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El árbol del pan
El árbol del pan
Por Giancarlo Frigerio “Gifri”
El Pan de los Esclavos
Hace algunos años tuve la oportunidad de vivir en un auténtico paraíso tropical: las islas Seychelles, en el corazón del Océano Índico. Tras enamorarme de la vida entre palmeras y mares cristalinos, tomé la decisión de mudarme a Cancún, otro edén, pero con la calidez de la influencia latina. Uno de mis primeros descubrimientos en la ciudad fue encontrar un árbol de fruta del pan en un parque. El mismo árbol que solía embellecer el jardín de mi casa en Seychelles. Me sorprendió y aún me pregunto cómo y cuándo llegó hasta Cancún.

Se sabe que este árbol es originario de Nueva Guinea. Si pienso que lo descubrí hace más de 40 años y que ya entonces medía más de cinco metros, no sería descabellado calcular que hoy podría superar los 80 o incluso 100 años. Tal vez estemos frente a uno de los ejemplares más antiguos de México, una verdadera joya botánica que ha sobrevivido al paso del tiempo.

La historia de la fruta del pan está ligada a las rutas marítimas. Desde el siglo XIX se cultivaba en Jamaica, Haití, Barbados, Martinica y Puerto Rico, adonde fue llevada desde Tailandia y otras islas de la Polinesia por marineros británicos y franceses. En aquellos tiempos se convirtió en un alimento esencial para los esclavos, gracias a su riqueza nutricional y, en particular, a su contenido en proteínas. El nombre de este fruto proviene de su peculiar sabor: al cocinarlo, su pulpa recuerda al pan recién horneado. Además, es resistente incluso a períodos de intensa sequía, lo que le permite prosperar en climas tropicales y subtropicales, especialmente en zonas cálidas y húmedas.

A simple vista, el fruto se asemeja a un melón de unos 10 centímetros de diámetro, con corteza áspera de tono verde claro. En su interior, la pulpa es blanca y harinosa; al madurar, se vuelve cremosa y suave, con un sabor que evoca a la batata y al pan. La fruta del pan es también muy versátil en la cocina. Puede hornearse, hervirse, freírse o asarse, y en cada preparación revela matices distintos. Horneada, su pulpa se transforma en una guarnición suave y sabrosa, perfecta como acompañamiento o como base para otros platillos. Un tesoro de la naturaleza, cargado de historia y sabor, que hoy sigue floreciendo en Cancún.