Obra de Cubierta – Caribeño XX de Juan Carlos Amador López
Fotografías – Archivo General de Puerto Rico
Directora ejecutiva – Melissa M. Santana Frasqueri
Equipo Editorial
Directora de Publicaciones y Grabaciones – Ámbar Suárez Cubillé
Editora – Velia Rodríguez Fernández
Diagramación y Diseño – Adaris García Otero
Programa de Publicaciones y Grabaciones
P.O. Box 00902-4184
San Juan, Puerto Rico http://icp.pr.gov/editorial
ISSN: 0020-3815
(787) 721-0901 (787) 724-0700, ext. 1345, 1344, 1346 y 1349
cuarta serie - núm. 4
Sumario
Mensaje de la directora ejecutiva
Melissa M. Santana Frasqueri
nota editorial
Ámbar Suárez Cubillé
una Mirada histórica
Jaime L. Rodríguez Cancel; El instituto de Cultura Puertorriqueña, 1955–2025.
Gloria Tapia Ríos, Rescatar para preservar: la literatura puertorriqueña y el rol transformador del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
una Mirada actual y necesaria
Ángel Cruz Cardona, Laura Quiñones Navarro y Carmen Torres Rodríguez; Instituto de Cultura Puertorriqueña y su unidad de colecciones: custodio de los bienes patrimoniales del país.
Jorge Ortiz Colom; Defendiendo espacios de la memoria: el Instituto de Cultura Puertorriqueña y el patrimonio edificado.
Velia Rodríguez Fernández; Trazos de resistencia y belleza: iniciativas artísticas que transforman a Puerto Rico.
el legado y la seMilla
Pedro Reina Pérez; Ricardo Alegría y la semilla que sembramos: del libro a la película.
Aida Belén Rivera-Ruiz; Tesoros de nuestro patrimonio.
Mensaje de la Directora Ejecutiva
Melissa M. Santana Frasqueri
En este año 2025 tenemos el privilegio de conmemorar el septuagésimo aniversario del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP), una institución dedicada desde su fundación a la conservación, divulgación, promoción y enriquecimiento de la cultura puertorriqueña.
Con la instauración de la Ley Núm. 89 del 1955, se estableció el ICP con la misión de fomentar un profundo conocimiento y aprecio por nuestra cultura. Desde entonces, ha desempeñado un papel esencial en la protección, desarrollo y difusión del patrimonio cultural del país.
Durante estos setenta años, el ICP ha preservado el acervo artístico de Puerto Rico formando y custodiando la colección de arte más extensa del país y una de las más completas del Caribe. Ha protegido también nuestro patrimonio documental mediante la gestión del Archivo General y la Biblioteca Nacional de Puerto Rico, al tiempo que ha generando nuevos contenidos a través del Programa de Publicaciones y Grabaciones.
Nuestros arquitectos y especialistas en conservación han velado por la protección de zonas históricas y sus estructuras, mientras que el Programa de Arqueología y Etnohistoria investiga y salvaguarda los hallazgos y artefactos que cuentan nuestra historia. Asimismo, se ha fomentado la cultura popular a través de un sinnúmero de festivales, ferias y concursos que celebran el teatro, la música, la danza y las artesanías, gracias a la labor constante de los programas de Artes Escénicas, Música y Artes Populares.
El Instituto también ha impulsado el acceso a nuestra historia y cultura a través de sus museos y parques, y mediante el trabajo del Programa de Promoción Cultural, que fortalece los vínculos con los centros culturales de los municipios y acerca nuestra gestión a todos los rincones del archipiélago.
Agradecemos profundamente a las y los funcionarios, colaboradores y gestores culturales que, desde sus respectivas disciplinas, han contribuido al legado del Instituto con compromiso y amor por la cultura puertorriqueña. Extendemos igualmente nuestro reconocimento a los miembros de la Junta de Directores por su confianza y guía a través de los años.
Celebramos siete décadas de labor ininterrumpida al servicio de nuestra identidad y reafirmamos nuestro compromiso de continuar defendiendo, cultivando y compartiendo la riqueza cultural que nos define como pueblo.
¡Felices 70 años al Instituto de Cultura Puertorriqueña!
Nota Editorial
Ámbar Suárez Cubillé
Hipólito Figueroa Rivera Caja de dominó Madera 1991
Esta edición de la Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña constituye una crónica de celebración y reflexión. En este año 2025 se conmemoran setenta años de labor institucional dedicada a la conservación, promoción y enriquecimiento de la cultura puertorriqueña.
En este número conmemorativo se reúnen las voces de gestoras y gestores que han contribuido al legado del Instituto de Cultura Puertorriqueña y que nos invitan a un recorrido histórico y reflexivo sobre nuestra colección de arte, nuestras publicaciones, nuestro patrimonio edificado, nuestros tesoros arqueológicos. Así todo, nuestro, de todos los puertorriqueños y puertorriqueñas, en la Isla y en la diáspora.
También recordamos la semilla que sembró don Ricardo Alegría Gallardo, cuyo liderazgo sentó las bases para lo que hoy es el Instituto de Cultura Puertorriqueña.
Que esta edición de la RICP sirva en la memoria colectiva como un archivo del momento que vivimos, el camino recorrido y lo que soñamos para el futuro.
Larga vida a la cultura puertorriqueña.
Una mirada histórica
EL INSTITUTO DE CULTURA PUERTORRIQUEÑA, 1955-2025
Jaime L. Rodríguez Cancel
“En realidad desde el instante en que el acceso y la participación en la vida cultural están reconocidos como un derecho del hombre, que cada individuo de una colectividad constituida puede reivindicar por su cuenta, ocurre forzosamente que los responsables de esa colectividad tienen el deber de crear, en toda la medida de sus posibilidades, las condiciones indispensables para el ejercicio eficaz de ese derecho. El fomento de la vida cultural de la nación entra de esta manera dentro del marco de las funciones del Estado moderno”. René Maheu
Este ensayo es parte de una investigación sobre los primeros 38 años del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Como debe ser en cualquier consideración histórica, los contextos deben ser planteados y estudiados adecuadamente. Puerto Rico, al igual que la mayoría de los pueblos, reclamaron abiertamente el fin del colonialismo desde fines de la Primera Guerra Mundial y, con mayor fuerza, a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Como resultado de este profundo reclamo internacional, se crearon importantes instituciones para promover la paz, la colaboración y la solidaridad internacional. En esta fundación, la educación y la cultura se consideraron pilares fundamen-
tales, no accesorios prescindibles, sino indispensables para el progreso humano. Con estos principios se fundó la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura en 1945. Su novel acción, entusiasmó los contenidos descolonizadores y Puerto Rico no fue la excepción, sino todo lo contrario, convirtiendo su experiencia en un ejemplo a seguir.
En este breve escrito plantearé los principios fundamentales de esta acción de reconstrucción cultural, a partir de los denominados de segunda generación, los derechos culturales, tanto individuales como nacionales, sustentadores de nuestra firme identidad compleja, diversa y variable, hasta este presente convulso; las políticas culturales establecidas como resultado de las acciones del Estado y la importancia de las relaciones culturales internacionales para su más amplia extensión y fortalecimiento. Presentaré una breve relación de los dos periodos en los que divido la exposición, la primera del 1955 al 1973 y el segundo del 1974 al 2025. El primero, por ser un largo periodo de establecimiento de las políticas de afirmación de la cultura nacional. El segundo, un largo periodo que evidenció; desde una diferenciación constante, particularmente entre 1993 y 2025, incluyendo una en diversidad de enfoques, intentos de regreso a expresiones de los principios fundacionales, hasta dos intentos de su eliminación. Finalmente, me parece necesario considerar las experiencias de otras políticas culturales, para compararlas con nuestra propia experiencia y con ello, reorientar su acción y fortalecer su presencia, tanto entre nuestra población del archipiélago, así como de nuestras diásporas.
El nuevo ordenamiento cultural internacional
Como ya he planteado anteriormente; el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 intensificó el cada vez más amplio movimiento descolonizador, sentó los fundamentos de la construcción de las nuevas naciones y profundizó el reordenamiento de las relaciones internacionales de la postguerra. Como es sabido, las naciones que fueron integradas en las dos esferas en permanente conflicto geopolítico entre 1945 y 1991, subordinaron ineludiblemente sus intereses educativos y culturales a las imposiciones y discursos hegemónicos. De otra parte, el reconocido Tercer Mundo o la tercera vía de progreso económico, político, educativo y cultural fue sentando, desde un pensamiento postcolonial, los fundamentos de una nueva interpretación de la cultura.
Tres principios sustentaron este reordenamiento innovador. El primero de ellos se refiere al reclamo y proclamación de los derechos culturales, tanto individuales como nacionales. Su punto de partida resultó ser el establecimiento de la Organización de las Naciones Unidas en 1945 y la Declaración de los Derechos Humanos del 1948, sustentando el ordenamiento de las instituciones y los principios que acogieron la denominada “segunda generación de derechos humanos fundamentales”. Estos fueron logros económicos, sociales, educativos y culturales alcanzados por las grandes revoluciones tempranas del siglo XX.
En palabras de Edwin R Harvey en su publicación Derechos Culturales en Iberoamérica y el Mundo se trató de una nueva esfera de los derechos de los individuos y las naciones, definidos de la siguiente forma:
“…el derecho a la educación; el derecho a participar de la vida cultural; el derecho a gozar
de los beneficios del progreso científico y sus aplicaciones; el derecho a beneficiarse de la protección de los derechos morales y materiales emergentes de la producción científica, literaria y artística de la que sea autor…cada estado se compromete a adoptar medidas, tanto por separado como mediante la asistencia y la cooperación internacionales, especialmente económicas y técnicas, hasta el máximo de los recursos de que disponga, para lograr progresivamente por todos los medios apropiados, inclusive en la particular adopción de medidas legislativas, la plena efectividad de los derechos aquí reconocidos…son derechos programáticos para cuya promoción el estado debe tomar acciones positivas…”. (22)
Por ello, los derechos culturales han sido reconocidos como derechos humanos, en pleno proceso de crecimiento y reelaboración. Consecuentemente, presupone que el desarrollo de la educación sirve de sustrato y sustento de la cultura. La afirmación y defensa de estos derechos inalienables, tanto de los individuos, como de los pueblos y las naciones, sustentan al presente el denominado derecho cultural internacional. Este rechaza las expresiones de la autarquía cultural, así como de la dependencia y el colonialismo cultural. No deben cerrarse fronteras para alcanzar estos objetivos, sino, citando a Harvey, “acrecentar al máximo la producción cultural endógena”, entre toda la población. Frente a las agresiones culturales externas, se reconoce además un derecho de resistencia en la búsqueda de un equilibrio, indispensable y alcanzable, pues “cada cultura representa un conjunto de valores único e irremplazable”. Estos principios, aplicados a nuestra historia, representaron lo que historiadores estadounidenses denominaron como “americanización benevolente” para los archi-
piélagos de Filipinas y Puerto Rico, durante los primeros cuarenta y dos años del “territorio no incorporado”.
El logro del reconocimiento, promoción y de ampliación de estos derechos se refiere a las políticas culturales que los Estados hayan establecido para su adelanto y disfrute. Estas, reconocidas desde el 1970, son definidas por Harvey, en Políticas Culturales en Iberoamérica y el Mundo, de la siguiente forma:
“Caracterizaron la política cultural como el conjunto de principios operativos, de prácticas y procedimientos de gestión administrativa o presupuestaria, que deben servir de base a la acción cultural del estado, dejando bien claro que cada estado define su política cultural dentro del contexto social, histórico, económicos y político propios, en función de valores culturales y objetivos fijados nacionalmente”. (15)
Para la satisfacción de estas necesidades culturales, se propusieron cuatro dominios culturales. El primero referente al “patrimonio cultural”, el cual integra los lugares, monumentos históricos y arqueológicos, así como sitios y conjuntos; el acervo artístico, así como los museos, archivos, cinematecas, videotecas y fototecas, entre otras; la cultura artística, en sus expresiones de las artes plásticas, gráficas, artes populares, arquitectura, letras, diseño, espectáculo, teatro y danza. En tercer lugar, los denominados centros y casas de cultura y las actividades relacionadas con la cultura comunitaria y popular, vinculada a festivales, fiestas, ceremonias espectáculos y tradiciones comunitario-populares. Finalmente, las denominadas industrias culturales, tanto tradicionales como modernas, relacionadas con la industria, la prensa, televisión, vídeos, producción fonográfica, imagen y cultura audiovi-
sual, al igual que las nuevas expresiones. Estas se deben orientar y dirigirse a la población del país, tanto a productores, consumidores y participantes; artistas y creadores; las instituciones culturales de la sociedad civil y los sectores comerciales e industriales con fin de lucro.
Es importante destacar que. en cuanto a las primeras expresiones de organizaciones gubernamentales de cultura con los propósitos antes mencionados. en nuestro hemisferio han alcanzado reconocimiento la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1944), el Instituto Nacional de Cultura de Bellas Artes de México (1946), el Museo Nacional de Costa Rica (1949) y la Saskatchewan Arts Board de Canadá (1949).
Nuestro Instituto de Cultura Puertorriqueña fue creado en 1955, incluyéndose entre estas iniciativas tempranas, vinculadas al desarrollo de las políticas culturales.
En tercer lugar, debemos destacar la importancia de las relaciones culturales internacionales entre estas iniciativas. Estas han sido definidas por Harvey, en Relaciones Culturales Internacionales, como:
“…aquellas relaciones que hacen las actividades, programas y proyectos, que se desarrollan trascendiendo el marco geográfico puramente nacional, de carácter gubernamental, no gubernamental o intergubernamental, han adquirido en el último medio siglo una importancia creciente, al punto de que se les considere como una de las cuatro dimensiones fundamentales de las relaciones internacionales…”. (19)
Según destaqué en La Guerra Fría y el sexenio de la puertorriqueñidad: Afirmación nacional y políticas culturales, la más importante de las iniciativas culturales para nuestros objetivos
inmediatos, resulta ser sin duda alguna la creación de la UNESCO, cuyos trascendentales objetivos se establecieron en su preámbulo al destacar, que “las guerras nacen en la mente de los hombres (y) es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la Paz” y además, seleccionado entre tanto objetivos indispensables, tales como “alcanzar gradualmente, mediante la cooperación de las naciones del mundo en las esferas de la educación, de las ciencias y de la cultura, los objetivos de paz internacional y de bienestar general de la humanidad”.
Entre sus principales expresiones destacan la política cultural exterior, la organización internacional para la cooperación y la acción cultural; la acción cultural regional y la legislación cultural internacional. Desafortunadamente, en nuestra experiencia a partir del 1993; y como plantea Eduardo Lalo, soslayamos esta dimensión cultural internacional que nos sumerge aún más en nuestra invisibilidad colonial. Esta es una dimensión que se debe recuperar y consolidar en estos tiempos de tanta amenaza e incertidumbre. El aislamiento, casi un bloqueo cultural no es aceptable.
La cuarta dimensión, en la cual profundizo en mi libro La Guerra Fría y el sexenio de la puertorriqueñidad: Afirmación nacional y políticas culturales, resulta ser la legislación cultural, particularmente la nacional, que debe insertarse y acoplarse a los propósitos y objetivos de la legislación internacional. Destaco en esta, cómo desde las Órdenes Militares dictadas entre 1898 al 1900 y posteriormente con la imposición del “territorio no incorporado” inaugurado con la Ley Foraker del 1900, hasta el inicio de las reformas políticas iniciadas a partir de la Segunda Guerra Mundial,
la americanización educativa subordinó las expresiones culturales puertorriqueñas, como se evidenció durante el importante Foro del Ateneo Puertorriqueño del 1940, el cual denunció la americanización y reclamó el respeto de nuestro “personalidad” cultural.
Entre 1940 y 1955, las expresiones de la legislación puertorriqueña se fueron construyendo por piezas, constituyendo los inicios del ordenamiento de la reafirmación cultural. Posteriormente, con el establecimiento del Instituto de Cultura Puertorriqueña, su acción durante los primeros 17 años y posteriormente, entre 1984 y 1993, reconocieron y se adecuaron a sus fundamentos históricos. Además, fueron debatidos en periodos de retrocesos y reformas, que han caracterizado un periodo indefinido más extenso, que nos ha acompañado hasta el presente. Lo planteado en el texto antes mencionado, se complementa con el magistral estudio sobre “la Legislación cultural puertorriqueña y la legislación cultural comparada”, publicado en 1993 por Edwin R. Harvey.
El conocimiento de estas legislaciones, y su significado para nuestros procesos de afirmación cultural nacional, provee una nueva dimensión dentro de una larga historia de esfuerzos durante siglos, por hacer valer los principios y derechos que hoy podemos ostentar.
Entre el hispanismo “evangelizador” y una “americanización benevolente”
La “nación soñada” requiere superar la memoria intervenida y deformada por siglos de subordinación. Debemos desmontar y reconstruir las narraciones prevalecientes, urdidas durante más de cinco siglos, para incluir la historia paralela de las resistencias culturales
que configuraron nuestra compleja identidad de múltiples expresiones. Al decir de Edward Said, “las naciones son las narraciones” y esta es la que deseo exponer, la verdadera recuperación del “territorio cultural”. Este territorio cultural tuvo un extenso diseño, pero será hacia el siglo XVIII que acentúa la expresión de nuestro pueblo central del archipiélago antillano. Esta afirmación, mantiene un lado que no es oculto. Me refiero a que, junto a la cartografía cultural, se mantiene el lento proceso de descolonización. Investigaciones como la de Ángel López Canto, Ricardo E. Alegría, Eugenio Fernández Méndez, María Teresa Babín, José Pérez Ruiz, Gustavo Batista y tantos otros, aportaron a esta reconstrucción de lo que Arcadio Díaz Quiñones denominó como nuestra “memoria rota”. Además, esta “nación cultural” fue afirmada desde la “soberanía olímpica” de Julio E. Monagas; la nación “mulata, plebeya y transeúnte”, que nos develó José Luis González, Isabelo Zenón Cruz, y la que nos ilustró Manuel Maldonado Denis, Juan A. Silén y Juan Flores, entre tantos que reconocieron nuestra afirmación.
Estas reconceptualizaciones, deconstruyendo los relatos oficiales y las narraciones de sus intelectuales, se enfrentaron a lo que Daniel Immerwahr denominó el “imperio escondido”, con sus culturas “escondidas”. Desde 1898, se inició lo que historiadores estadounidenses han denominado una “asimilación benevolente” para Puerto Rico y Filipinas, según la proclama emitida por el Gen. Nelson W. Miles. Esta representó realmente “un manto encubridor” para justificar el subsiguiente proceso de asimilación educativa y cultural, el cual adelantó un intenso proceso de imposición y sustitución cultural. Según Joseph Wheeler, en Our Islands and Their Peoples as
Seen With Camera and Pencil, para adelantar la americanización se deberían de promover las “bibliotecas americanas”; las lecturas “en inglés”; la introducción de libros con canciones patrióticas”; “la enseñanza del inglés a todos los maestros” y “clases de eventos de la Historia Americana”. El “imperio bueno” del 1898, retomaba las políticas de colonialismo de los “imperios malos” de Europa, sin poder encubrir la identidad común de todos en estos procesos de tan larga duración.
