Reflexiones para la pospandemia
Sonia París Albert Sofía Herrero Rico
Prólogo


Isabel Ortega Fernández
Imágenes
Adrián Pablo Cardozo Ríos

Sonia París Albert Sofía Herrero Rico
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Isabel Ortega Fernández
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Adrián Pablo Cardozo Ríos
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Manuel Asensi Pérez
Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada Universitat de València
Ramón Cotarelo
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia
M.ª Teresa Echenique Elizondo
Catedrática de Lengua Española Universitat de València
Juan Manuel Fernández Soria
Catedrático de Teoría e Historia de la Educación Universitat de València
Pablo Oñate Rubalcaba
Catedrático de Ciencia Política y de la Administración Universitat de València
Joan Romero
Catedrático de Geografía Humana Universitat de València
Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Universidad Carlos III de Madrid
Procedimiento de selección de originales, ver página web: www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales
Sonia París Albert
Sofía Herrero Rico
Prólogo a cargo de Isabel Ortega Fernández
Imágenes de Adrián Pablo Cardozo Ríos
tirant humanidades
Valencia, 2023
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© Sonia París Albert Sofía Herrero RicoComisión Nacional Española de Cooperación con la UNESCO
Cuando recibí el encargo de prologar esta obra, lo primero que me vino a la mente fue lo mucho que se ha escrito sobre la pandemia en los últimos tres años. La lectura del libro de las profesoras París Albert y Herrero Rico exigía de mí una mirada atenta hacia aquellos aspectos novedosos que desmarcasen su texto de tantos otros ya publicados. No ha sido difícil hallar esos elementos en Reflexiones para la pospandemia.
La pospandemia es el aquí y el ahora. Ciertamente, la Covid-19 sigue ahí, pero quiero creer que no le dará la vuelta a nuestra vida más de lo que ya lo ha hecho en estos años. Ha llegado el momento de mirar hacia delante y aprender de lo vivido. Lo que las autoras pretenden con su libro es exponer en qué medida ha afectado esta crisis sanitaria a nuestra cotidianidad y proporcionar algunas claves y herramientas que nos permitirán, si no volver nuestras vidas a su estado anterior a aquélla, sí al menos darles un nuevo sentido por la vía de la aceptación y la adaptación, en definitiva, por la vía de la resiliencia.
Esta obra se estructura en cinco capítulos. Bajo el título «De la incertidumbre a la esperanza», el primero de ellos nos acerca al sentimiento que genera en nosotros un suceso desconocido e inesperado que nos sacude en lo más hondo de nuestro ser y de nuestra capacidad, no ya solo de entender, sino, sobre todo, de asimilar sus secuelas, dejándonos en una situación de exposición, vulnerabilidad e inseguridad. Eso es lo que ha ocurrido con la Covid-19 y el desencadenamiento de una pandemia universal que ha traído consigo desconfianza, desolación, angustia,
miedo, enfermedad, muerte…, midiendo a la humanidad entera por el mismo rasero. Al mismo tiempo, en ese período hemos aprendido a reconocer y revalorizar el papel que tienen los sentimientos en nuestras vidas, razón que aducen las autoras para promover la incorporación de la educación emocional en todos los ámbitos relacionados con la enseñanza y el aprendizaje.
El segundo capítulo, «Elogio de hacer las paces», abunda en la manera en que la pandemia ha afectado a la población mundial, a todos y cada uno de nosotros, y plantea vías para paliar esos efectos desde los distintos ámbitos. En la esfera individual, las autoras promueven el desarrollo de capacidades que fomenten el espíritu crítico, ético y creativo, así como el apoyo en la empatía y la imaginación. Por eso consideran que la formación sentimental, en el marco de una educación para la paz, cobrará tanto peso en los tiempos pospandemia, que «deben ser los tiempos de la construcción de la paz». A la vez abogan por la transformación pacífica del sufrimiento desde la cotidianidad por medio de la motivación, la comunicación y el diálogo, en el marco de una convivencia cooperativa basada en las relaciones personales.
