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BOLÍVAR Y MANUELITA, UNA PASIÓN HISTÓRICA

COMITÉ CIENTÍFICO DE LA EDITORIAL TIRANT HUMANIDADES

Manuel Asensi Pérez

Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada Universitat de València

Ramón Cotarelo

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia

Mª Teresa Echenique Elizondo

Catedrática de Lengua Española Universitat de València

Juan Manuel Fernández Soria

Catedrático de Teoría e Historia de la Educación Universitat de València

Pablo Oñate Rubalcaba

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración Universitat de València

Joan Romero

Catedrático de Geografía Humana Universitat de València

Juan José Tamayo

Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Universidad Carlos III de Madrid

Procedimiento de selección de originales, ver página web: www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales

BOLÍVAR Y MANUELITA, UNA PASIÓN HISTÓRICA

Coordinador

ALBERTO ABELLO

tirant humanidades

Bogotá D.C., 2023

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ISBN: 978-84-19471-15-4

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CAPÍTULO I

LA CUNA DE MANUELITA SÁENZ. LAZOS CON LA CASA VALENCIA DE POPAYÁN. ASCENSO DE SIMÓN SÁENZ Y SUS AMORES OTOÑALES. MARÍA DE AISPURU. LA VIDA COTIDIANA EN QUITO. LAS MEMORIAS DE DUCOUDRAY HOLSTEIN. LOS MANTUANOS DE VENEZUELA. CONTRASTES ENTRE BOGOTÁ, CARACAS Y QUITO. EL CONDE DE SEGUR. EL SINO REVOLUCIONARIO. LA CHISPA DE LA REVOLUCIÓN EN QUITO. EL PRECURSOR

CAPÍTULO II

LA REVOLUCIÓN DE 1805. REVOLUCIÓN Y CONTRAREVOLUCIÓN. LA CAÍDA DEL MARQUÉS DE SELVA ALEGRE. EL MAQUIAVÉLICO CONDE RUIZ DEL CASTILLO. LA PENA CAPITAL. LA HIJA DE LA REVOLUCIÓN. LA REPRESIÓN REALISTA. EL HOGAR Y EL CONVENTO. LA FUGA. EL CONTRASTE CON BOLÍVAR. LA VIDA EN EUROPA. LOS PLACERES Y EL CAMBIO. BOLÍVAR EN SAN MATEO. MANUELITA EN LIMA. ÉXITO SOCIAL.

CAPÍTULO III

MANUELITA Y BOLÍVAR SE CONOCEN EN QUITO. NACE UN GRAN AMOR. LA RESISTENCIA EN PASTO. LA BATALLA DE PICHINCHA. EL CAUDILLO. EN LA CUMBRE DE LA GLORIA. LA LUCHA DE GUAYAQUIL. LA ENTREVISTA DE LOS LIBERTADORES. LA INTERPRETACIÓN DE INDALECIO LIÉVANO. INTERVENCIÓN DE MANUELITA CONTRA LOS AMOTINADOS DE QUITO. EL CONGRESO EN BOGOTÁ CERCENA LOS PODERES DE BOLÍVAR. LA CONSEJERA FIEL. SE REVELA BUSTAMANTE. EL DUDOSO PROCEDER DE SANTANDER. LA NEFASTA NOCHE SEPTEMBRINA. EL

EN

Índice PREÁMBULO .................................................................................................... 9
SANTA CRUZ
FRONDA ARISTOCRÁTICA...... 15 LA VIDA COTIDIANA ............................................................................ 17 EL SINO REVOLUCIONARIO ................................................................ 20
Y ESPEJO. LA
SAN MARTÍN CONDECORA A MANUELITA. .................................... 25 LA HIJA DE LA REVOLUCIÓN .............................................................. 26 EL CONTRASTE CON BOLÍVAR .......................................................... 29 MANUELITA EN LIMA .......................................................................... 32
DESENCUENTRO
SUCRE
CARTA
AMOR. ............................................................................................................... 37 BATALLA DE PICHINCHA .................................................................... 38 EL CAUDILLO ......................................................................................... 40 ENCUENTRO EN QUITO ...................................................................... 41 INTERVENCIÓN DE MANUELA .......................................................... 44 LA NEFASTA NOCHE SEPTEMBRINA ................................................. 45
DE
VENEZUELA. UNA
DE

CAPÍTULO IV

LA NATURALEZA DE LA GUERRA EN VENEZUELA. LA GUERRA A MUERTE. LA REVOLUCIÓN SOCIAL. EL CHOQUE CON EL DEMOLIBERALISMO AFRANCESADO. PEPITA MACHADO. LAS IBÁÑEZ. SANTANDER Y MÁRQUEZ. BOLÍVAR EN EL SUR. MANUELITA Y EL IDILIO ESCANDALOSO. LAS CARTAS DE AMOR. LAS FILTRACIONES DE SU DESPEDIDA AL MARIDO.

