LA INVESTIGACIÓN EN SISTEMAS MEDIÁTICOS: LO VIEJO, LO PRESTADO Y LO NUEVO ESTUDIO INTRODUCTORIO
Este segundo volumen de Sistemas de Medios en América Latina continua la tarea de puntualizar las características específicas de los sistemas mediáticos en la región y de avanzar conceptualizaciones que nos ayuden a explicar sus causas y consecuencias. Esta labor tiene varios objetivos. Como apunta el primer volumen de esta obra, uno de ellos es reconocer los retos que enfrentan las políticas en materia de comunicación y medios ante regímenes políticos con intereses específicos o estrechos vínculos con las grandes corporaciones mediáticas; mercados altamente concentrados; marcos regulatorios laxos y complejos; poderosas fuerzas comerciales; serias limitaciones en términos de acceso y transparencia a información; brechas significativas en la alfabetización mediática y el uso de las nuevas tecnologías de la comunicación, solo por mencionar algunos rasgos de los sistemas mediáticos en América Latina.
Otro objetivo central de este acercamiento es distinguir los ajustes conceptuales y metodológicos que demanda analizar de cerca estos sistemas mediáticos ante el nuevo escenario digital. Así, este volumen repara en los desafíos teóricos y empíricos que impone trasladar en el tiempo y en el espacio geográfico abstracciones conceptuales que fueron diseñadas para explicar otros contextos y para responder a preguntas de investigación específicas ante circunstancias y momentos distintos. Lo hace de cara a las propuestas que presentan las y los autores de este volumen. Parte del ímpetu original en la investigación de sistemas mediáticos por explicar por qué los medios son como son (“lo viejo”). Asimismo, echa mano de algunas herramientas analíticas que ofrecen otras áreas de estudio —especialmente la ciencia política— (“lo prestado”) para atender los desafíos teóricos y empíricos ante el entorno digital (“lo nuevo”).
Desde esta perspectiva, estas primeras páginas sientan las bases para esta discusión. Reconocen los postulados centrales en el estudio de sistemas mediáticos y revisan las ideas centrales de los capítulos que conforman este tomo. El estudio de los sistemas mediáticos no es una página en blanco en la cual los hallazgos de la investigación sobre y desde América Latina comiencen por sentar las bases para la elaboración teórica y el estudio empírico. De hecho, como detalla el primer volumen de esta obra, la literatura existente ha marcado ciertos rumbos de los
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que resulta difícil escapar. También ha determinado ciertos patrones para analizar la forma y el funcionamiento de los sistemas mediáticos. ¿Qué tanto de esta discusión podemos (o no) retomar al estudiar los sistemas de medios en los países latinoamericanos de cara a los desafíos que impone la era digital?
LO “VIEJO”: LA RELACIÓN ENTE REGÍMENES POLÍTICOS Y SISTEMAS MEDIÁTICOS
Desde los primeros esfuerzos formales a mediados del siglo pasado por entender las diferencias entre países con respecto a la organización y el funcionamiento de los medios de comunicación, la tendencia ha sido a generar modelos que puedan explicar las generalidades, pero también las particularidades de cada contexto. El impulso de Fred Siebert, Theodore Peterson y Wilbur Schramm en Cuatro Teorías de la Prensa (1956) fue esencialmente normativo al tratar de marcar parámetros sobre, lo que la prensa debe ser y hacer, como dicta el subtítulo de su libro. Sin duda, ese primer esfuerzo no pudo escapar a dos rumbos históricos que marcaron aquellos años: (1) la Guerra Fría que dividió tajantemente al mundo en dos: las democracias —(aparentemente) libres, prósperas, seguras, dinámicas— y los autoritarismos —(de nuevo, aparentemente) represivos, decadentes, amenazantes, retrógrados—; y (2) el auge de la televisión como una nueva plataforma que permitía mezclar varios formatos (audio, imagen, video) en un solo medio potenciado la industria de la información y del entretenimiento a horizontes sin precedentes. Ante este escenario y desde una perspectiva más filosófica que empírica, el estudio de Siebert, Peterson y Schramm arrojó cuatro modelos —para los autores teorías— de sistemas mediáticos: el libertario y de la responsabilidad en representación del mundo libre; el autoritario y totalitario como signos de la opresión e invasión comunista. Esto es, en Cuatro Teorías de la Prensa lo que define la estructura y el quehacer cotidiano de los medios de comunicación es la historia y la concepción que cada sociedad tiene sobre los individuos, el Estado, la verdad y el conocimiento. En las sociedades democráticas, en teoría, el Estado tiene el mandato de defender los derechos del individuo a través de la libertad de expresión, el acceso al conocimiento, el respeto a su individualidad. En contraposición, en las sociedades autoritarias o totalitarias, el Estado toma el control y actúa para defender los intereses colectivos, aunque ello conlleve a la eliminación de los derechos individuales y restrinja la participación o la libertad.
