Financial Feminist

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FINANCIAL FEMINIST

LIBÉRATE DEL PATRIARCADO, CONTROLA TU DINERO Y CONSTRUYE LA VIDA QUE SUEÑAS

FINANCIAL FEMINIST TORI DUNLAP

Este libro está diseñado para proporcionar información general sobre finanzas personales y educación financiera. No pretende ser asesoramiento de inversión personalizado ni sustituir la consulta con un asesor financiero cualificado u otro profesional. Dado que cualquier decisión financiera conlleva riesgos, no existe garantía de que las estrategias sugeridas en este libro sean rentables en todos los casos. Por tanto, ni la editorial ni la autora asumen responsabilidad alguna por las pérdidas que puedan derivarse de la aplicación de las estrategias sugeridas en este libro, renunciando expresamente a cualquier responsabilidad de este tipo.

Título original: Financial Feminist © Victori Media LLC., 2022

Publicado por acuerdo con Dey Street Books, un sello editorial de HarperCollins Publishers.

© de la traducción, Jacinto Pariente, 2024

© de las ilustraciones, OneLineStock, samuii, derplan13, Qbertstudio, Victoria, Simple Line/stock.adobe.com

© Ediciones Kōan, s.l., 2024

c/ Mar Tirrena, 5, 08918 Badalona www.koanlibros.com • info@koanlibros.com

ISBN: 978-84-10358-25-6 • Depósito legal: B-15374-2025

Diseño de cubierta: Victor Riba

Maquetación: Cuqui Puig

Impresión y encuadernación: Romanyà Valls

Impreso en España / Printed in Spain

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

1ª edición, septiembre de 2025

Para mamá y papá.

No habría sido posible sin vosotros.

Perdón por las palabrotas

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

ESTABA A PUNTO DE QUEDARME SIN TRABAJO Y NUNCA ME HABÍA SENTIDO MEJOR.

A finales de 2017 había decidido abandonar el marketing en redes sociales y cambiar de trabajo. Era el primer empleo estable que tenía desde la universidad. Lo había aceptado a pesar de que durante la entrevista me saltaron las señales de alarma. Una auténtica cagada.

A la semana, mi jefa me llamó a su despacho. No me había dado tiempo ni a memorizar siquiera el código de la puerta de los baños y mucho menos a familiarizarme con la dinámica de la empresa. Aun así, en cuanto me senté, cuadernillo de notas en mano, me soltó que temía arrepentirse de haberme contratado.

Durante los dos meses y medio siguientes no hubo día que no llorara. Cada vez que recordaba la amenaza de despido me entraba el pánico. En Nochebuena no cené con mi familia porque me pasé la noche aterrorizada delante del ordenador terminando un proyecto que, según me habían dicho, determinaría mi futuro en la empresa. Me creía insignificante. Mi jefa me hacía sentir pequeña e inútil.

Si sabías algo de mí cuando compraste este libro, seguro que no me describirías con las palabras «insignificante e inútil». Soy la fundadora y CEO de la empresa de educación financiera Her First $100K, he hablado ante miles de personas, soy la fundadora de uno de los pódcast de negocios de más éxito del mundo y aparezco con frecuencia, con mi pintalabios brillante y mi chaqueta de cuero, en medios como The New York Times o The Today Show. De insignificante y de inútil, nada. Sin embargo, en aquel trabajo tóxico me sentí avergonzada y paralizada, y se me disparó la ansiedad hasta máximos históricos.

Entonces se me ocurrió echarle un vistazo a mi cuenta bancaria.

Durante los dos años previos, había ahorrado parte del salario para disponer de un fondo de emergencia. Sin saberlo, estaba reuniendo poco a poco mis primeros cien mil dólares, el origen personal de la empresa que pondría en marcha más tarde. La función de aquel dinero era esperar, con paciencia, un pinchazo en la rueda, un gasto médico inesperado o un empleo tóxico. En ese momento caí en la cuenta de que no necesitaba pasar ni un día más en aquella oficina porque disponía de opciones.

Así, un frío día de enero me di el lujo (con la mayor educación posible) de mandar a la mierda aquel trabajo tóxico. Salí por la puerta con la cabeza alta y sonriendo por primera vez desde hacía meses. En lugar de ser controlada por alguien, la que llevaba las riendas era yo. Y eso me hizo sentir muy bien.

Desde entonces, mi misión en la vida es que todas las mujeres se sientan así.