V

LA VIDA SEXUAL. JOSEFINA Y NAPOLEÓN. LA SALUD DE BOLÍVAR. VEJEZ PREMATURA. LAS CARTAS INOLVIDABLES. DEFENSA DE MANUELITA, DE LA MUJER Y DEL AMOR. EL SANTANDERISMO LA ABOMINA. MANUELITA

CAPÍTULO VI

LAS PINCELADAS DE GERMÁN ARCINIEGAS. EL SABIO BOUSSINGAULT. DABA MIEDO CON LA LANZA. DE SEÑORA DE THORNE A GUERRERA BRAVÍA. RESPIRANDO AIRE MEFÍTICO. PATIVILCA. JUNÍN. AYACUCHO. REPUDIO AL PARLAMENTARISMO. EL ALTAR QUE TÚ HABITAS. SANTANDER SE ATRINCHERA EN EL CONGRESO. EL FRÍO VICE DESESPERA. EN CIERTA FORMA, PROVINCIANO. LA DESMEMBRACIÓN DE LA GRANCOLOMBIA. EL MAQUIAVELISMO MAGISTRAL. EL JUICIO AMAÑADO A

CAPÍTULO VII

UN CRIMEN DE ESTADO. LA IMPIADOSA PERSECUCIÓN AL DOCTOR PEÑA. ÉSTE DENUNCIA AL VICE ANTE BOLÍVAR. LA INQUINA VISCERAL DE SANTANDER CONTRA EL LIBERTADOR. EL DESDÉN GENEROSO ES PELIGROSO. UN ENEMIGO CON LAS ARTERIAS DE MAQUIAVELO. EL ASESINATO, UNA ASTUCIA RECOMENDABLE. TAMBALEA LA GRAN COLOMBIA. OMINOSA SOLIDARIDAD DE SANTANDER CON BUSTAMANTE. LA LOGIA HOMICIDA. PRIMERO MORILLO QUE BOLÍVAR. MOSQUERA DENUNCIA LA LOGIA. EL ASESINATO DE SUCRE. LA MUERTE RONDA POR TODOS LOS CAMINOS. MANUELITA EN MEDIO DE LA TEMPESTAD.

..........................................................................................

Índice 8
.................................................................. 49 LA NATURALEZA DE LA GUERRA EN VENEZUELA ........................ 49 CAPÍTULO
BOLÍVAR Y EL AMOR PURO.
SIDAD DE BOLÍVAR PARA VIVIR. ................................................................... 61 LA VIDA SEXUAL ................................................................................... 61
ÍDOLO DE LAS TROPAS. ANGUSTIAS Y PRUEBAS. LA NECE-
INFANTE. .......................................................................................................... 69
ÚLTIMO ADIÓS.
75 EPÍLOGO ........................................................................................................... 91
EL

PREÁMBULO

En el presente escrito se incluyen textos sobre los hechos en los que participan Simón Bolívar y Manuelita Sáenz, los cuales son fáciles de observar desde distinta óptica, como el que contempla una obra de arte desde múltiples ángulos que aportan luces y sombras que contribuyen a entender mejor esa relación de amor itinerante, pasión e intrigas políticas que singulariza a esta pareja en la historia Universal con luz propia.

Por tanto, no requieren de recursos literarios ni exageración, sus hechos por sí mismos brillan y captan la atención de las sucesivas generaciones.

Algunos de los biógrafos de Bolívar pasan de largo y omiten el influjo de Manuelita en el gran hombre, otros quieren reducir su papel a asuntos domésticos, unos reniegan del aporte de la quiteña en la política, cuando lo más apropiado es dejar que el lector conozca sus hazañas y rutinas, amores y disputas, para formar su propia opinión. Por eso, al final de este texto, publicamos un conjunto de valiosas cartas apasionadas, alegres, viscerales, cómplices y elocuentes que se cruzaron los amantes en distintos momentos de su relación, para que cada quien pueda penetrar en la peculiar intimidad y la interesante mentalidad de esos dos seres sensibles y excepcionales, agitados por el entorno de las luchas de poder y las conveniencias sociales imperantes.