Su pretensión de “excepcionalidad”, fue confrontada desde temprano en 1900, cuando la Ley Foraker defraudó las expectativas ingenuas del país en torno al futuro del “botín de guerra” del Tratado de París. Se desarrolló un proceso intenso de resistencia cultural, fundamentado en la afirmación cultural desde la defensa del vernáculo. Este proceso ocupó un extenso periodo desde el 1900 hasta las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, cuando el histórico Foro del Ateneo Puertorriqueño del 1940, se convirtió en un juicio sobre estos fracasos de la americanización educativa y cultural. La denominada “Generación del Treinta” llenó muchos de los espacios de esta resistencia que cubrió un periodo de dominio económico y político de las centrales azucareras ausentistas y de las expresiones políticas de un Partido Republicano subordinado a estos intereses. En este “programa patriótico de recuperación”, según lo denominó Luis Rafael Sánchez, se incorporaron Antonio S. Pedreira, Tomás Blanco, Emilio S. Belaval, Concha Meléndez, Margot Arce, Manuel García Díaz, Francisco Manrique Cabrera y Vicente Géigel Polanco, entre otros. Su expresión ha sido calificada, y concurro, como un “nacionalismo letrado”, al decir de Antonio Gaztambide Géigel, como
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una de “dos dimensiones puertorriqueñas del populismo caribeño”.
El tránsito de la Gran Depresión a las reformas político-constitucionales del 1940 al 1952; el impacto político-militar de la Segunda Guerra Mundial que transformó el archipiélago puertorriqueño como “el Gibraltar del Caribe”; la Guerra Fría con su estado de seguridad nacional y la militarización del país, así como las tres etapas de industrialización “desarrollista” que condujeron a una modernidad inconclusa, sirvieron de contexto a la continuación de nuestra centenaria resistencia cultural. Mientras que en los Estados Unidos esta nueva situación de la postguerra condujo a un conformismo insoportable que David Caute llamó “el Gran Miedo”, en Puerto Rico; sin embargo, las reformas introducidas desde mediados de la década del 1930, tanto con el apoyo del gobierno estadounidense como del gobierno de Puerto Rico, sentaron las bases de un proyecto político, social, educativo y cultural que condujera a lo que Fred Wale denominó como “la Revolución Silenciosa”. Esencial para entender la profundidad de este movimiento resultó ser la denominada generación del 1950, la que impactó todas las expresiones culturales.
Esta denominación de Fred Wale y la que Luis Rosario Albert nombré “la cultura del progreso”, irradió rápidamente. Se inició con el reconocimiento del español como el “idioma de enseñanza en las escuelas públicas del país”, mediante carta circular del Comisionado de Instrucción Mariano Villaronga. Las nuevas políticas educativas y culturales sentaron los fundamentos de un tránsito rápido de cambios hacia los contenidos puertorriqueños. Mencionemos las reformas curriculares del sistema educativo y la Universidad
de Puerto Rico; el establecimiento de la División de Educación Visual de la Comisión de Parques y Recreos Públicos (1947); el establecimiento de WIPR Radio y Televisión (1958); la creación de la División de Educación de la Comunidad (1949) y el Conservatorio de Música (1959). Fundamental en el desarrollo de estas políticas de afirmación cultural, resultó ser la fundación del Instituto de Cultura Puertorriqueña (1955) y el Festival Casals (1958).
La “Casa de la Cultura Puertorriqueña”
El 16 de febrero de 1954, Ricardo E. Alegría presentó un extenso proyecto para contrarrestar “la continua y progresiva pérdida de nuestro patrimonio cultural”. Me refiero al Proyecto para los primeros dieciocho meses del Instituto, el cual buscó establecer (por primera vez) una política cultural para Puerto Rico, la cual tendría como objetivo principal y urgente, detener la acelerada erosión del patrimonio y revertir más de medio siglo de políticas de subordinación y desprecio cultural. Su propuesta consideró la legislación y las instituciones culturales de Estados Unidos, América Latina y Europa. Por su diversa formación académica, excepcional y adecuada para esta iniciativa, tales como sus estudios en la Universidad de Chicago, Universidad de Harvard, Field Museum of Natural History, el Oriental Institute y el Peabody Museum de Boston, se convirtió en el principal recurso para adelantar esta reconquista cultural.
Propuso. además, el Anteproyecto de Ley creando la Comisión para la Conservación, Estudio y Divulgación del Patrimonio Histórico Cultural Puertorriqueño. La propuesta, propuso reconocer “el deber” de todo pueblo de tomar cuantas medidas sean necesarias
para asegurar la conservación de su patrimonio cultural”; reconocer la falta de medios legales y la ausencia de un organismo responsable, lo cual explica la necesidad de que “se convierta en una fuerza e inspiración para la formación de la conciencia nacional y lograr una mejor concepción de nuestra historia y cultura. Para ello, propuso “la creación de un organismo especializado…en las disciplinas de la arqueología, historia, arte y folklore”. Ambos delinearon los objetivos para establecer la nueva legislación responsable de esta política cultural. Afortunadamente, esa legislatura y el liderato político y gubernamental estuvieron a la altura de este reto histórico. Estos planes para los primeros dieciocho meses se convirtieron en las guías programáticas para los primeros dieciocho años de lo que se conoció como la Casa de la Cultura.
A pesar de los reclamos partidistas en torno a la amenaza de un supuesto dirigismo cultural, paradójicamente sin recordar al que estuvimos subordinados desde el 1898 hasta los inicios de las reformas gubernamentales luego del 1945, se adelantó este propósito legislativo. El 21 de junio de 1955, fue aprobada le Ley 89, la cual creó el Instituto de Cultura Puertorriqueña. La legislación incluyó los dos proyectos propuestos por Alegría. Entiendo que en esta política cultural se recogieron los principios propuestos anteriormente, tales como el derecho del individuo y los pueblos a su propia cultura; a la construcción de sus instituciones y políticas culturales, al igual que sus relaciones culturales internacionales. Destaco los propósitos mencionados, pues en nuestro siglo XXI, se desconocen, se ignoran o se ocultan, por lo que adquiere mayor urgencia su rescate, por las consecuencias de lo que significa su negación.
En su reflexión sobre los primeros cinco años del Instituto, Ricardo Alegría planteaba que la ley que lo creaba estableció categóricamente su propósito de “contribuir a conservar, promover, enriquecer y divulgar los valores del pueblo de Puerto Rico”, mediante el estudio y la investigación del hacer histórico en sus múltiples facetas; el estímulo a la obra creadora en sus manifestaciones cultas, populares y folklóricas y el quehacer constante orientado a divulgar, respetar y enriquecer el legado cultural de Puerto Rico”. Durante el primer periodo del 1955 al 1960, los logros del Instituto resultaron ser impresionantes, al considerar su rechazo a las políticas de americanización de las primeras cuatro décadas del siglo XX.
Su primera Junta de Directores, fue integrada por Eugenio Fernández Méndez, Arturo Morales Carrión, Teodoro Vidal, Enrique A. Laguerre, Enrique Campos, Guillermo Silva y Salvador Tió, y promovieron las iniciativas propuestas por Alegría en un despliegue inicial impresionante. Se establecieron Comisiones Asesoras para los Programas de Música y Grabaciones Musicales, Artes Plásticas, Artes Teatrales, Monumentos Históricos y Publicaciones; establecieron programas para las investigaciones arqueológicas e históricas; se creó un Archivo de grabaciones musicales; un Archivo de grabados, mapas y fotografías; el Archivo de la Palabra (historia oral); un Archivo General y una Biblioteca General; el Programa para la Conservación del San Juan Antiguo; un Programa para la conservación y restauración de los monumentos históricos, denominando doce localidades; un Programa de Parques y Museos, con doce localidades, que incluyó además un Museo Rodante; el Programa para la Adquisición y Conservación de Objetos y Documentos de valor his-
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tórico y artístico; el Programa de Conmemoración de Figuras Ilustres y el Programa de Conferencias Públicas.
Destacó Alegría en su primer informe como logros sobresalientes, las exposiciones de Arte Puertorriqueño y los Talleres de Arte y Artesanías, que sirvieron como antecesores de la Escuela de Artes Plásticas. Se estableció un Programa de Teatro con sus festivales; un Programa para el Fomento de la Música y las Grabaciones Musicales; el Programa de Publicaciones y Películas Documentales. Para fomentar las expresiones de las artes puertorriqueñas, promovió los concursos y certámenes y concedió Becas y Ayudas Económicas para artistas. De un impacto especial resultó ser el establecimiento del Programa de Centros Culturales en todos los municipios del país, así como su Programa de Ayuda a entidades culturales. Estos resultados de las políticas culturales alcanzadas en apenas cinco años, contrasta enormemente con su negación oficial y su pobreza durante las primeras cuatro décadas del siglo pasado.
Siguiendo su costumbre, Alegría publicó un segundo informe titulado El Instituto de Cultura Puertorriqueña: dieciocho años contribuyendo a fortalecer nuestra conciencia nacional, 1955-1973 sobre los logros de la Institución, consciente de los opositores a estos programas y buscando responder a sus críticas. En la introducción de este informe, Alegría nos presenta una advertencia, la cual cincuenta y dos años después, es una realidad inminente:
“La cultura puertorriqueña, hemos dicho, reviste gran vitalidad y energía, y buenas demostraciones ha dado de ello. pero es también cierto que ha estado y continúa expuesta a influencias, poderosas y tenaces, que la han
afectado en el pasado, la afectan en el presente y pueden deteriorarla e incluso destruirla en el futuro, estas influencias son además de nocivas, innecesaria y superfluas. No son las influencias naturales y espontáneas que, en la vasta intercomunicación de los pueblos reportan y difunden beneficios intelectuales, artísticos y sociales. A estas influencias podemos y aún debemos abrirle nuestras puertas sin temor…Por ser la cultura puertorriqueña un bien que pertenece a todos los puertorriqueños, e incluso a los no puertorriqueños que con nosotros conviven, constituye un deber de todos los individuos y las instituciones del país, defenderla, promoverla y, antes que nada, conocerla”.
No se equivocó con esta reflexión, pues ya se reconocía esta tendencia a la gentrificación desde muy temprano a mediados del pasado siglo y al presente desdibuja el futuro del país.
En este texto, destaca la ampliación de los programas mencionados anteriormente y sus logros más significativos, ilustrando un periodo de amplia actividad cultural, dentro y fuera de Puerto Rico. Sin embargo, resalto la ampliación del Programa de Zonas y Monumentos Históricos, alcanzando treinta localidades y se amplió el Programa de Museos y Parques alcanzando dieciséis localidades. Al momento de su retiro dejó once museos en preparación con sus colecciones. Como parte del Programa de Artes Plásticas, promovió la participación de los artistas en el diseño e ilustración de libros; promovió cursos de artes en los centros culturales, estableció los Talleres de Arte y Artesanías que se transformaron luego en la Escuela de Artes Plásticas. Establecieron nuevas Salas de Exposiciones de Arte, promovió la publicación de portafolios de artistas y se adelantó en las investigaciones de nuestra Historia del Arte.
El Programa de Música amplió su divulgación musical con nuevos conciertos públicos como la Fiesta de la Música Puertorriqueña; aumentó la promoción de la música folklórica; la divulgación musical a través de grabaciones y la publicación de partituras. De un valor más amplio, resultó ser el establecimiento de una Orquesta de Cuerdas, el apoyo al Quinteto de los Hermanos Figueroa; el establecimiento de la Banda de Puerto Rico; la fundación de los Cantores del Instituto, entre otras iniciativas que recibieron un amplio apoyo popular.
De otra parte, el Programa de Teatro tuvo un desarrollo y reconocimiento excepcional, tanto local como internacional. Entre sus logros destacan los Festivales de Teatro Puertorriqueño, así como el Internacional, de Vanguardia, Infantil y de Poesía Coreada. Amplió su divulgación con la publicación de obras de teatro y las ayudas a organizaciones teatrales, incluso de teatro en inglés. En cuanto al desarrollo del baile, debo mencionar la creación de los Ballets de San Juan y el Conjunto de Bailes Folklóricos Areyto, así como la creación de múltiples escuelas de baile, con ayuda institucional. Importante, en estos desarrollos, resultó ser la encomienda legislativa al Instituto para adelantar el diseño y la construcción del Centro de Bellas Artes, en la cual destacó la experiencia de Francisco Arriví. Este Centro sería motivo de complejas y extensas luchas políticas y culturales posteriores para separar esta nueva institución del Instituto, pero finalmente quedó fuera de su gestión cultural.
Durante este período, adelantó sus objetivos el Programa para el Fomento de las Artes Populares, promoviendo sus exposiciones, ventas en ferias, así como el establecimiento de un Centro de las Artes Populares, tienda creada por el Instituto para proveer un es-
pacio de ventas permanente a los artesanos en San Juan, al igual que las Ferias y Rutas Artesanales. El Programa de Publicaciones y Grabaciones se convirtió en una editorial, con la multiplicación de textos de Historia, Literatura, Folklor, Teatro, Folletos, así como la denominada Biblioteca Popular y Libros del Pueblo, para la adquisición de la colección a precios módicos, al igual que los Cuadernos de Poesía y Grabaciones Musicales y Literarias.
El Programa de Promoción Cultural en los Pueblos se convirtió en un referente indispensable en la vida cultural de las municipalidades, particularmente con su Museo Rodante, el cual visitó todos los municipios menos uno, por la estrechez de sus carreteras y un puente. Los centros culturales adscritos al Instituto se establecieron en todos los municipios. Recibieron con ello, apoyo económico para sus actividades; compartiendo listas de artistas adscritos a este programa; recibieron copia de las publicaciones; se promovieron clases de arte y tantas otras iniciativas institucionales, así como la proveniente de estas comunidades. De otra parte, se amplió la cantidad de películas documentales, mencionando seis títulos.
Aumentó además la cantidad de ayudas económicas a personas e instituciones.
Destaco al final, otro de los proyectos de Alegría, que se completaron parcialmente. Me refiero al denominado Centro Cultural del Morro, del cual se concretizó la Escuela de Artes Plásticas. El proyecto incluiría teatros al aire libre, galerías, restaurantes, cines y mercados, pero esos proyectos se postergaron hasta luego del 1992, por el rechazo gubernamental de las políticas antes mencionadas. Se postergó, también, la restauración del Cuartel de Ballajá, que se convertiría en un proyecto emblemático dentro de la restauración del Barrio de Ba-
llajá, durante las Conmemoraciones del 1992 y 1993. En este imponente estructura militar, la más grande construida por España en América, se albergó el Museo de las Américas, otra iniciativa de Alegría, y como aconteció posteriormente, el albergue en la estructura de la Academia de la Lengua y la Academia Puertorriqueña de la Historia, quedando pendiente la Academia de las Artes y Ciencias. Además, el Conservatorio de Música, el cual se establecería en estos predios, se pospuso, estableciéndose posteriormente en Miramar.
Dejo para el final de este periodo la mención de una experiencia personal excepcional, como parte de un movimiento extenso que acontecía además en Estados Unidos y que al presente cumple cincuenta años de aportaciones académicas. Me refiero a mis estudios de maestría iniciados en 1973, en el Centro de Estudios Puertorriqueños, el cual se convertiría, pocos años después, en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Esta Escuela Graduada se inició como parte de los ofrecimientos de la Universidad de Nueva York en Buffalo, posteriormente se organizó como parte del Instituto de Cultura Puertorriqueña y finalmente, alcanzó su plena autonomía, como Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, al igual que la Escuela de Artes Plásticas y Diseño de Puerto Rico.
Tres periodos más debemos considerar. Sobre estos no me extenderé, pues son parte de una de mis más recientes publicaciones titulada El Quinto Centenario: Historia y Políticas Culturales. En primer lugar, el correspondiente a la renuncia de Alegría y el nombramiento en sustitución como director ejecutivo de Luis Manuel Rodríguez Morales (1973-1980). Durante su mandato mantuvo las líneas de la política cultural establecidas desde el 1955.
Sin embargo, enfrentó una oposición política importante desde la Rama Legislativa. Desafortunadamente, su figura no tuvo el respaldo popular con el que contó Alegría, quien mantuvo un amplio reconocimiento popular aún fuera del Instituto, así como internacionalmente. El segundo director no contó con la visión y el carisma para mantener la continuidad institucional. Durante el periodo del 1980 al 1984, se inauguró lo que Leticia del Rosario denominó “Nuestro Instituto”, buscando transformar la Institución. Este proceso condujo a las denominadas “guerras culturales” y a una confrontación más amplia que denominamos al presente como “la Batalla de la Cultura”, la cual se extendió hasta su renuncia antes de finalizar el cuatrienio.
El segundo corresponde al periodo entre el 1984 y el 1993. Este representó una ampliación del reconocimiento al derecho a la cultura puertorriqueña, la ampliación de las políticas culturales, no solo en Puerto Rico, sino en Estados Unidos y el fortalecimiento de las relaciones culturales internaciones, con proyectos en Europa, el Caribe y América Latina. Puedo decir sin miedo a equivocación, que representó la consolidación de las políticas culturales de afirmación puertorriqueña ; expuso el principio del apoyo al vernáculo y por ello alcanzó el reconocimiento del Premio Príncipe de Asturias; estas políticas convirtieron a Puerto Rico en una frontera lingüística y se ampliaron y fortalecieron nuestras relaciones internacionales como nunca antes, vinculadas a la conmemoración del Quinto Centenario del “Encuentro” de Dos Mundos y la celebración de la Feria Mundial de Sevilla . Reconozco como el proyecto de conmemoración del Quinto Centenario del 1493, desplegó un plan de actividades permanentes y conmemorativas en todas las
municipalidades del país, en lo que denominé “el rumbón de los 500 años”. Estos logros les correspondieron a tres directores ejecutivos; me refiero a Elías López Sobá, Agustín Echevarría y Carmelo Delgado Cintrón.
Sobre esta valiosa jornada, concluí; en mi libro antes mencionado, lo que, para muchos, no solo ajenos a los valores y disfrutes de las expresiones culturales sino a sus posibilidades siempre abiertas, resultó ser la principal conclusión sobre el valor de estas celebraciones y conmemoraciones:
“En esta jornada de recuperación del pasado, descubrimos que, a pesar de los evidentes conflictos, no solo manteníamos nuestra cohesión de pueblo, sino que a pesar de ese medio milenio de subordinaciones sucesivas, expresamos una excepcional alegría por la vida, la creatividad, un talento para la imaginación y una fácil expresión para la solidaridad. Recuerdo la expresión de múltiples personas durante estas jornadas, particularmente durante la “Gran Regata Colón 92”, al escuchar conversaciones, en las cuales mencionaron reiteradamente que “parecemos otro país”. (209)
Este encuentro internacional, único en nuestra historia, al cual no estamos acostumbrados, me hizo recordar las palabras de Fernando Picó, nuestro principal historiador. En esa ocasión expresé lo siguiente:
“Con su atino característico, fue siguiendo los pasos de nuestras fortalezas interiores, de nuestra subjetividad innata, de nuestros espacios de ternura, seguridad y fortaleza, paso a paso, período a período, y de historia a historia. Cuando llegó a su fin reconocimos que habíamos llegado a “la casa de la abuela”. (210)
Finalmente, el período entre el 1993 y el 2025, lo reconozco como muy fluido, irregular en sus resultados, coherente en ocasiones y en la ma-
yoría de las ocasiones, irregular e indefinido. Es un periodo que requiere de un estudio serio y de una adjudicación muy ponderada, para establecer su caracterización final.