El intento por contrarrestar este enfoque con el deber ser, sustentado más en concepciones filosóficas que en evidencia empírica, tomó décadas, pues el contexto de la Guerra Fría hizo difícil escapar de abstracciones normativas que apuntan al modelo liberal como la realización de los medios de comunicación y al modelo autoritario como su principal peligro. Con el objetivo de ahondar más en la relación medios-poder
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político, Blumler y Gurevitch (1975/1995) echaron mano de la investigación comparada para reunir evidencia empírica capaz de respaldar diversos modelos de sistemas mediáticos. El recurso, sin duda, no era del todo novedoso para la ciencia política o la sociología que en aquellos años ya contaban con extensa experiencia en proyectos comparados. Sin embargo, para los estudios de la comunicación que, en aquel entonces, apenas comenzaban a explorar los marcos teóricos y empíricos de la investigación comparada, sí representó una vía alterna, aunque saturada de desafíos: “condenada como imposible, defendida por necesaria” (Livingstone, 2003, p. 477).
Al elaborar en algunas propuestas previas que identifican rasgos distintivos de los medios de comunicación ante contextos —políticos o históricos— diferentes (por ejemplo: Seymour-Ure, 1974; Hoyer et al., 1975), Blumler y Gurevitch (op. cit.) presentan un marco para analizar la relación entre los regímenes políticos y los sistemas mediáticos estructurado en torno a cuatro dimensiones: (1) la subordinación (o independencia) de los medios de comunicación ante el poder político; (2) el partidismo político en los medios (especialmente la prensa), es decir, la tendencia política que imprimen los medios a sus contenidos; (3) las relaciones informales entre las élites mediáticas y políticas, esto es, los vínculos cotidianos entre dueños de medios, editores o periodistas y representantes del poder político; y (4) la credibilidad de los medios, en especial del periodismo político.
La propuesta original de Blumler y Gurevitch no presenta evidencia empírica en forma de un amplio proyecto comparado que permitiera arrojar conclusiones precisas sobre la utilidad conceptual de esas dimensiones o sobre el funcionamiento cotidiano de relación medios-poder político. Sin embargo, retomando la idea implícita en Cuatro Teorías de la Prensa (Siebet et al., 1956), la apuesta de Blumler y Gurevitch por la investigación comparada sí sienta las bases para entender esta relación en términos de sistemas: conjuntos de componentes, operaciones e interconexiones contenidas en sí mismas y concebidas como un todo (Parsons, 1951; Giddens, 1971; Laszlo, 1972).
Es decir, desde esta perspectiva, el objetivo de la investigación comparada en sistemas mediáticos es entender cómo funcionan los medios de comunicación en distintos contextos echando mano de herramientas a distintos niveles de análisis: en lo individual (los periodistas, los políticos); lo institucional (prensa, televisión, partidos políticos, gobiernos); lo nacional (características que difieren ante condiciones económicas, políticas y sociales específicas). Es decir, los sistemas mediáticos son en sí mismos componentes de sistemas sociales y políticos más amplios. Cuando estos sistemas más amplios cambian, también lo hacen los sistemas mediáticos. Como Siebert, Peterson y Schramm (1956, p. 1) establecieron: “los medios siempre asumen la forma y los matices de las estructuras sociales y políticas dentro de las cuales operan”. Blumler y Gurevitch (1975) también partieron de esta premisa, pero su propuesta insistió en utilizar con mayor precisión dimensiones y categorías de análisis que permitieran identificar las particularidades de cada sistema. Para los autores, también resulta necesario comparar la realidad nacional con otros sistemas.