Afortunadamente, me enseñaron economía en casa. De pequeña veía a mi padre llamar a la empresa de la tele por cable cada dos por tres para renegociar la tarifa y a mi madre cuadrar las cuentas los días trece y veintiuno de cada mes con un programa antediluviano. Aprendí a ahorrar de manera racional, a usar la tarjeta de crédito con responsabilidad y a ver en el dinero un recurso para vivir la vida que quería. Cuando me gradué en la universidad, no debía ni un dólar en préstamos universitarios. Fue un trabajo de equipo: mis padres ahorraron y yo tuve tres empleos mientras estudiaba. Mis padres no procedían de una familia rica, así que hicieron todo lo posible para proporcionarme una vida estable, tanto en lo emocional como en lo económico.

Cuando era pequeña pensaba que esto sucedía en todas las casas. Pensaba que todo el mundo disfrutaba de una estabilidad y una educación como la que mis padres me habían dado. Sin embargo, cuando terminé el instituto y entré en la universidad, me di cuenta de que la educación financiera es un lujo del que solo disfrutan los jóvenes con padres adinerados. Era un privilegio. Ser una mujer blanca, cisgénero, heterosexual y sin discapacidades es un privilegio.

Como es natural, ese privilegio conlleva responsabilidades.

Terminé la universidad en 2016, cinco meses antes de que Donald Trump ganara las elecciones. Al convertirme en una mujer adulta, es decir, al aprender a abrirme paso en lo vital y en lo laboral en una sociedad cimentada en la opresión sistémica, fui definiendo qué tipo de persona quería ser y qué estaba dispuesta a tolerar. Comencé a analizar mi propio privilegio y decidí utilizarlo para ayudar a otras

mujeres. Fue el empujón que aquella joven de veintidós necesitaba para emprender algo cuyos beneficios no repercutieran solo en ella: Her First $100K, un proyecto que combate la desigualdad económica dotando a las mujeres de recursos eficaces para sacar el máximo rendimiento a su dinero.

Lo que más me inspira en este mundo es una mujer empoderada. ¡Me encanta! Por desgracia, cuando entré en el mercado laboral como adulta, encontré sexismo por todas partes; las mujeres estaban tan desmoralizadas que creían que no tenían poder. Algunas amigas cobraban menos de lo que valían y a muchas mujeres de color nunca se las consideraba para un ascenso. Descubrí que las mujeres poseen la mayor parte de la deuda en Estados Unidos y que invierten menos dinero para su jubilación que los hombres, aunque vivimos siete años más.

Un fondo o colchón de emergencia nos da opciones. Algunas, como la posibilidad de tomarse unas vacaciones para cargar las pilas, son pequeñas, pero provechosas. Otras, como emprender un negocio, tener hijos o jubilarse joven, nos cambian la vida. La más importante es la posibilidad de salir de entornos y situaciones tóxicas, como las relaciones en las que hay abuso emocional o los empleos que generan ansiedad.

Allá por 2017, cuando me sentía impotente y asustada en una situación laboral tóxica, mi cuenta bancaria fue la respuesta. El colchón de emergencia me dio opciones.

Vivimos en un sistema patriarcal que fomenta y perpetúa la desigualdad, que oculta la información y los recursos financieros a los grupos marginados. En este contexto, la independencia económica es un acto de protesta. Acabar

con las ideas negativas sobre el dinero y ahorrar, saldar la deuda bancaria, invertir y encontrar empleos satisfactorios es un acto de protesta. Optar por el descanso en lugar del estrés, por la abundancia en lugar de la escasez y por la generosidad en lugar de la especulación es un acto de protesta. En un mundo diseñado con toda minuciosidad para acobardarnos, ser estables, sentirnos plenas y estar empoderadas son actos de protesta.

Es fundamental reconocer que el control que ejercemos sobre nuestra propia situación económica es limitado. En las finanzas personales hay un 20 por ciento de elecciones personales y un 80 por ciento de circunstancias. A pesar de ello, a lo largo de la historia, los expertos en temas económicos han insistido en que si estás en la ruina, endeudada hasta las cejas o pasando apuros económicos es por tu culpa.

Es imposible hablar de finanzas personales, de dinero o de economía sin mencionar la opresión sistémica. Ciertos factores externos, como el racismo, la discriminación hacia personas con discapacidad, la homofobia, la recesión, los desastres naturales, la falta de acceso a la sanidad, a las bajas retribuidas o a la conciliación familiar (la lista es mucho más larga) son en buena medida los causantes de tus problemas de dinero.