Simón Bolívar, como un sonámbulo vive bajo la obsesión de seguir el rumbo de la gloria. Manuelita, lo admira y se la juega por proteger a su amado en medio de las tormentas que los agitan.

Al seguir la cronología de los pasos del Libertador a partir del año 1822 cuando se produce el famoso encuentro con Manuelita Sáenz en Quito, el héroe es el astro de América que brilla por la gloria de las armas, de lo político y la diplomacia. El mundo civilizado está pendiente de sus actos y la multitud le sigue embelesada. Al mismo tiempo que libera los pueblos va a gobernar varias naciones y dar la vida a la República de Bolivia.

El Libertador invita a los gobiernos de México, Perú, Chile y Buenos Aires a formar una confederación. Su presencia es suficiente para disolver los partidos e imponerse en Lima, Bogotá, Quito, Caracas y en cualquier lugar de América que pisa.

Las manifestaciones espontáneas de solidaridad, que recibe en la región y los caminos que recorre en pro de la libertad, son apoteósicas y habrían hecho enrojecer de envidia a un emperador romano. Solo le falta una gran mujer para compartir su magno destino.

Las hazañas de Bolívar en todos los campos, su esfuerzo casi sobrehumano por derrotar al más grande imperio de su tiempo, apenas tiene comparación con los hechos de los más destacados héroes de la antigüedad. Se calcula que en

sus viajes por tierra, ríos y mares recorrió aproximadamente más de 120.000 kilómetros, como para dar tres veces la vuelta a la tierra, frente a Aníbal que recorrió 6.000, Alejandro 18.000 y Napoleón 37.000.

Por el ímpetu de sus luchas y la dimensión de los espacios donde libra las batallas nos recuerda a Alejandro, tiene de César la voluntad de mando y el don de reformador, sutil y visionario como Napoleón, se diferencian por el nepotismo del gran corso y la generosidad desmedida de Bolívar. Mas todos en la diversidad del medio y la acción están unidos por la grandeza. Para Briceño: “Solo Bolívar aparece fuerte en la adversidad, y si no tiene modelos en el pasado, probable es que no tenga tampoco imitadores en el porvenir”. (Papel periódico ilustrado, agosto 6 de 1881).

El gran poeta Heredia, al cantarle y rendirle tributo escribe:

¡Numen restaurador! ¿Qué gloria humana?

Puede igualar a tu sublime gloria.

¡Oh Bolívar divino!

Tu nombre diamantino

Rechazará las olas con que el tiempo

Sepulta de los reyes la memoria;

Y de tu siglo al recorrer la historia

Las razas venideras

Con estupor profundo

Tu genio admirará, tu ardor triunfante, Viéndote sostener, sublime atlante, La independencia y libertad de un mundo.

1827. José María Heredia

En la aciaga noche septembrina, cuando por poco asesinan a Bolívar en Bogotá, de no ser por el arrojo suicida de Manuelita que se interpuso entre los conjurados y le dio tiempo de saltar por una ventana de su residencia oficial, tuvo el gran hombre una trágica impresión de la ingratitud y vileza de un puñado de sus contemporáneos, como también pasó por uno de los momentos más conmovedores de su vida, tal como lo cuenta José María, su repostero:

“Tres horas pasó el Libertador en aquel sitio, (escondido en el barranco debajo del puente del Carmen) abstraído en inútiles cavilaciones, ignorando el desenlace del drama que ocurría y el temeroso de la suerte que hubiese cabido a sus amigos, pues infería con sobrada razón que él solo no debía ser perseguido, cuando se oyeron gritos repetidos de ¡Viva el Libertador! Y se sintió un tropel de jinetes que subían a todo galope por las orillas del río San Agustín con dirección al puente del Carmen”.

“José María (que lo acompañaba en el trance) creyó distinguir voces de algún amigo y se resolvió a trepar a la calle, para cerciorarse sin comprometer la vida del Libertador. No se engañó el abnegado repostero; agazapado, detrás de una piedra, reconoció entre los de la patrulla, encabezada por los generales Pedro Alcántara

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Alberto Abello

Herrán y José María Ortega, la voz del comandante Ramón Espina, a cuyas órdenes iban sus compañeros en busca de Bolívar.

–¡Viva el Libertador! –gritó José María repetidas veces fuera de sí, con toda la efusión de su alma–.