El tercer capítulo, «El cultivo de las habilidades blandas en un mundo de paz», se dedica a las competencias comunicativas y socioemocionales que permiten interactuar con los demás de manera efectiva y afectiva a través de comportamientos apropiados y responsables para la solución de problemas personales, familiares, profesionales y sociales. Las profesoras París y Herrero las consideran imprescindibles para vivir en paz, pero se hacen eco de la escasa importancia que se les confiere en el plano social y educativo, sobre todo en Occidente. Después de hacer un recorrido por las distintas definiciones acuñadas por la doctrina científica −las cuales incorporan, entre otras habilidades, la inteligencia emocional, la flexibilidad, la confianza en uno mismo, el compromiso, el optimismo, el liderazgo, la comunicación, la adaptabilidad, la empatía o la capacidad para desarrollar la resiliencia−, defienden la necesidad de incluirlas en los modelos educativos del siglo XXI, sobre todo en la etapa de pospandemia. Es preciso aprender a ser, a conocer, a hacer y a
Isabel Ortega Fernándezconvivir con lo desconocido, lo inesperado, el miedo y la incertidumbre que han protagonizado la crisis sanitaria y que todavía nos acompañan en gran medida.
El cuarto capítulo se dedica en particular a la resiliencia bajo el título «El poder de la resiliencia para transformar y transformarnos». Partiendo de la afirmación de que todas las crisis tienen dos elementos esenciales, peligro y oportunidad, y sin desmerecer el primero, las autoras se centran en la oportunidad que nos ha dado la pandemia para reflexionar y tomar conciencia de nuestra capacidad de buscar alternativas para superar las adversidades. En eso consiste la resiliencia, un proceso que se construye en y desde lo social, lo relacional. En una entrevista que concedió para el programa educativo de BBVA «Aprendiendo juntos», Boris Cyrunlik explicó que «la resiliencia depende un poco de la persona y mucho de su entorno» y que por eso es importante no aislarse. Sin perjuicio de apoyarnos en nuestra propia fortaleza, hemos de hacerlo también en los llamados guías o tutores de acompañamiento, ya sean personas o instituciones, familias, comunidades, docentes, psicoterapeutas o trabajadores sociales. Precisamente, el gran desafío de estas Reflexiones para la pospandemia es tomar conciencia de que nos necesitamos los unos a los otros para salir de las adversidades, transformándolas para hacerlas soportables y proyectar un futuro más alentador.
A partir del estudio de los trabajos de otros investigadores, en el quinto y último capítulo, «Encarar los retos que nos plantea la pospandemia desde la resiliencia», las autoras proponen once desafíos y se plantean la forma de reagruparlos y de afrontarlos desde el desarrollo de esa piedra angular para la paz que es la resiliencia. Entre ellos figuran: cultivar las relaciones afectivas; desarrollar una opinión favorable sobre nosotros mismos y una mejor percepción de los demás; generar un pensamiento positivo de la vida; diseñar un proyecto de vida sólido, siendo conscientes de que somos dueños de nuestro futuro; potenciar nuestro sentido del humor; saber comunicarnos para empatizar; centrarnos en las competencias y recursos que tenemos, así como en nuestros deseos y proyectos, apoyándonos en amigos, familiares, profesionales, etc.;
aprender a pasar página mediante el olvido, la adaptación y el perdón, para concentrar las energías en reconstruir una nueva vida; ofrecer un sentido ético a nuestra existencia, lo que supone una reflexión filosófica y/o espiritual, y dejar que nuestro conocimiento beba de distintas fuentes entre las que las profesoras París y Herrero mencionan la filosofía, la ciencia, la literatura o la expresión artística.
En la entrevista mencionada anteriormente, Boris Cyrunlik afirmó la necesidad de «ralentizar y divertirse para aprender el arte de vivir». Por su parte, en otra entrevista realizada para el mismo programa al musicólogo Ramón Andrés, autor de Filosofía y consuelo de la música −obra que le valió el Premio Nacional de Ensayo 2021−, lo expresó de este modo: «Estamos necesitados de una mayor lentitud, de silencio, de tiempo para pensar, para pensarnos, para pensar el mundo». Precisamente, el último reto que proponen las autoras es otorgar esperanza realista al futuro, al planeta y a la humanidad, defendiendo que siempre hay alternativas para construir el porvenir que queramos y que, en buena medida, conseguirlo depende de nuestra implicación. Por eso en esta etapa, la resiliencia debería ser objeto de una reflexión socio-política más amplia.