El feminismo financiero reconoce el efecto de estos obstáculos estructurales en el éxito individual de las mujeres. Este libro no ofrece una solución a la desigualdad. No toma partido contra (ni a favor) del capitalismo. No es uno de esos obscenos panfletos motivacionales cuyo mensaje es «yo he alcanzado el éxito y tú también puedes hacerlo» ni un altar al dios de la cultura del estrés. Todo lo contrario: es un manual de supervivencia. Mientras lu-

chamos a brazo partido por cambiar el sistema, debemos aprender a movernos por él como pez en el agua. Por el momento, de pagar el alquiler, hacer la compra y cuidarnos a nosotras mismas no nos libra nadie.

Una feminista financiera es una mujer que utiliza el poder del que dispone para conseguir la igualdad económica (para ella y para quienes la rodean). Cuando tengas las necesidades cubiertas, es decir, disfrutes de estabilidad, comodidad y abundancia, estarás en situación de ayudar a las demás.

Gracias a Her First $100K he constatado que el feminismo financiero es una experiencia transformadora para las mujeres. Danielle, una mujer que entabló una conversación conmigo en la puerta de un museo de Florencia, se salvó tanto a sí misma como a su hija de un marido violento, emprendió un negocio y en aquel momento estaba en pleno viaje Come, reza, ama por Italia. Moji, una mujer de color que nunca se había atrevido a renegociar el salario, aprendió a exigir que le paguen lo que vale y hoy impone su autoridad en un sector dominado por hombres de raza blanca. Lizz pasó de una agotadora jornada laboral y de plantearse comenzar con un segundo antidepresivo a gestionar su propia empresa tecnológica. Hoy gana sesenta mil dólares más al año que en su antiguo trabajo y tiene la autoconfianza por las nubes.

Este libro es tuyo. Subráyalo, llénalo de notas, marca lo que te interese y dobla la esquina de las páginas. Señala los párrafos que te emocionen, los ejercicios prácticos que querrás repasar más tarde y las citas que te resuenen por dentro. A lo largo de estas páginas te invitaré a reflexionar y te asignaré tareas, así que te recomiendo que te compres un cuaderno o abras un documento de Google. De esta

manera, tendrás un lugar para registrar tus ideas, avances y descubrimientos.

Leer de un tirón un libro como Financial Feminist te estresará y no querrás volver ni a mirarlo. Si buscas un cambio real, léelo despacio, sé comprensiva contigo misma y concédete descansos. Evita la lectura pasiva. Aprovecha los materiales para llevar a cabo cambios vitales profundos. Quizá sientas la tentación de saltarte algún capítulo, sobre todo si necesitas una solución rápida para apuros económicos urgentes. Sin embargo, el libro está pensado para que tomes conciencia de cómo se transforma tu relación con el dinero, por lo que te recomiendo respetar el orden de los capítulos.

En Financial Feminist encontrarás entrevistas con expertas e historias de la comunidad de Her First $100K. Las he incluido principalmente para resaltar y dar a conocer diversas experiencias, en especial las de personas pertenecientes a grupos discriminados. En las fases más vulnerables (por ejemplo, mientras aprendes cosas nuevas sobre el dinero), conocer experiencias parecidas a las tuyas te aportará seguridad y motivación. Por otra parte, yo no soy la autoridad absoluta de nada ni estoy siempre en lo cierto, por lo que he recurrido a la ayuda de otras personas expertas. Hay una cita que para mí resume a la perfección el feminismo financiero: «Cuando hayas conseguido lo que necesitas, construye una mesa más grande, no un muro más alto». La misión del feminismo financiero es que logres fabricarte una mesa hermosa y sólida. Cuando quienes se sienten a ella estén alimentadas, derribaremos juntas los muros que otros han levantado. Solo si cubrimos nuestras necesidades, podremos cambiar este sistema que margina a tantas personas. En este libro encontrarás recursos para

tomar las riendas de tus finanzas a fin de que, cuando adquieras estabilidad y abundancia, acabemos juntas con el sistema.

Bienvenidas a mi mesa, feministas financieras. ¡Manos a la obra!

FINANCIAL FEMINIST

CAPÍTULO 1

DINERO Y EMOCIONES

NO HABÍA MANERA DE CONVENCERLA DE QUE

Además de ser mi mejor amiga, Kristine es mi persona favorita en el universo. Hemos recorrido juntas media docena de países, hemos viajado por lo menos 500 horas en coche (una vez intentamos sacar la cuenta) y cada una ve como suyas las victorias y derrotas de la otra. Nos conocimos en mi primer trabajo después de la universidad, del que hui tras un año y medio a causa de la espantosa cultura empresarial y la demencial toxicidad del ambiente.

