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Bioética y Fratelli
Tutti en diálogo con las Ciencias Sociales
Comité Científico
De La Editorial Tirant Humanidades
Manuel Asensi Pérez
Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada Universitat de València
Ramón Cotarelo
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia
M.ª Teresa Echenique Elizondo Catedrática de Lengua Española Universitat de València
Juan Manuel Fernández Soria
Catedrático de Teoría e Historia de la Educación Universitat de València
Pablo Oñate Rubalcaba
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración Universitat de València
Joan Romero
Catedrático de Geografía Humana Universitat de València
Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Universidad Carlos III de Madrid
Procedimiento de selección de originales, ver página web: www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales
Jesús Armando Martínez Gómez
María Elizabeth de los Ríos Uriarte
Karla Elizabeth Mariscal Ureta
Coordinadores
Bioética y Fratelli Tutti en diálogo con las Ciencias Sociales
tirant humanidades
Ciudad de México, 2023
Copyright ® 2023
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Presentación
Jesús Armando Martínez GómezMaría Elizabeth de los Ríos Uriarte
Karla Elizabeth Mariscal Ureta
La encíclica Fratteli Tutti del Papa Francisco reafirma la dimensión social y global de la fraternidad y la solidaridad en un mundo en que, pese a la cercanía lograda a través de los medios de transporte, de información y comunicación, el hombre se siente cada vez más distante de su prójimo y ajeno a su dignidad. La indiferencia ante el que sufre, la apatía ante el drama que vive la mayor parte de la familia humana, el egoísmo, el afán de éxito y de riqueza son signos evidentes de nuestra época y consecuencias de un sistema económico para el que las personas son sólo medios para un fin: producir y reproducir más riqueza, que no se distribuye de forma justa y equitativa, impidiendo cumplir con el imperativo del destino universal de los bienes.
S.S. Francisco critica al neoliberalismo y al populismo, principales responsables de los problemas de nuestra época, pero su mensaje no es pesimista y mucho menos paternalista, de quien espera pasivamente. Su propuesta se encamina en dirección a la esperanza activa, exhortándonos a la solidaridad:
Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos (...) Que otros sigan pensando en la política o en la economía para sus juegos de poder. Alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien.
Su mensaje es de amor y de paz, y su intensión ayudarnos a no perder la esperanza frente a las falsas seguridades en las que vivimos. La espera debe ser activa, y la fraternidad y la solidaridad son medios a nuestro alcance para realizarla:
Busquemos a otros y hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia, porque allí está todo lo bueno que Dios ha sembrado en el corazón del ser humano. Las dificultades que parecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la excusa para la tristeza inerte que favorece el sometimiento. Pero no lo hagamos solos, individualmente.
Se necesita impulsar una cultura del encuentro mediante el diálogo y las acciones solidarias, para responder a un gran imperativo de nuestro tiempo: reivindicar el valor de la dignidad y recuperar la esperanza perdida en un mundo mejor.
La presente obra pretende ser un espacio de encuentro para promover el diálogo edificante, reflexivo y crítico que permita ahondar en muchas de las ideas y enseñanzas que nos trasmite la encíclica Fratteli Tutti, y cuestionar la realidad en que vivimos con un espíritu constructivo para establecer puentes de comunicación que nos acerquen más a nuestra esencia y al verdadero cometido de nuestra estancia temporal en la tierra: el perfeccionamiento humano.
Capítulo 1
La cultura de muros: una crisis de alteridad a partir de la experiencia violenta
Dr. José Honorio Cárdenas VidaurriEl mundo contemporáneo presenta retos importantes para la humanidad, especialmente en cuanto a la convivencia pacífica se refiere. La persistencia de hechos violentos en los entornos sociales ha generado la edificación de muros materiales, inicialmente, y luego socioeconómicos y culturales. Una cultura de muros no puede representar progreso humano, principalmente por la incapacidad de establecer condiciones de encuentro, de diálogo y amistad. Sin la alteridad, cualidad esencial de las personas, es imposible el desarrollo humano pleno y la posibilidad de una vida digna en igualdad de condiciones, sin exclusión alguna.
1. LA SIMBÓLICA DEL MURO
La existencia de muros en la vida social se explica, fundamentalmente, a partir de la experiencia de la violencia. Ésta última contiene intrínsecamente el germen del miedo, la desconfianza y, en última instancia, la conciencia de la propia vulnerabilidad. Las víctimas que sobreviven llevan consigo un daño permanente por la experiencia violenta y, además, uno potencial ante la amenaza de un daño mayor, si no es que fatal.
(Saint-Pierre, 2006)Los muros se edifican, generalmente, por miedo: “nombre que le damos a nuestra <<incertidumbre>>: a nuestra <<ignorancia>> con respecto a la amenaza y a lo que hay que <<hacer>> – a lo que puede y no puede hacerse – para detenerla en seco, o para combatirla, si pararla es algo que
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está ya más allá de nuestro alcance.” (Bauman, 2007, pág. 10) Para los habitantes de una ciudad amurallada, el muro representa seguridad; si no plena, al menos en mayor medida que sin él. No obstante, la cuestión remite siempre a la estrategia militar del victimario. El asedio a Jericó (Jos 6, 1-16) fue solo la amenaza de una conquista previsible pues, a pesar de sus magníficas murallas, la ciudad fue asaltada, destruida y, sus habitantes, aniquilados. (Biblia de Jerusalén, 1985) Un muro podrá incrementar la percepción de seguridad ante una potencial agresión, e incluso la podrá disuadir temporalmente; pero jamás atenderá las causas profundas que originan la enemistad.
