Gaudete No. 37 - 18 agosto 2024

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El Tiempo de la Creación es la celebración anual que nos convoca cada año para orar y responder juntos al clamor de la Creación: la familia ecuménica de todo el mundo se une para escuchar y cuidar nuestra casa común.

La "Celebración" comienza el 1 de septiembre, Fiesta de la Creación, y concluye el 4 de octubre, Fiesta de San Francisco de Asís, el santo patrón de la ecología amado por muchas

El tema del Tiempo de la Creación de este año es Esperanzar y actuar con la Creación, y el símbolo es Las primicias de la esperanza, inspirado en Romanos 8:19-25. La imagen bíblica representa a la Tierra como una madre que gime como si

estuviera dando a luz (Rom 8,22).

San Francisco de Asís lo entendió así cuando se refirió a la Tierra como nuestra hermana y nuestra madre en su Cántico de las criaturas. Los tiempos que vivimos demuestran que no nos relacionamos con la Tierra como un don de nuestro Creador, sino como un recurso para utilizar. "La Creación gime" (Rom 8,22) a causa de nuestro egoísmo y de nuestras acciones insostenibles que le hacen daño. Junto con nuestra Hermana, la Madre Tierra, criaturas de todo tipo, incluidos los seres humanos, claman por nuestras acciones destructivas que causan las crisis climáticas, la pérdida de biodiversidad y el sufrimiento humano, así como el sufrimiento de la Creación.

Leyendo y releyendo los salmos aprendemos el lenguaje de la oración

Leyendo la Biblia nos encontramos continuamente con oraciones de distinto tipo. Pero encontramos también un libro compuesto solo de oraciones, libro que se ha convertido en patria, lugar de entrenamiento y casa de innumerables orantes. Se trata del Libro de los Salmos. Son 150 salmos para rezar.

Forma parte de los libros sapienciales, porque comunica el “saber rezar” a través de la experiencia del diálogo con Dios. En los salmos encontramos todos los sentimientos humanos: las alegrías, los dolores, las dudas, las esperanzas, las amarguras que colorean nuestra vida. El Catecismo afirma que cada salmo «es de una sobriedad tal que verdaderamente pueden orar con él los hombres de toda condición y de todo tiempo» (CIC, 2588).

Leyendo y releyendo los salmos, nosotros aprendemos el lenguaje de la oración. Dios Padre, de hecho,

Domingo 18 Agosto 2024 • II Época, No. 37 • Editor P. Armando Flores

con su Espíritu los ha inspirado en el corazón del rey David y de otros orantes, para enseñar a cada hombre y mujer cómo alabarle, cómo darle gracias y suplicarle, cómo invocarle en la alegría y en el dolor, cómo contar las maravillas de sus obras y de su Ley. En síntesis, los salmos son la palabra de Dios que nosotros humanos usamos para hablar con Él.

En este libro no encontramos personas etéreas, personas abstractas, gente que confunde la oración con la experiencia estética o alienante. Los salmos no son textos nacidos en la mesa; son invocaciones, a menudo dramáticas, que brotan de la vida de la existencia. Para rezarles basta ser lo que somos. No tenemos que olvidar que para rezar bien tenemos que rezar así como somos, no maquillados. No hay que maquillar el alma para rezar. “Señor, yo soy así”, e ir delante del Señor como somos, con las cosas bonitas y también con las cosas feas que nadie conoce, pero nosotros, dentro, conocemos.

Cómo hablar con Dios en momentos difíciles

En los salmos escuchamos las voces de orantes de carne y hueso, cuya vida, como la de todos, está plagada de problemas, de fatigas, de incertidumbres. El salmista no responde de forma radical a este sufrimiento: sabe que pertenece a la vida. Sin embargo, en los salmos el sufrimiento se transforma en pregunta. Del sufrir al preguntar.

Y entre las muchas preguntas, hay una que permanece suspendida, como un grito incesante que atraviesa todo el libro de lado a lado. Una pregunta, que nosotros la repetimos muchas veces: “¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo?”. Cada dolor reclama una liberación, cada lágrima invoca un consuelo, cada herida espera una curación, cada calumnia una

sentencia absolutoria. “¿Hasta cuándo, Señor, debo sufrir esto? ¡Escúchame, Señor!”: cuántas veces nosotros hemos rezado así, con “¿hasta cuándo?”, ¡basta Señor!

