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Por qué decidí fracasar y aprendí a ganar en el intento

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NATALIA FRACCHIA

NATALIA FRACCHIA

Por Martín Rivas

Durante mucho tiempo viví con la idea de que el fracaso era un monstruo al que debía temer. Esa palabra me generaba incomodidad, como si mencionarla fuera abrir la puerta a una maldición. Crecí creyendo que los ganadores eran aquellos que siempre tenían un plan perfecto, que nunca se desviaban del camino ni se equivocaban. Lo curioso es que, cuando finalmente me animé a emprender, descubrí que esa visión no solo era falsa, sino también peligrosa.

Mi primer emprendimiento fue un café cultural en el centro de Asunción. La idea era romántica: un lugar donde escritores, músicos y jóvenes creativos pudieran encontrarse, compartir proyectos y sentirse parte de una comunidad. Yo estaba convencido de que la pasión sería suficiente para sostenerlo. Tenía entusiasmo y carisma, pero no tenía experiencia en gestión ni conocimientos sólidos de administración. Invertí mis ahorros, pedí préstamos y hasta convencí a un par de amigos para que se sumaran como socios.

Los primeros meses fueron alentadores. El local se llenaba de caras nuevas, las charlas fluían y las noches de micrófono abierto eran un éxito. Pero pronto aparecieron las grietas: los costos fijos se acumulaban, la caja diaria no alcanzaba, y yo pasaba más tiempo apagando incendios que construyendo un negocio sostenible. En menos de un año, estaba cerrando las persianas.

Recuerdo ese día como si fuera ayer. El ruido metálico de la cortina bajando fue, para mí, el sonido de la derrota. Me sentía vacío, avergonzado, casi como si hubiera fallado no solo a mí mismo, sino también a quienes confiaron en mí.

Sin embargo, con el tiempo entendí que ese cierre no fue el final, sino el comienzo de una etapa mucho más valiosa. Porque al fracasar tuve que en- frentarme a mí mismo, a mi ego inflado y a mis ilusiones de éxito instantáneo. Fue un baño de realidad que, aunque doloroso, me devolvió una lección que hoy considero esencial: fracasar es parte inevitable del camino emprendedor.

El Aprendizaje

Al aceptar el fracaso, decidí no esconderme ni justificarme. Me obligué a analizar con frialdad lo que había hecho mal. Descubrí que había subestimado la importancia de un plan financiero claro, que había ignorado estudios de mercado y que había confiado demasiado en la pasión como motor.

Así fue como me inscribí en un curso de gestión empresarial y comencé a leer compulsivamente libros de finanzas, marketing y liderazgo. Entendí que el entusiasmo es un combustible poderoso, pero sin dirección puede consumirnos en lugar de impulsarnos. También busqué el contacto de otros emprendedores que habían pasado por lo mismo. Escuchar sus historias fue liberador: casi todos habían cerrado proyectos antes de encontrar el que funcionaba.

Aprendí que el fracaso no te convierte en menos capaz, sino en más consciente. Me di cuenta de que no hay triunfo sin tropiezos, que cada error es una inversión en experiencia y que, al final, quienes más aprenden son los que se animan a caer y levantarse.

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A Empezar

Con el tiempo lancé un nuevo proyecto, esta vez una agencia digital enfocada en comunicación para pymes. La diferencia fue abismal. Ya no buscaba impresionar ni demostrar nada a nadie. Me concentré en validar cada paso, en escuchar a los clientes, en delegar lo que no sabía hacer y en ser más disciplinado con las finanzas. Hoy, esa agencia sigue siendo pequeña, pero sólida. Tiene clientes estables y un equipo comprometido. Y lo más importante: me permite trabajar con sentido, sin la ansiedad de demostrar éxito inmediato.

Lo Que Realmente Gan Al Fracasar

Cuando miro atrás, me doy cuenta de que “decidí fracasar” no en el sentido de buscar la caída, sino de permitirme asumir el riesgo de fallar. Porque quien nunca fracasa es quien nunca lo intenta en serio.

Gané humildad, porque entendí que no lo sé todo.

Gané resiliencia, porque aprendí a levantarme con más fuerza.

Gané claridad, porque ahora elijo proyectos con propósito real, no solo con ilusión.

El fracaso me enseñó que ganar no siempre significa obtener ganancias económicas rápidas, sino construir algo que tenga valor en el tiempo. Y sobre todo, aprendí que la victoria más profunda es interna: vencer al miedo, superar al ego y mantener viva la pasión pese a los golpes.

UN MENSAJE PARA OTROS EMPRENDEDORES

Si hoy estás atravesando un fracaso, no lo veas como el final. Tal vez sea la lección que necesitabas para crecer. No tengas miedo de contar tu historia, porque compartirla también inspira a otros.

Yo decidí fracasar porque necesitaba aprender a ganar de una manera más auténtica. Y aunque perdí dinero, tiempo y alguna que otra amistad en el proceso, gané algo mucho más valioso: la certeza de que el camino emprendedor se construye con cicatrices.

Hoy puedo decirlo sin vergüenza: mi mayor derrota fue también mi mayor victoria.

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