Celebraciones Litúrgicas del Triduo Pascual
JUEVES SANTO
La Misa en la Cena del Señor
El Triduo Pascual comienza el jueves, con la Misa vespertina en la Cena del Señor. No es la misa del “lavatorio de los pies”. Este solo es un rito dentro de esa celebración, que es muy elocuente, pero que puede ser suprimido.
Tras el “ayuno” cuaresmal del Gloria se entona nuevamente este himno, y se hace acompañado del tañido de las campanas, que anuncian el comienzo de la celebración anual del misterio pascual.
Si el Señor y el Maestro lavó los pies, sus discípulos repiten el gesto mandado (Jn 13, 14). Este rito tiene lugar tras la homilía. El sacerdote, como Cristo, lava los pies a algunas personas, pero para todos es una invitación a compartir la suerte del Señor (Jn 13, 8), una invitación a vivir de forma íntima con Jesús esos días santos, a cargar su cruz, a morir con él para resucitar en él.
No se profesa la fe con el Credo, pero sí hay oración de los fieles. Luego sigue la liturgia eucarística. El Misal Romano pide usar la plegaria I. Para reafirmar esto, la trascribe íntegra nuevamente en el propio del día.
En el Canon Romano ese día se reafirma que estamos celebrando “hoy” es el día santo en que nuestro Señor fue entregado por nosotros; que “hoy” estamos celebrando el día mismo en que nuestro Señor Jesucristo encomendó a sus discípulos la celebración del sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, y que “hoy” es la víspera de que Jesucristo padeció por nuestra salvación.
Este adverbio de tiempo, “hoy” nos indica que en la liturgia ese acontecimiento supera los límites del
espacio y del tiempo, y se vuelve actual. Su efecto perdura, a pesar del paso de los días, de los años y de los siglos. Al indicar que Jesús fue entregado “hoy”, la liturgia subraya que la salvación impregna toda la historia, que sigue siendo también hoy una realidad a la que podemos llegar precisamente en la liturgia.
El Eterno entró en los límites del tiempo y del espacio, para hacer posible “hoy” el encuentro con él. El eterno hoy de Dios ha descendido en el hoy efímero del mundo, arrastrando nuestro hoy pasajero al hoy perenne de Dios. Con el “hoy” no estamos utilizando una expresión vacía, sino que queremos decir que Dios nos ofrece hoy la posibilidad de reconocerlo y de acogerlo.
Celebraciones Parroquiales
Durante el día, en la Iglesia Parroquial y en el Santuario del Patrón Santiago
Velación de Jesús Nazareno, el Divino Preso.
Misa en la Cena del Señor Celebraciones parroquiales
18.00: Santuario del Patrón Santiago 18.00: Capilla del Espíritu Santo
19.00: Iglesia Parroquial
• Al terminar la celebración: Adoración Eucarística
VIERNES SANTO
Celebración de la Pasión del Señor
La Celebración de la Pasión del Señor, el Viernes Santo, comienza con la postración de los sacerdotes frente al altar desnudo, despojado de los manteles. Los fieles lo acompañan, de rodillas. Lo rodea el silencio. El sacerdote esta postrado, como el día de ordenación, cuando se le hizo
ver gestualmente que era polvo, que no valía nada, pero que por la gracia de Dios sería elevado a un don muy especial.
El sacerdote se postra en tierra y todos los fieles se arrodillan para ver la propia miseria en que nos ha dejado el pecado y, al mismo tiempo, para advertir la inmensa grandeza del Dios hecho hombre que nos ha devuelto la vida.
El silencio se rompe con una oración, a la que siguen las lecturas. Conmueve escuchar que el rostro de Jesús estaba desfigurado, ya sin aspecto de hombre, y que se horrorizaban al verlo aguantar los dolores y ser triturado por nuestros pecados, para ser curados en sus llagas; y que ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas para conseguir la salvación eterna para todos los que lo obedecen.
Después se lee la Pasón según san Juan, en la que podemos apreciar que lo que a los ojos del mundo aparecía como un hecho absolutamente profano, como la ejecución de un hombre condenado a muerte por agitador político, era en realidad la única liturgia verdadera de la historia del mundo, en la que Jesús penetró a través de las paredes de la muerte en el templo verdadero: a la presencia del Padre.
Tras oír clamar a Jesús “Todo está cumplido”, volvemos a caer en tierra, de rodillas, y el silencio vuelve a ser protagonista. Recordamos el inicio de la celebración. Jesús puso su espalda para que se pudiera caminar sobre ella; por eso es un puente, un pontifex, el sumo y eterno sacerdote; él es nuestro paso, nuestra pascua hacia el Padre
El Viernes Santo, tras la liturgia de la Palabra, tiene lugar la adoración de la cruz. La cruz velada es desvelada para mostrarnos “el árbol de la cruz, donde estuvo colgado Cristo, salvador del mundo”.