Planteando continuamente preguntas de este tipo, los salmos nos enseñan a no volvernos adictos al dolor, y nos recuerdan que la vida no es salvada si no es sanada. La existencia del hombre es un soplo, su historia es fugaz, pero el orante sabe que es valioso a los ojos de Dios, por eso tiene sentido gritar. Y esto es importante. Cuando nosotros rezamos, lo hacemos porque sabemos que somos valiosos a los ojos de Dios. Es la gracia del Espíritu Santo que, desde dentro, nos suscita esta conciencia: de ser valiosos a los ojos de Dios. Y por esto se nos induce a orar.

La oración de los salmos es el testimonio de este grito: un grito múltiple, porque en la vida el dolor asume mil formas, y toma el nombre de enfermedad, odio, guerra, persecución, desconfianza... Hasta el “escándalo” supremo, el de la muerte. La muerte aparece en el Salterio como la más irracional enemiga del hombre: ¿qué delito merece un castigo tan cruel, que conlleva la aniquilación y el final? El orante de los salmos pide a Dios intervenir donde todos los esfuerzos humanos son vanos. Por esto la oración, ya en sí misma, es camino

de salvación e inicio de salvación. Todos sufren en este mundo: tanto quien cree en Dios, como quien lo rechaza. Pero en el Salterio el dolor se convierte en relación: grito de ayuda que espera interceptar un oído que escuche. No puede permanecer sin sentido, sin objetivo. Tampoco los dolores que sufrimos pueden ser solo casos específicos de una ley universal: son siempre “mis” lágrimas. Pensad en esto: las lágrimas no son universales, son “mis” lágrimas. Cada uno tiene las propias. “Mis” lágrimas y “mi” dolor me empujan a ir adelante con la oración. Son “mis” lágrimas que nadie ha derramado nunca antes que yo. Sí, muchos han llorado, muchos. Pero “mis” lágrimas son mías, “mi” dolor es mío, “mi” sufrimiento es mío.

Antes de entrar en el Aula, he visto a los padres del sacerdote de la diócesis de Como que fue asesinado; precisamente fue asesinado en su servicio para ayudar. Las lágrimas de esos padres son “sus” lágrimas y cada uno de ellos sabe cuánto ha sufrido en el ver este hijo que ha dado la vida en el servicio de los pobres. Cuando queremos consolar a alguien, no encontramos las palabras. ¿Por qué? Porque no podemos llegar a su dolor, porque “su” dolor es suyo, “sus” lágrimas son suyas. Lo mismo es

para nosotros: las lágrimas, “mi” dolor es mío, las lágrimas son “mías” y con estas lágrimas, con este dolor me dirijo al Señor.

Todos los dolores de los hombres para Dios son sagrados. Así reza el orante del salmo 56: «Tú has anotado los pasos de mi destierro; recoge mis lágrimas en tu odre: ¿acaso no está todo registrado en tu Libro?» (v. 9). Delante de Dios no somos desconocidos, o números. Somos rostros y corazones, conocidos uno a uno, por nombre.

En los salmos, el creyente encuentra una respuesta

En los salmos, el creyente encuentra una respuesta. Él sabe que, incluso si todas las puertas humanas estuvieran cerradas, la puerta de Dios está abierta. Si incluso todo el mundo hubiera emitido un veredicto de condena, en Dios hay salvación.

“El Señor escucha”: a veces en la oración basta saber esto. Los problemas no siempre se resuelven. Quien reza no es un iluso: sabe que muchas cuestiones de la vida de aquí abajo se quedan sin resolver, sin salida; el sufrimiento nos acompañará y, superada la batalla, habrá otras que nos esperan. Pero, si somos escuchados, todo se vuelve más soportable.

Lo peor que puede suceder es sufrir en el abandono, sin ser recordados. De esto nos salva la oración. Porque puede suceder, y también a menudo, que no entendamos los diseños de Dios. Pero nuestros gritos no se estancan aquí abajo: suben hasta Él, que tiene corazón de Padre, y que llora Él mismo por cada hijo e hija que sufre y que muere.

