El peligroso viaje del zorro Carmelito

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El peligroso viaje del zorro Carmelito

JUSTINA, EL ÁGUILA MORA

Pasaron los días y Carmelito buscó y buscó.

Pidió a las aves que en sus vuelos preguntaran por su querida compañera, pero tampoco hubo respuestas. Sus amigos el perro Lobo, la liebre

Martina y la zorrinita Luisita lo visitaban diariamente para alentarlo, pero, a medida que transcurría el tiempo sin tener noticias de Silvina, iban tomando conciencia de que no volvería.

Una mañana, un águila mora llamada Justina sobrevoló el campo y, al ver una liebre entre los pastos, inició un vuelo en círculos descendentes. La liebre, que conocía el peligro de esa clase de vuelos y las potentes garras que la amenazaban, corrió y se escondió debajo de un tronco de un viejo árbol caído.

El águila descendió hasta posarse en una rama seca y gritó: —Liebre, no se esconda, no voy a

hacerle daño, estoy buscando a una tal Martina. —¿Para qué quiere verla, pretende comérsela? No la va a encontrar —preguntó la liebre sin asomarse.

—Es una lástima, tengo un mensaje para ella de una zorra que dice llamarse Silvina —respondió Justina.

—¿No será que el mensaje que trae es para un zorro llamado Carmelito? —preguntó Martina, parando las orejas.

—Me negué a darle el mensaje a un zorro. Son muy peligrosos y no me quise arriesgar.

Solo accedí a llevárselo a esa liebre Martina, pero si se fue, doy mi misión por cumplida — contestó el águila.

La liebre, ante el temor de que el águila remontara vuelo, asomó la cabeza diciendo:

—¡No se vaya, yo soy Martina!

—Liebre desconfiada —exclamó el águila, sonriendo—. Por sus temores ha retrasado mi vuelo. Atienda bien el mensaje porque no lo voy a repetir. Dice así: «Querido Carmeli-

—Hola, muchachos, qué bueno que vinieron —dijo Carmelito.

—Amigo, ¿qué le parece si salimos a correr? —le propuso Martina.

—No, Martina, no estoy de humor. De pronto llega Silvina y no me encuentra —respondió Carmelito.

La liebre tosió, miró a sus amigos y, ante el gesto de aprobación, se acercó al zorro y pausadamente le contó el encuentro con el águila y el mensaje que había recibido.

Carmelito guardó silencio, bajó el hocico, salió de la cueva y se echó a mirar la puesta de sol. Sus amigos aguardaron en silencio, respetando el dolor de su compañero.

Al ocultarse el sol, Carmelito volvió y expresó:

—He decidido ir a buscarla. No sé cómo lo haré, pero no me voy a quedar aquí mientras ella está cautiva.

—Carmelito, Aiguá queda muy lejos, el camino está lleno de peligros desconocidos —susurró Luisita.

—Usted no está capacitado para hacerlo solo —interrumpió Lobo—. Si lo acompañamos, tal vez pueda lograrlo.

—¡Intentémoslo! Juntos podremos hacerlo —gritó Martina.

—Mire que es liebre atropellada… «juntos podremos», como si fuera tan fácil. Juntos podemos perder nuestra vida —rezongó Lobo, mirándola.

—Perro tonto, usted fue el que propuso acompañarlo —dijo Martina.

—Es verdad —respondió el perro—, pero no se trata de ir sin más. Hay que estudiar cómo hacerlo, evaluar los riesgos y decidir qué es lo que estamos dispuestos a perder.

Carmelito los escuchaba atentamente hasta que decidió interrumpir:

—Muchachos, gracias por vuestras buenas intenciones, han demostrado ser gran -

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