Una nueva Agenda: La cultura del siglo XXI
Deseo finalizar con una reflexión sobre lo que acontece alrededor del mundo en términos de la defensa y la protección de la cultura, para compararlo con nuestra situación actual y alcanzar una conclusión. En nuestro país, lamentablemente; los planes de trabajo no concuerdan con las iniciativas internacionales; no tenemos relaciones con otros ministerios culturales para enriquecer nuestras visiones; no promocionamos las obras de nuestros artistas y creadores de todo tipo; no creamos los espacios y los mercados que necesitan para mantener su producción, podría continuar pero me parece más aleccionador compartir cuáles son las iniciativas que otros países mantienen, para alcanzar la comparación que mencioné anteriormente.
Para ubicarlo en una justa perspectiva, me remito a la obra indispensable de una destacada activista cultural y diputada española, de la cual podrían muchos responsables de estas políticas aprender a manejar las verdaderas categorías que inciden sobre la complejidad de los asuntos culturales actuales. Me refiero al texto Cultura ingobernable de Jazmín Beirak. En este importante texto explora las complejas expresiones contemporáneas de la cultura, la cual reconoce que ha sido marginada a una esquina, como espacio olvidado de su afirmación y de su acción social. Propone su rescate, fortalecimiento de su pertinencia desde abajo, desde la comunidad, para alcanzar su radicalización democrática en tiempos de los peligrosos desvaríos antidemocráticos y extra constitucionales. Estas amenazas a la democracia, al conocimiento, la expresión
y todas las libertades culturales, son al presente realidades que debemos confrontar. Beirak propone el reclamo de la cultura y su democratización, así como la defensa y ampliación de las políticas que la fomentan.
Para los que la niegan, menosprecian y desdeñan, Beirak les reclama lo siguiente:
“Aunque siempre habrá a quien se le parezca naíf hablar de cultura cuando la pervivencia del mundo que conocemos está en riesgo, si de lo que se trata es, precisamente de construir nuevos horizontes para ese mundo, pues la cultura es más necesaria que nunca. Si de lo que se trata es de construir otro mundo posible- u otro fin del mundo posible…las aportaciones de la cultura y las políticas culturales son cruciales. La cultura, como hemos explicado, tiene respuestas y propuestas para la necesidad de reforzar vínculos comunitarios, de desplazar el canon economicista como medida (única le añadiría yo) y de poner en el centro la buena vida. Y quizá más importante, nos permite sentir que no estamos solos y que podemos construir juntos lo que está por venir”. (182-183)
No es solo el sentimiento de soledad que nos comparte Beirak, sino la invisibilidad que la carencia de una cultura vibrante y que pueda trascender los espacios geográficos naturales, sino una que una nuestros pueblos junto a sus crecientes diásporas, que nos exponga al mundo como somos y descubramos en las culturas del mundo lo que nos hace mejores y nos une en la diversidad. La cultura presupone solidaridad, igualdad y respeto a la diversidad, valores que se están negando en muchos países. Mientras no entendamos estas características y cultivemos nuestra pobreza cultural, cuanto más rechacemos nuestra
multiculturalidad, nuestras multietnicidades y nuestras culturas multinacionales, más pobres verdaderamente seremos.
Unos comentarios finales, los dirijo a las prioridades culturales que establece la comunidad internacional, en ánimo de promover su identificación e incorporación en nuestras agendas culturales y no nos limitemos a priorizar las prioridades de otros sectores. Durante la celebración de la Conferencia Mundial de Políticas Culturales y Desarrollo Sostenible, la cual este año se celebrará en la ciudad condal de Barcelona, el lema central de discusión será “establecer un objetivo de desarrollo sostenible propio para la cultura”. No debemos arrinconar, desdeñar, esconder las instituciones culturales fundamentales, sino insertarlas de manera complementaria acertada en las agendas de “desarrollo” económico, educación, turismo y tantas otras, a los niveles municipales, estatales y con iniciativas para nuestra población en Estados Unidos. Mundiacult 2025, presentará un informe mundial sobre el estado de la cultura, luego de tres años de trabajo internacional intenso, a partir de Mundiacult 2022, celebrado en Ciudad de México. Los temas informados, nos aleccionan con tan solo mirar los títulos de los bloques deliberativos. Estos son ocho, a saber: (1) Derechos Culturales: reconocer los derechos culturales como un imperativo ético y condición indispensable para insertarlos en los objetivos del desarrollo sostenible; (2) Cultura en la Era Digital: aprovechar las tecnologías digitales en los sectores de la educación y la cultura; (3) La integración de la Cultura y la Educación: fomentar la cultura y la educación artística; (4) La Economía de la Cultura: posibilitar un ecosistema inclusivo y sostenible e impulsar el desarrollo económico; (5) Las
dimensiones culturales del Cambio Climático: proteger y promover la cultura frente al cambio climático; (6) El Patrimonio en Crisis, Tráfico y Destrucción de Bienes Culturales: proteger la cultura y el patrimonio en situaciones de crisis y emergencias; (7) Cultura e Inteligencia Artificial: reconocer dentro de los derechos culturales el imperativo ético para el desarrollo sostenible y (8) Cultura de la Paz: desarrollar las iniciativas para una cultura de paz, contribuyendo al desarrollo económico y social sostenible, los derechos humanos y la igualdad y género.
Los 194 miembros de la UNESCO participarán y discutirán juntos la definición y los términos de esta agenda, según informó la Directora General, Audrey Azoulay. No dejo escapar la oportunidad para recordarles que la participación de Puerto Rico en la UNESCO como miembro asociado, propuesta iniciada y sustentada por Ricardo E. Alegría, se debe mantener hasta alcanzarla. No existe una objeción sostenible para su rechazo.
Para tener una idea de lo que trata el desarrollo sustentable, veamos las cifras que provee la propia UNESCO a nivel global. Sobre 50 billones de dólares en productos generados por las industrias creativas; 10 millones de kilómetros cuadrados de lugares de valor cultural, fundamentales para el turismo global; 317 elementos de una educación inclusiva, igualitaria y de calidad; el mayor empleo para los jóvenes entre los 15 y 29 años; el empleo del 47 por ciento de las mujeres en 72 países, así como otras estadísticas de ingreso creciente por medios de comunicación y streaming. En fin, unas estadísticas excepcionales desde las cuales construir nuestras propias opciones, adecuadas a nuestra realidad. Sin embargo, hay que romper el aislamiento y la pobreza de
interpretación de los significados y posibilidades amplias del potencial del sector cultural.
Estas dimensiones sobrepasan nuestras “sombrillas”, pues se refieren a dimensiones de planificación estratégica para el desarrollo sostenible, en los cuales no hemos adelantado mucho. Para contrastar una vez más, me referiré esta vez la dimensión internacional de la ultura, como un modelo a emular. Cinco son los temas que destaca la UNESCO en este informe sobre su Agenda 2030. Estos son: (1) la diplomacia cultural para adelantar los acuerdos internacionales y promover la paz: (2) construir fuertes instituciones culturales a través de experiencias compartidas y entrenamiento; (3) salvar el patrimonio y apoderar las comunidades; (4) considerar el progreso cultural en las estrategias oficiales de desarrollo y (5) compartir los modelos alcanzados y sus logros para adelantar el desarrollo sustentable y la cultura.
No debemos aceptar soluciones que debiliten aún más, escondan y con el tiempo conduzcan a la desaparición de nuestras instituciones y patrimonio cultural, en tiempos de amenazas por la gentrificación, cuyas amenazas y destrucción son de conocimiento público.
Regreso al comienzo del escrito con el reclamo de René Maheu, uno de los principales artífices de la UNESCO, cuando nos aleccionó sobre las responsabilidades en torno a la cultura: “El fomento de la vida cultural de la nación entra de esa forma dentro del marco de las funciones del Estado Moderno”.
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Nota del autor
Agradezco a la Dra. Velia Rodríguez, editora de la Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña y al Dr. Pedro Reina Pérez, por su invitación para colaborar en este número especial que celebra y conmemora siete décadas de logros y retos de esta noble institución, desde de las cuales ha respondido a la misión de “conservar, promover, enriquecer y divulgar los valores culturales puertorriqueños y lograr el más amplio y profundo conocimiento y aprecio de los mismos”. Ello, según establecido por su legislación habilitadora, la Ley 89 del 21 de junio de 1955, hasta el presente.
A esta institución dediqué mis esfuerzos y anhelos desde el 1973 hasta mediados del 1993. Durante esas dos décadas, tuve el privilegio de ocupar las posiciones de director de la Escuela de Artes Plásticas, la Dirección Auxiliar de Promoción Cultural (Teatro, Música, Artes Populares, Artes Plásticas, Centros Culturales y Proyectos Internacionales). En este último ámbito fui designado miembro del Comité Técnico de Relaciones Internacionales del Departamento de Estado de Puerto Rico, a cargo de las misiones culturales. Finalmente, ocupé la Sub-Dirección Ejecutiva del ICP.
Fuera de este ámbito profesional, además le he dedicado tiempo a la investigación, reflexión, publicación y comunicaciones académicas, y al ejercicio docente. Estas desde las aulas del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, en la cual fui Decano Académico durante dos periodos y Catedrático, y en la Universidad Ana G. Méndez. Además, me honra haber sido receptor de la Medalla Ricardo E. Alegría, entregada por el propio fundador del ICP.
Dos textos fueron publicados como resultado de mis investigaciones de Historia Cultural, vinculados al contenido de este artículo, los cuales refiero para consulta. El primero, La Guerra Fría y el Sexenio de la puertorriqueñidad: Afirmación nacional y políticas culturales (San Juan: Ediciones Puerto, 2007) y El Quinto Centenario: Historia y Política Cultural (San Juan: Ediciones 360, 2022), particularmente el Tomo II. Este recoge los distintos periodos programáticos y las políticas institucionales del ICP entre 1973 y 1993. Actualmente trabajo en dos textos relacionados, El Instituto de Cultura Puertorriqueña: Historia y Políticas Culturales, 1955-1993 y Ricardo E. Alegría, “Lo que no me preguntaron”, los cuales espero finalizar y publicar durante el 2026 y 2027.
Sobre los asuntos desarrollados en esta reflexión, destaco para los interesados, los artículos publicados en revistas académicas y profesiones. Menciono, entre otros, A Ricardo Alegría, en su centenario (San Juan: Numiexpo, Revista de la Sociedad Numismática de Puerto Rico, 2021), 15-40; la Conferencia Magistral presentada en el Aula Magna del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, Ricardo E. Alegría y las políticas culturales puertorriqueñas: De la Americanización a la Modernidad Líquida (San Juan: Pen Club Internacional de Puerto Rico, 2015); Ricardo E. Alegría y las políticas culturales del siglo XX (San Juan: El Sol, Revista de la Asociación de Maestros de Puerto Rico, 2022), 18-25; Ricardo Alegría y la UNESCO: La internacionalización de la cultura puertorriqueña (Carolina: Revista Ámbito de Encuentros, Vol. 6, Núm. 2, 2013), 31-50; La Cultura y la Política Cultural: Definiciones, redefiniciones y propuestas para el desarrollo cultural de Puerto Rico (Carolina, Revista Ámbito de Encuentros, Vol. 2, Núm. 1, 2008), 11-32, entre otras.
Referencias:
Alegría, Ricardo E. El Instituto de Cultura Puertorriqueña: 18 años contribuyendo a fortalecer nuestra conciencia nacional, 1955–1973. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1973.
–––. El Instituto de Cultura Puertorriqueña: Los primeros cinco años, 1955–1960. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1960.
–––. “Plan de los primeros dieciocho meses.”
Fundación Luis Muñoz Marín, Gobernador de Puerto Rico, Serie 2, Correspondencia Particular, Cartapacio 319, Número 10, Documento 6. Futura publicación: El Instituto de Cultura Puertorriqueña: Historia y Políticas Culturales (1955–1993).
“Anteproyecto creando la Comisión para la Conservación, Estudio y Divulgación del Patrimonio Histórico-cultural puertorriqueño.”
Fundación Luis Muñoz Marín, Sección V, Gobernador de Puerto Rico, Serie 1, Correspondencia General, Subserie Instituto de Cultura Puertorriqueña, Cartapacio 173, Documento 5.
Beirak, Jazmín. Cultura ingobernable. Editorial Ariel, 2022.
Carrión, Juan Manuel, Teresa C. Gracia, and Carlos Rodríguez Fraticelli. La nación puertorriqueña: Ensayos en torno a Pedro Albizu Campos. Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993.
Harvey, Edwin R. Derechos Culturales en Iberoamérica y el Mundo. Sociedad Estatal Quinto Centenario y Editorial Tecnos, 1990.
–––. Legislación cultural: Legislación cultural puertorriqueña y legislación cultural comparada. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1993.
–––. Políticas Culturales en Iberoamérica y el Mundo. Sociedad Estatal Quinto Centenario y Editorial Tecnos, 1990.
–––. Relaciones Culturales Internacionales. Sociedad Estatal Quinto Centenario y Editorial Tecnos, 1991.
Rodríguez Cancel, Jaime L. El Quinto Centenario: Historia y Políticas Culturales. Vol. 2, Ediciones 360, 2022.
–––. La Guerra Fría y el sexenio de la puertorriqueñidad: Afirmación nacional y políticas culturales. Ediciones Puerto, 2007.
UNESCO. “Culture in the 2030 Agenda.” UNESCO, https://www.unesco.org/en/ articles/culture-2030-agenda. Accessed 18 June 2025.
–––. Los temas de Mundiacult, España 2025 https://mundiacult.cultura.gob.es/temas. html. Accessed 18 June 2025.
Wheeler, Joseph. Our Islands and Their Peoples as Seen With Camera and Pencil. N. D. Thompson Publishing Co., 1898.
Carlos Anzueta Caldero Nacimiento Madera, goznes de metal
Rescatar para Preservar: La literatura puertorriqueña y el rol transformador del Instituto de Cultura Puertorriqueña
Gloria Tapia Ríos
La literatura es una de las expresiones más ricas y dinámicas de la identidad cultural de un pueblo. Con setenta años de trayectoria, el Instituto de Cultura Puertorriqueña ha sido un pilar en la producción editorial, por lo cual, este recorrido permite reconocer los logros que han contribuido significativamente al enriquecimiento del panorama cultural del país.
Según Edwin Harvey en Legislación Cultural, desde su fundación en 1955, el Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) se ha posicionado como una de las instituciones más importantes en la preservación y promoción de la identidad cultural puertorriqueña (200). Su creación respondió, según Ricardo Alegría, “a la necesidad de fortalecer y difundir las expresiones culturales y artísticas desde las más populares y sencillas expresiones folclóricas hasta sus más depuradas y sofisticadas manifestaciones cultas” (9). Este esfuerzo surgió en un momento en el que los desafíos de modernización amenazaban con eclipsar las tradiciones locales. En este contexto, el rescate y la promoción de la literatura y la lectura se convirtieron en una de las prioridades fundamentales de la institución. A través de su producción editorial, que abarcaba el mayor número posible de las expresiones culturales del país conforme a ley, el ICP implementó una política clara de integración cultural, fundamentada en un enfoque antropológico que analiza y preserva
las raíces históricas y sociales de nuestra identidad. Desde un principio el liderazgo visionario de Ricardo Alegría, guio estos esfuerzos con el respaldo de una comisión asesora compuesta por destacadas figuras como Concha Meléndez, Luis Manuel Díaz Soler, Nilita Vientos Gastón, Marcos A. Ramírez y Monelissa Pérez Marchand como su primera directora.
Primeros años del ICP: rescate, promoción y democratización cultural
Bajo la dirección de Ricardo Alegría, según expresa en su escrito El Instiuto de Cultura Puertorriqueña, 1955 – 1973: dieciocho años contribuyendo a fortalecer nuestra conciencia nacional, en sus primeros cinco años, el Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) desarrolló una política editorial sólida para rescatar, promover y democratizar el acceso a la literatura puertorriqueña. Su labor incluyó la recuperación de obras literarias olvidadas y la publicación de clásicos agotados, obras inéditas de autores puertorriqueños y textos de escritores extranjeros sobre temas relacionados con la isla (59). Entre sus principales iniciativas destacó la serie Literatura Hoy, que reunió ensayos, antologías y crítica literaria con autores como Concha Meléndez, María Teresa Babín y José A. Balseiro. También se publicaron las Obras Completas de figuras emblemáticas como Luis Muñoz Rivera, Julia de Burgos, Eugenio María de Hostos y Alejandro Tapia y Rivera. Para 1973, esta serie ya contaba con catorce títulos, compuesta entre uno y veinte tomos como las de Luis Muñoz Rivera.
El ICP también impulsó la serie Grabaciones Literarias, que inició con Los aguinaldos del Infante: glosa de Epifanía, un cuento de Tomás Blanco narrado por Leopoldo Santiago Lavandero y acompañado musicalmente por
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Jack Delano. También incluyó Poesías de Luis Palés Matos, recitadas por el autor y El contemplado de Pedro Salinas. En 1973, el programa de publicaciones evolucionó a Publicaciones y Grabaciones, ampliando su producción con discos que incluyeron música folclórica y antologías de danzas, ilustradas con obras de arte e imágenes relacionadas con los temas tratados. También se incorporaron conferencias y charlas que resaltaban la aportación de nuestros literatos a la cultura nacional. Con estos refuerzos, se aprovecharon todos los recursos disponibles para divulgar y enriquecer el panorama cultural de Puerto Rico.
La colección Cuadernos de Poesía tuvo como propósito divulgar la obra de poetas destacados como José de Diego, Lola Rodríguez de Tió, Luis Llorens Torres y Luis Palés Matos. Esta serie logró una integración única entre literatura y artes visuales, combinando los textos poéticos con grabados de artistas plásticos como Carlos Marichal, José Antonio Torres Martinó, Augusto Marín, Alfonso Arana y Rafael Tufiño. Se llegaron a publicar cerca de doce obras dentro de esta serie, muchas de las cuales han sido reimpresas debido a su relevancia y popularidad.
Las publicaciones de la serie Teatro estuvieron estrechamente ligadas al Festival de Teatro Puertorriqueño, que se celebra sin interrupción desde 1958. El primer tomo incluyó trabajos de Manuel Méndez Ballester, Emilio S. Belaval, Francisco Arriví y René Marqués. En los subsiguientes festivales, se publicaron obras de Luis Rafael Sánchez, Enrique Laguerre y Myrna Casas, consolidando el compromiso del ICP con la promoción teatral.
En el ámbito del folklore, se publicaron estudios clave como las Adivinanzas de John
Alden Mason, El aguinaldo y el villancico en el folklore musical puertorriqueño de Francisco López Cruz y La canción de cuna de Marcelino Canino. Con la serie Biblioteca Popular, el conocimiento cultural se hizo accesible al público joven a través de ediciones económicas, destacando títulos como Hostos, ciudadano de América de Antonio S. Pedreira y Antología poética de José Gautier Benítez por Socorro Girón de Segura.
Los Libros del Pueblo, desarrollados en colaboración con el Departamento de Instrucción
Pública, fueron fundamentales para la divulgación masiva de la cultura, con ediciones de hasta 50 mil ejemplares. Estas monografías de autores puertorriqueños como El caballero de la raza de José de Diego y El Grito de Lares se distribuyeron gratuitamente en escuelas, asegurando que el conocimiento cultural llegara a todos los estudiantes.