Estas conclusiones concuerdan con las declaraciones que hizo Stefania Gianinni, Subdirectora General de Educación de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura en la entrevista realizada por el entonces Embajador de la Representación Permanente ante la UNESCO, Juan Andrés Perelló, publicada en 2021 en el n.º 11 de la revista del Consejo Escolar del Estado Participación educativa, «Retos de la educación en un curso escolar diferente»:
La UNESCO siempre ha defendido una visión humanista de la educación, que refleje el mundo que queremos construir y dote a las generaciones jóvenes de los conocimientos, valores y habilidades para asumir la responsabilidad y actuar por el bienestar de sus comunidades y sociedades. Hoy en día esto es fundamental. El Objetivo de Desarrollo Sostenible en educación incluye una meta específica, la 4.7, que refleja esta misión transformadora, es decir, que tiene como finalidad fomentar el respeto por los derechos humanos, la diversidad cultural
Isabel Ortega Fernándezy la igualdad de género, construir la paz y promover estilos de vida sostenibles. La educación para el desarrollo sostenible y la ciudadanía mundial, áreas en las que lidera la UNESCO, ejemplifican esta misión transformadora. Requiere no solo conocimientos académicos sino empatía, compasión, pensamiento crítico y la capacidad de colaborar y cocrear.
En este contexto, entre las iniciativas de la UNESCO figuran el Programa Multianual de Resiliencia para la Inclusión Educativa 2021-2023, cuyo objeto son más de cien mil niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad, y la publicación De la emergencia a la resiliencia: la construcción de ciudades saludables y resilientes a través del aprendizaje, del Instituto de la UNESCO para el Aprendizaje a lo Largo de Toda la Vida. No obstante, el importante papel de la Organización en la tarea de potenciar la resiliencia para mejorar el futuro de la humanidad no se restringe al ámbito educativo. Otras iniciativas emprendidas a raíz de la pandemia son el movimiento ResiliArt, surgido en 2020 para dar la máxima visibilidad a la resiliencia creativa, es decir, a los desafíos que enfrentan y superan los creadores, artistas y profesionales creativos en ese momento de crisis; el proyecto Geoparques Mundiales de la UNESCO: territorios de resiliencia, puesto en marcha en 2020 por la Oficina de la UNESCO en Montevideo y la Red Global de Geoparques para los de América Latina y el Caribe; o la celebración en 2022 del 50 aniversario de la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, bajo el lema «El Patrimonio Mundial como fuente de resiliencia, humanidad e innovación».
En definitiva, la Organización trabaja por un mundo de paz, prosperidad, diversidad, respeto, comprensión. Y la paz no es únicamente el resultado de un tratado, sino más bien una parte de una cultura global, una parte de la forma en que todos nos comportamos en la sociedad. Por eso las consideraciones y propuestas recogidas en Reflexiones para la pospandemia están en plena consonancia con el lema de la UNESCO reflejado en su Constitución: «Construir la paz en la mente de los hombres».
Tiempos inciertos. Sin ninguna duda, este calificativo ayudaría a definir los años de la pandemia. Unos años impredecibles, en los que vaticinar el futuro de la Covid-19 no ha sido tarea fácil, pues si algo ha caracterizado a la crisis sanitaria desde sus inicios, ha sido la incertidumbre (Zizek, 2020a; Barranco Vera, 2020; Reiné Gutiérrez, 2020), que ha suscitado, al mismo tiempo, la incredulidad de algunos, acompañada de grandes dosis de desconfianza y sospecha en ciertos momentos. Ni que decir tiene que la Covid-19 ha ido marcando sus propios ritmos, con periodos de mayores o menores contagios y con mutaciones propias del virus que han ido originando nuevas variantes, a raíz de las que, en no pocas ocasiones, la esperanza, por lograr una mejora de la situación sanitaria, se ha llegado casi a perder. Tanto es así que han sido varias las veces en las que, cuando todo parecía ir a mejor, de repente, sin esperarlo, de un modo totalmente sobrevenido, surgía una nueva cepa, que daba al traste con esa esperanza y que causaba la sensación de un volver a empezar, con una nueva ola más agresiva si cabe que las anteriores, la cual llevaba a situar el fin de la pandemia en un futuro cada vez más lejano.
