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Por Verónica Guerra de Alberti
Xibalbá: el inframundo maya, entre misticismo y lujo natural

Los mayas concebían la vida como un viaje eterno, donde la muerte no representaba un final, sino la transición hacia otro plano. En este universo espiritual, Xibalbá, el inframundo maya, ocupaba un lugar protagónico: un espacio oculto bajo la tierra, lleno de pruebas, deidades y símbolos de poder. Para los señores mayas, descender a este mundo no era un castigo, sino un paso inevitable hacia la trascendencia.
El acceso a Xibalbá se encontraba en las cuevas y cenotes sagrados, considerados portales hacia lo divino. Estos espacios no solo eran escenarios de rituales, sino verdaderas catedrales naturales de piedra y agua, adornadas con estalactitas, formaciones minerales y espejos cristalinos. Hoy, contemplar estos lugares sigue siendo una experiencia sobrecogedora, comparable a entrar en un palacio subterráneo que guarda la memoria de una civilización milenaria.

El misterio de Xibalbá ha inspirado experiencias exclusivas en la actualidad: cenas privadas en cuevas iluminadas con velas, spas enclavados en cenotes escondidos, ceremonias de purificación con chamanes mayas y hasta recorridos diseñados para viajeros que buscan un contacto íntimo con lo sagrado. Lugares como Valladolid, Tulum o la Península de Yucatán ofrecen escenarios que mezclan naturaleza, arquitectura ancestral y un aire de lujo en plena selva.

En este contexto, el inframundo maya se transforma de mito a experiencia de vida, donde cada visitante puede sentir el peso del pasado y, al mismo tiempo, el privilegio de vivir lo eterno en lo efímero. Descender a Xibalbá hoy es más que un acto turístico: es un viaje de misticismo, sofisticación y belleza natural que conecta la espiritualidad ancestral con el arte de vivir bien.