Una noche me llamó para contarme el último peliculón de terror. Yo ya me había ido, pero ella no. Llevaba ya siete años lidiando con la misma mierda.

Mientras trataba de estar presente y escucharla, un pensamiento me daba vueltas por la cabeza: «Tengo que convencerla de que lo deje. Sería mucho más feliz así».

Seguro que has vivido algo semejante. Una amiga te llama para contarte un problema y tú sabes cómo solucionarlo. Le podrías diseñar un PowerPoint detallado. Quieres que deje de sufrir. Sin embargo, ¿sabes lo que

pasa? Que tu amiga no te llama para eso o, al menos, todavía no. No necesita una estrategia, sino alguien con quien despotricar, alguien que la escuche, que empatice con ella y le diga: «¡Qué fuerte! A ver qué se nos ocurre».

Kristine no me llamaba para buscar soluciones, sino para procesar emocionalmente el problema. Ese es el primer paso y, además, el más necesario.

Me pasó lo mismo cuando empecé a trabajar como educadora financiera para mujeres.

Me lancé de inmediato a lo que más me gustaba: los consejos prácticos. Con la mejor de las intenciones, pensé que asesorar sobre objetivos, presupuestos y estrategias de inversión bastaba para alcanzar el éxito (hablaremos de estos temas más adelante, lo prometo). Para mi sorpresa, después de las sesiones, mis clientas volvían de inmediato a viejos hábitos como el gasto descontrolado, el diálogo negativo consigo mismas y la parálisis por análisis. Yo tenía tantas ganas de sacarlas del atolladero que no les daba tiempo a descubrir por sí mismas el origen de sus problemas. Mis estrategias financieras no eran más que simples parches en problemas mucho más profundos. Entonces me di cuenta de que antes de provocar cambios económicos duraderos hay que dedicar algo de tiempo a lo emocional. (Kristine y yo hemos aprendido a preguntarnos: «¿Quieres un consejo ahora mismo o solo necesitas procesar algunas cosas?».)

Saltarse este capítulo es tentador. Entiendo perfectamente que lo último que quieras es profundizar en las emociones que te suscita el dinero, pero es la parte más necesaria del proceso de adquirir autoconfianza económica. No puedes empezar a cambiar tus relatos sobre el dinero hasta que comprendas con honestidad de dónde

provienen esas creencias. No puedo enseñarte a establecer metas financieras si no entiendes cómo tus bloqueos sobre el dinero afectan tus decisiones. Sería como presentarse a Masterchef sin una receta en mente. El resultado será un engendro culinario, achicharrado por fuera y crudo por dentro, y el desdén del juez de turno. En palabras de la investigadora y especialista en vergüenza y vulnerabilidad Brené Brown, a quien admiro profundamente y a la que citaremos mucho en este capítulo, «a no ser que les pongas nombre y las sientas, las emociones te comerán viva».

El dinero es psicológico. ¿Te lo repito? Te lo repito: el dinero es psicológico. Tomamos decisiones financieras en función de nuestra actitud y de cómo nos sentimos. A su vez, estas decisiones repercuten en los resultados a largo plazo que obtenemos. Sentimos emociones tanto positivas como negativas respecto a cada aspecto del dinero, ya sea la deuda, la inversión o nuestros ingresos. Por ejemplo, aunque he trabajado mucho para saber cómo interactúan mis emociones y las decisiones financieras que tomo, confieso que pasé incontables noches de pandemia mirando en Internet camisetas que quería comprar, pero que no necesitaba (por cierto, la web de Madewell es adictiva), cambiando cinco velas sin usar por otras nuevas sin razón y buscando en la web de Zillow casas que no me puedo permitir en lugares en los que jamás viviré y después sintiéndome fatal porque aquella vela con esencia de jazmín era precisamente el motivo por el que no podía permitirme la casa estilo shotgun de 4,3 millones de dólares con jardín enorme en Nueva Orleans con la que siempre he soñado. Estas luchas nunca desaparecen por completo. Incluso yo, como experta en finanzas, a veces dejo que mi estado emocional dicte mis decisiones financieras. Y no soy la única,

