
Domingo 21 Julio 2024 • II Época, No. 33 • Editor P. Armando Flores
La religiosidad popular

Nuestras fiestas patronales son una expresión via de la religiosidad popular, per ¿Qué es la religiosidad popular? Ayudémonos con esta reflexion de los obispos de Valencia, España.
La religiosidad popular es la expresión de la búsqueda de Dios y de la fe cristiana en cada pueblo de acuerdo con su idiosincrasia y su historia. “La religiosidad popular constituye una expresión de la fe, que se vale de los elementos culturales de un determinado ambiente, interpretando e interpelando la sensibilidad de los participantes, de manera viva y eficaz”.
La religiosidad surge de la apertura a la Trascendencia, a Dios, propia de toda persona humana. Pablo VI escribió que la religiosidad popular es una “expresión particular de búsqueda de Dios y de la fe” y que “refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer”. En el ser humano y en los pueblos existe un hondo sentido de lo sagrado, que se expresa de diversas maneras.
La religiosidad popular de nuestros pueblos tiene profundas raíces cristianas. Es una religiosidad con la que se expresan unas creencias y unas actitudes propias de la fe en Jesucristo. En su origen, la religiosidad popular es una expresión pública y compartida de la fe cristiana. Mediante ella nuestro pueblo cristiano –especialmente la gente sencilla- vive y expresa su relación con Dios, con la Santísima Virgen y con los Santos.
Esta religiosidad se manifiesta de modo particular en cada pueblo de acuerdo con su propia idiosincrasia y con su historia. La fe cristiana ha suscitado en cada pueblo y cultura numerosas manifestaciones de la
fe y del culto a Dios que responden a sus vivencias y a su cultura propia. En estas formas de religiosidad o piedad se muestra la historia y la manera de pensar y sentir del pueblo cristiano. La llamamos “popular” porque mediante ella el pueblo de Dios expresa su fe según los rasgos de la cultura propia de cada lugar.
Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica: “El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el viacrucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc”.
La religiosidad popular tiene una dimensión personal y otra comunitaria. Abarca el modo personal de relacionarse con Dios, la Santísima Virgen y con los santos. Pero tiene también una muy importante dimensión comunitaria. Quienes participan en estas manifestaciones de fe se sienten actores y protagonistas de las mismas. Por eso una característica de la religiosidad popular es que resulta muy participativa. En ella intervienen, además, tanto sacerdotes como religiosos o fieles laicos.
La religiosidad tiene sus propios lenguajes y maneras de expresión, mucho más en la línea de lo simbólico y lo intuitivo que en la de lo discursivo y racional. Recurre con frecuencia a ritos, imágenes, signos visibles y gestos corpóreos, involucrando a toda la persona. Habla el “lenguaje del corazón”. “A través de ella, la fe ha entrado en el corazón de los hombres, formando parte de sus sentimientos, costumbres, sentir y vivir común. Por eso, la piedad popular es un gran patrimonio de la Iglesia. La fe se ha hecho carne y sangre”.
La fuente de la piedad popular se encuentra en la presencia viva y activa del Espíritu de Dios en el organismo eclesial. Las formas auténticas de piedad popular son fruto del Espíritu Santo y deben ser consideradas como expresiones de la piedad de la Iglesia[8]. Por último, conviene tener en cuenta que la religiosidad popular es una realidad en evolución. Cambian las culturas y, del mismo modo, también las manifestaciones de la religiosidad popular van cambiando y adaptándose a las nuevas sensibilidades. Como ha subrayado el Papa Francisco, “se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es el protagonista principal”.
Tronar cohetes en fiestas patronales, ¿cuál es el origen de esta tradici ón?