Os diré una cosa: a mí me ayuda, en los momentos duros, pensar en los llantos de Jesús, cuando lloró mirando Jerusalén, cuando lloró delante de la tumba de Lázaro. Dios ha llorado por mí, Dios llora, llora por nuestros dolores. Porque Dios ha querido hacerse hombre —decía un escritor espiritual— para poder llorar. Pensar que Jesús llora conmigo en el dolor es un consuelo: nos ayuda a ir adelante. Si nos quedamos en la relación con Él, la vida no nos ahorra los sufrimientos, pero se abre un gran horizonte de bien y se encamina hacia su realización. Ánimo, adelante con la oración. Jesús siempre está junto a nosotros. (Francisco, Audiencia general, 14 octubre 2020)

¿Cómo puede éste darnos a Comer su Carne?

El Evangelio del Domingo

Juan 6, 51-58

El pasaje evangélico de este domingo nos introduce en la segunda parte del discurso que hizo Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, después de haber dado de comer a una gran multitud con cinco panes y dos peces: la multiplicación de los panes. Él se presenta como «el pan vivo, bajado del cielo», el pan que da la vida eterna, y añade: «el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo» (v. 51). Este pasaje es decisivo, y de hecho provoca la reacción de los que están escuchando, que se ponen a discutir entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» (v. 52). Cuando el signo del pan compartido lleva a su verdadero significado, es decir, el don de sí hasta el sacrificio, emerge la incomprensión, emerge incluso el rechazo de Aquel que poco antes se quería llevar al triunfo. Recordemos que Jesús ha tenido que esconderse porque queríamos hacerlo rey.

Jesús prosigue: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (v. 53). Aquí junto a la carne aparece también la sangre. Carne y sangre en el lenguaje bíblico expresan la humanidad concreta. La gente y los mismos discípulos instituyen que Jesús les invita a entrar en comunión con Él, a «comer» a Él, su humanidad para compartir con Él el don de la vida para el mundo. ¡Mucho más que triunfos y espejismos exitosos! Es precisamente el sacrificio de Jesús lo que se dona a sí mismo por nosotros.

Este pan de vida, sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, viene a nosotros donado gratuitamente en la mesa de la eucaristía. En torno al altar encontramos lo que nos alimenta y nos sacia la sed espiritualmente hoy y para la eternidad. Cada vez que participamos en la santa misa, en un cierto sentido, anticipamos el cielo en la tierra, porque del alimento eucarístico, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, aprendemos qué es la vida eterna. Esta es vivir por el Señor: «el que me coma vivirá por mí» (v. 57), dice el Señor. La eucaristía nos moldea para que no vivamos solo por nosotros mismos, sino por el Señor y por los hermanos. La felicidad y la eternidad de la vida dependen de nuestra capacidad de hacer fecundo el amor evangélico que recibimos en la eucaristía.

Jesús, como en aquel tiempo, también hoy nos repite a cada uno: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (v. 53). Hermanos y hermanas, no se trata de una comida material, sino de un pan vivo y vivificante, que comunica la vida misma de Dios. Cuando hacemos la comunión recibimos la vida misma de Dios. Para tener esta vida es necesario nutrirse del Evangelio y del amor de los hermanos. Frente a la invitación de Jesús a nutrirnos con su Cuerpo y su Sangre, podremos sentir la necesidad de discutir y de resistir, como hicieron los que escuchaban de los que habla el Evangelio de hoy. Esto sucede cuando nos cuesta mucho modelar nuestra existencia sobre la de Jesús, y actuar según sus criterios y no según los criterios del mundo. Nutriéndonos con este alimento podemos entrar en plena sintonía con Cristo, como sus sentimientos, con sus comportamientos. Esto es muy importante: ir a misa y comunicarse, porque recibir la comunión es recibir este Cristo vivo, que nos transforma dentro y nos prepara para el cielo.

De la vida parroquial

BAUTISMOS

El día 17 de agosto 2024, por el sacramento del Bautismo administrado por el Sr. Pbro. Enrique Alcalá Velarde

Danna Sofía, hija de Luis Diego Canela Barrera y Jennifer Alondra Rodríguez Moreno, vecinos de Sahuayo. Elisa, hija de Jorge Ochoa Valerio y Grecia Fajardo Abarca, vecinos de Sahuayo. Yuliana Guadalupe, hija Johanna Guadalupe Muñoz Frutos, vecinos de Sahuayo.

