CAUSA JUSTA POR EL ABORTO: VOCES DETRÁS DE LA DEMANDA
Ana Cristina González Vélez
Catalina Martínez Coral
Mariana Ardila Trujillo
Sandra Mazo
Laura Gil
Autoras
tirant lo blanch
Bogotá D.C., 2023
Copyright ® 2023
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González Vélez, Ana Cristina, autora Causa justa por el aborto : voces detrás de la demanda / Ana Cristina Gonzáles Vélez, Catalina Martínez Coral, Mariana Ardila Trujillo, Sandra Mazo, Laura Gil. – 1. Edición. -- Bogotá: Tirant lo Blanch, 2023.
341 páginas : fotografías a color.
Incluye referencias bibliográficas.
ISBN: 978-84-1963-278-4
1.Aborto – Aspectos jurídicos. 2. Aborto – Legislación – Colombia. 3. Movimiento por el derecho al aborto. 4. Mujeres – Colombia – Condiciones sociales. 5. Derechos de las mujeres. I. Martínez Coral, Catalina, autora. II. Ardila Trujillo, Mariana, autora. III. Mazo, Sandra, autora. IV. Gil, Laura, autora. V. Título.
LC: HQ767.5 U5
CDD: 342.084 ed. 23
Catalogación en publicación de la Biblioteca Carlos Gaviria Díaz
Mariana Ardila Trujillo
Sandra Mazo
Laura Gil (Autoras)
© TIRANT LO BLANCH
EDITA: TIRANT HUMANIDADES
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ISBN: 978-84-1963-278-4
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© Ana Cristina González Vélez Catalina Martínez Coral
Contenido
Resumen Prólogo Capítulo 1. LA HISTORIA DE UN MOVIMIENTO Y DE UNA CAUSA JUSTA ............................................................................................... 27 Capítulo 2. CAUSA JUSTA, EL DERECHO INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS Y LA LUCHA ACTIVISTA ................. 83 Capítulo 3. UNA MIRADA A 16 AÑOS DE LITIGIO ESTRATÉGICO PARA EL ABORTO LEGAL, SEGURO Y GRATUITO EN COLOMBIA ................................................................................... 165 Capítulo 4. LA LIBERTAD DE CONCIENCIA Y EL ABORTO. APORTES PARA LA DESPENALIZACIÓN DE LAS CONCIENCIAS ............................................................................. 255 Capítulo 5. LA MIRADA MÉDICA Y DESDE LA SALUD PÚBLICA .......... 297
Queremos dedicar este libro a todas las mujeres y organizaciones que hacen parte del movimiento Causa Justa. Sin ellas nada de esto hubiera sido posible. Y dedicarlo también a todas las personas que desde múltiples lugares y con diversas voces, se sumaron a esta causa. Y por supuesto, y sin duda, a todas las que tuvieron que arriesgar sus vidas, su salud y su dignidad en momentos en que el marco legal les fue adverso. La lucha por nuestra libertad es por todas, y sobre todo, gracias a todas.
Resumen
Tener la autonomía para decidir sobre nuestros cuerpos ha sido quizás la lucha más intensa y extensa que hemos dado las mujeres. Nuestra autodeterminación y libertad casi siempre pasaron a un segundo plano cuando se hablaba de asuntos relacionados con los derechos reproductivos, y no era extraño que los debates terminaran desgastados en el terreno de lo moral.
Aun así, o quizás, sobre todo por ello, quienes escribimos este libro, decidimos que nuestro lugar era el de la lucha feminista. Desde diferentes organizaciones —la Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres, Católicas por el Derecho a Decidir, el Centro de Derechos Reproductivos, Women’s Link Worldwide y el Grupo Médico por el Derecho a Decidir—, cada una de nosotras ha consolidado una lucha por la libertad de las mujeres y su reconocimiento como ciudadanas plenas.
¿Conoce a alguien que haya abortado? ¿Cree que esa mujer merece estar en la cárcel? Con esas dos preguntas la conversación sobre el aborto en las calles de Colombia empezó a cambiar y el estigma sobre este procedimiento médico fue perdiendo fuerza. Entender que las mujeres que abortamos en Colombia somos todas, fue la primera lección aprendida y uno de los triunfos más significativos que logramos
Causa justa por el aborto: voces detrás de la demanda en Causa Justa, una coalición que nació en 2017 con una propuesta justa: eliminar el delito de aborto del código penal y lograr su regulación a través del sistema de salud.