y emOCiOnes

lo sé. Piensa en las decisiones financieras que tomaste el mes pasado, tanto las que te enorgullecen como las que te avergüenzan. ¿En cuántas crees que ha influido, aunque sea de forma sutil, el estado mental o emocional en que te encontrabas? Te apuesto lo que quieras a que en casi todas. Cómo piensas, lo que sientes y tu actitud general marcan tu relación diaria con el dinero, no solo en cuanto a los gastos y las cuentas del día a día. Las emociones influyen en las decisiones financieras trascendentes, así como en tu forma de ver el dinero y a quien lo posee. Nadie se libra. A los veintidós años creía necesitar una casa para la que no estaba preparada ni emocional ni económicamente porque me daba vergüenza «derrochar» en alquileres. A muchas de mis clientas les pasa igual: aun sufriendo una discapacidad, se sienten culpables por contratar una asistenta; les aterroriza consultar el estado de su deuda universitaria, y el problema más habitual: no ganan millones de dólares porque no se atreven a invertir o a negociar un aumento de sueldo. Para numerosas mujeres, y seguramente también para ti, que estás leyendo estas líneas, evitar los temas de dinero es una reacción a las emociones que este nos suscita. Diseñar, comprender y poner en práctica estrategias financieras nos intimida y sobrepasa, así que lo evitamos.

Las mujeres que nos hemos preocupado por aprender a invertir, negociar, saldar la deuda, etc., nos vemos a menudo con un arma de doble filo entre las manos, pues el patriarcado castiga a las que tratan de prosperar. ¿Quieres ejemplos? Llamarnos «desagradecidas» cuando exigimos el sueldo que merecemos, ocultarnos información sobre el mercado de valores a sabiendas o avergonzarnos por gastar dinero en cosas que nos facilitan la vida.

Nuestros sentimientos hacia el dinero son deliberadamente utilizados como un arma en nuestra contra. Hay empresas depredadoras que se aprovechan de la falta de formación financiera, por ejemplo, con tarjetas de crédito disfrazadas de tarjetas de cliente, engaños del tipo «hazte rica hoy mismo con estas acciones», empresas de marketing en red y entidades de créditos universitarios. Se hacen ricas con nuestros miedos e inseguridades del mismo modo que lo han hecho siempre las revistas de moda, las marcas de productos de belleza y la industria de la alimentación. Consumimos sus productos para librarnos de la vergüenza de no tener el aspecto que «debemos».

Unas palabras de

Alexis Rockley

COACH DE PSICOLOGÍA POSITIVA Y AUTORA DE FIND YOUR F*CKYEAH

La vergüenza es una emoción universal emparentada con el miedo. Todas la sufrimos de vez en cuando. No nos gusta hablar de ella. Encabeza la lista de temas que incomodan a los desconocidos en las fiestas aburridas. Ojalá no fuera así, porque cuanto menos hablamos de lo que nos avergüenza, más poder ejerce sobre nosotras.

Según la doctora Brené Brown, pionera en la investigación de la vergüenza, la psicóloga clínica Mary Lamia y otras especialistas, la vergüenza se origina en el miedo a no pertenecer. Es una emoción negativa predictiva muy dolorosa: «Si no cumplo con lo que la sociedad espera de mí, me rechazarán y me quedaré sola».

y emOCiOnes

La encontrarás en expresiones tan habituales como «no soy lo bastante... para...» o «soy demasiado... para...», en la insoportable sensación de falta de mérito, y en la dolorosa punzada de creerte fuera de lugar o no estar a la altura. La vergüenza es la incontrolable sensación de que los demás han descubierto, o están a punto de descubrir, esa parte de ti que tú misma odias.

A nadie le gusta mostrarse vulnerable. Los seres humanos somos ante todo una especie social que necesita pertenencia y apoyo. ¡Por supuesto, queremos evitar el aislamiento a toda costa! Es lo que hace que la vergüenza sea una fuente de motivación tan poderosa en nuestras vidas.

La vergüenza, como todas las emociones, existe para impulsarnos a actuar.

Como el resto de las emociones negativas, cumple una función evolutiva fundamental: mantenernos vivas y conectadas con los demás. Es tan incómoda que interrumpe las emociones positivas y redirige la atención a lo que la origina. En resumidas cuentas, es una señal, la forma en la que el cerebro dispara la alarma y nos dice: «¡Eh, cuidado, que no queremos que nos rechacen!».

No obstante, si la vergüenza no es más que un mensaje del cerebro, ¿por qué tantos estudios la relacionan con la violencia, la agresión, el abuso, la depresión, la adicción y los desórdenes alimentarios? Porque no nos han enseñado a interpretar los sentimientos como señales del cerebro.

Sobre las emociones negativas nos enseñan poco más que a temerlas y a ignorarlas, de modo que al final acabamos confundiéndolas con lo que somos.

El resultado es que la vergüenza nos afecta de formas que nada tienen que ver con su utilidad evolutiva original. En lugar de mantenernos conectadas, nos acobarda, aísla y bloquea. En lugar de animarnos a reevaluar las convenciones sociales que los demás proyectan sobre nosotras y decidir si queremos obe­

decerlas, nos obsesiona con ellas, lo cual se manifiesta en todo tipo de autocensuras.