La perspectiva sistémica basada en evidencia empírica sólida que permite la investigación comparada abrió nuevas rutas para el estudio de los sistemas mediáticos. Así, las últimas décadas del siglo XX en esta área de estudio estuvieron enfocadas a identificar la diversidad de sistemas mediáticos en una concepción universal que pretendió detectar las desigualdades entre regiones y regímenes políticos. La multiplicación de modelos para estudiar los sistemas mediáticos avanzó el campo de estudio (ver, por ejemplo: Nordenstreng, 1999; Ostini y Fung, 2002; Huang, 2006; Gunaratne, 2010; Hallin y Mancini, 2012; Voltmer, 2012). Pero también hizo más complicado el diálogo y la teorización sobre las divergencias y coincidencias entre sistemas, sus componentes e interrelaciones con otros sistemas.
En el esfuerzo por sentar las bases conceptuales y empíricas de la investigación comparada, uno de los trabajos más influyentes es, sin duda, el estudio de Hallin y Mancini en Comparing Media Systems (2004). Los autores también retoman el supuesto base que identifica distintos sistemas de medios con el régimen político donde se desarrollan. Sin embargo, demuestran que las discrepancias no ocurren únicamente entre las democracias y los autoritarismos (en sus diversas modalidades: totalitaria, comunista, presidencial, dictatorial). Incluso entre las democracias más consolidadas (Estados Unidos, Reino Unido, Finlandia, Suecia, Francia, por mencionar algunas) es posible identificar divergencias significativas. Para examinar de cerca estas diferencias, Hallin y Mancini estudian el caso de 18 democracias en América del Norte y Europa Occidental, a través de cuatro dimensiones: (1) el desarrollo de los mercados mediáticos; (2) el grado de paralelismo político entendido como la correspondencia entre la tendencia política de los contenidos mediáticos y las divisiones sociales en partidos políticos y grupos de interés; (3) el grado de profesionalización en el periodismo; (4) el papel del Estado.
El análisis de datos empíricos agrupados en estas dimensiones arroja tres modelos de sistemas mediáticos: el liberal, que agrupa a sistemas estructurados principalmente en torno a esquemas de medios comerciales donde el Estado tiene poca injerencia, bajos (aunque variables) niveles de paralelismo político y un periodismo caracterizado por altos niveles de profesionalismo (Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda, Canadá); el democrático corporativista con una fuerte tradición de medios privados y públicos que reflejan las distintas tendencias políticas en la sociedad (altos niveles de paralelismo político), un periodismo de alta calidad y un Estado dispuesto a participar directa y activamente en la configuración de esquemas en beneficio de la diversidad y la participación pública (Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Países Bajos, Alemania, Suiza, Austria, Bélgica); y el polarizado pluralista donde los intereses políticos y comerciales están estrechamente vinculados a través de altos índices de paralelismo político y altos grados de intervención del Estado, factores que terminan por ejercer gran influencia en un periodismo de menor calidad y sujeto más a las demandas del mercado que a las necesidades sociales (España, Grecia, Italia, Portugal, Francia).
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Como insisten Hallin y Mancini más adelante en este segundo tomo de Los Sistemas de Medios en América Latina, los modelos de Comparing Media Systems, no están pensados como realidad en sí mismos, sino como “tipos ideales” (Weber 1922/1982, 1946). Es decir, son herramientas conceptuales que organizan la investigación comparada, pero que no pretenden (ni pueden) ser una fotografía exacta de cómo funcionan los sistemas mediáticos en un país o momento determinado. Los autores reconocen incluso que ninguna de las democracias estudiadas coincide completamente con un modelo específico, sino que sus sistemas mediáticos son representaciones complejas que comparten características de diversos modelos; no son estáticos y tampoco homogéneos en el sentido de que diversos medios operan bajo lógicas distintas y ante condiciones que cambian constantemente (Hallin 2015).