El movimiento nació en 2017, convocado por La Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres. Para ese entonces Colombia había dado pasos importantes en la regulación: ya se había instaurado el modelo de causales con el que se permitía el aborto en caso de riesgo para la vida o la salud, violación o incesto, e inviabilidad fetal. Sin embargo, la realidad del país nos mostraba que las causales no habían sido suficientes y que las mujeres encontraban todavía grandes barreras para acceder a servicios de aborto, inclusive bajo el marco legal.
Más de 90 activistas y más de 150 organizaciones en todo el país nos sumamos a este llamado y en septiembre del 2020 nos juntamos frente al Palacio de Justicia para leer el manifiesto con el que consolidábamos el movimiento Causa Justa, mientras presentábamos una demanda ante la Corte Constitucional en donde le pedíamos a la Corte que declarara que el delito de aborto no estaba conforme a la Constitución.
Este libro recoge las memorias de cinco —entre las muchas— lideresas que presentamos la demanda y que nos pensamos la estrategia integral durante los casi dos años de litigio ante la Corte. Estrategias que fueron combinadas con acciones de incidencia, comunicaciones y movilización para empezar a construir el norte del movimiento: La despenalización social del aborto. El libro revela así detalles nunca contados de la forma en la que se diseñó la estrategia legal, en salud, de incidencia y de comunicaciones que rodearon el
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proceso con el que se logró la histórica Sentencia C-055 de 2022, que despenalizó el aborto hasta la semana 24 de gestación y mantuvo el modelo de causales de ahí en adelante.
Con este libro buscamos hacerles parte de nuestra lucha. Una lucha dada por mujeres. Mujeres feministas, inspiradas por las victorias del movimiento feminista. Mujeres que trabajan juntas y que suman conocimientos y experiencias para lograr lo hermoso: la conquista de la libertad.
Estarán reflejadas en estas páginas la búsqueda de argumentos para demostrar que ninguna mujer debe ser encarcelada o procesada por acceder a su derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, y que ningún prestador de servicios debe ser perseguido por dar información o hacer su trabajo. El norte era claro: el sistema punitivo no debe ser, en ninguna circunstancia, el ente regulatorio de un servicio de salud como el aborto. Por ello, la necesidad de la eliminación de este delito.
El camino que cruzamos estuvo lleno de pruebas que se superaron con la ayuda de aliadas: desde la redacción a cinco manos de la demanda, la recolección de información propia y de experiencias internacionales, pasando por la movilización ciudadana en las calles, la amplificación del mensaje en redes sociales; todo eso con recursos limitados y una pandemia de por medio.
Tendremos un especial foco en los estigmas que tratamos de derribar desde Causa Justa y en quiénes eran las principales víctimas de la criminalización, de la falta de acceso a un servicio esencial como el aborto: mujeres campesinas,
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niñas víctimas de violación, personas que hacían parte de grupos poblacionales que viven en condiciones de vulnerabilidad o en zonas empobrecidas.
Y ese esfuerzo para darle rostro y nombre a lo que se creía tabú y poner sobre la mesa un tema del que solo se hablaba en voz baja sirvió para que ese clamor de autonomía expresado en argumentos jurídicos, en movilizaciones y en conversaciones públicas sostenidas de forma periódica durante todo el tiempo del litigio, lograra hasta la semana 24, que las mujeres dejáramos de ser criminales por decidir sobre nuestros cuerpos.
Causa Justa no solo esparció la ola verde por toda Colombia, sino que también se convirtió en un referente global, pues mientras aquí todavía celebrábamos, en Estados Unidos cayó Roe, esa histórica sentencia que durante medio siglo le dio protección constitucional federal al aborto y que paradójicamente fue una de las fuentes de inspiración de la lucha regional.