La primera exigencia de la vergüenza es el conformismo. Cuando nos domina, nos convencemos de que debemos pensar, elegir y actuar como las personas poderosas. Familiarizadas como estamos con el dolor del rechazo y desesperadas por evitarlo como sea, aceptamos el statu quo: nada de arriesgarse ni de destacar. Es demasiado peligroso. ¿Y cuando no podemos conformarnos? Entonces no vemos otra opción más que encogernos, minimizar y restar importancia a todas las formas en que nos desviamos de esa norma.

La trampa que nos tiende la vergüenza son las comparaciones, que conducen a la bien conocida espiral del «no soy lo bastante _______». Por ese motivo, bastan solo veinte inocentes y distraídos minutos en las redes sociales para que nos replanteemos nuestra carrera profesional de arriba abajo. «¡Están en Cancún! ¿Cómo hacen para salir siempre tan guapos en las fotos? ¿Cómo se las arreglan para irse de vacaciones varias veces al año? ¿Qué saben que yo no sé?

La trampa de las comparaciones parece inocua. En el fondo, «solo buscas inspiración; solo quieres saber en qué andan fulanito y menganita». Sin embargo, siempre acabas creyéndote una fracasada.

La segunda exigencia de la vergüenza es la perfección. Como consecuencia, el éxito se vuelve inalcanzable. Por lo general, reconocer que somos capaces de superar la ignorancia y de aprender de los errores no debería desencadenar una crisis de identidad grave. En cambio, la trampa de la humildad («¿Quién me he creído que soy para _______?») es un pozo de autocompasión del que es difícil escapar.

La trampa de la humildad es el motivo por el que las personas, sobre todo las mujeres, no quieren que se note su deseo de

y emOCiOnes

ser ricas: «¿Quién soy yo para admitir que una de mis prioridades es poseer dinero en lugar de algo más... elevado?». Por eso preferimos contarles a las compañeras de trabajo una experiencia sexual embarazosa en lugar de hablar del sueldo de cada una: «A lo mejor se molestan. Hablar de dinero es de mala educación...».

La trampa de la humildad parece inofensiva («Es puro realismo. No quiero agobiar a nadie con mis preguntas»), pero te deja sola frente a tus problemas, prisionera de la ignorancia, temerosa de admitir que hay temas de los que no sabes.

La vergüenza nos habla en primera persona (yo, me, mí, conmigo...) y con nuestra propia voz. A consecuencia de ello, nos autocriticamos con criterios de perfección y conformismo. Sin embargo, cuando confundes la señal de alarma emocional de la vergüenza («Mi relación no es sana. ¿Cómo lo soluciono?») con tu identidad («Nunca voy a ser capaz de salir de esta. No valgo para los temas de dinero»), has mordido el anzuelo y te has tragado que esa incomodidad es un signo de fracaso.

Hablemos claro: el dolor del rechazo es real y produce estragos físicos reales (como la marginación). La vergüenza es un motivador muy poderoso, una estrategia evolutiva de protección, que no debe avergonzarte (el tema de avergonzarnos de avergonzarnos es un bucle psicológico de otro nivel).

En cualquier caso, no hay razón para someterse a la tortura íntima de la vergüenza. No creas que solo te pasa a ti. La perfección no existe y el conformismo no es una meta admirable. Mientras superas la falta de conocimientos y aprendes de los errores, mereces que te vean, te apoyen y te acompañen. Todas buscamos la manera de habitar nuestro cuerpo, de aprovechar nuestra inteligencia, de utilizar los recursos de los que disponemos y de vivir en la sociedad y el momento histórico que nos ha tocado. Somos un desastre, pero lo estamos haciendo lo mejor que podemos.

El primer paso para que la vergüenza vuelva a ser un simple mensaje del cerebro en lugar de una asfixiante carga emocional es buscar ayuda y relacionarse con mujeres que compartan tus intereses y admitan que hay temas de los que no saben y reconozcan y valoren tanto las diferencias como las necesidades interseccionales de cada una. La comunidad de Tori y su gente parece un buen punto de partida, ¿verdad? *guiño exagerado*.

A veces, la vergüenza se vuelve una de las emociones negativas más dañinas, sobre todo cuando no comprendemos lo que trata de decirnos. Un estudio reciente ha demostrado que las mujeres la sufrimos más que los hombres, en parte debido a una serie de modelos sociales y culturales que se nos imponen y que nos llevan a autocriticarnos negativamente si no los cumplimos. En lugar de usarla para corregir el comportamiento de modo útil, perdemos el control.

