
La necesidad de la oración
Todos los seres humanos, estamos formados por una parte material que es el cuerpo y por una parte espiritual que es el alma. Tanto nuestro cuerpo como nuestra alma tienen una serie de necesidades. Solemos atender con mayor frecuencia y rapidez las necesidades del cuerpo y dejamos muchas veces a un lado las necesidades del alma. Cuando esto sucede, experimentamos un vacío en nuestras vidas.
Es importante saber atender a nuestra identidad completa dándole al alma la importancia que merece.
La oración es tan necesaria en nuestra vida espiritual como lo es respirar para nuestra vida del cuerpo.
El hombre, por estar formado de alma y cuerpo, tiene en su misma naturaleza una sed de cosas infinitas, siente la necesidad de conocer a Dios, intuye la presencia de un Ser Superior, de Alguien infinito que es la respuesta a sus necesidades. La historia de la existencia humana da prueba de la religiosidad innata del hombre en las distintas épocas y en las diferentes culturas.
En la actualidad, después de una época en que el hombre se olvidó de Dios para adentrarse en un materialismo sorprendente, hace
apenas unos cuantos años, hemos sido testigos de un despertar espiritual en la sociedad. Los hombres se han dado cuenta de que lo material no satisface sus inquietudes eternas y ha regresado a buscar a Dios.
Desgraciadamente, muchos han intentado encontrarlo a través de caminos erróneos como la meditación trascendental, la dianética, la cienciología, las técnicas orientales de meditación y relajación, la quiromancia y la adivinación. En todos estos casos, se habla del espíritu y de un ser superior, un dios cósmico, un dios presente en los elementos que conforman el universo y los ejercicios que realizan los centran en ellos mismos, pues buscan como único fruto "sentirse bien", estar en paz con ellos mismos.
La oración cristiana es muy diferente a estas técnicas que están de moda, porque es una oración personal (de persona a persona) en la que nosotros hablamos con Dios que nos creó, nos conoce y que nos ama. Nuestro Dios es una persona, no algo etéreo como el cosmos o el universo. No es un dios "cósmico", es un Dios con el que podemos dialogar de persona a persona porque nos conoce a cada uno y sabe qué es lo que necesitamos. Dios es un Padre que nos ama, y con la oración nosotros participamos de su amor. Es un Padre que llena de bendiciones a sus hijos. La oración cristiana da frutos, no sólo con uno mismo sino con los demás, nos hace crecer en el amor a Dios y a los hombres.
Cuando un hombre aprende a orar, jamás vuelve a tener sed, no vuelve a experimentar ningún vacío interior pues la oración llena las necesidades de su alma.
Algunos quizá, hayamos alguna vez intentado orar con toda nuestra
buena voluntad, pero los esfuerzos que hicimos no dieron el fruto que esperábamos y terminamos desanimados y abandonando la oración. ¿Por qué nos pasa esto? Porque no sabemos orar, necesitamos aprender a orar.
Las personas que han aprendido a orar, han encontrado el gusto por la oración y han logrado vencer obstáculos que en otro momento de sus vidas les hubieran parecido muy difíciles de superar como la falta de tiempo y el no poderse concentrar. Se puede decir que la oración ha pasado a ser parte de su vida.
Aprender a orar es aprender a estar atentos a la acción de Dios. Existen métodos que nos ayudan a aprender a orar pero son sólo unas guías que nos acompañan a determinado punto y después ya desaparecen porque logramos entrar en comunicación con Dios. Son ayudas, apoyos para profundizar en nuestra oración.
Así como los deportistas se preparan y entrenan para conseguir mejores resultados, el alma tiene capacidades espirituales que pueden estar dormidas por falta de preparación y entrenamiento.
Si nosotros aprendemos a orar, encontraremos en Dios la respuesta a todas nuestras inquietudes, encontraremos la paz espiritual y nuestro corazón se encontrará lleno de energía para dar amor a los demás.
Con la oración ocurre lo que con la levadura que fermenta la masa o con una antorcha que alumbra una habitación. Así es la oración: ilumina y fermenta toda nuestra vida y nos hace crecer en nuestro interior. Dios se convierte en un Alguien en nuestras vidas y no es sólo una "idea" sin vida. El diálogo continuo con Dios se vuelve parte de nuestra vida cotidiana.



