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Nuestra consigna: Seguir siempre adelante (Padre César A. Dávila G.)

Nuestra consigna: Seguir siempre adelante
Tengo que expresar mi inmensa alegría, por esta bendición que el Señor me da, de estar una vez más con ustedes.
Así como ustedes sienten este llamado de unirse, de conversar, de cruzar ideas, de intercambiar vibraciones. Así yo siento también, esa inmensa alegría de encontrarme -y diré con toda verdad- de encontrarme con los míos. Con quienes puedo yo hablar con toda franqueza y también expresar sin reticencia de ninguna clase, con toda espontaneidad de todo cuanto hay dentro de mi espíritu.
Cuando me encuentro frente a auditorios heterogéneos, pues yo no sé, me siento cohibido. Me siento -hasta cierto punto- estrecho, y no puedo expresar lo que quisiera expresar con toda franqueza y con toda sinceridad.
Con ustedes en cambio, no pasa eso. Es que hay una diferencia muy grande, muy grande entre arrojar la semilla en un terreno que ya está preparado, y echar la semilla en donde no hay sino un terreno duro, pedregoso o lleno de maleza. Y es muy diferente SENTIR vibraciones homogéneas, vibraciones semejantes, vibraciones que nos ayudan a llegar a Dios, y experimentar vibraciones que se entrechocan, vibraciones que nos desvían -a veces- del camino.
Por eso -repito- con ustedes me siento muy feliz. Y pido a Dios que esta felicidad mía y la de ustedes se prolongue, y se prolongue siempre. Y esa prolongación como es natural, alcanza a otros planos, porque lo que hacemos aquí, lo que realizamos aquí, esto tiene una repercusión -digámoslo con todo aplomo- una repercusión eterna.
Esos lazos espirituales que nos unen, esos lazos son duraderos, irrompibles. Y sencillamente, ¿por qué? Porque esos lazos que aquí nos unen, son provenientes de Dios. Y Él es el que, en definitiva, nos une. Y Él es el que, en definitiva, realiza todo cuanto nosotros queremos y deseamos.
En este encuentro espiritual, vamos a llevar una consigna. Y esa consigna va a ser la de SEGUIR SIEMPRE ADELANTE, no estacionarnos y menos, retroceder. Teniendo en cuenta que quien ha entrado en el sendero espiritual, si no adelanta propiamente, no permanece estacionario sino retrocede. Insensiblemente esto está probado por la experiencia. Nuestra consigna pues, será esta: la de seguir adelante.


Y esta consigna me lo ha inspirado una comparación, una parábola que voy a trascribiros y es de Ramakrishna.
Esa parábola dice así: “Un discípulo dialogaba con Ramakrishna, y ese discípulo hablaba de muchas cosas que le inducían hacer preguntas también, variadas a Ramakrishna. Y a una pregunta de uno de sus discípulos contesta sonriendo: creéis que hacéis todo eso como decís, pero dentro de poco cambiaréis de idea y pensaréis de distinto modo. Dejadme -dice- contaros una historia.
Un hombre construyó una cabaña, en el pico de una montaña. Le costó mucho trabajo y mucho dinero. A los pocos días se produjo un ciclón, y la cabaña comenzó a oscilar de un lado para otro. Estaba muy ansioso por salvarla, lloró al dios del viento diciendo:

Señor, te suplico que no destruyas esta cabaña. Pero el dios del viento, no le escuchó. Rogó otra vez, pero la cabaña seguía oscilando. Entonces ideó un plan, para salvarla. Recordó que la mitología Hannuman era el hijo del dios del viento. Instantáneamente prorrumpió: Señor, yo te suplico que salves esta cabaña porque pertenece a Hannuman tu hijo. Pero el dios del viento, no le escuchó. Entonces dijo: te ruego que respetes esta cabaña, porque pertenece al Señor de Hannuman: Rama. Sin embargo, ni aun así le escuchó el dios del viento. Entonces como la cabaña estuviera a punto de derrumbarse, el hombre para salvar su vida salió corriendo, y comenzó apostrofar diciendo: ¡que se destruya! ¡qué me importa a mí!
Vos podéis ahora, ansiosos de preservar el nombre de Keshar, pero consolaos pensando que después de todo, fue la voluntad de Dios quién inició el movimiento religioso relacionado con su nombre, y que si tal movimiento ha llegado ya a su fin, es también debido a esa misma voluntad divina. Por lo tanto, sumergíos profundamente en el mar”.
Bien, este relato es solamente como un preámbulo a lo que voy a deciros. A ésta consigna que tenemos que llevar de aquí, esta consigna de seguir siempre adelante.
Tengamos en cuenta, que nosotros hemos edificado y estamos edificando una habitación, o una cabaña como dice la comparación. Pero esa habitación y esa cabaña, si están fundadas, si están levantadas sobre un cimiento inconmovible y ese cimiento es Dios, tengamos la plena, la absoluta seguridad de que esa cabaña permanecerá para siempre.
Pero si esa cabaña está fundada, o está cimentada sobre arena, y arena es el hombre, y arena son los cálculos humanos, y arena son todas esas proyecciones de carácter meramente material. Si esa cabaña está fundada sobre esto, por más que a los ojos de los hombres parezca indestructible ¡se acabará!
Como la comparación, pueden clamar, pueden gritar, y pueden hacer todas las oraciones posibles para que eso no se destruya. Y por fuerza de las circunstancias, y porque hay una condición necesaria y absoluta, de que todo lo humano se destruye ¡se destruirá! Solo aquello que se edifica en esa roca firme que es Dios, es indestructible.
Y nosotros mis queridos estudiantes, estamos edificando este edificio de nuestra propia realización no sobre arena, no sobre cálculos humanos, no con proyecciones humanas, no con proyecciones de orden material. Estamos edificando nuestra autorrealización, exclusivamente porque nosotros aspiramos llegar a Dios, porque queremos llegar a Dios. Y esta aspiración nuestra, naturalmente ha de tener su plena realización.
De modo que tengamos muy en cuenta, si aquí en el Ecuador estamos nosotros construyendo –digamos- esta nueva sociedad de hijos de Dios, lo estamos haciendo con la mayor buena intención. Y lo estamos haciendo, porque sentimos el llamado de Él, a hacer esto.
Y por esto nos unimos, y por esto trabajamos, y por esto hacemos cualquier sacrificio. Aunque esa palabra sacrificio no cuadra, porque no, yo no considero un sacrificio: aquello que se hace por Dios. eso no es un sacrificio, pero empleamos esa palabra porque no hay otra.
Hacemos cualquier cosa -digamos- para conseguir esto que nos hemos propuesto: la búsqueda de Dios y la realización divina. No importa que haya malas voluntades, que haya personas negativas que quieran impedirnos todo esto. ¡Esto no importa, mis queridos estudiantes!
Si esa cabaña está construida sobre ese cimiento inconmovible que es Dios, esa cabaña desafiará las tempestades, desafiará las incomprensiones, desafiará todo lo negativo, y saldrá siempre ADELANTE. Y permanecerá siempre firme. Y ahora voy a recordarles también, del mismo Ramakrishna, una hermosa parábola -como todas las suyas- semejante a la anterior: la parábola del leñador.

Decía él: “Había un leñador que llevaba una vida muy miserable, con los escasos medios que le proporcionaba la venta diaria de una carga de leña traída de un monte cercano. Cierta vez, un sannyasin.”
Sabemos que los sannyasins son los renunciantes, los que se proponen solamente la realización divina, la consecución de los logros espirituales.
“Cierta vez, un sannyasin -dicen- que pasaba por allí, le vio trabajar y le aconsejó que se internara más en el bosque. Adelante hijo mío, le dijo.
El leñador obedeció, y siguió avanzando hasta un árbol de sándalo. Y poniéndose muy contento, llevó consigo tanta madera como pudo cargar. La vendió en el mercado, y sacó mucho provecho”.
Es decir, obtuvo mucho dinero con la venta de el árbol de sándalo. Que es un árbol que produce un perfume exquisito, muy apetecido, sobre todo por quienes quieren dar ese tributo, ese homenaje de adoración simbólica a la divinidad.
“Luego -dice esa parábola- entonces comenzó a reflexionar, por qué el buen sannyasin no le había hablado del árbol de sándalo, sino simplemente le aconsejaba que avanzara.
Al día siguiente -dice- llegó más allá del árbol de sándalo, se topó con una mina de cobre de la que llevó tanto mineral como pudo, el cual vendió en el mercado, le produjo mucho dinero. Al día siguiente, sin detenerse en la mina de cobre siguió adelante, alejándose más aún, como le había aconsejado el sadhú, -sadhú, es también otro término sánscrito, que significa renunciante- encontró una mina de plata, y cogiendo cuanto pudo llevar, la vendió y obtuvo más dinero todavía. Y así, día a día fue avanzando cada vez más lejos, hasta que encontró minas de oro y minas de diamantes, y llegó a ser inmensamente rico.
Tal es también el caso –concluye Ramakrishna- del hombre que aspira al verdadero conocimiento: si no se detiene en su progreso después de haber obtenido algunos poderes extraordinarios y sobre naturales, llega al fin a ser verdaderamente rico en el conocimiento eterno de la verdad”.