Estos ciclos de vergüenza nos impiden mejorar nuestra situación económica. No consultamos la cuenta bancaria por miedo. No preguntamos qué es un 401(k) —un plan tradicional de pensiones en Estados Unidos— por vergüenza. No nos atrevemos a pedir un aumento de sueldo porque quizá «no nos lo hemos ganado».

Las investigaciones de Brené Brown nos enseñan que el antídoto para la vergüenza es la vulnerabilidad. Enfrentarnos a lo desconocido, a lo nuevo, a lo que nos incomoda o darnos permiso para admitir que no tenemos respuesta para todo son actos de enorme valentía. Por eso, en este capítulo, y en todo el libro, te pido que seas vulnerable. Te pido que confíes en mí y me aceptes como guía, incluso cuando lo que diga te asuste o te supere un poco. También te pido que confíes en ti misma. Este es un espacio seguro, libre de críticas malintencionadas

Por lo tanto, en un ejercicio de vulnerabilidad, vamos a concentrarnos en la dimensión emocional del dinero, la buena, la mala y la fea, y en cómo usarlo para que nos aporte alegría, comodidad y estabilidad. También vamos a encuadrar las críticas y la vergüenza, dos emociones económicas comunes, en el contexto de lo que yo denomino los cinco relatos patriarcales, cinco historias o actitudes que te impiden el acceso a la educación financiera, la estabilidad y la autoconfianza. Son los obstáculos que tienes que superar para sentar tus bases financieras.

Mientras estudias los cinco relatos, piensa en las veces en que has sucumbido ante ellos y cómo han influido en tu relación con el dinero. Cuando hablamos de la dimensión emocional del dinero, de lo que estamos hablando en realidad es de sus dimensiones política y social. Las emociones no salen de la nada, muy al contrario, el patriarcado lleva mucho tiempo grabándotelas a fuego. Y ahora, sin más preámbulos...

relato #1

DEBERÍAS SABER CÓMO MANEJAR EL DINERO

Este relato tiene muchas variantes. Algunas de ellas son: «¿Esto por qué no lo sabía yo? Qué boba soy»; «No debería costarme trabajo entender esto. ¿Seré idiota?», y «Todo el mundo parece saber lo que hace. ¿Por qué yo no?».

feminist y vergüenza. Date permiso para desnudarte un poco, emocional y financieramente. Este libro es una partida de strip-poker, y yo voy con todo, apostando todas mis fichas al centro del tapete.

Si me dieran un dólar por cada vez que una mujer dice en uno de mis grupos «Perdón por la pregunta tonta...».

Se espera que seamos financieramente competentes, pero nadie nos enseña. Si no te han enseñado en casa, un privilegio que yo sí he tenido, o has cursado una asignatura complementaria en el instituto titulada Cómo usar Quicken (versión 1992), estás en el limbo. Mi amiga Tiffany Aliche, alias La presupuestista, en mi pódcast Financial Feminist: «Nadie se rompe una pierna y se siente mal por no saber recolocarse el hueso sola. ¿Por qué es así en temas de dinero?». En lugar de ser comprensivas con nosotras mismas y aprovechar para aprender algo nuevo, nos castigamos como si no saber algo (todavía) fuera ya de por sí un fracaso. Más raro aún es que, cuando se trata de educación financiera, nos marquemos metas inalcanzables. Nadie esperaba que saliéramos del vientre materno sabiendo hablar italiano o tocando la tuba. ¿Por qué íbamos a nacer sabiendo gestionar la deuda o invertir en bolsa?

Este relato nos afecta a hombres y mujeres por igual. La sociedad espera que sepamos gestionar el dinero por arte de magia. Eso sí, en el caso de los hombres, la expectativa procede de la formación.