–¡Viva, Viva, Viva! –le contestó el grupo de jinetes, que ya había conocido a José María.

–¿El Libertador? –¿Dónde está el Libertador? –preguntaron aquellos con ansiedad.

–Vive para la patria y sus amigos –contestó el Libertador al salir del antro en que se hallaba.

Bolívar montó en el caballo que le cedió el comandante Espina y se dirigió a la Plazuela de San Agustín por el mismo camino que habían recorrido los que le encontraron debajo del puente, en medio del pelotón de caballería.

En aquella ocasión se ofreció a Bolívar una de aquellas ovaciones que serían capaces de aniquilar el organismo y hacer estallar el corazón en el pecho, si se prolongasen”.

“La muchedumbre que se hallaba reunida en la plaza principal, poseída de lúgubres presentimientos por la vida del Libertador, alcanzó a oír, sin poderse precisar de dónde, los vítores que daban los compañeros de Bolívar: esto bastó para que se formasen aglomeraciones de gente, ávida de cerciorarse de la increíble buena nueva, que se encaminaron hacia las bocacalles del sur de la plaza.

Las cuatro de la mañana del día 26 serían cuando se sintió en la plaza como el fragor que producen las avalanchas que arrastran las aguas en los torrentes desbordados; era el confuso tumulto, que se acercaba por la calle de Santa Clara, hoy carrera 8a, conduciendo en el centro al Libertador, que no podía distinguirse porque la indecisa claridad de la luna no lo permitía.

Entonces se precipitó al encuentro del grupo, en cuyo centro venía Bolívar, una gran masa de población, que se hallaba llena de ansiedad, congregada en la plaza, produciéndose así violento choque entre los que llegaban y los que salían a recibirlos, comparable al de encrespadas olas que, al estrellarse contra las rocas de la playa, se disuelven espumosas sobre la masa del océano.

No tenemos palabra para expresar el efecto que produjo en aquella multitud delirante la certidumbre de que el Libertador no había muerto, como se temía; cada uno quería ser el primero en palpar, estrechar entre sus brazos y besar la mano del Padre de la Patria; y como la pretensión era imposible de realizar, se produjeron escenas de verdadero pugilato, en medio de gritos inarticulados y frases ardorosas de amor incondicional hacia Bolívar y de odio y venganza contra los temerarios conspiradores.

No era menos amenazante el ejército formado en la plaza en actitud defensiva, pero resuelto a escarmentar a quienquiera que diese la más insignificante señal de hostilidad contra el Libertador.

Fue tal la confusión que reinó en la plaza con la llegada de Bolívar, que en el pavimento quedaron muchas prendas de vestido como despojos del incruento combate librado entre los circunstantes con el afán de ofrecer su tributo de cariño al héroe, que era su ídolo en aquellos momentos”:

“Ante el clamor de aquellas solemnes manifestaciones de los habitantes de la capital, el Libertador permaneció como si estuviese anonadado por las diversas con-

Preámbulo 11

trarias emociones que conmovieron su espíritu. En efecto, en el transcurso de cuatro horas, Bolívar experimentó la cruel expectativa de caer en los misterios de la muerte, y recuperó el poder conducido a su alcázar en brazos de todo un pueblo, como era costumbre de hacerlo entre los galos, cuando alzaban a sus caudillos sobre sus escudos en señal de obediencia y gratitud.”.

“En aquellos momentos de frenético entusiasmo Bolívar se mantuvo callado, se entregó a los que le cercaban, presa de convulsivos sollozos, precursores de abundantes lágrimas, que rodaban por sus mejillas. Ya se percibían los primeros vislumbres de la aurora, cuando el Libertador volvió a su palacio, donde se habían tomado las precauciones necesarias para su seguridad personal”.

No menciona en esa parte de la narración el señor José María Cordovez Moure, igual que no figura en el parte oficial sobre el atentado, el nombre de la Libertadora de Libertador Manuelita. Sobre la grandeza de Bolívar en ese momento basta saber que a una seña suya habrían rodado las cabezas de todos los conjurados incluidos la del general Santander, quién tras reunirse numerosas veces con los conjurados, esa noche se había acostado muy previsor en casa de su cuñado el oficial venezolano Pedro Briceño Méndez, funcionario de confianza del gobernante.

