4 minute read

LECTURAS MIGRATORIAS COLUMNA

Next Article
VEGA MORALES

VEGA MORALES

Por: Javier Vargas de Luna

Castro Caycedo: selva sin género Castro Caycedo: selva sin género

Advertisement

También están los libros postergados, en la isla de Montreal de todos los lectores del mundo. Para cualquier migrante hispánico, alejado de los bullicios nativos, hay títulos que nos recuerdan a los amigos que se van, porque Pedrito (colombiano de Neiva, recién fallecido, compañero de desarraigos) alguna vez me regaló uno de sus títulos más preciados, un ejemplar ajado y amarillento que supo sobrevivir durante años en las inminencias de mis estantes. Y en estos días, tenía que ser, decidí leerlo, acudir a un escritor como Germán Castro Caycedo (1940-2021) para evocar en él los léxicos y los gentilicios de aquel viejo amigo. Y aún a riesgo de exagerar los subjetivismos en las frases, conviene expresarlo desde el primer párrafo del día: en los libreros del expatriado siempre habrá obras así, portadas que de repente adquieren la insólita condición de mensajeras de quien, muerto en otro clima y rodeado de otra cultura, fue lengua española hasta la última letra de sus autores de cabecera

Dentro y fuera de la literatura, los colombianos son dueños del idioma en el que aprenden a renombrarse Sus frases parecen giros efervescentes, locuciones capaces de triunfar sobre los purismos gramaticales. De hecho, las páginas de Mi alma se la dejo al diablo (1982) nos enseñan que no hay vocabularios absolutos porque la condición humana está hecha de lenguajes abiertos: somos el idioma heredado tanto como el genio que lo recrea, la regla ortográfica y la licencia que la rejuvenece, lo normativo y lo facultativo en un solo golpe de voz Y he allí, quizás, la magia mayor de Germán Castro Caycedo, a saber, confirmarnos como los propietarios de una lengua siempre dispuesta a reinventarse, en la ca- lle natal de lo amazónico tanto como en el exilio de las auroras boreales de Pedrito

Sí, Castro Caycedo es lengua castellana en ebullición, diga lo que diga la Real Academia que siempre llega tarde a nuestras dicciones y a nuestros aspavientos Sus regionalismos nos confunden porque nos reflejan, o, si se prefiere, sus neologismos nos confirman porque poseen la clave de nuestros desconciertos Diríase que los vocabularios de la selva colombiana nos reflejan de otro modo, y, lo que es más, si alguna vez el destino nos arrojase a los ríos de sus páginas más caudalosas, sabríamos sobrevivirlos gracias a lo aprendido entre sus espesuras lingüísticas Por si ello no bastara, a dichos follajes discursivos se suma su condición de texto de textos, pues Mi alma se la dejo al diablo es un documento de género complicado, un crucero escritural donde se concitan la crónica expedicionaria y la novela de aventuras, el reportaje periodístico y el libro de viajes, el diario íntimo y las ficciones del descubrimiento de América (al estilo de Naufragios y comentarios de Cabeza de Vaca, o de La Florida del Inca del Inca Garcilaso, o de El Dorado de Francisco Vázquez) Por lo demás, a ello se debe que sus personajes no hagan distingos entre lo esencial y lo anecdótico, o entre lo trascendental y lo accesorio..., en fin, mejor seguir adelante con este libro que algo tiene también de Jorge Isaacs y de Zapata Olivella, e incluso de García Már- quez.

A pesar de las fotografías que descubrimos en sus páginas, el lector transhispánico (valdría la pena comenzar a llamarnos así, creo yo) no cede jamás al realismo periodístico. Ahora bien, al entrecruzar los colores de lo testimonial en lo imaginario, Castro Caycedo saca provecho de todas las junglas latinoamericanas que, convertidas ya en tradición literaria, también nos han de asistir en la recepción de su libro En efecto, en Mi alma se la dejo al diablo cohabitan La Vorágine de J E Rivera y Los pasos perdidos de Carpentier, Canaima de R Gallegos y El hablador de Vargas Llosa, Un viejo que leía novelas de amor de L Sepúlveda y Cumandá de J L Mera, sin olvidar a R.J. Sender en La aventura equinoccial de Lope de Aguirre. Tantas veces lanzamos la mirada hacia nuestras ficciones más selváticas que, llegados al punto final, la obra nos hace sospechar que en toda escritura siempre será inevitable cierta dosis de idealización: porque cada palabra es símbolo de algo más, detrás de los signos alfabéticos que la sostienen es posible reconocer un sedimento de fantasía, ¿o me equivoco?

Tres últimos respiros se imponen en la entretenida excitación de leer este libro en las calles del Polo Norte Primero, es menester tomar un poco de aire para postular aquí que sus escrituras enmarañadas (nunca mejor dicho) la convierten en una obra que pertenece al lector: estamos ante un texto que coescribimos por cuanto somos nosotros los responsables de reconstruir el cauce verbal del río Yarí, sus afluentes sintácticos y sus desconcertantes elipsis

El segundo de dichos respiros tiene que ver con el tono reiterativo de Castro Caycedo, como si en cada recodo de la jungla fuese necesario advertirnos dos veces de los peligros agazapados en la página venidera; en la transcripción de tales repeticiones entendemos que, para sus figuras, el mayor de todos los miedos no es la soledad, tampoco la selva, y mucho menos el desamparo, sino quedarse a medio camino de nuestra curiosidad, es decir, sucumbir al descrédito de nuestra lectura

El tercero y último respiro exige un párrafo aparte... Sí, lo que también intriga en la edición heredada de Mi alma se la dejo al diablo son los dobleces en las alturas de sus páginas, esas pequeñas cicatrices del papel en los ángulos superiores de las hojas, pues es ahí donde el libro-objeto habla de algo inesperado: de una lectura migratoria realizada con un ritmo diferente o de una pasión literaria que nos sobrepasa, pudiera ser, y, sobre todo y ante todo, de las muchas veces que la vida cotidiana en la ciudad nórdica (con sus afanes en lengua extranjera y sus escarchas de invierno inexplicable) interrumpió a Pedrito en su ocasional regreso a la literatura nacional de sus propias palabras

Javier Vargas de Luna Nacido en Tampico, México, es autor de más de una veintena de libros Poeta, narrador, ensayista, cronista, docente e investigador literario, ejerció el periodismo antes de partir hacia Quebec, Canadá, donde radica desde 1996 Después de cursar la Maestría en Literatura en la Universidad de Ottawa, recibió el grado de Doctor en Letras en la Universidad McGill (Montreal) Desde el año 2004 es catedrático titular en la Facultad de Letras de la Universidad Laval (Ciudad de Quebec) y en diversos periodos de su vida ha sido profesor en la Universidad de Massachusetts (UMASS-Lowell), la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), la Universidad Libre de Bruselas (ULB), la Universidad Eötvös Loránd (ELTE) de Budapest, la Universidad de Quebec (UQÀM) y el Instituto de Estudios Avanzados de Francia (IEA-París) En la actualidad continúa construyendo una enciclopedia de la lectura en el mundo hispano conocida como Bibliotecas ajenas

This article is from: