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Gaudete No. 23 - 12 mayo 2024
Dios es también madre
Por Enrique Alcalá Velarde pbro.
El 10 de septiembre del año de 1978 el Papa Juan Pablo I, conmovió al mundo cuando en el mensaje del Ángelus aquel día comunicó que, si bien Dios es Padre, mas aún, es Madre.
Durante siglos en la historia de la iglesia del arte y de la iglesia a Dios se le ha retratado como un hombre de edad mayor, con barba y facciones bien definidas.
Vayamos al origen, ¿De dónde surge la idea de llamar a Dios como Padre? retrocedamos 2000 años, cuando era impensable llamar a Dios Padre y es que en realidad era un atrevimiento herético en aquel tiempo, impensable llamar a Dios Padre, ¡que blasfemia! Dios era el terrible, el dios de los ejércitos, el poderoso, el implacable. Sin embargo, a un hombre de aquel tiempo llamado Jesús, la experiencia y la cercanía de estar en contacto con Dios, lo llevaron a llamarlo Abba, Padre. ¡Qué gran ofensa para la religión en aquel tiempo!
La forma de llamar a Dios Padre en Jesús es novedosa, original, porque su experiencia personal lo invita a sentirlo de ese modo. Es hasta mas tarde que de nuevo la religión se encargó de hacer del Dios cristiano un patriarca omnipotente y omnisciente, un Dios creado por varones y para varones. Megalomanía masculina.
No pretendo quitarle a Dios su característica de padre, ni lo lograría, pero si es mi intención descubrir en Dios su rostro materno, aunque bien sabemos que Dios no posee ningún sexo. En las Sagradas Escrituras También encontramos algunas referencias a Dios como madre: «Como uno a quien consuela su madre, así os consolaré yo» (Is 66, 13). «Porque tú formaste mis entrañas me hiciste en el seno de mi madre» (Sal 139, 13). «Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas» (Mt 23, 37).
Si nosotros biológicamente salimos del seno materno, ¿no lo hacemos también de Dios en el sentido pleno de nuestra existencia? Dios también es madre, pero solamente lo pueden experimentar así aquellas personas que en oración se detengan a contemplar la presencia de Dios en sus vidas experimentando sus gestos, sus caricias, sus bondades.