Desde la publicación de Comparing Media Systems, el debate académico en torno a los modelos y las dimensiones que propone ha sido arduo y extenso. Algunos estudios expanden la investigación comparada a otras regiones y proyectan dimensiones complementarias que se acercan a las características de otros contextos (como proponen, por ejemplo: Dobek-Ostrowska et. al, 2010; Esser y Hanitzch, 2012; Chadwick, 2013; Guerrero y Márquez, 2014; Mattoni y Ceccobelli, 2018). Otros plantean conceptualizaciones alternativas pues, desde su perspectiva, las dimensiones que presentan Hallin y Mancini no alcanzan a caracterizar la relación medios-poder político en, por ejemplo, regímenes que transitan del autoritarismo a la democracia o en sistemas de medios cooptados por fuerzas políticas o económicas (ver, por ejemplo: Gunaratne, 2005; Norris, 2009; Roudakova, 2012; Gross y Jakubowicz, 2012; Voltmer 2013).
Sin duda, el desarrollo de la investigación comparada en el estudio de la comunicación política ha fortalecido el estudio de sistemas mediáticos en distintas partes del mundo. Como muestra esta obra, Los Sistemas de Medios en América Latina, elaborando en la propuesta conceptual y empírica de Comparing Media Systems, el modelo liberal capturado pone énfasis en la necesidad de reconocer los límites que imponen categorías y tipologías estáticas que atienden contextos específicos. Como lo explican a detalle los capítulos de Guerrero y Márquez en el primer tomo, el objetivo del modelo liberal capturado es trasladar la propuesta de Hallin y Mancini al contexto latinoamericano haciendo las adecuaciones pertinentes. “El uso del término”, explica Guerrero (Guerrero, Vol.1 de esta obra):
se refiere a la “captura” de dos ámbitos: uno en donde se entrecruzan Estado y medios que impide o disminuye la efectividad de la regulación —en sus efectos, en su aplicación o al impedir que se regule— en beneficio tanto de una clase política poco acostumbrada a rendir cuentas y de una élite mediática muy concentrada y beneficiaria del establishment. El otro es donde se entrecruzan lo público y lo periodístico al instrumentalizar la función de vigilancia (watchdog role) mediante la distorsión tanto de los mecanismos de protección a la labor informativa, como de las condiciones para el profesionalismo periodístico.
La Tabla 1 (abajo) retoma las dimensiones y las variables de análisis que propone Guerrero para el modelo liberal capturado en su capítulo en el primer tomo de esta obra.
DIMENSIÓN DE ANÁLISIS DEFINICIÓN ÁMBITOS O CRITERIOS
Eficiencia regulatoria Deficiente aplicación o inexistencia de marcos legales adecuados que permita la consolidación de mercados mediáticos más abiertos y plurales
• Tendencias hacia la concentración en los mercados mediáticos
• Discrecionalidad en el gasto público publicitario
• Colonización de estructuras mediáticas por parte de la clase política y de espacios políticos por parte de la clase mediática
• Captura de espacios de regulación por parte de grandes grupos mediáticos
Instrumentalización de la función informativa de los medios
Condiciones desfavorables y falta de protección para la práctica del periodismo profesional
• Ausencia de mecanismos adecuados de protección al desempeño periodístico (pobre investigación y espacios de tolerancia en casos de violencia)
• Falta de condiciones favorables al surgimiento de un periodismo profesional (injerencia de intereses extra-periodísticos, sobre todo, políticos y corporativos)
Fuente: Guerrero, Vol.1 de esta obra.
Desde esta perspectiva, el modelo liberal capturado busca analizar los vínculos que existen entre el poder político y los medios de comunicación que persisten a transiciones políticas o cambios de administraciones gubernamentales bajo esquemas principalmente comerciales que privilegian los intereses de ambos grupos en detrimento del bienestar público. Los agentes y los mecanismos de captura, sin embargo, no sólo pertenecen o son exclusivos de las élites políticas o de las administraciones en curso. Pueden ser también, individuos asociados a los medios de comunicación. Es decir, la “captura” no ocurre únicamente en un solo sentido (del poder político a los medios) o en formas violentas (represión y amenazas). Proviene de distintos actores que hacen
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Tabla 1. El modelo liberal capturado
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uso de diversos mecanismos quizá menos evidentes (aunque igualmente efectivos) para proteger sus intereses aún en contra del interés público.