El ICP también promovió la recuperación de manuscritos históricos, facilitando la elaboración de ediciones críticas con el apoyo de historiadores puertorriqueños y académicos de la Universidad de Sevilla. Obras como La colonización de Puerto Rico de Salvador Brau e Historia de San Juan, ciudad murada de Adolfo de Hostos se sumaron a este esfuerzo. Además, se publicaron numerosas conferencias sobre historia ofrecidas por expertos como Isabel Gutiérrez del Arroyo y Eugenio Fernández Méndez. Estas iniciativas fomentaron un diálogo intergeneracional y permitieron que la literatura fuera un puente para la preservación de la memoria cultural.
En el marco de su aniversario número 18, Ricardo Alegría afirmó que, pese a los desafíos enfrentados, “el complejo de inferioridad creado por el coloniaje y otros factores no ha desapa-
recido por completo, pero no constituye ya una barrera en el desarrollo de nuestra personalidad colectiva” (Alegría, El Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1955-1973: 18 años contribuyendo a fortalecer nuestra conciencia nacional, p. 9).
Además del rescate literario, el ICP fomentó la lectura como práctica accesible para todos. Las ferias de libros, talleres y concursos literarios permitieron acercar la literatura a comunidades urbanas y rurales, transformando la lectura en una herramienta de empoderamiento y reflexión. La Biblioteca Rodante llevó libros a zonas de difícil acceso, asegurando que niños, jóvenes y adultos pudieran disfrutar de materiales educativos y recreativos.
Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña
La Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña (RICP), creada en 1959, ha sido un pilar fundamental en el Programa de Publicaciones. En la presentación de la revista, desde su primer número, su director Ricardo Alegría expresó su propósito de “alentar el estudio y la investigación, dando a la luz los trabajos de nuestros intelectuales y eruditos… e impulsar la creación artística en todos los órdenes”. Entre las revistas que se publicaban en la misma época, según indica Carmen Dolores Hernández, la “RICP se labró, pues, su propio espacio, el que fue ampliado y desarrollado mediante su alcance inclusivo” (Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 12 (segunda serie) (2006), p.25).
Su diseño inicial estuvo a cargo de Carlos Marichal hasta 1969, con aportaciones de Lorenzo Homar y Rafael Tufiño, además de incluir fotografías de Jorge Diana que enriquecieron muchos de sus números. Cada
edición trimestral incluía una separata con temas relevantes y monografías dedicadas a eventos como el Grito de Lares y la Abolición de la esclavitud. Sobre el diseño, Carmen Dolores Hernández describe que:
el diseño de Carlos Marichal era limpio, elegante, con una portada dividida horizontalmente en dos campos. En la parte superior aparecía el nombre de la revista y los temas que incluía. A cada número correspondía un color diferente. En la mitad inferior aparecía siempre un recuadro con un grabado, cuyo tema obedecía a uno o más de los artículos contenidos en la revista.
Ricardo Alegría dirigió la revista hasta 1980 y destacó su legado con las siguientes palabras en su reflexión titulada Veintiún años después: “Durante estos últimos veintiún años la Revista ha recogido, en sus 85 números, una producción bibliográfica que constituye una de las mejores antologías de nuestra cultura nacional”. Alegría renunció al ICP en 1973, sin embargo, permaneció al frente como editor y director de la Revista hasta febrero de 1980 mientras, Luis Manuel Rodríguez Morales dirigía la institución. A lo largo de los años, la Revista, pasó por distintas administraciones, adaptándose a cambios de gobierno y ajustes editoriales.
A partir de los cambios de gobierno, y por supuesto, de las direcciones del Instituto de Cultura, la publicación experimentó algunas modificaciones en diseño, composición y gestión. Estuvo bajo la dirección de Judit de Ferdinandy, con Carmen Ruiz de Fischler como directora ejecutiva entre 1984 y 1985. Posteriormente, Marta Aponte Alsina asumió la dirección entre 1985 y 1987, bajo la dirección ejecutiva de Elías López Sobá. El número de 1987 fue coor-
dinado por Lilliana Ramos Collado, mientras que Alberto Arroyo asumió la dirección de la publicación entre 1991 y 1992. Gracias a los esfuerzos y dedicación de estos profesionales la Revista logró adaptarse a distintos contextos históricos y administrativos, preservando su identidad y enriqueciendo su función dentro del panorama cultural puertorriqueño. A lo largo de estos cambios, la publicación enfrentó períodos de inactividad. La primera época de la Revista se extendió hasta 1996, culminando con la publicación del ejemplar número 100, coordinado por Henry Cobb bajo la administración de Luis Díaz Hernández. A pesar de las modificaciones (ajustes en diseño, variaciones en la periodicidad) la publicación, mantuvo su estructura fundamental como una publicación académica y cultural con artículos de reflexión, ensayos y textos literarios.
Entre 2000 y 2014, bajo la administración de José Ramón de la Torre, la revista reafirmó sus principios editoriales y fortaleció su continuidad dentro de la Oficina de Revistas. Se destacó su compromiso con la identidad cultural puertorriqueña: en el año 2000, desde las páginas de la publicación se declaraba que “La Revista del ICP simboliza el compromiso de continuar colaborando en la creación de una conciencia; valorizar lo propio y lo ajeno, pero afincándonos en nuestro mundo contemporáneo”. Durante este período, la revista publicó veinticinco ejemplares y mantuvo su estructura como publicación académica y cultural, con artículos de reflexión y ensayos. Carmen Dolores Hernández en… señala que “se ha labrado un nicho respetable por la seriedad de su propuesta… y por el interés que suponen los números monográficos” (32).
En 2015, la Revista dio paso a su tercera y cuarta serie en formato digital, eliminando
barreras físicas y ampliando su alcance. Sin embargo, la cuarta serie, publicada hasta 2021, se distanció del formato original, lo que, a mi entender, desafortunadamente, ha afectado su coherencia editorial. Se espera que en el futuro recupere sus valores originales y reafirme su posición como una de las mejores revistas culturales de Puerto Rico.
Evolución Editorial del ICP: La creación de la Editorial como plataforma para voces locales
Uno de los mayores logros del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) ha sido la organización de su propia editorial. Inicialmente conocida como Programa de Publicaciones y Grabaciones y luego como División de Publicaciones, esta iniciativa ha sido clave en el rescate y difusión de la identidad cultural puertorriqueña. Según el Plan Estratégico del ICP, su consolidación permitió que “integre editorialmente las publicaciones de los programas del Instituto… y rescate el prestigio y reconocimiento de la producción editorial del ICP como organismo protagónico del quehacer cultural del país”. Los programas de Publicaciones y Grabaciones, la Oficina de Revistas y la Unidad de Ventas y Mercadeo, adscrita al área administrativa, operaban como entidades independientes con sus propias estructuras organizativas.
Ventas y Mercadeo
Como parte de la reorganización, liderado por el Dr. José Luis Vega, el personal de ventas, el manejo del inventario de publicaciones y la administración de las cuatro tiendas culturales fueron integrados a la nueva estructura editorial como una unidad programática consolidada. En el año 2020, según declaraciones del Dr. Carlos Ruiz, La Tienda Virtual, creada en el 1997, fue cerrada, por
falta de recursos, al igual que la Tienda Cultural de Ponce que cerró permanentemente en junio del 2018, así como el cierre temporero de la tienda en Utuado. Estas decisiones representaron un retroceso significativo en los esfuerzos de accesibilidad y descentralización cultural impulsados desde la década de 1990. El cierre definitivo de la Tienda Cultural de Ponce —único de los puntos de la presencia institucional en la región sur—, sumado a la interrupción de servicios en Utuado y a la eliminación de la Tienda Virtual, privó a diversas comunidades del acceso directo a publicaciones, productos culturales y espacios de difusión fundamentales para la proyección del quehacer editorial.
Oficina de Libros
Además de sus colecciones existentes, la Editorial planificó la reedición de los títulos más valiosos del fondo editorial y la creación de nuevas colecciones como Barco de Papel (in-
fantil), La Ciudad (urbanismo) e Isla Literaria dirigida a la literatura contemporánea) (ICP, Plan Estratégico). Además, se propuso diseñar un catálogo de publicaciones cada dos años.
Oficina de Revistas
La Oficina de Revistas, creada de manera independiente en 1999, por José Ramón de la Torre, tenía como propósito “posicionar las publicaciones periódicas… como el medio más importante de documentación del panorama cultural del país”. Bajo su dirección, se retomó la Revista ICP y se organizaron variados proyectos seriados.
La revista Cultura era una publicación de la División de Promoción Cultural en los Pueblos. Estaba dirigida a una audiencia amplia y destinada a difundir las iniciativas culturales de los ochenta y un centros culturales adscritos al ICP. Gracias a su formato accesible y a la diversidad de sus temas, se convirtió
en una herramienta clave para la promoción y documentación de la actividad cultural en Puerto Rico. Se publicaron catorce ejemplares hasta el 2003, año en que fue clausurada debido a la percepción de que promovía una cultura “light”.
La revista Resonancias, antes RMP (Revista Musical Puertorriqueña) fue fundada en enero de 2001 por iniciativa del director ejecutivo José Ramón de la Torre. Se promovió el estudio de la música clásica y popular y, según Tapia Ríos, pretendía ofrecer “a los amantes de la música una información educativa sobre nuestra herencia musical y, sobre todo, el desempeño y la vida de los mejores intérpretes y compositores de música clásica y popular”. En su primer ejemplar, nos escribe Dorna Pesquera en la portada, se “quiso plasmar las vertientes principales de nuestra música: la música típica con Victoria Sanabria, el arte lírico con el bajo-barítono Justino Díaz y la música popular a
Andy Montañés”. A lo largo de su trayectoria, se publicaron un total de trece ejemplares.
La serie ICePé Comics, dirigida a jóvenes de entre ocho y trece años, integró la diversidad cultural del país, siguiendo las recomendaciones de Ricardo Alegría y fomentó el interés juvenil en el ICP. Para garantizar la relevancia del contenido, se realizó un muestreo con niños de empleados del ICP en el mismo rango de edad, con el propósito de que los personajes y temas reflejaran sus intereses. Se publicaron dieciséis tirillas hasta el 2012, abordando temas como la Constitución de Puerto Rico, la herencia indígena y figuras históricas como Ramón Emeterio Betances, Lorenzo Homar, José Celso Barbosa, José Campeche y el corsario Miguel Enríquez, entre otros. Este proyecto fue incorporado al Departamento de Educación de Puerto Rico a través del Programa de Bellas Artes, en reconocimiento de la literatura como un pilar fundamental de la identidad
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nacional. Como parte de esta iniciativa, se distribuyeron cincuenta mil ejemplares en todo el sistema público de enseñanza y facilitaron el acceso a contenidos culturales y educativos.
El equipo de guionistas estuvo conformado por escritores y especialistas como Tina Casanova, María Gisela Rosado, Awilda Sterling, Antonio Aguado Charneco, Álida Ortiz, Ángel de Hoyos, Felisa Rivera y Gil René Rodríguez quienes aportaron profundidad y autenticidad a los relatos, asegurando que cada historia fuera enriquecedora para el público joven.
Los Cuadernos de Cultura, antes Libros del Pueblo, fueron folletos monotemáticos de investigaciones sobre diversos aspectos de la cultura puertorriqueña llegando a publicar dieciséis títulos con la intención de alcanzar a un público lector amplio. Entre ellos: Antonio Paoli, el tenor puertorriqueño, por Jorge Martínez Solá; La cultura popular puertorriqueña en Estados Unidos, por el antropólogo Ramón López; Inventos para el azúcar, por Lizette Cabrera y El español de Puerto Rico: historia y presente, por María Vaquero. Tanto proyectos seriados como libros contaban con juntas asesoras formadas por destacadas personalidades del ámbito cultural, quienes evaluaban los trabajos presentados.
Fomento del Quehacer Cultural
Esta sección promovió actividades como talleres de creación y apreciación literaria, así como presentaciones de libros. Además, brindó asesoramiento y capacitación a escritores en formación y apoyo a autores profesionales, fomentando el interés del público por la lectura y la producción literaria puertorriqueña. Aunque ya no conserva este nombre, la Editorial sigue auspiciando proyectos editoriales que
fortalecen la difusión de la literatura en Puerto Rico. Entre sus iniciativas destacan los Premios Nacionales de Literatura, impulsados por José Luis Vega bajo su administración. Otorgados en poesía, cuento, novela y literatura infantil, estos premios han sido clave en la visibilidad de escritores puertorriqueños, asegurando la publicación de sus obras y ampliando su alcance. En 2023, se celebró la duodécima edición, consolidando su impacto en el ámbito literario. El ICP ha participado activamente en ferias de artesanías, festivales y ferias del libro nacionales e internacionales. A nivel local, destacó su presencia en la Feria Internacional del Libro (FIL) y el Festival de la Palabra, organizados por las escritoras Dalia Nieves Albert y Mayra Santos Febres, respectivamente, iniciativas que fueron esenciales para la proyección de la literatura puertorriqueña en el Caribe.
Internacionalmente, ha estado presente en eventos como la Feria del Libro de Guadalajara, considerada una de las más importantes de América Latina, y la Feria del Libro de Santo Domingo. También ha promovido la celebración del Día Internacional del Libro y del Autor, tanto en los centros culturales de Estados Unidos, como en pueblos de la isla, con especial énfasis en el Centro Cultural de Utuado que ha continuado con la celebración hasta hoy día. La difusión del libro ha sido continua, y el personal del ICP ha asistido a numerosas actividades para la promoción y venta de publicaciones, asegurando que la literatura puertorriqueña alcance nuevos públicos y fortalezca su presencia dentro y fuera del país.
En respuesta a la era digital, el ICP ha integrado nuevas tecnologías para ampliar el acceso a la literatura mediante plataformas en línea y publicaciones digitales. Destacan la digitalización de colecciones, el lanzamiento del canal
Puerto Rico Cultural en 2018 y el Archivo Virtual del ICP. Estas iniciativas han permitido que el contenido alcance audiencias más amplias, especialmente generaciones jóvenes con nuevos hábitos de consumo cultural.
Reflexiones finales
A lo largo de sus setenta años de trayectoria, el Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) ha sido un pilar en la preservación y promoción de la literatura puertorriqueña. Su labor ha sido crucial en el desarrollo de autores cuyas voces reflejan las realidades, luchas y esperanzas del pueblo. Además de rescatar obras clásicas y fomentar la creación contemporánea, ha proyectado la producción literaria de la Isla más allá de sus fronteras, consolidando su identidad cultural y asegurando su reconocimiento internacional.
La primera etapa del ICP (1958–2000) se distinguió por una producción editorial magistral e innovadora, con diversas series y publicaciones clave. A partir del 2000, el crecimiento fue significativo, en especial con las publicaciones seriadas. No obstante, desde 2018, la producción editorial ha sido más discreta, concentrándose en los Premios Nacionales de Literatura y la reimpresión de obras.
En los últimos años, el ICP ha impulsado exitosamente la digitalización y difusión de obras a través de diversas plataformas, ampliando el acceso a la literatura puertorriqueña y asegurando su permanencia en el ámbito digital. Este esfuerzo ha permitido que nuevas generaciones descubran y valoren el legado cultural del país, reafirmando su compromiso con la preservación y promoción del patrimonio literario. Asimismo, fortalecer colaboraciones internacionales y participar en eventos lite-
rarios globales garantizará que la literatura puertorriqueña continúe proyectándose fuera de la isla y reafirme su relevancia en el mundo cultural, ampliando su alcance y posicionándola en escenarios más diversos.
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Referencias:
Alegría, Ricardo E. El Instituto de Cultura Puertorriqueña: Los primeros 5 años (1955-1960). Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1960.
———. El Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1955-1973: 18 años contribuyendo a fortalecer nuestra conciencia nacional. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1978.
———. “21 años después.” Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, no. 85, 1979, p. 1.
———. “Presentación.” Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, no. 1, 1958, p. 58.
Aponte Alsina, Marta. “Plan Editorial ICP. Descripción de colecciones (Borrador).” Instituto de Cultura Puertorriqueña, Administración de Documentos, Oficina de Publicaciones, caja 174, 8 ene. 2001.
División de Promoción Cultural en los Pueblos. Cultura. Edición especial dedicada a Abelardo Díaz Alfaro, 1997.
———. Cultura, vol. 7, no. 14, 2003.
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Harvey, Edwin R. Legislación cultural. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1993.
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Instituto de Cultura Puertorriqueña. “Nota Editorial.” Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, segunda serie, no. 6, 2002, p. 1.
———. “Plan estratégico Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña.” Oficina de Publicaciones, Administración de Documentos, caja 178, 24 ene. 2002.
———. “Presentación.” Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, segunda serie, no. 1, 2000, p. 1.
Ruiz Cortés, Carlos. Informe de Transición. Programático. Editorial. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2020, https:// transicion.pr.gov/.
Santana, Alcibíades. “Informe general sobre labores realizadas y plan de trabajo.” Instituto de Cultura Puertorriqueña, Administración de Documentos, Oficina de Publicaciones, caja 175, 20 sept. 2001.
Tapia Ríos, Gloria. “Comentario de la editora.” Resonancias, vol. 1, no. 1, 2001, p. 2.
Vaquero, María. El español de Puerto Rico: Historia y presente. Vol. 5, Instituto de Cultura Puertorriqueña, Oficina de Revistas, 2001. Cuadernos de Cultura
Una mirada actual y necesaria
Instituto de Cultura Puertorriqueña y su Unidad de Colecciones: custodios de los
bienes patrimoniales del país
Ángel Cruz Cardona
Laura Quiñones Navarro
Carmen Torres Rodríguez
Domingo Orta Pérez
Tres Reyes Magos Madera s.f.
La Unidad de Administración y Manejo de Colecciones del ICP
El Instituto de Cultura Puertorriqueña en su septuagésimo aniversario celebra sus logros históricos y también puede celebrar su vigencia y continua vitalidad. Este ha aportado al desarrollo de un país moderno con un alto sentido de identidad y tradición. Desde sus inicios ha ofrecido al pueblo una constante y abarcadora programación que ha resultado en la creación de foros para muchos creadores y una variada producción cultural para el disfrute de todos los puertorriqueños.
La agenda del ICP se concreta gracias a la especialización del personal humano del Instituto en oficinas que atienden de forma profesional el desarrollo de todo lo programático de la corporación. El ICP en su misión de preservación y difusión de nuestras tradiciones, y en un claro respaldo a manifestaciones artísticas contemporáneas, brinda a puertorriqueños y visitantes un ecosistema de actividades culturales diverso y variado. En este ecosistema la Unidad de Colecciones juega un papel que, aunque es poco conocido, es de mucha importancia para investigadores de instituciones que se encuentran desarrollando sus programas de exhibiciones.
La Unidad de Administración y Manejo de Colecciones es la oficina encargada de la preservación de miles de objetos de arte y artesanías que componen un acervo invaluable para entender nuestra historia. Estos objetos son conservados para su estudio y para el disfrute del público que visita nuestra red de museos alrededor de la isla. También brinda asistencia a investigadores que se acercan a la Colección para estudiar de cerca obras de arte que de otra forma tendrían que ver en exhibición. La prominencia de los autores, la calidad de las obras ,y el carácter icónico cuasi mítico que alcanzan algunas de estas, convierte al ICP en una institución de alta demanda. La Colección cuenta con una gran cantidad de obras magistrales que son solicitadas para hilvanar la historia de autores y de la representación. La Colección del ICP es referencia obligada cuando se habla de calidad y pertinencia estilística. Mejor explicado, la colección del ICP es un marcador de tendencia.