Por otra parte, no es menos cierto que el sistema está diseñado para privilegiar a los hombres blancos cis heterosexuales. De hecho, es la tesis central de este libro. Las mujeres que estamos al tanto de las diferentes prácticas económicas y financieras somos muchas menos. Tanto en la infancia como en la edad adulta, a los hombres se les enseña a manejar el dinero de manera muy distinta que a las mujeres. Las pistas de golf, los bares y los foros de internet rebosan de hombres que comparten información bursátil entre sí, charlan sobre la bonificación anual que

reciben y comentan teorías inmobiliarias. Que los hombres hablen de dinero y busquen la manera de enriquecerse es una norma social no solo aceptada, sino fomentada. En Estados Unidos, a las mujeres no se nos permitió ser titulares de una tarjeta de crédito sin un cofirmante masculino hasta 1974. Los créditos para empresarias no llegarían hasta catorce años después. Incluso hoy, en pleno siglo xxi, en las relaciones heteronormativas, es el hombre quien toma las decisiones financieras que generan ganancias. Hay ejemplos a millares. El sistema no nos valora, pero después nos menosprecia si no sabemos algo. Como a las mujeres se nos exige saber de dinero como por arte de magia, sin ayuda de nadie, es natural que no nos atrevamos a preguntar para no parecer tontas o ingenuas. Ese miedo procede de algún sitio. Muchos de los expertos en finanzas a los que recurrimos se dedican a recordarnos, reforzar e insistir en esas emociones. Se suponía que nos iban a enseñar a alcanzar el éxito y en lugar de eso nos hacen sentir tontas e incapaces. Un ejemplo: en un episodio de su programa televisivo, la asesora financiera Suze Orman ordenó a gritos a una mujer divorciada con tres hijos, un padre a su cargo y una deuda de doscientos cincuenta mil dólares en préstamos universitarios, que les confesara a sus hijos «el atolladero en el que te has metido para que aprendan lo que pasa cuando eres irresponsable y no te atreves a enfrentarte a la realidad».

Si a la opresión sistémica le añadimos la falta de formación y la vergüenza, es normal que las mujeres no sepamos de dinero. Es normal que nos provoque emociones negativas.

Aprender exige práctica, tiempo y vulnerabilidad. Cuando haces algo por primera vez, sabes que no te va a salir bien y eso da miedo. Es como cuando Bambi aprende a

andar y acaba dándose de bruces en el hielo. Aprender requiere paciencia y, sobre todo, una actitud comprensiva con nosotras mismas. Como dice Brené Brown, «la inseguridad y la incertidumbre son los pilares de la valentía».

Con educación financiera y entendiendo por qué sentimos vergüenza, esa vergüenza se transforma en rabia hacia los sistemas injustos que la provocaron desde el principio. Y cuando convertimos la vergüenza en rabia, podemos transformar esa rabia en acción. Y convertir la vergüenza en acción puede ser algo increíblemente poderoso. relato #2

HABLAR DE DINERO ES DE MALA EDUCACIÓN

Preguntarle a la gente cuánto gana, cuál es su patrimonio neto o cuánto les ha costado algo es de mal gusto y hay que evitarlo a toda costa. Seguro que lo has oído más de una vez. Nos lo inculcan desde niñas, pero el adoctrinamiento continúa de adultas.

Es más fácil hablar de temas incómodos como la muerte, el sexo, la política o la religión que de dinero. En definitiva, que somos capaces de desnudarnos delante de un desconocido antes que preguntarle cuánto gana al año. La sociedad nos convence de que hablar de dinero es invadir la intimidad de los demás.

Una teoría propia, en absoluto conspiranoica, es que el maldito sistema perpetúa este relato para tenernos controladas.

El patriarcado se beneficia del silencio de las mujeres. Si consigue convencernos de que hablar de dinero es de

y emOCiOnes

mala educación, seguiremos explotadas y mal pagadas. No hablar de dinero implica no saber que el salario de un compañero de trabajo con la misma experiencia que tú es un veinte por ciento más alto. Implica que lo que le debes al banco te produce una profunda vergüenza porque te crees que eres la única con ese problema. Implica no ser financieramente honesta con tu pareja antes de casaros. Hay miles de ejemplos de los perjuicios de este relato en los ingresos futuros, el patrimonio neto, los objetivos y las relaciones de las mujeres.

Además, evitar las conversaciones sobre dinero es a menudo señal de otro relato: la identificación de patrimonio neto personal con valía personal. Caitlin Zaloom, antropóloga de la universidad de Nueva York, dio en el clavo cuando dijo: «Si crees que tu valía personal se calcula en términos materiales, es natural que te resulte incomodísimo hablar de dinero y mostrarte vulnerable». Si este libro te sirve para algo, que sea para animarte a hablar de dinero. Integrar la transparencia financiera en tu vida es una de las mejores formas no solo de cambiar tu situación personal, sino de generar un cambio sistémico. Volveremos a hablar de cómo y por qué hablar de dinero más adelante.

relato #3

TRABAJA DURO Y SERÁS RICA

Esto nos lo han contado a todas. Es el truco para generar vergüenza por antonomasia. Se espera que trabajemos duro, que ahorremos y que no nos endeudemos. Solo con

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