III Domingo de Pascua, Ciclo C 4 de mayo de 2025

Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
NO. 18
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019 INDA-04-2007-103013575500-106
Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019 INDA-04-2007-103013575500-106
Es la tercera vez que Cristo se manifiesta a sus discípulos, y tanto ésta como en las pasadas manifestaciones, expresan la alegría de la Resurrección que lo llena todo de sentido.
Es que la Resurrección llena de significación todo el esfuerzo y sacrificio que descubrimos en la pasión y muerte de Jesucristo.
Sin embargo, esto no es el final, porque la alegría de la Resurrección es una alegría que se encarna en la humanidad de los apóstoles y en la nuestra, pero especialmente en Pedro, cuya vida encarnada en Cristo, se hace pasión, muerte y resurrección para mayor gloria de Dios, en otros cristos que nos regala el testimonio de que todo miedo se vence en Jesús, que hace que todo esfuerzo y sufrimiento en su nombre valga la pena para colaborar en la construcción del Reino de Dios en cada corazón humano.
En alegres Pascuas de Resurrección
Tal vez nosotros tengamos miedo porque nos palpamos como avecillas frágile. Tal vez como Pedro, sintamos que el agua del caos y de la muerte intente quitarnos todo aliento de esperanza y alegría, pero el bello artesano de nuestras vidas, el Pescador de nuestras almas, ha extendido sus manos como redes para librarnos y hacernos subir a su barca de salvación, y así convertirnos en pescado y panes.
Tan bellamente confesado por San Ignacio de Antioquía: “Soy el trigo del Señor. Debo ser molido por los dientes de estas bestias para convertirme en el pan puro de Cristo”.
Para alimentar una humanidad hambrienta de Dios que tantas veces ha intentado lanzar sus redes sin atrapar nada que pueda llenar sus vidas en la oscuridad de sus propios proyectos y ambiciones; mira que Dios quiere que seamos la encarnación de Cristo en su pasión y muerte, para convertirnos en su alegre Pascua de Resurrección.
De pie
Dios nuestro, que tu pueblo se regocije siempre al verse renovado y rejuvenecido, para que, al alegrarse hoy por haber recobrado la dignidad de su adopción filial, aguarde seguro con gozosa esperanza el día de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
PRIMERA LECTURA
Del libro de los Hechos de los Apóstoles 5, 27b-32. 40b-41
Sentados
En aquellos días, el sumo sacerdote reprendió a los apóstoles y les dijo: “Les hemos prohibido enseñar en nombre de ese Jesús; sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre”.
Pedro y los otros apóstoles replicaron: “Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres. El Dios de nuestros padres resucito a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz. La mano de Dios lo exaltó y lo ha hecho jefe y salvador, para dar a Israel la gracia de la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que lo obedecen”.
Los miembros del sanedrín mandaron azotar a los apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos se retiraron del sanedrín, felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús. Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 29
Sentados
R. Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.
Te alabaré, Señor, pues no dejaste que se rieran de mí mis enemigos. Tú, Señor, me salvaste de la muerte y a punto de morir, me reviviste.
R. Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.
Alaben al Señor quienes lo aman, den gracias a su nombre, porque su ira dura un solo instante y su bondad, toda la vida. El llanto nos visita por la tarde; por la mañana, el júbilo.
R. Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.
Escúchame, Señor, y compadécete; Señor, ven en mi ayuda. Convertiste mi duelo en alegría, te alabaré por eso eternamente.
R. Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.
Del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan 5, 11-14
Sentados
Yo, Juan, tuve una visión, en la cual oí alrededor del trono de los vivientes y los ancianos, la voz de millones y millones de ángeles, que cantaban con voz potente:
“Digno es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.
Oí a todas las creaturas que hay en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar –todo cuanto existe–, que decían:
“Al que está sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos”.
Y los cuatro vivientes respondían: “Amén”. Los veinticuatro ancianos se postraron en tierra y adoraron al que vive por los siglos de los siglos. Palabra de Dios.
R. Aleluya, aleluya
Ha resucitado Cristo, que creó todas las cosas y se compadeció de todos los hombres. R. Aleluya.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 21, 1-19
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Cana de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados. Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.
Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”.
Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
[ Después de almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo; “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: “Sígueme”.] Palabra del Señor.
De pie
Dirige, Señor, tu mirada compasiva sobre tu pueblo, al que te has dignado renovar con estos misterios de vida eterna, y concédele llegar un día a la gloria incorruptible de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Los sentimientos y pensamientos de una madre cristiana, de una mujer de fe, son escuela y fuente de vida no sólo para los hijos, sino para todos aquellos que, compartiendo su vida en lo ordinario con estas sencillas pero amorosas mujeres reciben la gran lección del amor. Sí, una madre cristiana es reflejo fiel del amor y la ternura de Dios, ellas corrigen con firmeza y curan con su amor. Son capaces de las más heróicas renuncias y generosas entregas. Sin buscar serlo, y lejos de protagonismos estériles, se convierten en fiel balanza de muchos que encuentran en su testimonio un punto de referencia obligado para el discernimiento en sus decisiones. Por eso, el corazón de una madre cristiana se asemeja tanto al corazón de Dios, que en ella se puede experimentar la cercanía y protección divina, se convierte por así decirlo, en ese espacio seguro en donde se puede encontrar las fuerzas necesarias para seguir adelante. La encomienda, la misión de ser madre sólo se puede lograr en esa
comunión de corazones con Dios y en ese abandono en su providencia y misericordia, en la actitud orante y la atenta escucha de la voluntad divina. Así, el corazón de una madre cristiana es un espacio para encontrarnos con Dios.
Gloria a Dios en el Cielo, y en la Tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso Señor, Hijo único, Jesucristo.
Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos; al tercer día, resucitó de entre los muertos, subió a los Cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén
Padre,
¿puede un hijo corregir a sus padres?
Unavez, un joven me preguntó: “Padre, ¿puede un hijo corregir a sus padres? Porque a veces, cuando platico con ellos, me doy cuenta de que están equivocados en algún tema del que estamos discutiendo y los he corregido, pero un amigo me dijo que yo no debo corregir a mis padres, porque eso no es correcto”.
Yo le respondí: “La posibilidad de que un hijo corrija a sus padres puede ser abordada desde la enseñanza bíblica y desde la enseñanza de la Iglesia, aunque siempre re-
quiere un enfoque respetuoso, prudente y humilde”.
El Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios dice:
“Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar”, Ex 20,12 Este Mandamiento subraya el respeto, la obediencia y el amor que los hijos deben a sus padres. Sin embargo, este respeto no implica una aceptación ciega de posibles errores o conductas equivocadas. La Escritura también enfatiza la necesidad de amonestar a
quienes se desvían del bien: “Corrige al sabio, y te amará”, Prov 9,8. “Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo a solas”, Mt 18,15.
Aunque estos pasajes no están dirigidos específicamente a la relación entre hijos y padres, ilustran el valor de la corrección fraterna en general, cuando se hace con caridad y buscando el bien del otro.
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