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La presencia curativa del otro
Por: Enrique Alcalá Velardo pbro.
El cuerpo constituye un campo expresivo e integrante de la totalidad de la persona. Al contrario de lo que se cree, en el mensaje cristiano no existe espacio para una concepción pesimista en la que el cuerpo aparece como cárcel del alma.
Cuerpo y espíritu se complementan, no se contraponen. La corporalidad bien integrada nos lleva al encuentro y a la comunión con los otros. Asimismo, nos hace participar del mundo que nos rodea. El ser humano no existe solo para sí, sino que se construye en relación con los demás. El cuerpo se convierte en ese vínculo tangible entre el ser y el mundo.
Ahora bien, la corporalidad es frágil, nuestros cuerpos son susceptibles a enfermedades, lesiones y el inevitable proceso de envejecimiento. Cada pequeño golpe, cada resfriado, nos recuerda que nuestra existencia está sujeta a limitaciones. Esta vulnerabilidad puede generar ansiedad, pero también nos conecta a la experiencia compartida de ser humano.
El filósofo alemán Martin Heidegger sostiene que la vida del hombre esta marcada por la temporalidad (finita) y mientras esta sucede, el hombre se va curando. La cura se refiere a la preocupación o el cuidado que el ser humano tiene por su propio ser y el mundo que lo rodea, implica una conexión profunda con la existencia. La existencia humana se preocupa por su propio ser y el de los demás.
La cura implica que estamos siempre en relación con otros y con el mundo. Al estar conscientes de nuestra propia finitud, sentimos la necesidad de dar sentido a nuestra existencia y de relacionarnos de manera auténtica. La cura le da sentido, plenitud y trascendencia a la existencia, la cura es cuidado.
Nuestra relación con el mundo nace en el instante en el que nos ocupamos del mundo. Cada vez nos miramos menos a los ojos, cada vez contemplamos menos. Es necesario experimentar al otro en su alteridad. Hoy más que nunca nos hace falta recordar que necesitamos tocar al otro. La falta de contacto nos deprime, genera estrés y ansiedad. Las redes sociales nos han distanciado.
La mano que toca es sanadora. El contacto físico contiene un poder curativo. Hoy vivimos en una sociedad sin contacto físico. Jesús se dedicó a tocar a quien se le acercaba, fue capaz de abrazar la realidad de cada persona a la que tocaba y transformarla. En un mundo donde el sufrimiento a menudo se enfrenta con indiferencia, Jesús rompe barreras al acercarse físicamente a aquellos que están marginados o sufren.
A diferencia de los prodigios del dios sanador Esculapio los milagros de Jesús no son acontecimientos mágicos o en los cuales se ofrece un espectáculo. Los milagros de Jesús no son un signo de poder, sino de orden, de liberación que supera la angustia y el dolor. Jesús supo ver la dignidad del ser humano y reconocerla desde lo mas profundo para transformarla y curarla.
¿Cómo tocamos a los demás en nuestras vidas diarias? ¿Ofrecemos apoyo y compasión a quienes nos rodean? Jesús nos llama a ser instrumentos de sanación, a no tener miedo de acercarnos a aquellos que sufren, a brindar un toque de consuelo en un mundo que a menudo se siente frío y distante.