La primera reacción del caudillo fue perdonarlos, después, presionado por sus oficiales y la opinión pública, se resuelve de acuerdo a las ordenanzas castrenses hacerles un juicio, donde se les brindan plenas garantías procesales a los conjurados. Se necesitaría la pluma de William Shakespeare, que traza la relación de César y Cleopatra, para narrar y revivir esos momentos cruciales y dramáticos de las vidas de Bolívar y Manuelita, fundidos en un gran amor en medio del crujir de la Gran Colombia y la desventura de la crudelísima enfermedad que ya minaba el organismo del Padre de la Patria.

Alberto Abello 12
Preámbulo 13

CAPÍTULO I

LA CUNA DE MANUELITA SÁENZ. LAZOS CON LA CASA VALENCIA DE POPAYÁN.

ASCENSO DE SIMÓN SÁENZ Y SUS AMORES OTOÑALES. MARÍA DE AISPURU. LA VIDA

COTIDIANA EN QUITO. LAS MEMORIAS DE DUCOUDRAY HOLSTEIN. LOS MANTUANOS DE VENEZUELA. CONTRASTES ENTRE

BOGOTÁ, CARACAS Y QUITO. EL CONDE DE SEGUR. EL SINO REVOLUCIONARIO. LA CHISPA DE LA REVOLUCIÓN EN QUITO.

EL PRECURSOR SANTA CRUZ Y ESPEJO. LA FRONDA ARISTOCRÁTICA.

En 1797, en la apacible ciudad de Quito, viene al mundo Manuela Sáenz, en esta esquina del Imperio Español en América, en donde el clero tiene gran influencia, la ciudad está situada a 2.800 metros sobre el nivel del mar y se destaca por sus pomposos templos que rivalizan en lujo, como el de San Francisco y el de la Compañía de Jesús, ambos con ricos decorados en oro puro y en plata en sus altares. Las casas de las clases altas son cómodas y sobrias, con balcones que dan a las calles empedradas y jardines interiores con fuentes y flores durante todo el año. La presencia del clero en la vida de la ciudad flota en el ambiente, por la cantidad de conventos y comunidades religiosas donde se encuentran elementos de las diversas clases sociales.

Los grupos sociales dominantes locales se distinguen por una cierta propensión a la intriga, al secreto, los duelos implacables y medio clandestinos por el poder, en tanto mantienen en su exterior una apariencia de agua mansa y tranquila, de la que solo se conocen sus corrientes tormentosas al sumergirse en el abismo delas consejas y ambiciones.

Quito desconcierta al forastero; al que no está al tanto de los antagonismos, ambiciones y partidos lugareños en feroz y permanente afán de predominio, riqueza, placeres y honores.

Don Simón Sáenz de Vergara y su esposa Juana María son forasteros; el primero viene de la zona vasca de España y es un típico representante de la volun-

tad, altivez y recio temple de su raza. Llegan a Quito procedentes de Popayán, donde la casa Valencia, a la que pertenece la señora, es influyente y poderosa.

Por influjo de los Valencia y las distintas ramas de la aristocrática familia con ascendencia en el Virreinato de la Nueva Granada y en la Corte de Madrid, don Simón consigue un destino en Quito, gracias a la generosidad del capitán Luis Antonio Muñoz de Guzmán. No sin un gran esfuerzo e intrigas de toda índole, pues al principio el presidente de la Real Audiencia, Antonio Moni Velarde, se negó a ceder a las presiones de los Valencia.

Pronto los quiteños se acostumbran a reconocer a don Simón, que se destaca como primer Alcalde Ordinario de la población. Poco importa que corran rumores sobre fraude en la elección; todo no podía quedar al azar de las pretensiones familiares. Don Simón es de los que no vacila en forzar a la fortuna. A los pocos años será nombrado en el cargo de Regidor perpetuo, alto honor que lo consagra entre los miembros de la élite de la ciudad. Su vertiginoso ascenso le gana amigos y la solidaridad es como el odio acerbo de la prestigiosa casa del marqués de Selva Alegre, que no gusta del chapetón. De esos encuentros que le depararán no pocas amarguras posteriores a él y a su familia, incluso a Manuelita Sáenz, la hermosa hija que tiene el próspero vasco de su aventura extraconyugal con una bella dama española de la vecindad.

Algunos autores criollos se asombran de estos pecados del amor y de la carne, suponiendo que en la colonia no existieron y que nuestras élites no tenían tiempo para esas aventuras, y resulta que gran parte de su vida la dedican en amar y ser amados. Lo mismo ocurría en la Corte de Madrid, donde se llega a dudar en tiempos del valido príncipe de Godoy, sobre la verdadera paternidad de los vástagos de la casa real.