En suma, el estudio de sistemas mediáticos tiene una trayectoria de más de medio siglo. El recorrido ha implicado sopesar la visión normativa (lo que los medios deben hacer) con la investigación comparada que permite evaluar la relación de estos sistemas a través de diversas modelos, tipologías, dimensiones y niveles de análisis (lo que los medios hacen). Ante la ecología mediática a la que nos confronta la era digital, “lo viejo” en el estudio de sistemas mediáticos no resulta obsoleto, sino que permite vislumbrar nuevas propuestas para extender la investigación a otros contextos y contribuir a identificar nuevas variables en el análisis. Con esto en mente, el siguiente apartado elabora en dos herramientas que Hallin y Mancini proponen en este tomo de Los Sistemas de Medios en América Latina para adecuar el estudio a nuevas condiciones y retos. “Lo prestado” consiste, entonces, en abstraer de otras disciplinas —principalmente de la ciencia política— conceptualizaciones que resultan útiles para adecuar el análisis de sistemas mediáticos a plataformas que cambian rápida y constantemente, a nuevas dinámicas institucionales y a los nuevos roles que adquieren los medios, los políticos y los usuarios.
LO PRESTADO: EL BALANCE ENTRE CAMBIO Y ESTABILIDAD
Con esto en mente, este segundo volumen de Los Sistemas de Medios en América Latina comienza con la mirada reciente de Daniel Hallin, Paolo Mancini y Silvio Waisbord sobre algunas de las tareas pendientes en este campo de estudio ante los desafíos que presenta el contexto actual: plataformas mediáticas que trastocan prácticamente todos los procesos comunicativos; instituciones gubernamentales, políticas y mediáticas que pierden relevancia y tardan en adaptarse a estos cambios; marcos regulatorios arcaicos y desfasados de la realidad; poderosos consorcios mediáticos que desbordan las fronteras y las capacidades de cualquier Estado-nación; usuarios ávidos de valerse de la tecnología para la participar, debatir y expresar libremente sus ideas pero, a la vez, indefensos ante los peligros que se esconden tras el anonimato, la inmediatez y el flujo interminable de datos.
La (pre)ocupación de Hallin, por ejemplo, gira en torno a los retos conceptuales y empíricos que impone a la investigación comparada ante la ecología mediática de estas primeras décadas del siglo XXI. La complejidad lleva a confusión, insistía Harlod Innis a mediados de la década de 1950 (citado por Mansell, 2021, p. 187). Sin duda, la internet y las plataformas digitales que alberga hacen a los sistemas mediáticos más complejos. Para atender oportunamente posibles confusiones, Hallin advierte algunas medidas pertinentes al repensar la relación de los nuevos medios con los sistemas mediáticos y al utilizar metodologías de análisis comparado que
tienen como objetivo reconocer diferencias nacionales, pero también proximidades al nivel transnacional e incluso, global.
En esta búsqueda por balancear lo que ya sabemos sobre sistemas mediáticos con los retos que impone el nuevo escenario político, mediático y social, Hallin propone incorporar al análisis el concepto de “trayectoria dependiente” (path dependency) pues desde su perspectiva, resulta indispensable vislumbrar el futuro de los sistemas mediáticos teniendo en cuenta su pasado (Hallin, 2020).
Extraído de la economía de las instituciones políticas (David 1985; North, 1990) y la sociología de las organizaciones (Thelen y Steinmo, 1992), el concepto de “trayectoria dependiente” emana de a la necesidad de reconocer que las instituciones (políticas o sociales) no son algo estático que se pueda describir en términos de estabilidad o continuidad (Marsh y Olsen, 1989). Para el nuevo institucionalismo (Peters, 2012), ya sea desde el enfoque organizacional, de la economía o de la historia (Hall y Taylor, 1996), esta perspectiva abre la posibilidad a reconocer en las instituciones (por ejemplo: organizaciones, reglas formales, políticas públicas, regímenes políticos, sistemas económicos) la capacidad de forjar una historia a través de procesos que combinan momentos de cambio con periodos de estabilidad (Mahoney, 2001). Esto es, las instituciones —o en nuestro caso, los sistemas mediáticos— no son un mero reflejo de fuerzas y dinámicas organizacionales, reglas precisas, esquemas de comportamiento o identidades compartidas (Powell y DiMaggio, 1991); son también, producto de su historia (Mahoney y Thelen, 2010).