Contar esta experiencia, miedos y logros es una forma más de continuar con la causa: una forma de que más personas conozcan y tomen las lecciones que dejó este proceso, que se transmitan a nuevas generaciones las enseñanzas que el movimiento tomó de quienes lo precedieron, y que todo esto sirva para cambiar la realidad de muchas otras mujeres en el mundo. Porque el enemigo vencido en esta batalla sigue vivo allá afuera y está representado en las ideas ultraconservadoras que quieren imponerse sobre nuestros derechos, controlarnos y acallarnos.
Por eso esta Causa Justa es de todas.
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Prólogo
Tendría yo unos 18 años cuando la empleada doméstica de la familia, una chica que no debía ser mucho mayor que yo, pidió ayuda pues estaba sufriendo de fuertes dolores estomacales y de un sangrado menstrual tan copioso que a todas luces parecía un síntoma de algo anormal. Como nuestros padres no estaban en el país, mi hermana y yo la llevamos a las urgencias de un hospital público, donde el médico que la atendió, presuponiendo desde el primer momento que se trataba de un aborto inducido, empezó a interrogarla a gritos, maltratándola verbalmente, y vapuleándola a la hora del examen, mientras la pobre mujer negaba que se tratara de “eso”. Fue la primera vez que asistí, atónita e indignada, a la violencia médica nacida del prejuicio y de una postura ideológica que arrasa con la ética y con el mandato hipocrático de respetar y ayudar al paciente. Nunca, por lo demás, aquellos médicos pudieron probar que se trataba de un aborto. Fuera lo que fuera, aquella chica pasó a engrosar la infinita cifra de mujeres víctimas de la mentalidad heteropatriarcal que no solo juzga desde la superioridad moral y menosprecia todo lo que se salga de sus preconceptos sobre lo femenino, sino que además recurre a violencias soterradas como, en el caso del personal médico, no ayudar a paliar el dolor a la hora de un aborto.
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La escuela, las iglesias, y una mentalidad ultraconservadora enquistada en buena parte de las sociedades latinoamericanas y transmitida de generación en generación, perpetúan el juicio lapidario y estigmatizante sobre el aborto. Como marco de este juicio encontramos toda una concepción de lo femenino y de la familia que, apoyada en una visión sentimental del mundo, mitifica el amor romántico, sacraliza el matrimonio y la maternidad, estigmatiza la infertilidad y la soltería al predicar que la función social de la mujer es dar vida, y asegura que un embrión es un niño y por tanto el aborto un “asesinato de inocentes”. La misma concepción que durante años alimentó el imaginario colectivo a través de la radio novela y de la telenovela, y que todavía hoy sigue siendo promovida por cierta publicidad y por las revistas del corazón. Durante mi adolescencia, por ejemplo, tuve que ver muchas veces fetos flotantes en frascos, o breves documentales sobre embarazos, que algunos maestros usaban para conmovernos y aleccionarnos sobre el pecado que significaba “asesinar” una criatura.
Deshacerse del peso ideológico que trae una educación sentimental que idealiza y edulcora la realidad, al mismo tiempo que nos llena de preceptos comportamentales y de amenazas punitivas, puede llevar años o toda la vida, y aumentar de manera dramática la angustia y la culpa de la mujer que queda embarazada y no desea un hijo. Y es que el primer escollo para las mujeres que llevan consigo la carga de un “deber ser” estereotipado y estático, estriba en escapar al mandato social interiorizado, que les hace sentir que ese solo pensamiento es propio de una mujer pecaminosa o malvada. Infortunadamente, en Colombia una educación sin
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tabús, que haga de las mujeres desde que son niñas personas capaces de tomar decisiones autónomas sobre su cuerpo, con la conciencia de que este les pertenece solo a ellas, no es frecuente ni siquiera en ámbitos pudientes, porque la impostura social y el prejuicio son condiciones muy generalizadas. Y también el silenciamiento de todo lo que se considera inconveniente o escandaloso. Este, infortunadamente, es el triste panorama en países donde sigue faltando educación sexual integral, redes institucionales de apoyo a la hora de un embarazo no deseado, y legislaciones que protejan a las mujeres que desean abortar en vez de lanzarlas a la clandestinidad o amenazarlas con la cárcel.