Por eso, no es de rasgarse las vestiduras con los amores adulterinos de don Simón, fatigado de la aburrida rutina casera y que encuentra en la bella y linajuda quiteña hija de españoles María de Aispuru, el amor otoñal que le hace vibrar como en juveniles años que se fueron en España y gozar de una vida que hasta ese momento estuvo consagrada a los empleos y a conquistar ventajas sociales para su familia.

María de Aizpuru es la amante que ni ensueños imaginó ganar, seductora, distinguida, rica, inteligente, alegre y graciosa. Muy diferente a la gruñona payanesa que lo acompaña toda la vida, cuya disciplina y rígidas costumbres hacen que el hogar, al que ya se suman varios esclavos y sirvientes, funcione con la severa rutina y frialdad de un cuartel. Cuenta la crónica que don Simón se transformó con esos amores; su semblante, su andar, hasta la voz cobra renovado ímpetu. Era como si hubiera vuelto a nacer. Para María de Aizpuru, esos amores fueron un drama espantoso por la censura del círculo familiar y sus amigos.

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Las habladurías, los desengaños, la presión social y la frustración de no poder retener permanentemente a su lado al hombre de sus amores. La evidencia fatal en su vientre. Mas el instinto maternal y de supervivencia de la especie les da a ciertas mujeres en esas circunstancias una fuerza y un amor entrañable, en ocasiones casi enfermizo, por la criatura que será su continuación en el mundo. La altiva María de Aizpuru es de esas mujeres de sangre española que entre más dura sea la suerte, más se aferra a su estirpe y los suyos. Así de grande será la pasión por su hija. Esos sentimientos que debieron luchar entre sí, hoy resultan difíciles de entender con la existencia del divorcio. En ese entonces algunos debían convivir con el otro en la casa por largos y agobiadores años, convertido el hogar, no pocas veces, en una frialdad hiriente sin alegría ni risas, cercado como por un velo invisible de tristeza cuyo influjo llegaba hasta los niños que no sabían la razón del ambiente tan adusto.

Se sabe que no transcurre mucho tiempo de la llegada a este mundo de la hija de los dos enamorados, que eran la comidilla diaria de Quito, cuando un espantoso terremoto sacudió la ciudad de los campanarios. Varios pueblos vecinos fueron sepultados de Quito a Popayán, que distaba 15 días a caballo.

El templo del Carmen se derrumbó sobre el convento y se descubrieron varios cadáveres de niños inocentes; frutos del pecado, protegidos de la curiosidad del vulgo por la iglesia, donde las diarias letanías y los responsos ahogan la natural algarabía.

LA VIDA COTIDIANA

De las memorias del general Ducoudray Holstein es el siguiente pasaje, que hace referencia a la vida cotidiana, los contrastes, los usos y costumbres en Caracas y Bogotá que, en síntesis, no difieren mucho en la colonia de los de Quito. Dice el famoso general:

“Las familias mantuanas se dividían en Venezuela, como los grandes de España, en dos categorías: sangre azul, sangre mezclada, para señalar las distinciones de nacimiento. La sangre azul designaba las familias criollas más opulentas, descendientes de los primeros conquistadores establecidos definitivamente en el país y cuyos hijos, nacidos allí, se suceden de generación en generación. Los de sangre mezclada eran posteriores, con alguna alianza española o francesa.”

“Era común entre los mantuanos que un joven se casara al salir del colegio. Sus padres se consultaban entre ellos a fin de escogerle la compañera de su vida, fijándose particularmente en el nacimiento, el rango, la fortuna, las conexiones familiares, tal como se acostumbra en la nobleza europea. Todo convenido con los padres de la futura esposa, que a la edad de doce años era desposada con un joven de dieciséis o de menos. Era un caso común que las edades de una pareja solo sumaran treinta años. Conozco una hermosa joven mantuana que a los dieciocho años tenía siete hijos, todos vivos. Otra, que no había pasado de los 27, tenía una hija de 16 que se hubiera tomado por una hermana suya. Sin ninguna experiencia, ignorando

Capítulo I 17

cuál debiera ser su conducta, una pareja así se veía abrumada por las obligaciones domésticas y por la adulación ajena, y con una servidumbre numerosa, inclinada a aprovecharse de las circunstancias. No teniendo oportunidad de formarse su propio juicio, personal y recíproco, los jóvenes se imaginaban que estaban enamorados porque sus padres se lo habían dicho así.