¡Qué parábola, tan bella! ¡tan bella! Yo creo que todos los hombres realmente, esta humanidad, estos 4 mil millones de hombres que hay actualmente en la humanidad, la mayor parte de esos hombres son sencillamente esos leñadores. Leñadores que están cortando leña toda la vida, durante toda la vida. Desde el momento en que pueden trabajar, hasta el momento en que les sorprende la muerte física, ¡leñadores! Y que están cortando leña, y están ganando en realidad una miseria, apenas lo que necesitan para vivir. Y todavía eso, yo creo que ni eso. Si adquieren bienes materiales, pero esos bienes materiales les produce tanta desilusión, tanta zozobra, tanta frustración, que aún en el gozo de estos pequeños bienes materiales, encuentran -más bien- su castigo, ¡leñadores!
Leñadores que no saben que hay otras riquezas. Que no saben, que puede hacerse inmensamente rico, pero inmensamente rico en todo el sentido de la palabra, no con cargar una carga de leña e ir al mercado, como hace la mayoría de los hombres. ¿Qué hace? Cargar un poco de leña, es decir, ocuparse en esas cosas meramente materiales, adquirir comodidades de orden material y nada más. Pero ignoran que hay otras riquezas, que hay otras cosas que hacer, otras cosas mejores.
Es que hace falta mis queridos estudiantes, esos sannyasins, esos sadhús, que les diga a esos hombres: adelante, adelante. Vayan adelante, no se queden ahí al principio del bosque, adelante. Y vean qué hay adelante en el interior del bosque. ¡Hace falta eso, mis queridos estudiantes!
Unos han tenido realmente la bienaventuranza de encontrar quienes les diga esto: adelante, sigan ustedes adelante. Y otros, no han tenido esta bienaventuranza, esta felicidad.
Pero me dirán ustedes: es que hay muchos, en realidad muchos dirigentes espirituales, muchos gurús, muchos instructores. Hay dentro de la Iglesia tantos hombres espirituales. Hablando de la Iglesia católica, y hablando también de sectas protestantes, hablando de otras sectas religiosas, decimos hay muchos, muchos que si se encargan de decir a los hombres: adelante. Sí, es verdad esto, hay, los hay.
Pero desventuradamente los hombres han perdido la fe en esos hombres. Desventuradamente los hombres con la montaña de preocupaciones que tienen, preocupaciones de la vida, han perdido la esperanza de encontrar otros bienes, ¡ya no les hacen caso!
Y también hay otro punto importante, que lo digo no en son de crítica sino solamente en son de observación. Es que esos sannyasins, esos gurus, esos dirigentes espirituales, esos sadhus, ellos también NO HACEN lo que DICEN a los demás: sigue adelante. Ellos también se contentan con ciertos logros, y de allí no pasan más adelante. Por eso entonces tenemos este retroceso de la humanidad, este estancamiento, este que me importismo por alcanzar otros logros que no son estos de carácter meramente material.
Yo siento GOZO mis queridos estudiantes, siento un gozo, una alegría profunda, pero muy grande, de encontrarme con jóvenes aquí, con jóvenes aquí en esta sala. Con jóvenes que han despertado, o comienzan a despertar. Con jóvenes que ya no se contentan -como en la comparación- de ser como ese leñador que carga solamente unas pocas, carga una carga de leña diaria para ir al mercado y vender, y vivir una miseria. Porque realmente esto es lo que hacen los demás: vivir la verdadera miseria. Porque puede ser un gran millonario, uno que tenga muchísimos bienes de orden material, pero eso no quiere decir que sea rico.
El Señor dice: “… porque de ellos es el Reino de los cielos. Donde está tu tesoro -dice- allí está tu corazón”.

Y si ellos tienen encadenado su corazón a esas cosas que adquieren, o esas cosas que buscan, sencillamente son unos miserables, son sencillamente unos pobres leñadores.