Que la sexualidad de las mujeres está amenazada desde la infancia es algo que entendemos desde que tenemos conciencia de nosotras mismas; por nuestros mayores nos enteramos muy pronto de que el abuso o la violación son posibilidades reales, que el peligro acecha en cualquier lugar público, en una calle desierta o un parque, pero también en el entorno familiar o escolar, algo que las denuncias de los medios parecieran confirmar cotidianamente. Esa amenaza tácita nos va a acompañar hasta la adultez, como ha mostrado Rebeca Solnit en su libro Recuerdos de mi inexistencia: “La amenaza de violencia se aloja en la mente. El miedo y la tensión habitan el cuerpo. Los agresores consiguen que pensemos en ellos; han invadido nuestros pensamientos. Aunque no llegue a ocurrirnos ninguna de esas cosas terribles, la posibilidad de que se produzcan y los recordatorios constantes hacen mella. (…) más tarde diría en broma que evitar que me
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violaran fue el pasatiempo más absorbente de mi juventud. Requería una atención y una cautela considerables y provocaba constantes cambios de itinerario por las ciudades, las zonas residenciales y los parajes naturales, los grupos sociales, las conversaciones y las relaciones personales”.
Las palabras de Solnit pueden parecer exageradas, pero no lo son si las ponemos en boca de cualquier jovencita que cada día debe desplazarse a pie en un ámbito rural, de la empleada que sale a tomar un bus cuando aún no ha amanecido, de la estudiante universitaria que usa un baño cuando el campus ya está semidesierto. Ni qué decir en el caso de las numerosas mujeres colombianas que han sufrido de cerca el conflicto armado, para las que su cuerpo ha sido o puede llegar a ser lugar de ensañamiento del enemigo, botín de guerra. Pero también hay que decir que inculcarnos ese miedo es otra manera de contenernos, de encerrarnos. De decirnos que estamos a salvo en casa mientras que el afuera es siempre terreno de peligros, esos que los hombres, “por naturaleza”, están llamados a enfrentar.
Pero está también la pobreza, tan amplia en estos países donde las desigualdades abundan, como un factor que atenta de muy distintas maneras contra los derechos sexuales y reproductivos de muchas mujeres. Pensemos, por ejemplo, en tantas niñas y jóvenes que no pueden ir a la escuela o al trabajo porque no pueden comprar productos menstruales. En un documento reciente del DANE titulado “Menstruación en Colombia”, se reveló que unas 560 mil mujeres en el país tienen dificultades para adquirir tampones, toallas higiénicas o copas. Si eso pasa con los elementos para atender su perío-
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do, es claro que también muchas de ellas se ven en problemas económicos a la hora de adquirir anticonceptivos. Con un agravante: muchas veces no se recurre a ellos por ignorancia; o por miedo, a la hora de adquirirlos, de exponer en público que se tiene una vida sexual activa; o porque se está bajo el control de la pareja masculina que los prohíbe porque cree que su uso propicia la infidelidad. La desidia del Estado también hace su parte. Hace poco, por ejemplo, leí el testimonio de una mujer que estuvo presa y que durante nueve meses estuvo exigiendo un implante anticonceptivo para no quedar embarazada, sin lograrlo. “Fue una pelea muy dura”, dice.
Si a eso se añade la misoginia, que podemos encontrar en todos los ámbitos, tendremos que reconocer que vivir siendo mujer casi nunca es una experiencia fácil. Siri Hustvedt muestra un aspecto importante del problema en su último libro Madres, padres y demás, un compendio de ensayos con un alto componente autobiográfico: “Para una criatura femenina de la tradición occidental, la repulsa de su sexo por parte de los hombres sabios a lo largo del tiempo hasta hoy tiene la fuerza de un martillo que ha golpeado para amonestarla, culparla y castigarla indistintamente por malvada, contaminante, peligrosa, demoníaca, ninfómana, asexual, débil, intrigante, infantil, emotiva y pasiva, pero siempre incapacitada en el plano intelectual e inferior a los hombres”. Y complementa con esta frase: “El hombre es mente y cultura. Piensa. La mujer es cuerpo y naturaleza”.
Un cuerpo que el hombre desea y teme a la vez, sobre todo si “la criatura femenina” ejerce una sexualidad libre y sin tabús. Y es que la parte de la sociedad que deifica la ma-
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