Al principio todo era dicha y alegría, pero no tardaban en descubrir sus defectos y en sentir un cierto vacío que solía derivar en mutua falta de interés. De las disputas iniciales pasaban a las pendencias. Terminando por despreciarse; el marido entretenía sus caprichos en otra parte; la mujer buscaba consuelo en otros medios y seguían así, en caminos separados.”

Por el contrario, a diferencia de Caracas y Quito, los matrimonios, según el mismo Ducoudray Holstein, en Bogotá no se realizan a edad temprana. Las familias son más unidas y felices, sin tanto aparato y alarde, hay más orden y más hogares con más solidez en sus bienes. Reciben a los extranjeros con menos melindre que en Caracas y con más cordialidad.

Una familia rica y distinguida rara vez gasta en Bogotá el total de sus ingresos anuales; los mantuanos, en cambio se apresuran a dilapidarlos y se endeudan.

En el mundo mantuano, el comportamiento de las personas casadas produce, en general, pernicioso efecto entre sus hijos que deben conocer las irregularidades del padre y las intrigas de la madre.

Aún antes de su madurez física y moral, los niños saben de vicios que a su edad desconocerían en otros países; y los que hay debido a sus excesos, han perdido el vigor en una época en que otros comienzan a gozar de la vida.

“Allá no era extraño qué en presencia de su marido, una dama fuese felicitada por haber cambiado de amante. Con igual desenfado el marido habla de su querida. En esos países las fiestas y los días feriados ofrecen oportunidad para intrigas entre ambos sexos. Muchas declaraciones apasionadas, verbales y escritas se hacen en iglesias y capillas.

Entre la clerecía de Caracas —como en la de Quito— los canónicos se distinguían por sus riquezas y algunos por su libertinaje. Hasta los monjes y los frailes solían tener sus queridas.

De costumbre, un intendente o mayordomo estaba a cargo de la mansión mantuana, con una servidumbre de ambos sexos a sus órdenes. Tanto el señor como las señoras consideraban impropio de su dignidad entrometerse en los asuntos domésticos y los confiaban al mayordomo que los manejaba a su gusto. Si necesitaban dinero, tanto el señor como las señoras lo pedían al mayordomo que con el tiempo se enriquecía hasta prestar con interés a su propio señor, haciéndole suponer que se servía de su personal propiedad. El autor de Gil Blas de Santillana no exageró la pintura que hizo de los dichos intendentes, lo mismo que de virreyes en las Américas, de su lujo, de su corrupción, etc.

Nada más descuidado que la educación de las jóvenes. Medianamente se les enseña a leer y a escribir, lo mismo que música y danza. Tocar guitarra, hacer labor de aguja y vestirse eran sus favoritas ocupaciones. Los cuidados de la casa estaban muy

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debajo de la dignidad de una mantuana y la hubieran cubierto de ridículo; de modo que se ocupaba de pequeños bordados y en la lectura de fábulas o libros devotos, cuando no se hallaba en la iglesia, en las visitas o en el baile”.

Según el mismo cronista, no difiere sustancialmente la educación de las criollas en el resto del continente, ni en los establecimientos laicos más las educadas por monjas en sus maneras son más suaves y reservadas. La licencia del ambiente es grande, tanto como la discreción de los amantes. La bogotana es más dada a la cocina y goza preparando pasteles y confituras. Existe un manejo más ordenado de la economía familiar, lo mismo que en Quito.

El conde de Segur hace el retrato de la vida galante en la Caracas prerrevolucionaria de 1783, cuando disfrutó de los alegres saraos con un grupo de aristócratas franceses que visitaron la ciudad. El relata las gratas e íntimas veladas, animadas por las bellas y graciosas caraqueñas que sabían tocar el piano con largos y ágiles dedos. Las que a la luz de la luna acrecentaban su hermosura y sus ojos brillaban incitantes o se desdibujaban en lánguidos recuerdos. La alegría y la sensualidad sin par de la caraqueña, de blancos y aperlados dientes y la chispa y el gracejo a flor de labios, la hacía irresistible y capaz de pasiones que hacen temblar al soldado más valiente.