Otros muros se erigen como símbolos de conquista y soberanía. Los 21,196 kms. de la gran muralla china representan los límites estratégicos de su imperio, más que miedo al enemigo. Esta grandiosa muralla expresa la organización política de dicha nación a lo largo de los 20 siglos que duró su construcción, así como los valores que desde entonces y hasta la actualidad, les caracterizan. (Man, 2008) Situación contraria resulta el muro de Berlín. Construido casi en su totalidad durante la noche del 12 al 13 de agosto de 1961 (Taylor, 2009) representó por décadas la ideología del partido comunista de la entonces República Democrática Alemana, no así los valores propios de la soberanía. Esta acción dividió familias, bifurcó el destino de connacionales con una historia común y representó durante casi 3 décadas, la imagen de la opresión, la intolerancia y la insensatez. Hoy en día, la gran muralla china es parte del Patrimonio de la Humanidad, mientras que los restos fragmentados del muro de Berlín se exhiben en museos, como recordatorio del odio y la irracionalidad que, cíclicamente, se consigna en la historia.
Los muros contienen intrínsecamente una endogénesis que coarta el desarrollo humano y social. Una ciudad amurallada, podrá estar protegida ante la amenaza enemiga, pero no tendrá desarrollo. Sus márgenes impiden su crecimiento, contiene a su población y mantiene sus propios vicios. Rosalba Campra, en su microcuento <<A puertas cerradas>>, lo expresa de forma magistral: “Hay una ciudad donde los ríos nunca pasan. Ni los peregrinos, ni los pájaros que van hacia el Sur. La ciudad está cerra-
da por tres filas de murallas cada una con una puerta, cerrada. El rey las mandó cerrar cuando murió su hijo, pero era demasiado tarde, la muerte ya había salido, y no pudieron alcanzarla. Tampoco volvió a entrar. Todos estamos ahí, y esperamos, y la arena se amontona en los aljibes, pero lo peor de todo es la memoria.” (Campra, 1989) En esta simbología, la espera por sí misma no significa nada; tampoco sirve de mucho. La espera que no trasciende no tiene sentido y, al final, desespera. (Ortega y Gasset, 2004) Para estos sobrevivientes, más allá que sean víctimas de un daño histórico o que sufran del miedo a un nuevo agravio, la mayor muralla está en la memoria que, de forma inconsciente y endogenética, les mantiene en la seguridad de la misma posición existencial, sin apreciar sus alternativas.
Todos los muros tienen intrínsecamente el propósito de separar el espacio: distinguir el interior del exterior; señalar dónde termina lo profano y a partir de qué lugar inicia lo sagrado. Esta delimitación es exclusivamente horizontal; es decir, relacional. Por un lado, su finalidad es recordar las fronteras convencionales, la propiedad del territorio y su legítimo usufructo. Pero ineludiblemente, también es ideológica porque con la utilidad fronteriza se detona la noción de <<extranjería>>. Es la censura de lo diferente, de quien es distinto y, por tanto, anómalo. Las costumbres del extranjero suelen confrontar el marco referencial de la localidad; de ahí que exista poca distancia entre la censura ideológica del extranjero y su anulación, incluso de manera hostil y violenta. (El chivo expiatorio, 2002) Por esta misma razón, existe un vínculo etimológico entre los términos latinos <<hospes>>, que significa “huésped” o “forastero”, y <<hostis>>, que significa “enemigo”. (Benveniste, 1983) En la historia existen innumerables episodios que ejemplifican precisamente esta relación.
2. NATURALEZA DEL HECHO VIOLENTO
Partimos este análisis de la premisa que la existencia de muros en la vida social se explica, fundamentalmente, a partir de la experiencia de
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la violencia. Pero el nodo de la cuestión obliga a comprender la naturaleza misma del hecho violento. Desde el siglo XIX, César Lombroso buscó encontrar el origen de la violencia en los patrones psicofísicos de los delincuentes (como las formas craneanas y mandibulares, las medidas de la frente y orejas, el ancho de la nariz y las órbitas oculares, la estructura ósea, cantidad de cabello y barba, intensidad del pulso y respiración, el sobrepeso, entre otras), y termina por inferir que algunos individuos manifiestan cierta inmadurez evolutiva que, de alguna manera, explican su conducta violenta e, incluso, hasta sugiere cierta justificación. (Lombroso, 1876) Los estudios de Ernst Kretschmer (Constitución y carácter, 1947), de William Sheldon (The varieties of temperament, 1942) y Sheldon Glueck (Ten years of unraveling juvenil delinquency, 1960), mantuvieron la hipótesis del factor psicofísico como causa de la violencia y la criminalidad y, aunque identificaron algunos patrones psicológicos y genéticos más o menos estables, las conclusiones señalan que la presencia del hecho violento está asociado principalmente a factores propios del ambiente y el aprendizaje social. Esta postura fue reiterada por Lewis Coser quien confirma en sus estudios sociales que el origen de la violencia surge más bien como una frustración individual o grupal. (Coser, 1970) Para 1989, la UNESCO dio a conocer el Manifiesto de Sevilla sobre la violencia el cual, basado en los estudios de Margaret Mead, expone las 5 proposiciones que sostienen porqué la violencia es una construcción social y cultural. (Conferencia General de la UNESCO, 1992) En estudios más recientes, Xabier Lizárraga no solo sostiene que toda violencia es social, sino también doméstica; refiriéndose con este último término a los mecanismos que ordenan, controlan y adiestran las relaciones sociales. (Lizárraga, 2001)
Ahora bien, enmarcar el origen material del acto violento es tan solo una parte de la cuestión. Faltaría definir el para qué de dicha opción. René Girard refiere que el instinto violento hacia la víctima, sobre todo el colectivo, supone la liberación de los males del pueblo que causan temporalmente la frustración. (Veo a Satán caer como el relámpago, 2002) Es decir que, si se presume que la víctima es responsable de la