Sin duda alguna, la pandemia escapó de nuestro control y su imprecisión provocó una enorme inseguridad humana (Beck, 2006), que puso en evidencia, como nunca antes había tenido lugar, nuestra fragilidad y vulnerabilidad. La excepcionalidad de la Covid-19 ha quebrantado la seguridad que tanto anhelamos las personas porque es la que nos confiere confianza, tranquilidad, calma, ánimo...; porque es, en el entorno de esa seguridad, donde nos sentimos protegidos y delicadamente cuidados. Por este motivo, por ejemplo, las personas deseamos formar nuestra familia, un hogar, donde poder ser en el sentido más amplio del verbo ser; en nuestra esencia, como quienes somos, con nuestros defectos y virtudes. Un hogar en el que refugiarnos y donde encontrarnos con quienes lo comparten con nosotros; con quienes nos acompañamos y coopera-
mos para su formación. En este mismo sentido, deseamos, también, la seguridad de un trabajo, de la amistad, de ser parte de una cultura… Las personas necesitamos sentirnos seguras. Quizás sea por una cuestión de construcción cultural, pero, especialmente en Occidente, las personas buscamos el control de cuánto nos rodea y, por ello, cuando algo escapa a ese control, asoma el miedo ante lo impredecible, que es, justamente, lo que ha sucedido con la crisis de la Covid-19. La pandemia nos ha hecho sentirnos impotentes porque, por mucho que hemos querido hacer, ha seguido avanzando a sus anchas sin consideración alguna respecto a la edad de la población contagiada, el género y/o la clase social. Precisamente y tal como señala Lledó (Mariño, 2021), la palabra pandemia, compuesta por el prefijo pan (todo) y el sustantivo demos (pueblo), significa «lo que recae sobre todo el pueblo» y, así, se ha manifestado con la Covid-19, que ha recaído sobre todas las personas, viéndose la población mundial afectada por ella (Durán Guerra, 2020; Gabriel, 2021). De este modo, aunque sus orígenes se situaron en China, ha tenido una gran expansión global y, además, ha influido, negativamente, en todas las esferas de la vida personal, social, ideológica, económica y política (Bermejo Barrera, 2020; Reiné Gutiérrez, 2020). Es decir, la Covid-19 ha sido un virus que ha causado una gran conmoción (Bermejo Barrera, 2020). Ha sido un hecho social total (Ramonet, 2020) que transformó la vida y que sobrecogió nuestra existencia repentinamente. En este sentido y respecto a ello, Han (2012; 2015; 2020a; 2020b; 2021) afirma que había un exceso de positividad en las sociedades occidentales que las hacía sentirse invulnerables, por lo que la llegada del virus causó, inevitablemente, un enorme terror.
En efecto, la pandemia, desde sus comienzos, ha estado acompañada del miedo. Un miedo que suele estar presente en las sociedades actuales porque, y de nuevo, sobre todo, en Occidente, las personas solemos tener miedo; miedo a lo diferente. Por este motivo, por ejemplo, nos cuesta reconocer a quienes provienen de otras culturas y con quienes nos encontramos en las que identificamos como «nuestras ciudades», «nuestras calles». Tanto es así que solemos creer que tenemos más dere-
chos por el simple hecho de haber nacido aquí, lo que lleva a distinguir, muy conscientemente, aunque de forma equivocada, entre una ciudadanía de primera y de segunda clase. De esta manera y a diferencia de lo que sugiere Honneth (1997; 2007; 2009; 2011), generalmente, terminamos haciendo menosprecios que mucho tienen que ver con una falta de reconocimiento a la integridad física, a la no atención de todos los individuos como ciudadanos con plenos derechos y deberes y a las diferentes formas de vida. Actitudes estas que dificultan, muy claramente, las oportunidades para dar forma a sociedades auténticamente interculturales, en las que haya una verdadera primacía del diálogo intercultural (Panikkar, 2006), y donde el entendimiento cultural esté favorecido por un reconocimiento mutuo que lleve hacia la fusión de los horizontes culturales (Gadamer, 1977), de modo que, todas las personas, sean de la cultura que sean, sientan que están en igualdad de condiciones y que son valoradas en sus diferencias (Taylor, 2003). De hecho, la interculturalidad supone no tener miedo a la diversidad, sino, más bien, ponerla en valor para reconstruir, con ella, un espacio conjunto donde todas las voces sean escuchadas. Un espacio en el que se llegue a deconstruir los estereotipos culturales y a revalorizar el derecho cosmopolita (Kant, 1967), a raíz del que nadie sienta que tiene la propiedad de ninguna parte de la tierra por ser originario de un determinado lugar, de forma que todas y todos nos reconozcamos como ciudadanas y ciudadanos del mundo. Un mundo, en cuyos lugares, cualquier persona tiene el derecho a poder estar.
El miedo a las diferencias es causa, también, del miedo a la pobreza, de la aporofobia, que para Cortina (2017), se esconde detrás de muchas de las actitudes que impiden la interculturalidad hoy en día, pues la autora considera que, sobre todo, somos poco tolerantes con quienes proceden de las partes más pobres del mundo, mientras que no actuamos de la misma manera con las y los habitantes de su lado más rico. De igual manera, Reardon (1985) ha usado el argumento del miedo a la diversidad para explicar la desigualdad de género y la violencia que ella conlleva. Es decir, el miedo ha sido un sentimiento que ha estado, per-