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El año jubilar. Una invitación a la esperanza

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Tiempo Ordinario

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Giovanni Cucci SJ

1a. parte de 3

La Bula con la que el papa Francisco ha convocado el Año Jubilar 2025 está acertadamente dedicada al tema de la esperanza1 En ella, dirigiéndose a todas las categorías de personas y situaciones en las que la vida está amenazada, el Papa resalta el valor perenne de esta virtud indispensable, presente en todos y en todas las circunstancias, pero que, al mismo tiempo, también es fuente de incertidumbre y sufrimiento, ya que está ligada a aquello que el ser humano no puede controlar:

«Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad» (Spes non confundit 1).

La convocatoria del Jubileo es, para el Papa, una invitación a renovar la esperanza, especialmente en los momentos de prueba, haciendo suyo el pasaje de san Pablo que da título al documento: «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). El llamado a esta dimensión fundamental de la vida cristiana constituye también una advertencia frente al clima cultural actual, marcado por una progresiva y preocupante ausencia de esperanza.

Una virtud incómoda

«La fe que amo más, dice Dios, es la esperanza. / La fe no me sorprende. / No me resulta sorprendente. / Resplandezco tanto en mi creación. / En el sol y en la luna y en las estrellas. / En todas mis criaturas […] / La caridad marcha desgraciadamente sola. Para amar a su prójimo no hay sino que dejarse ir, no hay sino que mirar tanta miseria. […] / Pero la esperanza, dice Dios, sí que me sorprende. / A mí mismo. / Sí que es sorprendente. / Que esos pobres niños vean cómo pasa todo eso y crean que mañana irá mejor. / Sí que es sorprendente y seguro la más grande maravilla de nuestra gracia. / Yo mismo me quedo sorprendido»2. Es lo que escribía Charles Péguy el 22 de octubre de 1911 en el célebre pasaje de El pórtico del misterio de la segunda virtud.

En estas líneas impactantes, el autor francés expresa toda la grandeza y la dificultad de esta virtud, tanto que parece que el mismo Dios se asombra de su existencia. La esperanza nos habla, en efecto, de lo que no está, pero que al mismo tiempo está íntimamente presente en el tejido de cada proyecto y actividad: reclama su cumplimiento, está en la base de la posibilidad de cambiar las cosas y de luchar por aquello que nos importa. No se limita simplemente a señalar lo que falta, sino que también da la fuerza para afrontar las dificultades.3

Péguy lo sabía muy bien. El pórtico del misterio de la segunda virtud fue escrito en uno de los momentos más arduos y dolorosos de su vida: el libro fue, editorialmente, un fracaso, al igual que la revista que había fundado (Cahiers de la Quinzaine), y un destino similar tuvo su intento previo de gestionar la librería Bellais. Incluso la obra dedicada a Juana de Arco – El misterio de la caridad de Juana de Arco, una verdadera obra maestra del siglo XX – solo vendió una copia al momento de su publicación.

Sin embargo, los problemas no fueron solo económicos: Péguy fue rechazado por los socialistas debido a su conversión al catolicismo, y por los propios católicos, a causa de su decisión de no bautizar a sus hijos, en un intento de respetar la voluntad de su esposa. Fue precisamente por todo ello que Péguy fue capaz de hablar de la esperanza de un modo tan auténtico y conmovedor: al haber experimentado la desesperación, sabía lo que significaba carecer de ella.

La esperanza es una virtud difícil, porque «tiene que ver con el bien arduo» (Summa Theologiae, I-II, q. 23, a. 2), un bien que no está inmediatamente a nuestro alcance y, sin embargo, es indispensable para una vida digna de ser vivida. La esperanza encierra en sí varias «provisiones» esenciales para emprender la aventura de vivir: coraje, deseo, espera, paciencia y, sobre todo, la confianza en que puede conseguirse incluso cuando todo parece ir en su contra, aquello que san Pablo llama «esperanza contra toda esperanza» (Rm 4,18).

Por estas razones, como notaba siempre Péguy, la esperanza es como una niña pequeña (porque lleva en sí el futuro) y debe ser acompañada por sus dos hermanas mayores: la fe en Aquel que es el único capaz de ofrecer el bien que necesitamos, y la caridad, el amor, que de alguna manera ya lo anticipa y nos impulsa a seguir adelante. Sin estas dos hermanas, la pequeña esperanza parece realmente incapaz de avanzar.

Sin embargo, cuando se le presta atención, se descubre que esta pequeña niña lleva consigo a numerosas parientes que, a su vez, sostienen el camino de las dos hermanas mayores. La esperanza abre, en efecto, múltiples perspectivas, exploradas por saberes diversos que no siempre son armonizables entre sí, como la sociología, la política, la filosofía, la literatura, la espiritualidad y la psicología. Cada una de estas disciplinas parece sentirse más cómoda al abordar ciertos aspectos en lugar de otros: por ejemplo, la agresividad, un tema siempre complejo en el ámbito espiritual; o la confianza, que desafía un enfoque meramente científico y programático de la existencia. A pesar de ello, todas son esenciales para comprender las características únicas de la esperanza.

Notas:

1 Francisco, «Spes non confundit». Bula de convocación del Jubileo Ordinario del año 2025.

2 C. Péguy, El pórtico del misterio de la segunda virtud, Madrid, Encuentro, 1991, 13 s

3 Para profundizar en el tema, cf. G. Cucci, La speranza. «La forza per affrontare le cose difficili», Milán, Àncora, 2024.

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