciencia ante la realidad. La voluntad de hacer algo que cambie todo de golpe. Una mirada binaria sobre alternativas en la vida cotidiana. Una educación sentimental básica, demandante, cortoplacista. Un acompañamiento de emblemas rurales y urbanos, que hacen mala combinación.
De esta manera, vemos que la narcocultura llegó para quedarse y de nada sirven las reacciones autoritarias, la censura o el recurso de criminalizar estas vivencias culturales. Tiene fuerza orgánica, narrativa propia y legión de seguidores. Sus atributos reflejan pulsiones vitales o enérgicas tendencias en nuestra sociedad. Crónica de vivencias actuales y aspiración a lo distinto. La narcocultura como una zona de espejismos, infatuaciones y decisiones erradas. Recreación de un mundo alterno para evadir el deprimente que se conoce. Reflejo de los deseos, gustos y sueños de miles de personas, al ritmo trepidante de música de banda y tiroteos en la calle.
Juan Soldado, ícono fundacional de la ciudad de Tijuana. (Foto: Guillermo Buelna).
ENTREVISTA A RAQUEL LARSON GUERRA
Por Elizabeth Cazessús Poeta y artista de performance.
Autora de Mujer que vuela y Desierto en fuga. Su obra ha sido traducida al inglés y al polaco. enediana77@yahoo.com.mx
Conozco a Raquel Larson Guerra en el encuentro “Letras del mundo” (2025), en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. En su charla-conferencia, llamada “Correspondencias: Diálogos y Cartas”, con motivo del Centenario de Rosario Castellanos, nos habla de su familia. Le solicito esta entrevista en el revuelo que ha sido retomar la figura y el legado de la vida que envuelve a la autora de Poesía no eres tú y Mujer que no sabe latín.
Psicoanalista clínica. Sobrina política de Rosario Castellanos (1924-1974). Hija de María Guerra —feminista, comunista y poeta con estudios latinoamericanos— y del educador finlandés Sam Víctor Larson Kuuti; sobrina del filósofo Ricardo Guerra —esposo de Rosario Castellanos— y prima de Gabriel Guerra Castellanos.
Elizabeth Cazessús: Desde sus orígenes —partiendo del nacimiento, hasta la etapa profesional—, ¿cómo se define Raquel Larson Guerra?
“Soy maestra de inglés desde los 15 años, y después de Educación especial. Estuve en Nicaragua en 1980, alfabetizando”
Raquel Larson Guerra: Nací en 1962, después de la migración de mis padres a Distrito Federal, mi ciudad natal. Estudié un año de economía, terminando el bachillerato, en 1979. Soy maestra de inglés desde los 15 años, y después de Educación especial. Estuve en Nicaragua en 1980, alfabetizando. Después de economía, cambio a estudiar psicología en el año de 1981. Transito entre la psicología clínica y psicología educativa, en el marco de lo social y político. Coordino una comunidad terapéutica, de cuidados, que hemos ido construyendo de manera colectiva a lo largo de nueve años; un proyecto que viene de lejos. Nos llamamos “Reflexiones comunidad”. Actualmente hago trabajo clínico. Me interesa el “trabajo en territorio”, como diríamos ahora, en las “distintas territorialidades”. Un psicoanálisis que intenta transformar y comprender las causas de tanta ruptura social e ideológica a lo largo de mi carrera. Realicé una maestría en Psicoanálisis por la UNAM, en 2000.
E.C.: ¿Qué significa para ti esta celebración de tu tía política, a 100 años de su nacimiento?
R.L.G: Un hilo conductor feminista, muy inteligente, filoso y filosófico. Para mí Rosario resignifica recuerdos en mi infancia. En 1971 y 1972, ella vive en
Avenida Constituyentes. Al morir mis abuelos —Delfina en 1961 y Jorge en 1962—, Ricardo compra la casa donde vivieron. Viví muy cerca de mis primos hasta mis nueve o diez años. En ese tiempo mi madre se divorcia, y Rosario también; para bien o mal, se reconfiguran los sistemas familiares. Era bonito verla cada año que venía como embajadora, quererla y admirarla; ver a Gabriel y juntarnos con primos, tíos y tías hasta 1974, año de su muerte. Era mi tía embajadora, pero no la había leído.
En 1991, mi madre decide hacer grupos de reflexión con mujeres, camino a su militancia feminista. Titulados “Rosario Castellanos, meditación en el umbral”, con el que iniciamos los talleres. Durante 30 años hacemos grupos de reflexión política, pedagógica y de escritura. Mi papá vivía en Chiapas y fui a Comitán a mis 14 años, conocí toda la zona y empecé a leer algunas cosas hasta el 2011, que muere mi padre. Esa es mi historia con Rosario.