In memoriam
JESÚS ÁVALOS DÍAZ
10 de marzo de 1990 28 de febrero de 2024.

Jesús Ávalos Díaz fue el quinto hijo de Humberto Ávalos y Rosa Díaz, nació el 10 de marzo de 1990. Recibió la catequesis y los sacramentos de la iniciación cristiana en la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe. Desde pequeño mostró inquietud por el servicio a Dios participando como monaguillo en la capilla de María Auxiliadora, en el seminario de los Salesianos; convivió con el padre Francisco Sandoval quien lo alentó a encontrar su vocación, y motivó a su familia para atender la cooperativa del colegio por las tardes donde los niños se reunían para vivir la espiritualidad salesiana. A los12 años ingresó en el seminario de los Oblatos en Sahuayo cursando
la secundaría y preparatoría, aprendio el oficio de la labranza y comenzó su estudios básicos de música practicando en un piano de ese seminario.
Conociendo el Seminario Diocesano de Zamora, Jesús ingresó en el Curso Introducto de esta casa de formación que se encuentra en Cotija, al cumplir la mayoria de edad. Pasó después al estudio de la filosofía en el Seminario Mayor de Zamora, donde permanecio por dos años. En esta etapa de formación, Jesús acrecentó su devoción al Sagrado Corazón de Jesús; siguió aprendiendo sobre música y comenzó sus estudios en el piano; fue miembro de la Schola Cantorum del Seminario y se le envió a estudiar un curso a la Escuela de Música Sacra de Guadalajara; ejerció la dirección del coro y rescató algunos cantos devocionales al Sagrado Corazón de Jesús. Realizó su apostolado impartiendo catecismo en Jacona y en la parroquia de San Simón en Ixtlán.
En el 2011, Jesús descubriendo su vocación a la música litúrgica, abandonando la formación a la vida sacerdotal y ubicándose nuevamente en Sahuayo, comenzó su apostolado amenizando algunas celebraciones en la Parroquia de Guadalupe y en el Santiario del Patrón Satiago. Fue invitado por el padre Filiberto Díaz a colaborar como organista y cantor de la Parroquia de Santiago Apóstol donde, con esmero, fue formando el coro parroquial; recuperó cantos de la tradición popular de sahuayo. Tuvo la oportunidad de seguir creciendo en la música estudiando nuevamente en la Escuela de Música Sacra de
Guadalajara. Con el pasó del tiempo, también colaboró en la evangelización digital, fue miembro del Consejo Parroquial y desempeñó labores en la notaría parroquial. Con su labor en la Parroquia manifesto su amor a la música mostrando así su espiritualidad, la alegría y amabilidad le caracterizaban. Comenzó a impartir clases de música en los seminarios y monasterios, así como en diversas instituciones de gobierno y sociales, y el apoyo en la formación del coro en la Parroquia del Señor del Perdón en Cojumatlán.
Durante la pandemia permaneció amenizando las celebraciones litúrgicas en la Parroquia de Santiago. Fue sometido a una cirugía en las cuerdas vocales que le imposibilitó compartir su canto durante varias semanas, sin embargo, formó un equipo de cantores que le asistían durante su convalecencia. En el marco de la fiesta en honor a san José Sánchez del Río entonó con gran esperanza aquel canto que inspiró el testimonio de Joselito y de muchas generaciones “al cielo, al cielo, al cielo quiero ir”; sintiendose enfermo y débil, el Miércoles de Ceniza de este año, se ausentó de su ministerio, tras días de padecimiento y afectado por una inflamación cerebral fue llamado a la casa del Padre la tarde del 28 de febrero de 2024. Sus funerales se celebraron en la Iglesia Parroquial de Santiago donde estuvo acompañado por su comunidad, sus amigos sacerdotes y su familia. En aquel viernes primero brotó el anhelo del cielo y se recordó que una vez hubo un sembrador que plantó una viña, le puso una cerca y la cuidó.
