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Vivir lo que celebramos
A propósito del DOMUND
El Mensaje del papa Francisco para esta Jornada Mundial de las Misiones nos lo vuelve a recordar: “Todo cristiano está llamado a participar en esta misión universal con su propio testimonio evangélico en todos los ambientes, de modo que toda la Iglesia salga continuamente con su Señor y Maestro a los «cruces de los caminos» del mundo de hoy. […] ¡Que todos nosotros, los bautizados, estemos dispuestos a salir de nuevo en misión, cada uno según la propia condición de vida, para iniciar un movimiento misionero, como en los albores del cristianismo!”.
La dimensión evangelizadora de la liturgia
La liturgia debe evangelizar siendo fiel a su naturaleza, es decir, sin perder de vista su finalidad principal, lo cual se concreta en que la liturgia anuncia la Buena Noticia celebrándola con un lenguaje propio, el lenguaje litúrgico, el cual es un lenguaje simbólico (que puede ser verbal o no verbal), compuesto de personas, lugares, cosas, ritos, gestos, símbolos, la música, el canto, la imagen y el silencio; y así, al anunciar la Buena Noticia celebrándola, la liturgia educa de esta manera en la fe.
¿Cómo lograr que evangelice la liturgia? Esta es una cuestión importante; sin embargo, no es un problema teológico, sino pastoral, ya que nadie lo pone en duda. Aquí la pregunta es cómo hacer para que los signos propios de la liturgia “funcionen” de modo efectivo y, por tanto, adquieran su plena eficacia con vistas al anuncio y a la comunión.
En efecto, es como la partitura de una sinfonía, cuyo resultado interpretativo varía de modo notable, tal vez sin alterar ni siquiera una sola nota, dependiendo de la calidad del director y de los músicos que la interpretan. Esto requiere, pues, la atención a algunos factores, tales como: una atenta valoración de la asamblea que —en la liturgia— es evangelizada y evangelizadora; conjugar lo objetivo contenido en el libro litúrgico, con lo subjetivo que pertenece a la asamblea que celebra; ser fieles a Dios y al hombre, al misterio que se celebra y a todos aquellos que son destinatarios y protagonistas. Se requiere también una pastoral cada vez más insertada en el año litúrgico, en el que la Palabra, contenida en el instrumento litúrgico del Leccionario, explica todas sus posibilidades de ser un buen instrumento catequético.
Teniendo esto presente, la liturgia se convierte de verdad en lo que el decreto conciliar Presbyterorum Ordinis dice acerca de la eucaristía, que es fuente y cumbre de la evangelización, momento y lugar privilegiado en el diálogo entre Dios y su pueblo, de comunicación de la fe y de la experiencia salvífica de la edificación de la comunidad, del testimonio de la caridad y del servicio del hombre.
La dimensión misionera de la eucaristía
Partiendo de la celebración de la eucaristía, corazón de la liturgia, el envío al finalizar la misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad (cf. Mane nobiscum Domine, 24). “Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera” (Sacramentum caritatis [SCa], 84), ya que “la institución misma de la eucaristía anticipa lo que es el corazón de la misión de Jesús: Él es el enviado del Padre para la redención del mundo (cf. Jn 3,16-17; Rom 8,32)”. Por tanto, “no podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana” (ibid.).
Pero ¿cómo concretar tal dimensión en la existencia cristiana?; ¿cuáles serán las implicaciones sociales de la dimensión misionera de la liturgia, en especial, del misterio eucarístico?
La misión primera y fundamental que recibimos de los santos misterios que celebramos es la de dar testimonio con nuestra vida siendo testigos de su amor (cf. SCa 85), anunciar a Jesucristo, único Salvador (cf. SCa 86), ser “pan partido” para los demás y, por tanto, trabajar por un mundo más justo, fraterno (cf. SCa 88) y pacífico (cf. SCa 89).
Concluyendo, la dimensión misionera de la liturgia nos tiene que proyectar a dos tareas esenciales: a anunciar a Jesucristo siendo testigos de su amor y a poner en práctica la dimensión social de nuestra fe con todas sus implicaciones.
En efecto, la liturgia es dinámica, en cuanto impulsa a los fieles a que “expresen en su vida, y manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia” (Sacrosanctum Concilium, 2), según aquella límpida frase de la liturgia romana, síntesis de una auténtica espiritualidad litúrgica: “viviendo el sacramento conserven en su vida lo que recibieron en la fe” (cf. ibid., 10). (P. Lino E. Díez Valladares, Madrid).