El ICP es partícipe constante de una amplia generación de conocimiento intelectual gracias al trabajo que realizan los investigadores en la Unidad. En esta se reciben historiadores de muchos confines con intereses en lo histórico antiguo y en lo contemporáneo ya que la Colección abarca en el tiempo un periodo amplio desde el siglo XVII hasta la actualidad. Esta característica temporal, y la variedad de los objetos que cuidamos, crea mucho interés en curadores sobre la Colección. Estos bienes se ponen a la disposición de instituciones que cumplen con unos requerimientos en sus facilidades y en su personal administrativo para que las obras de nuestro acervo siempre estén seguras en sus salidas del depósito.
Recibimos profesionales de historia del arte, científicos sociales, estudiantes doctorales de
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prestigiosas universidades, representantes de entidades sin fines de lucro volcadas en temas de actualidad como el daño humano al ambiente, estudiosos de género y antropólogos que estudian el impacto de desastres naturales sobre la isla y su gente. Para estos investigadores es un proceso importante llegar a una colección como la nuestra y encontrar creaciones que les permiten abundar de forma visual y conceptual sobre los aspectos que estos desarrollan con la palabra y la linealidad que persiguen para el análisis en sus textos. Con su interés dan vida y pertinencia a estos objetos para el desarrollo de nuevas apreciaciones y diálogos sobre acercamientos a la historia y al legado de nuestros artistas. La Unidad cumple su función como custodio de objetos culturales y como promotor de desarrollo de nuevos pensamientos y diálogos refrescantes.
De esta forma el ICP, con la conservación de su colección, aporta a un futuro en el que la gente continuará encontrándose en sus obras y en sus objetos.
El coleccionismo institucional del ICP brinda la oportunidad de prolongar la vida de los objetos que custodia. Esto beneficia a generaciones que hoy, después de años y en ocasiones siglos desde su creación, pueden apreciar el oficio y esmero con el que artesanos y artistas creaban sus objetos. En estos artefactos podemos leer una especie de radiografía de cada época.
Coleccionismo y el desarrollo de la Colección de Estado
El coleccionismo institucional gubernamental es una herramienta eficaz que garantiza que los objetos significativos para una comunidad o país se puedan conservar con seguridad, teniendo como meta principal su preservación y
posterior difusión. También asegura que los artefactos y obras de arte sean tratados con respeto, conforme a la dignidad que los reviste como creación humana. El Instituto de Cultura Puertorriqueña y su Unidad de Administración y Manejo de Colecciones han adoptado, a lo largo de varias décadas, múltiples normas profesionales coherentes que amparan los usos responsables, la conservación y la protección de los objetos patrimoniales que están bajo su custodia.
El Programa de Artes Plásticas es responsable de ejecutar la política pública que promueve el acceso, cuidado y exhibición de los bienes patrimoniales materiales de la Colección del Instituto de Cultura Puertorriqueña, siempre considerando las libertades amparadas bajo la Constitución insular y la reglamentación vigente. Estos esfuerzos institucionales han redundado en la identificación y estudio de buena parte de la llamada herencia cultural puertorriqueña, impulsados por un afán de recuperar lo histórico y resaltar lo artístico y estético. Cumpliendo cabalmente con la misión que le adjudicó la Ley 89 del 21 de junio de 1955, y mediante el desarrollo organizado de su Colección, el ICP logró que se valoraran y se reconocieran. a nivel local e internacional, renglones diversos de la cultura popular, como las tallas de santos e instrumentos musicales como el cuatro puertorriqueño. Partiendo de la visión cultural del Dr. Ricardo Alegría; arqueólogo, antropólogo y primer director del Instituto, se desarrolló un marco conceptual para una Colección donde se resaltó lo español, la figura del jíbaro, lo taíno y lo afrodescendiente. Explica el propio Ricardo Alegría, en la biografía escrita por Carmen Dolores Hernández titulada Ricardo Alegría: Una vida: “Formé al Instituto (y su colección) a mi ima-
gen y semajanza como antropólogo, según mis preferencias e intereses, que eran la arqueología, la historia, la historia del arte y las artesanías y el arte popular. En esos campos me defendía bien y para los otros buscaba asesores” (259).
Desde sus inicios, partiendo de la Colección Junghanns, adquirida por el Gobierno de Puerto Rico en la década de los cincuenta, como su “colección semilla”, el ICP fue dotando al país con algo más que un “gabinete de curiosidades”. Le regaló a Puerto Rico una compilación de objetos amplia, comprensiva y heterogénea de bienes patrimoniales de gran valor artístico, estético, histórico y antropológico. En el año 1973, en su libro El Instituto de Cultura Puertorriqueña 1955 – 1973: 18 años contribuyendo a fortalecer nuestra conciencia nacional; el Dr. Alegría escribió lo siguiente:
…El Instituto ha adquirido por compra o recibido en concepto de donaciones numerosas piezas arqueológicas, muebles y armas antiguas, pinturas y grabados de nuestros más destacados artistas, santos tallados en madera y otros objetos del arte popular, instrumentos musicales típicos y muchos otros artículos…Todos los objetos pertenecientes al Instituto están debidamente catalogados como propiedad del Estado Libre Asociado, en los archivos del Departamento de Hacienda de Puerto Rico. (131)
En tiempos recientes, y en ánimos de continuar robusteciendo y manteniendo la pertinencia de su Colección, el Instituto de Cultura Puertorriqueña ha utilizado todos los recursos disponibles para desarrollar su potencial identificando colaboradores que han sido vitales para su inserción en el uso de tecnologías innovadoras. Tal es el caso de las exhibiciones virtuales en la plataforma Google Arts & Culture (https://artsandculture.google.com/ partner/instituto-de-cultura-puertorriquena).
El Instituto se ha mantenido activo en su búsqueda de formas novedosas para acercarse a las experiencias educativas que buscan los individuos. Ha aprovechado las redes sociales como método de difusión. Todo lo anterior para divulgar el acervo cultural isleño y alcanzar mayor conexión entre los puertorriqueños locales y de la diáspora con los campos del arte, antropología, historia, estudios culturales y otros campos del saber. Palpita el deseo e interés de continuar ampliando el conocimiento que se tiene acerca de lo puertorriqueño, mediante el estímulo de la investigación de estas colecciones, además de seguir promoviendo el desarrollo de exposiciones. La finalidad prima es que más personas tengan acceso a la experiencia educativa y que esto redunde en más elementos críticos que contribuyan a resaltar la cultura e identidad borincanas tanto a nivel individual como colectivo. Los depósitos de bienes culturales como el del Instituto de Cultura Puertorriqueña, son puntos de partida y fuga. Se constituyen en los entes idóneos para apoyar esta gesta.
Desarrollo del depósito de obras y su papel en la conservación
En la ley habilitadora del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1955 y subsiguientes enmiendas, se establece su propósito claramente: conservar, promover, enriquecer y divulgar los valores culturales del pueblo de PR. Con este artículo, nos propusimos establecer el papel que ha jugado el Programa de Artes Plásticas y su Unidad de Colecciones para lograr este fin. A pesar de que el Instituto de Cultura Puertorriqueña comenzó a coleccionar desde su fundación, no es hasta el año de 1990 cuando se comienza el Registro de la Colección bajo el Programa de Artes Plásticas y Museos y Parques (en ese momento,
un solo Programa) con un Reglamento para el Manejo de las Colecciones aprobado el 30 de agosto de 1990 por la Junta de Directores. Hasta poco antes, las distintas Colecciones habían estado dispersas en distintas localidades de la Institución en el Viejo San Juan. A partir de la década de los 80, las Colecciones adscritas al Programa de Artes Plásticas se relocalizan en el Arsenal de la Marina Española, ocupando la parte posterior del edificio. Esta mudanza, se llevó a cabo en la coyuntura del proyecto de convertir el Arsenal de la Marina Española en el Museo de la Cultura Puertorriqueña. Las distintas colecciones, fueron agrupadas por área, y se mantuvieron desde entonces bajo un sistema de acondicionadores de aire. La colección de pintura se guardó desde entonces en un sistema de rieles donde se mantienen colgadas; se adquirieron planeras, para el acomodo de la Colección de obra sobre papel y se cons-
truyeron armarios y tablilleros en metal para el mejor resguardo de nuestros bienes culturales.
El Instituto de Cultura Puertorriqueña tiene la responsabilidad de preservar los bienes culturales del pueblo de Puerto Rico para el disfrute de ésta y de las próximas generaciones. Por lo tanto, el Depósito de obras tiene como propósito principal, la conservación. Conservación preventiva es básicamente mitigar riesgos que puedan dañar o reducir la Colección. Todo material tiene un proceso natural de envejecimiento. Toca a los registradores, y a todo personal de la Unidad de Colecciones, velar que las obras permanezcan en las mejores condiciones posibles. Con esta meta, se le proveyó a la Colección de un espacio apropiado, con las especificaciones requeridas para el resguardo de obras de arte y antigüedades. La habilitación de los nuevos
espacios para Depósito, que comenzó en el 2010 aproximadamente, no solo se limitó a mejoras estructurales del edifico que lo alberga. Comprendió, además, dotarlo del equipo necesario para la protección de las colecciones en todos los aspectos. Estadísticamente nada es perfecto. No es posible eliminar totalmente los riesgos, pero sí es posible reducir drásticamente el por ciento del mismo tomando todas las medidas pertinentes. Los riegos a los cuales nos referimos son: cambios en la temperatura/humedad del espacio, robo y/o vandalismo, fuego, agua, plagas, contaminantes (ej: luz excesiva) y manejo inadecuado. Para el manejo del control climático, nuestros Depósitos mantienen un sistema de acondicionadores de aire y deshumidificadores los cuales se mantienen trabajando sin interrupción. Contamos con un sofisticado sistema de control de acceso, alarmas y cámaras, además de mantener un guardia de seguridad las 24 horas. Contamos con un sistema de supresión de incendios por gases, con tanques separados por cada espacio, además de extintores manuales. Las colecciones, no deben tocar el piso para evitar el daño por agua en caso de inundaciones o filtraciones. Así, las colecciones se guardan en un sistema de almacenaje levantado del piso. Un almacenaje adecuado, con muebles especializados de alta densidad, fijados al piso, cajas y materiales libres de ácido, son otros medios que tenemos para el manejo adecuado de la Colección. Para mitigar el efecto de temblores, se añadieron barras protectoras a cada una de las tablillas de almacenaje.
Para el control de plagas, se mantiene un contrato de fumigación, las colecciones se mantienen separadas, en la medida de lo posible, por materiales y contamos con personal
de limpieza para minimizar el polvo y sucio dentro de los Depósitos. La luz inapropiada se considera como un factor contaminante que puede afectar algunos tipos de colección. Especial cuidado se debe tener con la colección de pintura. Para evitar este tipo de daño, se utilizan filtros en las luces y se mantienen apagadas mientras no haya personal trabajando dentro del Depósito. Por último y no menos importante, el manejo. Mientras menos manejemos una pieza, mejor para su conservación. Aquí entra la importancia de mantener un registro de las colecciones actualizado y con la mayor información posible. Un sistema de registro es la documentación individual de los bienes culturales siguiendo los parámetros internacionales para la identificación de estas.
El Registro de la Colección del ICP, que incluye documentación fotográfica digital, evita el manejo excesivo de la Colección permitiendo a los registradores e investigadores, tener acceso a las piezas desde un registro digital de cada una de las colecciones. En el 1990, se organiza y comienza el registro de las colecciones asignadas al Programa de Artes Plásticas, dividiendo las mismas en siete sub-colecciones: pintura-escultura, obras sobre papel, tallas de santos, colección militar, muebles y objetos, artes populares y textiles. A partir del año 2000, se comienza con el registro digital de las colecciones, que no es otra cosa, que la entrada de los expedientes de cada una de sus piezas a un sistema computadorizado bajo el programa “File Maker” donde se guarda y se mantiene la información correspondiente a cada pieza. Además de servir como un inventario perpetuo. Finalmente, recién este año 2025, acabamos de abrir un nuevo espacio para albergar las Colecciones de Artes Populares y Textiles. El traslado de estas piezas desde su antiguo espacio en el Arsenal de la Marina Española se realizó durante la semana del 22 al 25 de abril de 2025. En estos momentos, nos encontramos en la etapa de acomodar las piezas en su nuevo hogar y actualizar localización en su registro. En la Unidad de Colecciones del Programa de Artes Plásticas, continuamos con el compromiso y la misión de administrar las colecciones del Instituto de Cultura Puertorriqueña siguiendo los más altos parámetros de conservación y el manejo correcto de las mismas.
Referencias:
Alegría, Ricardo E. El Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1955–1973: 18 años contribuyendo a fortalecer nuestra conciencia nacional. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1975.
Colón Camacho, Doreen M. Guía para la preservación del patrimonio cultural. Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1996.
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Hernández, Carmen Dolores. Ricardo Alegría: Una vida. Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 2002.
Instituto de Cultura Puertorriqueña. Reglamento de Propiedad. 22 oct. 2002.
———. Reglamento para Registro, Uso y Manejo de las Colecciones del Instituto de Cultura Puertorriqueña. 26 oct. 2011.
———. Reglamento para el Registro, Uso y Manejo de las Colecciones. 15 jun. 2005.
———. Reglamento para el Manejo de las Colecciones. 30 ago. 1990.
Defendiendo espacios de la memoria: el Instituto de Cultura Puertorriqueña y el patrimonio edificado
Jorge Ortiz Colom
Martín Díaz Veguilla
Maqueta Iglesía Porta Coeli Barro 2006
Lo edificado en el pasado cimenta y concreta siglos de historia, tradición y prácticas culturales. La conservación como praxis existe desde esfuerzos aislados en la antigüedad, dirigidos a lugares de gran valor monumental (palabra que viene del latín monere, “avisar” o “advertir”); eso es, según Françoise Choay en Alegoría del patrimonio, el monumento como aviso o anuncio de personas, eventos o divinidades mitológicas (17). A los monumentos individuales así generados se añadieron en el siglo XX los distritos urbanos tradicionales como respuesta a los traumas territoriales causados por la Revolución Industrial y las guerras mundiales.
Desde inicios de nuestra historia, amerindios nativos, junto a africanos y europeos venidos al país, crearon o apropiaron algunos lugares de respeto y veneración, naturales o hechos por manos humanas, para sus sendas creencias y visiones de mundo. Pero, por otra parte, el ornato urbano de fachadas de obras particulares era evaluado como condición para permisos de obra en poblaciones.
El escaso valor adjudicado a muchas obras del pasado puede verse, en el caso de San Juan, con el derribo de las murallas y varias puertas
de estas en 1897. Por otra parte, estuvo la lucha precursora y exitosa de la Corte de Granada de las Hijas Católicas de América (una organización femenina laica) y varios ciudadanos individuales, entre ellos el conocido arquitecto Rafael Carmoega, para evitar la eliminación de la Capilla del Santo Cristo entre 1925 y 1927 y el freno al intento de acomodar las oficinas y el salón de sorteos de la Lotería dentro del Teatro Municipal (Teatro Tapia) en 1947 (Méndez Ballester, Marqués). En esta última lucha participó don José Alegría, padre de Ricardo Alegría, primer director ejecutivo del Instituto de Cultura Puertorriqueña (en adelante ICP).
Según Edwin Harvey en Legislación cultural existió una Junta Conservadora de Valores Históricos, creada por la ley 27 del 23 de abril de 1930, pero de logros limitadísimos, mientras por iniciativa particular se rescataron algunos sitios proceriles como las casas natales, ambas de tipo criollo y en madera, de los líderes políticos Luis Muñoz Rivera (1859-1916) en Barranquitas, y José Celso Barbosa (1857-1921), en Bayamón.1
Víspera del inicio de los esfuerzos patrimoniales del ICP
Nos dicen Sylvia Aguiló y Carmen Dolores Hernández que; desde 1934, técnicos del National Park Service de Estados Unidos propusieron establecer una zona histórica en San Juan. El debate se movió a la opinión pública en años subsiguientes, tiempo de reformas institucionales y políticas limitadas, y evidentes y fuertes reflexiones sobre la cultura puertorriqueña. Un producto de esta preocupación fue el libro Ciudad murada, publicado
1 Más información sobre varios intentos legales y organizativos para proteger el patrimonio antes de la fundación del ICP pueden consultarse en Hernández (209n38).
Fig. 1. Fachada de Calle Luna de San Juan. Octavio Figueroa, “Block Study – Historic Zone”, planimetría (fragmento). Historic American Buildings Survey, 1966.
en 1948, de Adolfo de Hostos: una historia cultural, militar e institucional de San Juan durante la colonia española.
El conservacionismo puertorriqueño ha sido influido por las ideas de Ricardo Alegría Gallardo (1921-2011). Formado como antropólogo, estudioso de folclore, tradiciones y costumbres, alertó sobre la perdida de los lugares levantados en la época española. Su ciudad amurallada natal evolucionaba a lugar periferal y olvidado dentro de las pretensiones de una imagen urbana primermundista. Hostos, Eugenio Fernández Méndez, y otros propusieron la protección legal a San Juan Antiguo. Respondiendo al reclamo, el gobernador Muñoz Marín firmó el 14 de mayo de 1949 la Ley 374 que facultaba a la Junta de Planificación (JP), organismo formado solo siete años antes, a poder declarar zonas de valor histórico (o interés turístico).
Como consecuencia, y con la cooperación de su entonces presidente; el Dr. Rafael Picó, la Junta aprobó la Resolución Z-7 el 28 de marzo de 1951, que formalizaba la protección de la ciudad amurallada de San Juan como zona histórica. El artículo 4 estipula que:
La base que confirma la [designación] consiste en estudios de investigaciones hechas por el Gobierno Federal, por los historiadores de la Capital, de la Universidad de Puerto Rico, de la Oficina de Turismo, de los Consultores
Kenneth Chorley y A. Edwin Kandrev, de Colonial Williamsburg, V[irgini]a., y del Consultor Mario Buschiasso [sic], de Argentina.
(…) La Oficina de Turismo hizo un estudio del “casco” con el fin de determinar el carácter de la zona histórica en cuanto a tipos de edificios. Los edificios se clasificaron en dos categorías principales: (1) edificios públicos, edificios históricos y edificios de estilo colonial español; (2) edificios de diseño moderno o modernístico en su arquitectura. Se encontró que 90% de los edificios dentro de la zona histórica y antigua propuesta, pertenecerían a la primera categoría.
Con esto logrado fue necesario establecer un reglamento para el manejo de la zona, por lo cual fue redactado el Reglamento de Planificación Número 5, “Reglamento de Zonas Antiguas e Históricas”. Este tenía el mérito de establecer requisitos paramétricos e individualizados para las obras, estableciendo que obras en fachada e interiores “estén en armonía con los estilos existentes en dicha zona” (Art. 4) y dando a la JP el poder de decidir la “adaptabilidad” de los proyectos, incluyendo los estilos, y “[c]onsidera[r]… su relación con las características de edificios cercanos y de la vecindad en general.” (Art. 5) Solo el énfasis en el “estilo colonial español” (Art. 1) matizó, según Jorge Rigau en su artículo La restadulteración del Viejo San Juan, estas primeras intervenciones, creando, al paso del tiempo, una hegemonía “estilística” dentro del área protegida, ignoran-
do cierta diversidad generada por la evolución urbana de la primera mitad del siglo XX y en algunos casos obliterándola.