Pero vosotros jóvenes especialmente, y me dirijo a vosotros, vosotros no queréis eso: ser sencillamente leñadores, leñadores que queréis vivir en la miseria. Queréis vosotros ir descubriendo algo más, queréis dar el verdadero sentido a vuestra vida. Y ese verdadero sentido a vuestra vida, es el que comenzáis a dar con esa búsqueda de las cosas espirituales.
En la comparación, cuando el sannyasin le dijo al leñador: hijo mío, sigue adelante, el leñador obedeció y se encontró primero con ese árbol de sándalo. Y cogió de ese árbol oloroso, unas hojas, y luego fue a vender en el mercado. Y así, adquirió más dinero. Ya no era solamente el que le daba esa pobre carga de leña, ahora con menos trabajo adquirió más dinero.
He aquí lo que hacemos también nosotros. Comenzamos, recién damos los primeros pasos, los primeros pinos, diremos. Comenzamos y damos los primeros pasos en el sendero. Y por esos primeros pasos que damos en el sendero, conseguimos ya esos bienes, esos bienes que recién entrevemos, entrevemos. Bienes de paz, sobre todo esa paz que sentimos ya no es esa zozobra continua.
Ya no es eso, es algo que a nosotros nos sirve de punto de apoyo, para seguir adelante. Es algo que a nosotros comienza a resolver esos problemas de la vida. Vemos de distinta manera las cosas. Nuestros estudios, nuestras actividades diarias tienen otro sentido y otra forma. Nuestras ocupaciones tienen todavía mayor eficiencia, como simples ocupaciones materiales, pero tienen un éxito incomparable con la paz que nosotros sentimos.
Luego, ¿y por qué? Porque hemos comprendido, porque nosotros hemos dado la respuesta a ese llamado de Dios, a ese llamado interno. Encontramos, como en la comparación: ese árbol de sándalo.
Pero mis queridos estudiantes, no es todo eso lo que nosotros vamos a descubrir en este sendero, ¡no es solamente eso!
El leñador todavía fue más ambicioso, y dijo: debe aquí, no solamente estas riquezas, estos árboles tan, tan hermosos, y esos árboles que me han dado tanto dinero, ¡debe haber otras cosas! Y siguió, y descubrió primero esa mina de cobre, y luego descubrió esa mina de plata, y al fin descubrió esa mina de oro. Y vendió ese cobre, y vendió esa plata, y vendió ese oro, y se hizo inmensamente rico. Y luego, después de eso siguió adelante también y descubrió minas de piedras preciosas y minas de diamantes.
Es que mis queridos estudiantes, nosotros tenemos que llegar a esa meta: a descubrir esa mina de diamantes que es Dios, por nuestra realización.
Esto es lo que dice el Señor en una de sus parábolas, en esa parábola de la piedra preciosa. “Semejante -dice- es el Reino de los cielos a un comerciante en piedras finas, que vendió todas las piedras finas que había adquirido. Cuando encontró una que era de un valor muy grande, vendió todo
¡Ese es el Reino de los Cielos! ¡ESE ES DIOS! Cuando nosotros hemos encontrado a Dios. Cuando nosotros le hemos realizado a Él en nuestra vida, entonces mis queridos estudiantes, los problemas de nuestra vida tienen su completa solución, y nosotros vemos las cosas de una manera completamente diferente. ¡Qué hermosa esa parábola!
Yo tenía aquí preparado -digamos- para, para hablar sobre muchas cosas y recién estoy en el principio, ni siquiera esa parábola he podido, he podido comentarle en su totalidad. Pero en estas horas que vamos a estar juntos, vamos a seguir meditando y reflexionando más y más en, en todo esto.
Pero tengamos en cuenta, la consigna. Tengamos mis queridos estudiantes, la consigna de este momento, eso que le dijo el sannyasin al leñador: hijo mío, ¡sigue siempre adelante! y recordemos esa consigna.
Y cuando nos encontremos –quizá- desanimados, un poco estacionarios, -como se dice- un poco alicaídos, un poco golpeados, pues recordemos esto que os acabo de decir, recordemos esta consigna. Esta consigna que debe ser para nosotros el norte de toda nuestra vida: ¡SIEMPRE ADELANTE!
De modo que esperamos tener en estos días, estos momentos de reflexión que nos van hacer, Dios mediante, mucho bien. Porque es la acción de, Él mis queridos hermanos y mis queridos estudiantes, la acción de Él la que va a producir esta transformación en nosotros. La acción exclusiva de Él, es la que a nosotros nos va hacer realmente felices, es la que nos va a dar a nosotros la verdadera dimensión de las cosas.