A 100 años del nacimiento de Rosario Castellanos, la pienso desde mi línea familiar, genealógica, desde su ser “genia”, para reencontrarme con Gabriel, mi primo, y recuperar espacios mágicos: cajas, fotos y cartas,
publicación de nuevos libros. Puedo dimensionar mi historia personal con una construcción que viene de un ambiente donde siempre se leía, platicaba, reflexionaba, y donde se nos instó a un pensamiento crítico, de parte de mi tío Ricardo Guerra, como filósofo, con mis tías dedicadas a la educación. Veo cómo los pensamientos de Rosario, en su grandísima capacidad de escribir, está llevándonos a lugares muy bonitos de transformación, hasta abrir mi caja de recuerdos. Para este centenario, Andrea Reyes me busca y Marisa Trejo Sirvent me invita a participar en este encuentro y, en tres días, escribo “Correspondencias”.
“Recuerdo esa Navidad en (…) que habían desaparecido a Alaide Foppa. Entonces tome conciencia de lo que implica la desaparición forzada y me impacto mucho”
E.C.: En la conferencia comentaste sobre la relación de tu madre con Alaide Foppa… ¿De qué manera influenció en ti?
R.L.G: Alaide Foppa aparece por la relación que tuvo con mi madre, su activismo político y la revista Fem. En realidad, a ella la vi alguna vez. La muerte
va marcando nuestras memorias. Mitos e historia de algún modo definen nuestra propia historia personal. En 1980 me fui a Nicaragua. Mi mamá estaba muy activa en el Frente Nacional por la Liberación y los Derechos de las Mujeres (FNALIDM). Ahí escuchaba a todas estas mujeres activistas. Lo que recuerdo conscientemente es la Guatemala de la guerra sucia y la represión. Sabía lo que pasaba en Centroamérica. Mi mamá estaba muy cercana a la solidaridad, participaba en las pláticas, y conocí a guatemaltecos y guatemaltecas. Mi padre vivía en Tapachula, Chiapas, y sabía que estaba militarizada la frontera sur. Recuerdo esa Navidad en donde María llegó llorando a casa diciendo que habían desaparecido a Alaide Foppa. Entonces tomé conciencia de lo que implica la desaparición forzada y me impactó mucho. Mi mamá admiraba mucho a Alaide Foppa, le dolió muchísimo. Sentía mucha impotencia y rabia. Alaide Foppa viaja a despedirse de su madre octogenaria, cuando la secuestran en el aeropuerto y
ya no aparecería más. A mí me fue marcando la actividad política de mi madre y la historia de migración de mi padre, mi conciencia de estudiar en el CCH (Colegio de Ciencias y Humanidades, UNAM) y leer periódicos. Convivir con mi madre periodista y con otros periodistas. Descubrí que hay historias terroríficas, relatos falsos. Alaide Foppa nos dejó una grieta. A mí me marcó su ausencia.
E.C.: Se dice que el feminismo ha tenido diferentes olas. ¿De qué ola del feminismo te consideras?
R.L.G: No podría definirme en ninguna ola. Recuerdo Acapulco y Morelos de viaje en los 70, con padres y madres que eran feministas. Mis primeros feminismos son lecturas en inglés: El señor de los anillos de Tolkien, hasta The Golden Book (El cuaderno dorado) de Doris Lessing y la biografía de Ángela Davis. Feminismos que venían de mi abuela gringa, estadounidense, de origen finlandés, con la que crecí. Leíamos mucho. Y de mi mamá. Ella se hizo muy cercana a los movimientos latinoamericanos. En ese sentido, mi feminismo es latinoamericanista. Mi papá era un hombre filósofo, gringo, estadounidense, que vivió y estudió en Minnesota. Estudió filosofía y es de la misma generación de Bob Dylan. Era, en su ambiente, un tiempo muy feminista. Deja la Universidad y emigra a México en 1961. Mi papá no volvió nunca a su país.
E.C.: Viajaste a Guatemala en los 80 y Efraín Ríos Mont estaba como Jefe de Estado. ¿Cómo recuerdas a esa Guatemala?
R.L.G: Mis hermanos y yo viajábamos a Guatemala dos o tres veces al año, en circunstancias que nada tenía que ver con la familia, ni con la historia de Guatemala, ni con la solidaridad, sino con mi padre, quien en 1980 fundó el Centro de Idiomas de la Universidad Autónoma de Chiapas. Él vivió en la frontera 23 años, y poco a poco se fue haciendo de amigos. Cumplí 20 años cuando mi papá tenía 45. Finalmente, él decide mudarse a vivir a Guatemala. Tres años en Lago Atitlán y Panajachel, junto con amigos excombatientes. En fin, era un ambiente muy interesante, pero muy pesado. Fundó un bar-restaurante “The Last Resort” y vivió allá, como te digo, tres años. Caminábamos con él por las calles de Guatemala siendo adolescentes, viendo tanquetas y sabiendo del horror de los “kaibiles” (soldados de élite del ejército de Guatemala). Era como conocer la Guatemala de mi familia y de la gente que se quedaba en casa. Y que claramente estaban contra la dictadura. Era raro cruzar fronteras y territorios. Fue un tiempo muy raro.