PRESENTACIÓN

El 12 de agosto de 2024 se presentarón a la Iglesia, con la pretensión de contraer matrimonio los novios. Ignacio Navarrete Anaya originario de Munster, Indiana y vecino de ésta, hijo de Ignacio Navarrete y María Anaya. Pretende contraer matrimonio con Elizabeth Zepeda León, originaria de Sahuayo, Mich. y vecina de La Palma, hija de Enrique Zepeda y Sandra León.

Ivan García Alvarez, originario de Sahuayo, Mich., y vecino de Jiquilpan, hijo de Juan Roberto García y María Lorena. Pretende contraer matrimonio con Valeria Díaz Ramírez, originaria y vecina de Sahuayo, hija de Juan Díaz y Elizabeth Ramírez.

El 13 de agosto de 2024, se presentarón a la Iglesia, con la pretensión de contraer matrimonio los novios. Cristian Eduardo Barragán Martínez, originario de Pajacuarán y vecino de Jiquilpan,Mich. hijo de Rogelio Barragán y Socorro Martínez. Pretende contraer matrimonio con Jessica Yeo Sánchez, originaria y vecina de Sahuayo, hija de Melesio Yeo y Blanca Rocío Sánchez..

José Luis Hernandez Sánchez, originario y vecino de Sahuayo, hijo de José Luis Hernández y Silvia Sánchez. Pretende contraer matrimonio con Jessica María Arceo Rivera, originaria y vecina de Sahuayo, hija de José Luis Arceo y Ma. Guadalupe Rivera.

El día 14 de agosto de 2024, se presentarón a la Iglesia, con la pretensión de contraer matrimonio los novios.

Jorge Santamaria Sánchez, originario y vecino de Sahuayo, hijo de Jorge Santamaría y Gabriela Sánchez. Pretende contraer matrimonio con Flor Valeria Higareda Gallegos, originaria y vecina de Sahuayo, Mich., hija de Raúl Higareda y Flor Angélica Gallegos.

Juan Carlos Cervantes Moreno, originario y vecino de Sahuayo, hijo de Ramón Cervantes y Consuelo Moreno. Pretende contraer matrimonio con Sandra Estefanía Sánchez Sánchez, originaria y vecina de Sahuayo, hija de Juan de Jesús Sánchez y Sandra Sánchez.

El día 15 de agosto de 2024, se presentarón a la Iglesia con la pretensión de contraer matrimonio los novios.

Jesús Vivas Ramírez, originario y vecino de Sahuayo, Mich., hijo de J. Jesús y Adriana. Pretende contraer Matrimonio con Ingrid Margarita Flores Ochoa, originaria y vecina Sahuayo, Mich. hija de Felipe de Jesús Flores y María de Jesús Ochoa.

Jesús Eduardo Rizo Magaña, originario y vecino de Sahuayo, hijo de Martín Rizo y María Elena Magaña. Pretende contraer Matrimonio con Sayra Cecilia Navarro Macías, originaria y vecina de Sahuayo, hija de Javier Navarro y Cecilia Macías.

El día 16 de agosto de 2024, se presentarón e la Iglesia con la pretensión de contraer matrimonio:

Maximiliano Cazares Huyashi, originario de Ahome, Sin. y vecino de Guadalajara, Jal. hijo de Abundio Cazares y María del Carmen Huyashi. Pretende contraer matrimonio con Alejandra Gálvez Nápoles, originaria y vecina de Sahuayo, hija de J. Jesús Gálvez y María Alejandra Nápoles.

El día 17 de agosto de 2024, se presentarón a la Iglesia Parroquial con la pretensión de contraer matrimonio

David Pérez García, originario de Sahuayo, y vecino de California, hijo de Leandro Pérez y Amalia García. Pretende contraer matrimonio con Blanca Estela Buenrostro Rivas, originaria y vecina de Sahuayo, Mich. hija Rosalío Buenrostro y María de Jesús Rivas.

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