Había una vez dos niños que tenían 8 años. Uno de ellos se llamaba Mateo, y el otro, Álex.
Los dos se parecían mucho: iban a la misma clase, tenían la misma edad, vestían de la misma forma, incluso físicamente, pues tenían el pelo castaño, los ojos marrones, y no eran ni muy delgados ni demasiado altos...
Se parecían en todo menos ¡en una cosa!