Partiendo del supuesto de que las instituciones son procesos dinámicos que siguen ciertos patrones, el institucionalismo histórico avanza el concepto de trayectoria dependiente para explicar cómo ciertos procesos (normas, políticas, esquemas, organigramas, entre otras características de las instituciones) que se ponen en marcha en un momento determinado tienden a afectar los resultados de momentos futuros. Esto es, “las decisiones en un punto dado pueden modificar las posibilidades en el futuro al encauzar el rumbo de las instituciones por trayectorias específicas que determinan las ideas y los intereses conforme a los que se adaptan y cambian” (Weir 1992, p.192).
En su mínima expresión, la trayectoria dependiente apunta a la necesidad de reconocer que “la historia importa” (“history matters”) (Skocpol, 1992). Es decir, las formas institucionales que observamos en el presente son producto del contexto actual, pero también de su pasado (Mahoney y Thelen, 2010). En esta perspectiva, la variable tiempo adquiere relevancia al explicar cómo las instituciones se adaptan, evolucionan y terminan por cambiar ante nuevas condiciones. Este cambio, sin embargo, está determinado por varias fuerzas (Mahoney, 2000; Alexander, 2001; Thelen, 2004; Pierson, 2004). Por ejemplo, Mahoney y Schensul, (2006) identifican cinco nociones —aunque también puntos de debate— implícitos en la propuesta de trayectoria dependiente que arrojan luz sobre cómo cambian (o no) las instituciones. Estas son: (1) el pasado afecta el futuro; (2) las condiciones iniciales (o condiciones precedentes) determinan el cauce de las instituciones; (3) los eventos contingentes también son causalmente importantes; (4) los rendimientos crecientes ocurren, esto
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es, las instituciones no permanecen “atrapadas” en su pasado o en la inercia; pues (5) también hay secuencias reactivas que modifican su rumbo.
Sin duda, el debate académico en torno al cambio en o permanencia de las instituciones en general, y a la trayectoria dependiente, en particular, ha sido intenso, especialmente en la ciencia política (ver, por ejemplo: Greener, 2005). En su capítulo, Hallin no tiene como objetivo atender todas las aristas de esta discusión, sino explorar una vía alterna en el estudio de sistemas mediáticos. El llamado es a incorporar en el análisis herramientas que permitan explicar cómo o por qué algunos sistemas mediáticos cambian y otros no. Desde esta perspectiva, la propuesta es analizar más de cerca qué condiciones del pasado en los sistemas mediáticos determinan el cauce que toman ante los retos que presenta la era digital. Este enfoque, sugiere Hallin mirando particularmente hacia América Latina, puede ser útil para identificar algunas de las características de los sistemas mediáticos: persistencia, homogeneidad y desarrollos que siguen las pautas marcadas por procesos arraigados en dinámicas del pasado.
Elaborando en el concepto de trayectoria de la dependencia, con una mirada también puesta en el cambio y la permanencia de las instituciones desde una aproximación comparada, pero enfocado en los procesos de cambio repentino precedidos de largos periodos de estabilidad, en su capítulo Mancini propone echar mano del concepto “coyuntura crítica” (“critical juncture”) (Collier y Collier, 1991). El objetivo de este enfoque es identificar e interpretar las consecuencias de la revolución tecnológica en los medios de comunicación sin abandonar el enfoque sistémico en un proceso que Mancini propone llamar “coyuntura crítica de la tecnología”. “Esto quiere decir”, retomando un par de líneas del capítulo del autor, “que la revolución digital indudablemente da forma al contexto mediático, pero lo hace mientras está influenciada por condiciones existentes y se mueve hacia direcciones específicas”.