El mundo debe a los chinos la invención de la pólvora en el siglo IX de nuestra era. Más tarde, alrededor del año 1200, ésta fue introducida en Europa por los árabes con fines exclusivamente bélicos. Luego, con el paso del tiempo se le dio un uso recreativo.
Los historiadores coinciden en señalar la relación entre el uso de la pólvora y las fiestas desde la Baja Edad Media. EN España, en los fueros municipales del siglo XV, aparece la obligación expresa de realizar prácticas de pólvora y arcabuz, debido al constante peligro representado por las incursiones y razzias en las zonas fronterizas. Esas prácticas militares con uso de pólvora se denominan “alarde”. Los alardes debieron ser un espectáculo muy atractivo para la población por su propia vistosidad y al celebrarse en días festivos debieron contar con público que también
quería verlos participar en los acontecimientos y fiestas de la población, tales como la llegada de personalidades o celebraciones religiosas.
El siglo XVII es el siglo de oro de la cultura española, tanto en literatura como en arte, pero es también el siglo de oro del uso de la pólvora en las fiestas de pueblos y ciudades. Durante el Barroco, esta costumbre, esta moda, de solemnizar los actos con salvas de arcabucería, tanto como homenaje a las personalidades, como en las procesiones religiosas, no se limita a España, pues es también una práctica que se extiende a Europa.
El siglo XVIII trajo a España una nueva dinastía, los Borbones, y tras la Guerra de Sucesión, Felipe V y sus sucesores inauguran una política de reorganización administrativa y propician la modernización de España.

La nueva dinastía toma una serie de medidas que inciden en la fabricación de la pólvora y en su uso festivo. La corona tenía el monopolio de la venta de pólvora y fijaba su precio. Y los corregidores debían velar que los vecinos no cometiesen fraude al fabricar pequeñas cantidades de pólvora. Durante la segunda mitad del siglo XVIII, siguiendo la política del Despotismo Ilustrado de modernizar la sociedad, Carlos III prohibió por Real Cédula de 15 de octubre de 1771, el uso de armas de fuego, aún con pólvora sola, atribuyendo al Consejo de Castilla la autorización individualizada de las distintas fiestas de arcabucería a partir de 1785. Banyeres de Mariola lo consiguió en 1786.
Es en esta época colonial que la pirotecnia llega a nuestro país y se utilizo como un modo de comunicación par
indicar la salida y la llegada de los misioneros a los pueblos y comunidades y la presencia de los misioneros, por la celebración de los sacramentos, era motivo de fiesta, el uso de la pólvoa se asoció a las festividades religiosas, a tal grado que con el paso de los años el tronar cohetes sigue siendo parte esencial de las fiestas mayores que tienen por objetivo celebrar anualmente al santo patrón de una población o barrio, si hablamos de grandes ciudades.
Así pues, las fiestas patronales de origen es hispánico incluyen actos religiosos como misas, mezclados con diversión popular que puede comprender verbenas, juegos mecánicos, bailes y por supuesto, el tronar cohetes.
Debido a su peligrosidad, ya que provocaban incendios y accidentes entre quienes los fabricaban y quienes los usaban; en su momento los cohetes fueron regulados por la Corona española. En la actualidad, la producción de cohetes sigue regulada por las mismas razones, ahora por la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA)
En muchos lugares la pólvora y la música continúan siendo elementos característicos de las fiesta religiosa a lo largo del siglo XX y la costumbre prevalece en el siglo XXI. El uso de la pólvora en las fiestas está tan arraigado que las prohibiciones de la autoridad no han sido suficientes para contenerlo y se muestran insuficientes para regularlo.
Por razones de seguridad y de salud pública el uso de la pólvora en nuestras fiestas debe ser regulado por la autoridad competente.
En nuestras fiestas del Patrón Santiago, exhortamos a quienes queman pólvora durante los recorridos de su imagen a:
1. Extremar todas las precauciones de seguridad para el almacenamiento y quema. No permitir que lo hagan niños ni personas no hábiles.
2. Coordinar con los portadores de la Imagen del Patrón Santiago el momento en que se quema la pólvora.
3. Ser mesurados en la cantidad de pólvora que se quema, sobre todo por razones de orden práctivo: cuidar la Imagen y dar fluidez al recorrido.