En el primer lustro de vigencia de la Zona Histórica de San Juan el seguimiento a las obras fue dado por la propia Junta que entonces tenía autoridad para otorgar permisos de obras. Uno de los primeros responsables fue el arquitecto miembro de dicho organismo, Santiago Iglesias hijo quien cubrió el periodo hasta la formación del ICP y más allá.
La llegada del Instituto de Cultura Puertorriqueña y don Ricardo Alegría
Este Instituto cobró presencia legal en 1955 (Ley 89 del 21 de junio de 1955, efectiva el 25 de julio de dicho año), poniéndose en marcha el primero de noviembre de ese año. Como primer director ejecutivo, Alegría tuvo un involucramiento intenso con las obras particulares de recuperación de la ciudad; desde el inicio era auxiliado por una Comisión Asesora inicialmente de siete miembros, entre ellos el Arq. Iglesias, Hostos, la periodista Helen Tooker de El Mundo, el huma-
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nista y profesor Dr. Sebastián González, el empresario farmacéutico Acisclo Marxuach Plumey, el historiador Rafael W. Ramírez de Arellano y Rafael Benítez Carle, representante de la Oficina de Turismo.
Alegría, al inicio, trabajó solo con la ayuda de su comisión. En 1958 contrató al arquitecto Eladio López Tirado como su “arquitecto asesor” en conservación adscrito al programa de Zonas y Monumentos. Entonces el programa fue despertando y se pudo mantener un control sobre la parte designada histórica de San Juan. López Tirado continuó a cargo por el resto de la dirección de Alegría.
Un reglamento conciso especificando las acciones permisibles en las casas antiguas fue adoptado desde temprano por la agencia. Tenía requisitos procesales tales como revisión previa del concepto y posteriores inspecciones de seguimiento, y una lista de 16 tipos de elementos prohibidos en fachadas. Sin embargo, este reglamento no fue registrado legalmente en el Departamento de Estado hasta 1991.
Arrancar el programa patrimonial del ICP necesitó de alianzas desesperadas. Alegría tuvo que valerse de los fondos custodiados por Teodoro Moscoso, director de la Administración de Fomento Económico, para lograr varias adquisiciones, a pesar de que Moscoso, “universalista” por excelencia dentro del gobierno, no comulgaba con el afán de Alegría de rescatar tradiciones y antigüedades “locales”. Las simpatías de Muñoz a la obra de Alegría, sin embargo, pudieron lograr que los fondos para adquisición y reparación de edificios fuesen llegando y ya en 1973 el Instituto había rescatado y arreglado 30 edificios públicos históricos en todo Puerto Rico y promovido obras en otros 197 edificios privados en San Juan.
Entre los arquitectos que operaron junto con Alegría en estas etapas tempranas, además de López Tirado2, deben reconocerse al menos tres foráneos: el argentino Mario José Buschiazzo (1902-1970), reconocido conservacionista e historiador de arquitectura en su país y otras partes de Latinoamérica, quien hacia 1954 compiló una lista de monumentos históricos en Puerto Rico a instancias del gobernador Muñoz; el nativo de Islas Vírgenes de ascendencia criolla danesa, Frederik C. Gjessing (1918-1997) y Franz Lösche (o Loesche), de aparente sangre alemana pero del cual no se han obtenido otros datos que no sean su participación (con López Tirado) en el proyecto del Fortín de San Jerónimo del Boquerón, en el extremo este de Puerta de Tierra de San Juan. Gjessing hizo en 1953 un inventario fotográfico de San Juan que fue útil para recomendar las obras de recuperación de muchas casas sanjuaneras.
Otros arquitectos puertorriqueños se involucraron en los proyectos de rescate de San Juan y otros monumentos: se pueden mencionar, entre los de formación académica, a José Firpi y Sergio Cautiño Bird. Tuvieron, en cierto sentido, que “desaprender” los prejuicios de una educación orientada a la austeridad formal y ruptura con el pasado del llamado “estilo internacional”.
2 Se ha encontrado muy pocos datos biográficos sobre López Tirado. Fue arquitecto licenciado bajo el número 3165, con la última expiración de su licencia el 16 de junio de 2006, registrado actualmente como “fallecido” (Colegio de Arquitectos…). Una persona con ese nombre aparece nacida en Isabela el 24 de mayo de 1909; casado en 1932 con Ana María Oliver Badillo, aguadillana; empleado en la “Puerto Rico Emergency Relief Administration” en 1935, y según el censo de 1940 trabajaba como diseñador en una fábrica de alfombras aguadillana. Ya en 1976 vivía en la calle Ernesto Cerra 804 en Santurce. Este Eladio López (y) Tirado falleció el 23 de enero de 2000 (“Eladio López Y Tirado”, Family Search).
Los contratistas colaboradores de don Ricardo fueron importantes en retener y transmitir formas y técnicas de construcción a punto de extinguirse. Estos maestros de obra retaron la desaparición del mercado de los materiales tradicionales y se ingeniaron maneras de reparar sin excesivo perjuicio los viejos edificios de mampostería y ladrillo. Estuvo el puertorriqueño Ramón Galarza, quien trabajó también muchos proyectos privados en la antigua ciudad; el dominicano Marcos Disla, ante todo diestro en las artes de la madera; los españoles de Galicia Florentino Álvarez y su aprendiz y discípulo Manuel Liste, formados en su país de origen donde las formas tradicionales de construir persisten. Hubo otros más que siguieron los pasos de los aquí nombrados.
Inclusive Alegría instaló un depósito de materiales en los cuales los propietarios sanjuaneros podían adquirir al costo y reutilizar materiales sacados de otras rehabilitaciones, públicas y privadas. El Instituto fue precursor del rescate de edificaciones en madera: a finales de la década de 1950 ya el Instituto había tomado posesión del municipio de Barranquitas de la casa natal de Luis Muñoz Rivera. Poco después adquirieron de la familia, y recuperaron, la casa del doctor José Celso Barbosa, otra casa criolla, ya rara avis en el centro urbano bayamonés. En ambos casos, se demostró que un trabajo paciente e inteligente con el uso de la tecnología de la madera en respeto a las tradiciones y el clima hacia viable la recuperación de estos lugares relativamente frágiles.
Un programa de incentivos fiscales (Ley 7 de 1955) eximiendo de impuestos sobre propiedad inmueble, ingreso neto de alquiler y sujeción a la Ley de Alquileres Razonables (Ley 464 de 1946, derogada en 1995) fue instrumentado desde poco antes del nacimiento
del ICP. Este ha sido adjudicado durante siete décadas a cientos de edificios merecedores, por la calidad de sus obras de recuperación (y luego, también de armonización) en zonas y sitios históricos individuales.
Dos logros de esta época matizaron la gestión futura del patrimonio. En 1962 se declaró por la Junta de Directores del Instituto una zona histórica de algo más de 180 propiedades en el centro de Ponce y otra en el cercano poblado portuario de la Playa. Este gesto, no reconocido por las autoridades reglamentadoras, frenó de forma limitada la demolición especulativa de edificaciones de una sorprendente diversidad, levantadas en madera y materiales fuertes, y creó cierta conciencia de su valor. Mientras, la apertura en 1967 del Archivo General en Puerto Rico abrió las puertas a visiones alternas de la historia que retaban el usual enfoque en asuntos políticos y el procerato. Lo social, lo económico, los testimonios materiales del pasado ahora podían protagonizar interpretaciones diversas y entonces novedosas de sus testimonios edificados.
En 1971, en los últimos años de Alegría en el ICP, la controversia sobre la casa Eduardo Georgetti (1923), obra maestra del arquitecto Antonin Nechodoma excluida de los registros patrimoniales y víctima de la especulación inmobiliaria del Santurce de su tiempo – y la impotencia del ICP de poder salvarla, por no estar designada, mostraba que el florecimiento del patrimonio sobre el territorio sería la cosecha de un futuro.
Serie 4, núm 4
TABLA 1
RESUMEN DE LUGARES HISTÓRICOS REGISTRADOS POR LA JUNTA DE PLANIFICACIÓN DESDE 1950 A 2001 INCLUSIVE
Fig. 3. Casas vernáculas y de tradición culta, Calle Castillo, Zona Histórica de Ponce. Lugares incorporados en la expansión del universo patrimonial desde 1985.
Continuación del programa desde 19733
Ricardo Alegría se retiró del ICP en 1973 y cedió la dirección a su anterior subdirector Luis M. Rodríguez Morales. Desde entonces el programa de patrimonio pasó por la transición de un sistema de evaluación por comisión a otro con técnicos empleados por la agencia.4 La salida de Alegría coincidió con transformaciones significativas en el panora-
Esta parte del ensayo incluye datos e información recogida por el autor en un escrito previo (Ortiz Colom, La gestión…), y vivencias personales del autor después de 1987.
El sistema de comisión fue brevemente reutilizado entre 1986 y 1989 para evaluar casos en la zona histórica de Ponce según definida en 1962, siendo sustituido por el equipo de técnicos becarios -luego empleados - que se encargó del estudio y manejo de la redefinida zona histórica promulgada desde 1989.
ma político y económico del país. Fue época de crisis y cambio, agotamiento del modelo desarrollista fundamentado en industrialización con capitales foráneos y de un consumo apuntalado por el crédito personal. Entonces, en ese año 1973, la economía global se volcó a fundamentarse en la predominancia del capital financiero y bancario. Este periodo, según Yanis Varoufakis en su texto The Global Minotaur. se caracterizó por la extensión indiscriminada del crédito, la formación de valores ficticios, tasaciones artificiales de las empresas; proceso continuo de fusiones y consolidaciones sin añadir valor por el proceso productivo, parando de forma abrupta con el colapso de los mercados de inversión
Ortiz Colom, El patrimonio…, diapositiva 7.
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en 2008. Desde entonces la economía global se mueve en un espiral deficitario.
Para la “vieja historia”, San Juan Antiguo era una reliquia excepcional, presentación del Segundo Momento histórico como una sucesión de paisajes, en una exégesis simplista. Y la estrategia de restauración era el “terminar lo inconcluso” siguiendo los principios de la llamada anastilosis propuestos en el siglo XIX por el francés Eugène Viollet-le-Duc.
Con el acceso, desde 1967, a los tesoros del Archivo General de Puerto Rico (AGPR) la nueva historiografía - el pueblo como actor, la historia de los procesos sociales y económicos, la microhistoria – hicieron muchos lugares de la cotidianidad historiables. Hacia 1975 una nueva historiografía desplazó a aquella fundamentada en grandes eventos o próceres. Los “nuevos historiadores” criticaron la idea de una historia cimentada en tres momentos (Borikén taíno, colonia española, “progreso” estadounidense).
Simultáneamente, al promulgarse la National Historic Preservation Act de Estados Unidos en 1966 (“NHPA”, Public Law 89-655, 80 Stat. 915), los fondos provistos por dicha ley fomentaron la investigación sobre el patrimonio. La filosofía de esta ley descansaba en la Carta de Venecia de 1964, con una visión más propensa a incorporar contextos sociales y culturales, la integridad tectónica de los lugares y sobre todo aceptar ciertos cambios y transformaciones dados a través del tiempo. La anastilosis cayó en desuso.
Nuevos estudios revalorizaron los edificios tradicionales de pueblos y campos, especialmente en el sur y oeste de Puerto Rico, región que aún no había sufrido las alteraciones
del “progreso”. Los estudios de los años 1980 (San Germán, Ponce, Mayagüez, Yauco, haciendas rurales...) estimulados por los fondos del Historic Preservation Fund del gobierno estadounidense y donativos privados, crearon estudios seminales que reflejaron una arquitectura puertorriqueña, diversa y de raíces multiculturales como el pueblo que la creó.
En esta época se logra la única accesión de un lugar histórico puertorriqueño al listado de Patrimonio Mundial (o de la Humanidad) auspiciado por la UNESCO - las fortificaciones y murallas de San Juan junto con La Fortaleza, el palacio y residencia del gobernador. Estos fueron nominados por el criterio asociativo (VI) y estas fueron aceptadas en la reunión del Comité del Patrimonio Mundial, sesionado en Florencia en diciembre de 1983 con el número de dossier 266.
El programa de Zonas y Monumentos empezó a estabilizarse, aunque con todavía poco personal (3 arquitectos) y a adquirir un sentido más crítico sobre el patrimonio. Durante 12 años, entre 1966 y 1978, funcionó como State Historic Preservation Office (“Oficina Estatal de Preservación Histórica”) cumpliendo el mandato de la NHPA, redefiniendo los criterios de valoración y justificación de valores patrimoniales. También desde estos años se empezó a encargar; mediante los trabajos de supervisar mejoras permanentes (obras de construcción y mejoras) a los edificios de la agencia, hasta 2015, de adquirir algún testimonio, y a veces conocimiento práctico, sobre el manejo de tecnologías antiguas casi desvanecidas.
El despegue definitivo se puede fechar en 1985. Al año siguiente se designó la zona histórica de Manatí (Junta Planificación, Resolución JPH-2) y ya en ese segundo lustro
de los años 1980 se empezaba el proyecto de rescate de la Zona Histórica de Ponce, designada el 2 de febrero de 1989 (Junta Planificación, Resolución JPH-3).
En septiembre de 1990 se revisó el Reglamento de Planificación 5 que atendía nominación y manejo de lugares históricos. Esta revisión implementó un proceso claro basado en evidencia justificativa del valor histórico de los inmuebles a designarse y un análisis de su condición y alcance de intervenciones necesarias. Los criterios introducidos por la Carta de Venecia, a través de las reglamentaciones federales y otra literatura disponible, fueron fundamentales. Desde esa fecha hasta diciembre de 2001, se designaron un total de 171 sitios históricos en casi todos los municipios del país, cinco zonas históricas adicionales a las tres existentes y una sexta, poblado de ingenio, gracias a un plan especial en 2000. Este es el resumen:
Con posterioridad la JP ha designado cuatro zonas históricas y 52 sitios adicionales, y otras dos zonas fueron creadas por legislación. Por otra parte, desde 1981 se estableció el requisito de que se protegieran las plazas de recreo y sus edificios circundantes en todos los municipios (Junta Planificación, Resolución JP-234). Todas estas acciones han expandido el universo de edificaciones que requieren de alguna clase de protección patrimonial a una cantidad aproximada de sobre diez mil y unos cinco mil terrenos no edificados o con estructuras modernas intercalados en zonas históricas protegidas.
Este reto fue enfrentado con ajustes continuos desde 1988 hasta la llegada de severa austeridad en 2010. En el periodo entre 1989 y 1994 la gestión de los técnicos fue descen-
tralizada mediante sedes regionales, con directores propios que certificaban las cartas con valor normativo como endosos y certificaciones. En 1994 la administración fue recentralizada, pero se mantuvieron los destaques regionales; se llegó a tener once empleados técnicos (conservacionistas en arquitectura) simultáneamente en 1996, y todavía ocho a principios de 2004. Los documentos normativos principales eran el Reglamento de Zonas y Sitios Históricos (Reglamento de Planificación Número 5) y la Ley de Incentivos Contributivos en Zonas y Sitios Históricos (Ley 7 de 1955), según enmendados. El Reglamento había adquirido nuevas provisiones para asegurar que las acciones permitidas respondieran al contexto antes que a cualquier dogma estilístico. Se fomentó la adaptación creativa de normas y el respeto a formas y detalles tradicionales, más allá del “colonial español” originario.
Desde 1989 al presente se ha iniciado, aunque tímidamente, una recuperación de técnicas y materiales tradicionales. Entre 1989 y 1993 se ensayaron dos proyectos de escuelas-taller en destrezas tradicionales de construcción, organizados por el ICP y otras agencias del gobierno de Puerto Rico, y facilitados por el Instituto Nacional de Empleo de España, como proyecto de cooperación internacional. Gracias a estos talleres, y muchos otros posteriores hechos hasta nuestros días, por ejemplo, empañetados y pinturas con cal están disponibles y se ha vuelto a trabajar con madera en bruto perfilada a la medida con sierras de banco. Se recuperan las técnicas tradicionales de forja en hierro, vitralería y moldeado ornamental en yeso. Varias universidades dan cursos y talleres sobre conservación del patrimonio en facultades de arquitectura,
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y al menos una tiene un programa de maestría (licenciatura) orientado a este quehacer.
Desde la última década del siglo XX, se ha dado un aumento notable en la participación comunitaria en esfuerzos de rescate del patrimonio con al menos cuarenta y cinco iniciativas, dispersas bastante uniformemente por toda la geografía de la isla. Trabajan con patrimonio urbano, distritos, edificios singulares urbanos y rurales y hasta paisajes culturales potenciales. Muchas de estas iniciativas pueden rastrearse a esfuerzos facilitados, alentados o inspirados por la participación de conservacionistas en arquitectura del ICP sobre el terreno. La investigación de campo es esencial, especialmente en el proceso de identificación y rescate de lugares de valor histórico, arquitectónico o cultural.
El esfuerzo del conservacionista de arquitectura requiere, además de los estudios imprescindibles, una capacidad analítica, capacidad de razonar con lógica histórica, apertura a datos y hallazgos antes desconocidos y la valentía de decidir “no hacer” cuando el carácter y la integridad de un lugar así lo demandan.
La crisis fiscal, recrudecida desde 2010, ha causado merma en la plantilla de empleados del Programa de Patrimonio Histórico Edificado desde 2015, al separarse del manejo de las mejoras permanentes a propiedades poseídas u ocupadas por el ICP. Esto ha requerido revisar métodos y procedimientos para mantener una revisión pormenorizada y cualitativa, como debe ser, de lo propuesto por ciudadanos y profesionales; asegurando el cumplimiento con la protección y recuperación de valores patrimoniales.
Simultáneo con el inicio de esta reducción en personal se aprobó una nueva ley para permi-
sos de obras y uso con el propósito manifiesto de agilizar un proceso burocrático y complejo (Ley 161 de 2009, Junta Planificación: Reglamento Conjunto). En este, el ICP ha mantenido la función de recomendar obras en áreas y sitios reglamentados tras revisión pormenorizada de las propuestas sometidas. El ICP también sigue revisando la condición de edificios propuestos para beneficios fiscales tales como exoneración de varios tipos de contribuciones, pero desde 2019 un nuevo Código de Incentivos (Ley 60 de 2019, §§ 2071.01 et seq.) trasladó la determinación final sobre eximibilidad al Departamento de Desarrollo Económico y Comercio, el cual cualifica a los solicitantes de beneficios con un proceso largo, costoso y burocrático.
El Programa de Patrimonio Histórico Edificado posee un componente de información y divulgación mayormente compuesto de conferencias, presentaciones y artículos que se han presentado en diversos foros y publicaciones en Puerto Rico y el exterior. También un miembro del Programa ha publicado un libro sobre las buenas prácticas de obras de recuperación en la zona antigua de San Juan.
Conclusión
Puerto Rico tiene abundantes y seculares tradiciones que adquirieron un notable impulso con, y por causa de, la creación del Instituto de Cultura Puertorriqueña a mediados del siglo XX. Con el Instituto se legitimó la conservación del patrimonio material y edificado como política de estado y conciencia de gran parte del pueblo. Fue camino azaroso, pero tras siete décadas ha tenido logros, crecimiento y conciencia.
El Programa de Patrimonio Histórico Edificado ha evolucionado en respuesta a una creciente conciencia y valoración de los recursos que protege, y necesita fortalecerse en gente y conocimientos para afrontar más efectivamente los retos de una época de grandes cambios en la naturaleza y la sociedad. Ya ha cimentado su indispensabilidad para guardar las manifestaciones materiales más visibles de nuestra memoria social e histórica y, como defensora de esos espacios y lugares, luchará por conservarlos como parte de nuestra vida colectiva y personal.