Extraída igualmente del nuevo institucionalismo desde el enfoque de la economía de las instituciones y la sociología organizacional, la propuesta de Mancini es analizar la era digital como procesos o situaciones de desarrollo que reconfiguran dramáticamente al entorno mediático. Desde esta perspectiva, la configuración de nuevas estructuras y procedimientos interrumpen los procedimientos habituales y suplen el curso que se esperaba por trayectorias inciertas en procesos futuros (Goldstone, 1998). Ante este escenario, la incertidumbre se transforma en una constante del análisis ante cambios rápidos y aparatosos con resultados imprevistos. Asimismo, una variable central es la capacidad de agencia que tienen los diferentes actores de las instituciones —en el caso de los sistemas mediáticos de los medios, profesionales de la comunicación, políticos, usuarios, por mencionar algunos centrales— para imprimir un tinte particular al nuevo rumbo (Capoccia y Kelemen, 2007). La capacidad de (re)hacer a las instituciones y de obtener resultados inesperados es lo que hace distintivo a las coyunturas críticas (Swidler, 1986). Es decir, estos son momentos decisivos cuando, para algunos actores, se abre una ventana de oportunidad para alterar el rumbo de las instituciones. Esta ventana, sin embargo, es breve, incierta y conduce a resultados que desvían a las instituciones del curso esperado ge-
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nerando impacto significativo en el rumbo futuro (Capoccia y Kelemen, 2007). Desde esta perspectiva y en términos generales la noción de coyuntura crítica alude a:
un evento o series de eventos, normalmente exógenos a los intereses de las instituciones, que conducen a una fase de incertidumbre política en la cual diferentes opciones de cambio institucional radical son viables; las condiciones antecedentes definen el rango de alternativas institucionales a escoger; una de esas opciones es seleccionada y esta selección genera un legado institucional de larga duración (Capoccia, 2015, p. 151).
Pensemos, por ejemplo, en la ventana de oportunidad que abren las plataformas digitales para algunos grupos de la sociedad que no tenían acceso a los espacios de discusión en los medios tradicionales. En esta ventana, algunos actores (las grandes plataformas digitales, por ejemplo) adquieren la capacidad de alterar el funcionamiento y el rumbo de los sistemas mediáticos. Los resultados, sin embargo, no coinciden plenamente con la visión esperanzadora y emancipadora que vislumbraba a la internet como una herramienta de participación, inclusión y libertad de expresión. Algunas derivaciones apuntan a peligros como la polarización y los discursos de odio, la desinformación, las noticias falsas o el mal manejo de datos personales. En su conjunto, el enfoque de la “trayectoria de la dependencia” que propone Hallin y la “coyuntura crítica” (critical junction) que sugiere Mancini son dos fuerzas moldeadoras que modifican el curso esperado de los sistemas mediáticos. Ambas, sugieren los autores, deben estudiarse acorde a contextos específicos que definen su magnitud y sus consecuencias. Representan herramientas analíticas “prestadas” de otros campos de estudio que se aproximan a los procesos de cambio atendiendo diversas fuerzas que conllevan tanto a la inercia como a reconfiguraciones drásticas. Mirar a los sistemas mediáticos desde esta perspectiva abre la posibilidad a nuevas rutas de investigación, así como a un diálogo con otras disciplinas.
LO NUEVO: “DESINSTITUCIONALIZACIÓN” Y FALTA DE PROFESIONALISMO
¿Cómo integrar lo que ya sabemos sobre los sistemas mediáticos con las herramientas analíticas que ofrecen otras disciplinas para enfrentar los retos conceptuales y prácticos que impone el nuevo escenario político y mediático ante la era digital? Para guiar la discusión, el capítulo de Mancini propone centrar la atención en dos aspectos medulares que confrontan a los sistemas mediáticos ante esta “coyuntura crítica de la tecnología”: (1) los procesos de “desinstitucionalización” y “reinstitucionalización”; y, (2) la pérdida de la profesionalización en el quehacer cotidiano de y en los medios de comunicación.
Esto es, un primer aspecto que habremos de analizar con cuidado al estudiar los sistemas mediáticos en su contexto actual es el balance entre las fuerzas de cambio y
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