Comenta con nostalgia el conde de Segur:

“Mis compañeros de viaje han recordado por mucho tiempo a Belina Aríztiguieta, y a su hermana Panchita, Rosa, Teresa. En cuanto a mí, me sorprendió la semejanza increíble de una de estas jóvenes llamada Rafaela Hermeleginda, con la condesa Julia de Polinac.”

En seguida llama a Caracas valle paradisiaco, para el cual el cielo se ha mostrado tan pródigo, en especial por los dones del sexo femenino, que, en los bailes, con el ritmo de las castañuelas, de los acordes de las guitarras y los acentos de sus lindas voces, hace pensar en el nirvana de los árabes. Es curioso que referencias similares, años más tarde, induce a distintos viajeros que pasan por Quito y no se cansan de elogiar la calidad de sus mujeres y la gracia que las adorna. Eso tiene interés, pues Bolívar, como lo han dicho diversos escritores, quizás sólo amó con locura a tres mujeres que fueron decisivas en su vida: su esposa y las otras dos sobre las que influyó y lo influyeron en el vivac de la guerra y el usufructo del poder: La aristocrática caraqueña Pepita Machado y la memorable Manuelita Sáenz, hija de españoles, hermoso ejemplar de su raza en América.

¿Qué tenían en común estas dos mujeres, fuera de su talento y de sentirse poseídas, prendadas hasta la médula de los huesos por el Bolívar Libertador, caudillo y hombre?

¿Por qué no fueron otras, de otros lugares, las que atraparon el corazón de este Casanova redentor de pueblos? ¿Puede decirse que ambas damas al

Capítulo I 19

contacto con Bolívar, casi de inmediato causan un choque biológico en el gran hombre, al establecer una unión de presagios atávicos, que le revive recuerdos perdidos de la niñez, de su propia madre, de sus bellas parientes las Aristiguieta, las Palacios y de su esposa? Por ellas, todo lo arriesga; y siente ese fuego que lo consume en dos etapas muy diversas de la vida: La primavera con Pepita y el otoño y el invierno con Manuelita. Por ellas con esa vida azarosa y de relámpago por la que cruza casi sin detenerse a pensar sobre su propio destino, se hace más humano y sin dejar de ser el guerrero infatigable, pasa a ser el servidor más obsecuente del bello sexo.

EL SINO REVOLUCIONARIO

Curiosa, misteriosa, esa ciudad de Quito, cercada por volcanes que a diario lanzan efluvios que cubren de ceniza los alrededores, siempre bajo el temor de una erupción que con su lava ardiente se lleve a la población: ¿Quién iba a pensar que fuera allí donde brotara la primera chispa separatista y revolucionaria, contra el Imperio Español? ¿Por qué no fue primero en Caracas, donde Francisco de Miranda sembró ideas de libertad? ¿Ni en Santa Fe de Bogotá, cuna de las desventuras de Antonio Nariño? Tampoco en Lima, en donde el culto Pablo de Olavide escandaliza a los suyos con sus audaces ideas y derroches.

Tenía que ser Quito, la tierra de Manuela Sáenz, la que tuviese la primogenitura de la revolución, en donde el clero y la nobleza local mantienen un influjo denso sobre la población civil y el obraje.

Una ciudad con cuatro quebradas, numerosas iglesias y 30.000 almas de las cuales una minoría es blanca, cuyos mayores escándalos son los amores clandestinos al estilo tormentoso de don Simón Sáenz, por cuanto al ser negociados los matrimonios por conveniencias familiares, apenas por azar entre jovencitos se da el verdadero amor y por fuera se prodigan las pasiones. En fin, todo parece indicar por estar cercada la ciudad por dos poderosos virreinatos y nada la señalaba para jugar un papel histórico de tal trascendencia. Mucho menos si recordamos que con Pasto la aguerrida ciudad realista vecina, se distinguen por la industria primorosa de hacer cristos e imágenes religiosas, que se venden a beatos y peregrinos.

Es del caso observar que a pesar de su aislamiento y de la lejanía de la metrópoli, Quito no fue olvidada por el espíritu de la ilustración que se apodera de la España borbónica. La vida intelectual de Quito llegó a superar, si se quiere, a la de Santa Fe y Caracas, especialmente con la llegada en los finales de siglo XVIII de una expedición científica franco-española que tenía por finalidad reconocer sus riquezas y medir el meridiano terrestre.

En esa expedición, entre otros, figuraron sabios de la talla de la Condomine, Jusieu, Bouger, Godin, Sienergues, Berguin, Jorge Juan y Antonio de Ulloa,

Alberto Abello 20

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