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TRAZOS DE RESISTENCIA Y BELLEZA: INICIATIVAS ARTÍSTICAS QUE
TRANSFORMAN A PUERTO RICO
Velia Rodríguez Fernández
Cabezudo Agua, Sol y Sereno
Desde su fundación en 1955, el Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) ha sido una pieza fundamental en la construcción, afirmación y difusión de la identidad cultural del país. Nacido como respuesta a décadas de olvido institucional y menosprecio hacia lo autóctono, el ICP asumió la tarea de preservar y promover los valores culturales puertorriqueños en toda su riqueza y complejidad. La institución ha defendido una visión de la cultura, no como reliquia del pasado, sino como un proceso vivo, en constante diálogo con las realidades sociales, políticas y estéticas del presente. Su misión —investigar, conservar, promover y divulgar la cultura puertorriqueña— ha sido la base sobre la cual se han edificado innumerables iniciativas artísticas, educativas y comunitarias a lo largo de las últimas décadas.
Es por ello que el ICP ha apoyado innumerables iniciativas culturales desde agrupaciones escénicas como Agua, Sol y Sereno y Andanza, hasta instituciones como la Escuela de Artes Plásticas y Diseño, el Museo Las Amé-
ricas, Ballets de San Juan y el proyecto ACirc; entre otros, para los que el Instituto ha sido; no solo una fuente de apoyo institucional, sino también un horizonte ideológico que valida su quehacer. Ya sea mediante auspicios directos, programación conjunta, visibilización o respaldo logístico, el ICP ha fungido como plataforma para estas expresiones culturales que combinan la excelencia artística con el compromiso social y comunitario. En todos estos proyectos resuena la visión fundacional del Instituto: que la cultura es más que folklore o entretenimiento; es una manera de estar en el mundo, un espacio de resistencia y una forma de cultivar ciudadanía desde la diversidad, la memoria y la creatividad. Así, el ICP no se limita a ser un ente gubernamental: es, en muchos sentidos, el tejido conector que ha permitido a generaciones de artistas, gestores y comunidades imaginar y construir una cultura puertorriqueña robusta, plural y crítica. En un país donde las tensiones coloniales siguen marcando la vida cotidiana, su labor ha sido esencial para fomentar una autoestima colectiva anclada en el conocimiento, el reconocimiento y la celebración de lo propio. Es por ello por lo que, dentro de la labor auspiciadora del ICP se enmarcan los proyectos culturales; no como esfuerzos aislados, sino como expresiones de una continuidad histórica, nutrida y fortalecida.
Ejemplo de organizaciones que encuentran apoyo en el Instituto es ACirc: circo, calle y comunidad. Nacida en 2013, es una organización sin fines de lucro compuesta por artistas de distintas disciplinas que se han unido con un propósito común: fomentar el circo contemporáneo y las artes de calle en Puerto Rico. Lo que podría parecer una práctica artística marginal o alternativa, se convierte
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en manos de ACirc en una estrategia para democratizar el arte y ocupar el espacio público con belleza, riesgo y poesía. Con una misión clara de acercar las artes a comunidades con acceso limitado a la oferta cultural, ACirc se distingue por la creación de festivales, talleres e intercambios educativos que hacen del circo una herramienta de inclusión. En su visión se encuentra el deseo de construir un sector cultural sostenible, con estándares artísticos altos, pero también con una mirada sensible a la diversidad y a la justicia social. Lo más valioso del proyecto no es solo su capacidad organizativa, sino la ética que lo sostiene: integridad, trabajo en equipo, compromiso con las comunidades, excelencia y solidaridad. ACirc no solo lleva arte a la calle; convierte la calle en una plataforma de creación y transforma el imaginario de lo que es posible hacer con, y desde, el arte.
Por otra parte, la Escuela de Artes Plásticas y Diseño es más que una institución académica. Es un bastión histórico de la educación artística en Puerto Rico. Fundada oficialmente en 1955 como parte del Instituto de Cultura Puertorriqueña, y luego convertida en una entidad autónoma en 1990, la escuela ha sido testigo y protagonista de la evolución de las artes visuales en el país. Su sede en el icónico edificio El Manicomio, en el Viejo San Juan, forma parte del paisaje cultural puertorriqueño. Única en su tipo, la EAPD ofrece bachilleratos en ocho concentraciones, todas acreditadas por la National Association of Schools of Art and Design (NASAD), lo que posiciona a sus egresados en un alto nivel competitivo, tanto local como internacionalmente. Pero más allá de sus programas formales, la EAPD representa un espacio donde el arte es vivido como experiencia vital, como
compromiso ético, como lugar de resistencia. La calidad de su facultad, la conexión con su entorno urbano y cultural, y la inversión reciente en tecnología educativa, son testimonio de su compromiso con el presente y el futuro de las artes en Puerto Rico. La EAPD no solo forma artistas; forma ciudadanos críticos, sensibles y comprometidos con el país.
Agua Sol y Sereno es, como parte fundamental de su identidad, arte como acto de amor. Desde 1993, ha marcado una ruta alternativa y profundamente necesaria en el quehacer teatral del país. Fundado por Pedro Adorno Irizarry y Cathy Vigo, el grupo ha demostrado que es posible sostener un teatro no comercial en Puerto Rico con ética, creatividad y amor por el pueblo. Su poética mezcla teatro callejero, máscaras, danza, música en vivo, cine, performance y compromiso político, creando un lenguaje artístico propio que conecta con las luchas sociales, ecológicas y culturales del país. Con una profunda conciencia decolonial, su trabajo se dirige a las comunidades más vulnerables, con las que colaboran y crean en igualdad. En un país donde muchas veces el arte es visto como un lujo, Agua, Sol y Sereno lo reivindica como una necesidad. Sus obras no solo representan realidades; las transforman, las denuncian y las celebran. Hacer teatro, para este colectivo, es un acto radical, una manera de cuidar lo que somos.
El Museo Las Américas se ubica en el corazón del Cuartel de Ballajá en el Viejo San Juan y ha desarrollado, desde 1992, una labor museística y educativa única en el país. Fundado por el historiador y humanista (también fundador del ICP) Ricardo Alegría, el museo tiene como misión ofrecer una visión integral de la historia y cultura del continente americano, con énfasis en Puerto Rico. Su pro-
puesta curatorial, que incluye exposiciones permanentes sobre la herencia africana, los pueblos indígenas de América y las artes populares, entre otras, dialoga con más de 500 exposiciones temporales realizadas hasta la fecha. Este museo no se limita a conservar objetos; se inserta en el presente con programas culturales, talleres, conferencias y actividades que lo convierten en un verdadero centro de aprendizaje. Fiel a la visión de su fundador, el museo sostiene una política cultural inclusiva y comunitaria. Su apuesta por la diversidad lo consolida como una de las instituciones más relevantes en la promoción del patrimonio cultural puertorriqueño y americano.
Desde su fundación en 1998, Andanza ha ocupado un espacio vital en la danza contemporánea puertorriqueña. Bajo la dirección de Lolita Villanúa, esta compañía se ha caracterizado por una producción artística constante, innovadora y comprometida. Sus obras exploran el cuerpo como herramienta expresiva, pero también como espacio político, poético y social. Con un equipo diverso y talentoso, Andanza ha llevado la danza a escuelas, comunidades y escenarios internacionales, creando un puente entre la excelencia técnica y el compromiso con el país. La compañía no solo crea espectáculos: crea experiencias que invitan a pensar, sentir y moverse con el mundo. Andanza demuestra que la danza puede ser accesible, provocadora y relevante. Su propuesta pedagógica y artística revela una sensibilidad que resiste las lógicas de la inmediatez, apostando por un arte que se cultiva con amor y paciencia.
Fundado en 1954, el Ballets de San Juan es una de las instituciones culturales más longevas de Puerto Rico. Su historia está marcada por el rigor, la belleza y el compromiso con
la excelencia artística. Bajo la guía de figuras como Ana García y Gilda Navarra, la compañía ha formado generaciones de bailarines, maestros y coreógrafos y ha estrenado en la Isla los grandes clásicos del repertorio internacional. Pero quizás lo más notable es su empeño en crear un repertorio propio, profundamente arraigado en la cultura puertorriqueña. Obras como Brujas de Loíza, Julia de Burgos y La Cucarachita Martina revelan una mirada al ballet desde nuestras historias y sonoridades. Además, el BSJ ha sido pionero en incorporar la música popular puertorriqueña a la danza escénica, abriendo nuevos caminos estéticos. Con una escuela activa, un programa de becas y colaboraciones con artistas locales e internacionales, el BSJ continúa su misión educativa y cultural con la misma pasión que en sus inicios. Declarado Patrimonio Cultural Intangible del pueblo de Puerto Rico en 2013, el BSJ representa la fusión perfecta entre tradición y contemporaneidad.
Estos seis proyectos, diferentes en disciplina, historia y enfoque, comparten una raíz común: el amor profundo por Puerto Rico y la convicción de que el arte es un vehículo legítimo para el cambio social. Cada uno, a su manera, defiende una forma de habitar el mundo donde la belleza, la dignidad y la creatividad no son privilegios, sino derechos. Estos seis proyectos no son los únicos que auspicia el Instituto de Cultura; son muchos más: Les Contrafuertes, Humanidades PR, Y no había luz, Guateque, La Casa de la Plena, La Goyco, LIPIT, Mauro, Museo de Arte de PR, Museo de Arte Contemporáneo, Ruta Artesanal Boricua, Tamboricua, Majestad Negra, Circo Teatro Bandada, Cuarzo Blanco, La comedia puertorriqueña, Tablado puertorriqueño, Teatro del sesenta; entre otros, son
algunos de los proyectos que encuentran en el ICP apoyo logístico, económico y visibilidad y todos tienen un compromiso inquebrantable con la preservación, difusión y creación de la cultura puertorriqueña. Todos son ejemplo de la vitalidad de una cultura que no es pasado sino presente, futuro, inspiración, impulso creador y creativo que día a día teje, proyecta e interpreta las complejidades de un país que, como todos los países, está en constante invención y reinvención; un país que crea y se reinventa. En un país en crisis, estos espacios nos recuerdan que, aún en el caos, florecen las posibilidades. Que el arte no es evasión, sino construcción. Que la cultura no es adorno, sino tejido vital. Y que, mientras haya artistas comprometidos, siempre habrá un futuro por imaginar.
Andanza
Foto: Luis Negrón
El legado y la semilla
RICARDO ALEGRIA Y LA SEMILLA QUE SEMBRAMOS: DEL LIBRO A LA PELÍCULA
Pedro Reina Pérez
La experiencia de recoger en formato de libro mis conversaciones con Ricardo Alegría entre 1999 y 2002 fue una experiencia desafiante y compleja. Conocía a Alegría como mi profesor desde 1988 y luego trabajamos de cerca al integrarme yo como director en 1993 del centro de recursos de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades. Apenas un año antes se fundaba el Museo de las Américas, uno de sus proyectos más añorados, en el renovado Cuartel de Ballajá y al que dedicó mucho tiempo hasta hacerlo una realidad.
Yo acudía con regularidad a su oficina en el Seminario Conciliar San Ildefonso, sede del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe para consultarle sobre proyectos en desarrollo para el Museo. Concretamente, planificábamos una iniciativa educativa para maestros de escuela, con el objetivo de llevar a los salones réplicas de objetos de las colecciones de arqueología y artes populares del Museo, y que se financiaba con fondos del National Endowment for the Humanities. Nuestras reuniones, no obstante, tomaban siempre una deriva personal y terminábamos hablando de anécdotas de experiencias vividas que resultaban muy esclarecedoras e intrigantes. Era un lado poco conocido de este hombre tan admirado por un público que le reconocía por un
legado cultural de mucha vigencia y que tenía, en el renovado viejo San Juan, su principal referente. De manera que con el pasar de los años, empecé a acariciar la idea de grabarlo y recoger nuestros diálogos en una publicación. Cuando se lo propuse, aceptó gustosamente y planificamos reunirnos con regularidad para adelantar la idea de un libro.
A estas alturas de su vida, Alegría era un político consumado, con un entendimiento profundo de cómo funcionaba el gobierno y con un manejo diestro de la comunicación pública. Además, poseía una inteligencia nata para las relaciones humanas, manteniendo abiertas vías de comunicación con aliados y adversarios por igual. Era común que, alejado de la atención pública, dialogara en la privacidad de su casa con gobernadores, alcaldes y legisladores de uno u otro partido. Cuando me relataba estos encuentros lo hacía con suprema candidez, dando cuenta de la confianza que imperaba entre nosotros. Lo mismo ocurría cuando evocaba sus experiencias con Luis Muñoz Marín y su gabinete. Sin embargo, el ademán cambiaba tan pronto yo prendía la grabadora dando pasa a una versión más calculada y cuidadosa de las cosas. Afuera quedaban las opiniones crudas y los comentarios cómicos y mordaces para entregar una versión más sucinta, amable y apropiada. Era obvio que no quería generar controversias. La diferencia era notable. A pesar de ello, estimé importante seguir adelante para producir un testimonio que fuera un documento para la historia y que recogiera sus vivencias, así fuera una versión, digamos, más calculada de su relato.
Las grabaciones las hacía en una grabadora de mano del tamaño de un diccionario, con cintas tipo casete de 90 minutos que luego transcribía utilizando otra grabadora de con-
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sola que permitía controlar el movimiento de la cinta con un dispositivo de pedal. Así podía mecanografiar con las manos mientras usaba el pedal para reproducir el audio a mi gusto. De esa manera fui aprendiendo los retos de transcribir y organizar el diálogo, que es muy distinto a escribir. Hablamos con una fluidez que exige un orden a la hora de pasar del habla al papel. Aprenderlo fue una gran lección.
Por estas mismas fechas Carmen Dolores Hernández, la crítica literaria del periódico El Nuevo Día, preparaba una biografía de Ricardo Alegría. Era un proyecto que llevaba varios años de preparación y que supuso una pesquisa exhaustiva con investigaciones en diversos archivos, y entrevistas a familia y allegados. El libro debía estar listo en cualquier momento y Alegría tenía sobre su escritorio las galeras del libro, para su revisión. Un día me mostró una página con sus comentarios marcados en tinta roja y me dijo que “no le gustaba leer de sí mismo.” Esas palabras se quedaron conmigo, por razones que explicaré a más adelante.
Poco a poco fui transcribiendo y editando hasta conseguir una primera versión que compartí con una editora muy allegada a mí, para sus comentarios. Me advirtió que debía procurar mantener mi perspectiva como entrevistador para tomar cierta distancia del entrevistado. Es decir, me prevenía de que apareciera yo demasiado pasivo ante las respuestas y me incitó a procurar aclaraciones a ciertas ambigüedades. Luego de mucho trabajo, organicé e imprimí en mayo de 2002 la primera versión del escrito y, luego de encuadernarlo, se lo llevé a don Ricardo. Al verlo lo tomó en sus manos por unos poco segundos y lo colocó en una de las muchas montañas de libros y documentos que mantenía encima de su escritorio. Confieso que yo tenía miedo
de que Alegría se sentara a depurar el documento conforme a su deseo de cuidar lo que decía y decidí no darle seguimiento. Pero, al pasar las semanas sin ningún comentario de su parte, comencé a procurar posibles editoriales para el libro. La primera casa editora expresó interés en el libro, pero su dueño me advirtió que no lo publicaría inmediatamente y que procuraría el aval de Alegría. Aprensivo, procedí con una segunda opción que en noviembre de 2002 aceptó publicar el libro sin dilaciones. Contento, decidí pedir a la Dra. Rosa Guzmán Merced, colega, mentora y entrañable amiga que escribiera el prólogo. Rosa, especialista en el género de la autobiografía hizo un escrito preciso y generoso. Además, solicité a la Dra. Mercedes López-Baralt, mi antigua profesora, que leyera y presentará el libro. Ella era una cercana colaboradora de Alegría, cuya valoración de este era inestimable para mí.
En marzo de 2003 recibimos las primeras copias del libro y procedí a llevarle una copia a don Ricardo. Al verlo, lo tomó sorprendido en sus manos y me preguntó que por qué lo había imprimido sin sus comentarios. Le respondí que interpreté su silencio como una aprobación tácita del texto final. Pero el asunto no terminó ahí. Una semana más tarde, recibí una llamada del Dr. Jaime Rodríguez Cancel, decano de asuntos académicos del Centro de Estudios Avanzados, para indicarme que don Ricardo estaba molesto y que, ante ello, él desaconsejaba que presentáramos el libro en el abril como habíamos pautado, para evitar una situación incómoda. Sin mayor remedio, acepté su recomendación y recalendarizamos la presentación para septiembre. Huelga decir que me sentí ansioso, pero asumí la consecuencia de mi decisión.
Empero, mi relación con don Ricardo continuó sin cambios notables. Nos veíamos con regularidad y continuamos colaborando en otras cosas.
Luego de transcurrido el verano, y con el beneficio de un merecido descanso, llegó la fecha esperada de la presentación. Yo me preparé para coger un regaño público, pero, contra todo pronóstico, Alegría comenzó declarando que su esposa, Mela Pons, le había indicado que si yo se lo había entregado y él no lo había leído, la responsabilidad era suya y no mía. Esas palabras fueron de una nobleza enorme.
Acto seguido se lanzó a comentar aquello del libro que en su estimación requería elaboración. La noche terminó serena y yo respiré tranquilo. Sin embargo, unos días más tarde recibí una carta formal de Alegría reprochándome algunos descuidos e imprecisiones en el libro que, con justa razón, se hubieran subsanado de haber yo procurado más asertivamente sus comentarios. Lo tomé como un precio justo por mi transgresión porque, como historiador, aquella carta daba cuenta de que hubo algo de tensión entre nosotros, y no una mera complicidad entre profesor y alumno.
Poco tiempo después de publicado el libro, recibí una llamada de Linda Hernández, entonces directora de la Corporación de Puerto Rico para la Difusión Pública, quien me propuso preparar un documental para televisión junto al reconocido cineasta Juan Carlos García Padilla. La idea me pareció estupenda para intentar profundizar en aquellos temas que sentí yo habían quedado pendientes en el libro. Además, el proyecto sería coproducido por Eugenia Rodríguez, una antigua alumna a quien quería mucho (la otra productora fue Rebeca Torres con la asistencia de Peter Jones y Michelle de la Cruz). Mi propuesta fue llevar a don Ricardo a los lugares que más significado tenían para él, desde su escuela elemental (la José Julián Acosta) hasta la superior (la Central High), pasando por Loíza y Utuado, entre otros. El plan era tratar de apelar a las emociones frente a la cámara como estrategia para aflojar la resistencia a ser más cándido en sus expresiones.
Confieso que el proyecto fue divertido y agotador. Me tocaba ser el chofer de Alegría pues este no guiaba, cosa que me permitía escuchar anécdotas nuevas cada vez que nos dirigíamos al destino de turno. Inolvidables fueron la visita al Parque Ceremonial de Caguana en Utuado, en compañía de mi hija Ana Gabriela y de su nieta Patricia Alegría Tejeda (ambas estudiaban en el mismo colegio y ese día no tenían clase), y la entrevista junto a doña Mela en la sala de su hogar en el viejo San Juan. Esta última nos permitió capturar no solo un tierno testimonio de ambos sino también unos hermosos visuales de la pareja en la sala y el balcón de la casa. El balance final de la película, que titulamos “Si me da el tiempo” fue positivo porque dio pie a que profundizáramos en aspectos de su vida con
apoyo de fotos y películas familiares. En resumidas cuentas, fue un tiempo de lujo para aprender y reflexionar sobre las múltiples dimensiones de su vida.