María Guerra, en compañía de Rosario Castellanos (Archivo familiar).
Frankenstein y los días por venir
LPor Daniel Salinas Basave
Ensayista y periodista. Reside en Tijuana desde 1999. Autor de Juglares del bordo, El lobo en su hora y Bajo la luz de una estrella muerta danibasave@hotmail.com
a tarde del pasado domingo fue consagrada a ver Frankenstein de Guillermo del Toro. En cuestiones de cine yo soy brutalmente ignorante. Las películas se dividen entre las que me aburren y las que me gusten y Frankenstein me gustó un chingo. Es una gran película, una obra mayor. Punto. Aquí no caben medias tintas ni ambigüedades. Es una película muy chingona y si no la han visto, en verdad les recomiendo que la vean.
Miren colegas, cuando dejo por un momento la estepa de las palabras para adentrarme en el imperio del Homo Videns, lo único que deseo es que las imágenes sean contundentes, fascinantes, seductoras y en ese sentido Guillermo gana por goleada. Qué belleza de fotografía. Una atmósfera visual capaz de sumergirte desde el primer instante. En cuanto a la trama, hay unas cuantas alteraciones respecto a la obra de Mary Shelley (no spoilers, please), pero las perdono. Amante de los monstruos, creo que Del Toro se enamora de la criatura y la hace aún más linda y amable de lo que es en el relato de Mary. Guillermo es también un Víctor Frankenstein, pues ha sido siempre un creador de monstruos, pero en ese caso creo que se enamoró de su creación y se nota. La manera en que la bestia se comporta con Elizabeth es tal vez la más evidente. Acaso la primera y más notoria alteración es cronológica. Frankenstein fue publicada en 1818, Mary murió en 1851 y Del Toro fecha su obra (innecesariamente) en 1857.
Mary Shelley concibió el Frankenstein durante su estancia en la mansión de Villa Diodati a orillas del lago de Ginebra, a donde fue invitada junto con su esposo Percy por el extravagante Lord Byron durante el oscurísimo verano de 1816. Durante esa legendaria estancia habría nacido también el Vampiro, de la pluma del pobre e incomprendido Polidori, médico personal de Byron. En cualquier caso, la realidad es que más de dos siglos después seguimos amamantando néctar literario de aquel verano que nunca llegó. Vampiros y Frankensteins nos dieron a llenar en el siglo XX y en el XXI se renuevan con mejor imagen y vestuario. Vaya, hace poco se estrenó una nueva versión de Nosferatu, también con extraordinaria fotografía (aunque creo que la obra de Del Toro la supera). Nos guste o no, seguimos siendo hijos del Romanticismo.
“Los nuevos Frankensteins serán millonarios estilo Elon Musk transformados por voluntad propia en cyborgs postapocalípticos, seres cuyo tejido neuronal será pura inteligencia artificial”
Ver Frankenstein me hizo retornar a un libro que quiero muchísimo. Se llama El año del verano que nunca llegó y su autor es el colombiano William Ospina. Es un magistral ensayo sobre el mito de Villa Diodati y las claves por las que Frankenstein y el Vampiro siguen siendo omnipresentes en nuestra cultura. Una segunda lectura que ayuda a dimensionar el espíritu de la época que envolvió a Shelley, es La razón de la oscuridad de la noche del británico John Tresch. Aunque el ensayo habla de Poe y no de los ángeles caídos del Lago de Ginebra, nos permite sumergirnos en el Zeitgeist del temprano siglo XIX, cuando la ciencia y el Romanticismo consu-
maron su luna de miel. Vaya, en aquellos años había no pocos doctores Frankenstein obsesionados en convertirse en dioses creadores de nuevos Adanes. Los avances en astronomía, física y ciencias naturales, convivían en amasiato con la resurrección de seres mitológicos e idealizaciones del paganismo precristiano. Además, si sentamos a Poe en la mesa de los Shelley, Byron y Polidori, nos encontraremos con otra figura que dos siglos después nos sigue dando de comer a raudales: el detective.
En cualquier caso, Frankenstein está
más que vigente en nuestra época, aunque los modernos prometeos no estarán hechos con pedacería de cadáveres, sino con nanochips. Los nuevos Frankensteins serán millonarios estilo Elon Musk transformados por voluntad propia en cyborgs postapocalípticos, seres cuyo tejido neuronal será pura inteligencia artificial. El Frankenstein con el que conviviremos en nuestra vida cotidiana será el Homo Deus de Yuval Noah Harari y, a diferencia de la criatura de Shelley, que enamoró a Del Toro, esta insolente bestezuela robótica no albergará nobles sentimientos.