Ahora que celebramos los 70 años del Instituto de Cultura Puertorriqueña, y mientras se discute la eliminación de esta corporación pública, conviene recordar que su aportación a la conciencia y a la educación de todos los puertorriqueños se hizo sin muchos recursos, pero con mucha imaginación. El mero hecho de que estemos aquí siete décadas más tarde, con un amplio catálogo de obras, es de por sí un acicate para seguir adelante. Claro que es necesario reformular algunas partes de el Instituto de Cultural Puertorriqueña, pero rendirse y abandonarlo sería una cobardía imperdonable.
TESOROS DE NUESTRO PATRIMONIO
Aida Belén Rivera-Ruiz
“¿En cuánto tiempo me pueden llenar todas estas paredes de tesoros?”. Esa fue la desafortunada pregunta de un pasado ejecutivo del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) al personal de la Oficina del Consejo para la Conservación y Estudio de Sitios y Recursos. De seguro había encontrado inspiración en los delicados detalles del astrolabio que obra en colecciones.
Aparentemente desconocía, o más probablemente no comprendía, cómo la propia ley orgánica había establecido a la corporación pública con el propósito de "conservar, promover, enriquecer y divulgar los valores culturales puertorriqueños y lograr el más amplio y profundo conocimiento y aprecio de los mismos". (18 L.P.R.A. § 1195)
El concepto de patrimonio y el de tesoros, aunque a menudo se utilizan de manera intercambiable en el lenguaje cotidiano, en realidad representan categorías distintas con implicaciones diferentes en términos de valor, conservación y significado cultural. El patrimonio se refiere al conjunto de bienes, conocimientos, tradiciones y expresiones que una comunidad, nación o grupo cultural valora y desea preservar por su relevancia histórica, social y cultural. Este incluye monumentos, sitios arqueológicos, expresiones artísticas, lenguas, prácticas tradicionales y costumbres que conforman la identidad de un colectivo. El patrimonio es dinámico y evoluciona con el tiempo, siendo un
reflejo de la historia compartida y la diversidad cultural. La protección del patrimonio implica un compromiso de conservación y transmisión a futuras generaciones, reconociendo su valor tangible e intangible.
Por otro lado, los tesoros generalmente se asocian a objetos de gran valor material, a veces sí de naturaleza artística o histórica que, por su rareza, belleza o valor económico, adquieren un carácter de singularidad. La noción de tesoro está estrechamente vinculada a objetos únicos, raros o de alta demanda en los mercados de colección, museos o circulación ilícita. Los tesoros pueden incluir reliquias religiosas, monedas antiguas, joyas, piezas arqueológicas de gran antigüedad o artefactos que por su excepcionalidad se vuelven objetos codiciados, tanto por su valor estético como por su valor económico. Sin embargo, frecuentemente, los tesoros carecen del contexto histórico de su origen y son considerados como bienes de colección o inversión. Su resguardo suele estar motivado por intereses económicos o de prestigio superficial. En el marco académico, los tesoros se consideran bienes culturales que, si bien pueden tener un valor simbólico y patrimonial (aunque más restringido), está centrado en su belleza estética, rareza, antigüedad o precio de mercado. La protección de estos objetos, en tanto bienes singulares, ha estado sometida históricamente a debates jurídicos, éticos y económicos, especialmente en casos de saqueo, tráfico ilícito y desposesión.
La diferencia fundamental radica en que el patrimonio tiene un valor más amplio y profundo, relacionado con la identidad, memoria y continuidad cultural. Se trata de elementos que representan no solo la historia, sino también las prácticas y valores que sus-
tentan a una comunidad. La distinción entre los conceptos de patrimonio y tesoros ha sido objeto de análisis en el ámbito de la historia, la antropología, la museología y las políticas culturales. En el contexto académico y profesional adquieren connotaciones específicas que reflejan diferentes dimensiones del valor cultural y material, así como sus implicaciones en la conservación, la identidad y la memoria colectiva. El patrimonio puede definirse como el conjunto de bienes, conocimientos, tradiciones, expresiones y prácticas que una comunidad, nación o grupo social reconoce, valora y desea preservar por su significado simbólico, histórico, social y cultural. Esta categoría abarca elementos tangibles como monumentos, sitios arqueológicos, objetos de valor artístico y arquitectónico al igual que elementos intangibles como tradiciones, rituales, lenguas y expresiones culturales. Desde una perspectiva académica, el patrimonio comprende tanto aquellos componentes que contienen una carga histórica evidente como los que representan la identidad y continuidad cultural de ciertas comunidades. Es, en esencia, un constructo social en evolución que refleja las memorias compartidas y los valores que sustentan a un colectivo.
La protección del patrimonio implica acciones de conservación, restauración, investigación y difusión con el objetivo de garantizar su supervivencia y accesibilidad para las generaciones presentes y futuras. Además, se reconoce que el patrimonio es un vehículo de comunicación intercultural que promueve el respeto a la diversidad y la comprensión mutua.
El argumento nos regresa de inmediato a aquel noble motivo tan claramente expresado en ley: "conservar, promover, enriquecer y divulgar los valores culturales puertorriqueños y
lograr el más amplio y profundo conocimiento y aprecio de los mismos”. Desde un enfoque político, la protección del patrimonio constituye una manifestación de la soberanía cultural y un ejercicio de gestión y regulación pública. El ICP es el instrumento responsable de legislar, implementar y garantizar políticas que protejan, conserven y promuevan el patrimonio cultural de Puerto Rico. Esto incluye la elaboración de leyes específicas, la creación de instancias dedicadas y la asignación de recursos para la conservación, investigación y difusión de bienes patrimoniales.
El patrimonio, por su condición de símbolo de identidad y memoria, cumple una función fundamental en la construcción de relatos colectivos, en la afirmación de identidades culturales diversas y en la resistencia a procesos de homogenización cultural. Es un componente vivo, susceptible de ser reinterpretado, revitalizado y transmitido a nuevas generaciones. La pérdida del patrimonio equivale a la pérdida de un fragmento de historia y esencia cultural que genera vacíos en la memoria colectiva.
Desde un punto de vista político y ético, la protección del patrimonio tiene un carácter de responsabilidad social que trasciende intereses individuales o fiscales. Dicha protección está vinculada a principios de justicia, responsabilidad moral y respeto por la diversidad cultural. Fundamentos éticos como la responsabilidad intergeneracional sostienen que las sociedades actuales tienen la obligación moral de conservar los bienes patrimoniales no solo por su valor histórico, sino también como un legado que pertenece a las futuras generaciones. Este enfoque valora la diversidad cultural y reconoce que cada comunidad tiene derecho a mantener su identidad, tradiciones y formas de vida, las cuales
los objetos hallados. En primera instancia, el Tribunal Superior falló a favor del ICP. Mediante apelación, el caso llegó al Tribunal
Supremo. En decisión del Juez Hernández
Denton (López Sobá v. Fitzgerald) el Tribunal confirmó al Estado Libre Asociado como propietario de la colección. No obstante, reconoció el derecho a que se le concediera una compensación a los buzos por sus esfuerzos y gastos en la recuperación de las piezas.
La más vistosa de las piezas recuperadas es el astrolabio. Se trata de una pieza de bronce, precisamente marcada para permitir al navegante averiguar la latitud, valiéndose del sol o de alguna otra estrella de declinación sabida. En existencia desde el siglo trece, el nuestro es del siglo diecisiete. Los astrolabios náuticos o marinos fueron pieza indispensable para las travesías en la Era de los Descubrimientos, con Portugal como principal productor y educador en el uso del instrumento. Para el
siglo dieciocho, los sextantes habrían hecho de estos unas herramientas obsoletas.
Es así como nuestro astrolabio marino, reconocido como obra de significación patrimonial, es de fácil confusión como “tesoro”: extraído de la profundidad del mar, fabricado de un material precioso, hermosamente grabado con precisión astronómica. Combina funcionalidad y belleza, evoca una época en la que el cielo era un mapa para explorar, y el bronce, con su brillo envejecido, un testimonio cuasi eterno de la curiosidad y el ingenio humano.
Mas aquel otro ejecutivo desorientado procuraba tesoros. Ofrecía recursos institucionales, del Estado, a cambio de "tesoros". Con los ojos nublados por un sueño de alhajas, la carencia de visión y comprensión le hizo ignorar que las paredes, los pasillos y oficinas de la corporación pública bajo su dirección estaban, efectivamente, llenos de tesoros:
instrumentos internacionales, reconoce formalmente a los guardianes del patrimonio inmaterial como "Tesoros Humanos Vivos”. Principalmente, se refieren a los que reproducen y mantienen vivas importantes tradiciones en el canto, la danza, la medicina tradicional, la narración oral, la espiritualidad, la cocina y el arte popular, entre otras. Son quienes conservan conocimientos y técnicas tradicionales y que no sólo practican su arte, sino que lo transmiten, lo viven y lo enseñan a nuevas generaciones. En ellos vive la continuidad de lo que somos.
A través de su historia, la huella cultural del ICP ha sido plasmada por aquellos héroes anónimos de nuestro quehacer cultural, bien desde su plantilla de empleados, como contratistas o colaboradores. Por mencionar a algunos indispensables reconocemos el paso del agente Viera, en Casa Blanca; Cheo y Milagros, en el Archivo General; Wanda, en la Zona Histórica de San Juan; Víctor, en Dirección Ejecutiva; Ángel, el más dispuesto gestor cultural y Wenceslao, que lo ha retratado todo (con lente y corazón). Desde afuera, Velda González, Junior González, Diana López y John Passalacqua, que afianzaron en ley las capacidades del ICP; Blanca Becerra y Margarita Gandía, las mejores promotoras de zona histórica alguna, Amílcar Tirado, cineasta y documentalista aferrado a la eterna defensa de la corporación pública; el Juez Hernández Denton, que convirtió una opinión en clase magistral de historia. Hoy, como puertorriqueña, agradezco además el compromiso cotidiano de colegas a quienes consulto y de cuyos conocimientos me enriquezco: B. Matías, G. Olivencia, M. Ferrer, B. Batista, J. Silvestre, E. Torres y A. Ruiz. Cada uno de ellos, entre otros tantos más,
son los guardianes de nuestros valores culturales. Ellos son las manos que tejen, las voces que cuentan, los pies que bailan y los corazones que reproducen muestra memoria colectiva. Llevan el rumbo de nuestro patrimonio cultural por caminos más certeros que astrolabio marino alguno.
La protección del patrimonio, desde una perspectiva político-ética, exige un compromiso integral y responsable, generosamente representado por los arriba mencionados. Por setenta años, ¡setenta!, contra toda suerte de enemigos internos y externos, el ICP ha fungido como líder en las campañas urgentes para fomentar un profundo respeto y reconocimiento del valor cultural y simbólico de los bienes patrimoniales. Y son sus tesoros, los vivos, los anónimos, los que hacen la gesta. Pues la protección del patrimonio no es solo un acto de conservación física, sino más bien un acto ético de respeto y reconocimiento de la diversidad cultural y de la responsabilidad intergeneracional que tenemos como custodios de la historia y la identidad propia, nacional y de la humanidad.
¡Feliz cumpleaños, ICP! A por setenta más.
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Referencias
Elías López Sobá v. Richard Fitzgerald, Bill Embree, Mike Woods y otros. RE-88283 (1992)
Puerto Rico, Ley Núm. 89 de 21 de junio de 1955, según enmendada
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Colaboradores
Jaime L. Rodríguez Cancel
Trabajó en el Instituto de Cultura Puertorriqueña desde el 1973 hasta mediados del 1993. Fue director de la Escuela de Artes Plásticas, ocupó la Dirección Auxiliar de Promoción Cultural (Teatro, Música, Artes Populares, Artes Plásticas, Centros Culturales y Proyectos Internacionales) y fue subdirector ejecutivo.
Ha sido profesor en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe y en la Universidad Ana G. Méndez. Recibió la Medalla Ricardo E. Alegría, entregada por el propio fundador del ICP.
Ha publicado La Guerra Fría y el Sexenio de la puertorriqueñidad: Afirmación nacional y políticas culturales (San Juan: Ediciones Puerto, 2007) y El Quinto Centenario: Historia y Política Cultural (San Juan: Ediciones 360, 2022)
Gloria Tapia Ríos
Posee un doctorado en Historia de Puerto Rico y el Caribe del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, además de haber cursado estudios en la Universidad de Sevilla con concentración en Historia de América Latina. Dirigió la Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña entre 2005 y 2012, produciendo más de 60 títulos y varias ediciones de revistas culturales. Durante su trayectoria, fungió como Especialista en Cultura, directora de la Oficina de Revistas y Asesora Programática General. Ha trabajado como Catedrática Adjunta en la Universidad Interamericana y en la Caribbean University, impartiendo cursos de historia a nivel graduado. Su labor como asesora cultural se extiende a diversas instituciones en las que desarrolla proyectos editoriales y consultoría histórica. Ha publicado artículos en revistas culturales, aportando al estudio y difusión del patrimonio puertorriqueño. Es autora de La Central Lafayette: Riqueza, desarrollo y política en el sureste de Puerto Rico y editora de ¡Thoa arriba, Toa Alta: Ensayos históricos y culturales y José Celso Barbosa Alcalá: un encuentro con la historia. Actualmente, continúa su investigación sobre el pueblo de Arroyo para su próxima publicación, titulada Arroyo: Idea, memoria y legado. Además, preside la Corporación sin fines de lucro Magna Cultura Inc., dedicada a la investigación histórica y al desarrollo de proyectos culturales en Puerto Rico.
Ángel L. Cruz Cardona
Bachillerato en Bellas Artes de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras y estudios conducentes a Maestría en Pintura de la Academia de San Carlos, Universidad Nacional Autónoma de México. Trabajó por dos años en el Museo de Arte Contemporáneo, San Juan Puerto Rico como parte del equipo de educación y montaje de exhibiciones de dicha institución. A partir del
2004 trabaja en la Unidad de Administración y Manejo de Colecciones del Instituto de Cultura Puertorriqueña donde custodiamos la Colección del ICP y brindamos apoyo a historiadores y curadores en sus investigaciones. También he brindado servicios de montaje de exhibiciones a otras instituciones gubernamentales y privadas. He colaborado en múltiples eventos magnos del ICP mano a mano con curadores de talla internacional para la Poligráfica, antes Trienal Poligráfica, así como en múltiples Muestras Nacionales y Exhibiciones de artistas mayormente puertorriqueños que han sido bienvenidos en nuestras salas de exhibición. También he elaborado textos de apreciación de arte sobre algunas selecciones de obras de arte de la Colección para finalidades variadas.
Laura M. Quiñones Navarro
Ha laborado por más de dos décadas con la Colección del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Posee un Bachillerato en Humanidades con concentración en historia del arte de la Universidad de Puerto Rico. Completó su Maestría en Gestión y Adminstración Cultural en el mismo centro docente. Realizó un posgrado en Salvaguarda de Patrimonio Cultural Inmaterial en la Universidad Nacional de Córdoba de Argentina. También obtuvo certificados profesionales en Gestión de Museos y Patrimonio Cultural de la Universidad de Puerto Rico y la Universidad Ana G. Méndez respectivamente. Actualmente se desempeña como Registradora de Colecciones de Arte. Su enfoque está dirgido hacia la investigación de la llamada Colección de Estado y la educación acerca de las narrativas puertorriqueñas y afrodescendientes en la historia del arte de Puerto Rico. Quiñones colabora en la investigación y co edición de proyectos de ley y política pública relacionados a asuntos de patrimonio cultural. Además ha curado varias exhibiciones entre las que se destacan: “Ramón López: Un Universo de Iluminaciones” (2024-2025) y “Tufiño: 100 años en el ICP” (2022 y 2023).
Carmen S. Torres Rodríguez
Nació en Guayama, Puerto Rico el 23 de abril de 1967, donde vivió hasta la edad adulta. Comenzó su formación en el sistema público de enseñanza, graduándose de escuela superior en la Escuela Rafael López Landrón, clase de 1985. Estudió en la Facultad de Humanidades del Recinto de Cayey de la Universidad de Puerto Rico donde obtuvo el promedio más alto en la concentración de Historia en la colación de grados de 1990. Luego, continuó estudios en el Recinto de Río Piedras y completó los créditos conducentes al grado de MA en Historia.
Inclinada también hacia el arte, se concentran sus próximos cursos y adiestramientos en registro y conservación preventiva de colecciones.
Desde 1995, forma parte del equipo de trabajo en la Unidad de Administración y Manejo de Colecciones del Instituto de Cultura Puertorriqueña y actualmente ocupa el puesto de Registradora de Colecciones bajo el Programa de Artes Plásticas. Su trabajo se enfoca en los préstamos de obras a Instituciones culturales, informes de condición, educación sobre la colección y el registro e inventario de la colección en la red de museos de la Institución, además colabora con investigadores y curadores.
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Jorge Ortiz Colom
El arquitecto Ortiz Colom ha sido desde 1987 Arquitecto Conservacionista en el Programa de Patrimonio Histórico Edificado del ICP. Dirigió el mismo entre 1995 y 1998. Es también doctor en historia. Ha evaluado edificaciones históricas en todas las regiones de Puerto Rico y ha estudiado temas relacionados a la conservación del patrimonio. Trabajó numerosos trabajos de investigación sobre patrimonio e historia de la construcción, presentados en artículos y conferencias en Puerto Rico y el exterior.
Velia Rodríguez Fernández
Doctora en Estudios Culturales, ha sido profesora de literatura y humanidades en la Universidad de Puerto Rico recintos de Arecibo, Utuado, Río Piedras y Humacao. Fue directora de la Editorial de la Universidad de Puerto Rico y editora de la Revista de Instituto de Cultura Puertorriqueña. Ha publicado Rigoberta Menchú: Testimonio y cuestionamiento de la voz subalterna y artículos de mirada cultural a fenómenos editoriales llevados al cine y, actualmente, trabaja en un proyecto de crítica literaria.
Pedro Reina
Historiador y periodista interesado en los desafíos del mundo contemporáneo y su efecto en nuestra vida cotidiana. Catedrático de humanidades en la Universidad de Puerto Rico (Río Piedras) Escribe periódicamente columnas de opinión, ensayos y entrevistas en diversos medios nacionales e internacionales que le han valido el Premio Nacional de Periodismo Bolívar Pagán en 2006 y 2015, entre otros. Como gestor cultural, crea y colabora en proyectos que amplifiquen el valor del arte como elemento imprescindible para la vida. Además, tiene doce libros publicados sobre historia, música y actualidad.
Aida Belén Rivera Ruiz
Aida Belén Rivera-Ruiz es una humanista. Ha participado en proyectos de arqueología y de preservación en Puerto Rico y el extranjero durante más de 30 años. Comparte este interés con una vida también dedicada, por más de cuarenta años, a la música y al teatro. Ha ocupado cargos en instituciones culturales, como la Oficina de Conservación Histórica, el ICP y la UPR. Desde ellas y en la práctica privada ha liderado iniciativas y recibido reconocimientos varios por su quehacer. Actualmente preside Kultur, LLC. Correo electrónico aidabelen.rivera@gmail.com.