Contemplamos ese árbol noble, cuyo fruto jamás produjo ningún otro árbol; observamos como el que venció en un árbol fue vencido en un árbol por
Jesucristo; miramos ese árbol crecido para tener a Cristo en su regazo.
El sacerdote adora la cruz. Así como quien fue clavado ahí fue previamente despojado de sus vestiduras (Jn 19,2324), el sacerdote se despoja de la casulla, y puede hacerlo también de los zapatos. Luego, todo el pueblo se acerca a adorar el madero al que fue cosido el salvador.
Mientras se lleva a cabo la adoración, pueden cantarse los Improperios, los reproches de Cristo a su pueblo que lo ha rechazado, tomados de distintos versículos de la Escritura. Estos van acompañados de unas expresiones en griego, que son el trisagio.
El trisagio es parte habitual de las liturgias orientales. En la tradición siriaca, por ejemplo, se canta antes de la liturgia de la Palabra. Hay muchas tradiciones y leyendas acerca del origen del trisagio. Una indica que cuando Pilato presentó a Jesús ante la muchedumbre diciendo “Ecce homo” (He aquí el hombre), José de Arimatea reconociendo la divinidad de Jesús dijo “Santo Dios”; que cuando Simón de Cirene fue obligado a cargar la cruz ante la imposibilidad de Jesús, dijo “santo fuerte”; y que el centurión, tras certificar la muerte de Jesús, dijo “santo inmortal”.
Celebraciones Parroquiales
8.00 Viacrucis. Sale de la Iglesia Parroquial. Culmina en la Capilla del Espíritu Santo
Celebración de la Pasión del Señor
18.00: Santuario del Patrón Santiago
18.00: Capilla del Espíritu Santo. Al concluir: Rosario del pésame
19.00: Iglesia Parroquial
• Procesión en silencio, con Cristo Yacente y la Virgen de la Soledad
SÁBADO SANTO
La Vigilia Pascual
El Sábado Santo no se celebra
la misa. La Iglesia está de luto por la muerte de su Esposo. Pero a la última hora del día, cuando ha caído la noche, se celebra la Vigilia Pascual. Litúrgicamente se entiende que se trata del Domingo de Resurrección y no del sábado. Se debe procurar que la ceremonia se celebre lo más tarde posible
La Vigilia Pascual comienza en el atrio de la Iglesia. Todo el tempo permanece oscuro. En el atrio hay una fogata encendida. Se bendice ese fuego, que se le conoce como “fuego nuevo”. Se presenta al sacerdote un cirio, sobre el que graba la cruz, el alfa y el omega (la primera y la última letra del alfabeto griego) en señal de que Jesús es el inicio y el fin de la creación. Graba también los cuatro números del año y, finalmente, le pone cinco piedras de incienso. Esa vela, el cirio pascual, es símbolo de Cristo. Una vez que está listo, se enciende el cirio, en señal de que ha resucitado, de que se ha vuelto a encender la Luz del Mundo. Es la pascua cósmica: el paso de las tinieblas a la luz.
Cuando ha ocurrido eso, el celebrante y algunos fieles entran a la iglesia que aún permanece a oscuras. En cada uno de los lugares en que se levantó la cruz el día anterior, se levanta el cirio mientras el diácono canta “Lumen Christi”, “Luz de Cristo”. Después de que se levanta por segunda vez, todos encienden una vela con la luz del cirio, en señal de que la luz de la fe nos viene de Cristo. La tercera vez que se levanta, se encienden las luces del templo, salvo las del altar.
Cuando la procesión llega al altar, se coloca el cirio pascual junto al ambón. La Palabra de Dios y la Luz de Dios van juntas. Su Palabra es nuestra luz. Entendemos la Escritura a la luz de Cristo.
Al estar todos en sus lugares, el presbítero o un cantor va al ambón y canta el Pregón Pascual, un precioso canto que recuerda la resurrección de Cristo. Es muy hermoso. Se alaba a las abejas que produjeron la cera para elaborar el cirio, y se dice una frase muy fuerte y real: “feliz culpa que mereció tal Redentor”, en referencia al pecado de Adán y Eva.
Tras el pregón pascual, se apagan las velas y comienza la Liturgia de la Palabra. Es la pascua histórica: el recuerdo de la Historia de la Salvación. Se leen siete lecturas del antiguo testamento. Tras cada lectura se proclama un salmo. Una de las lecturas recuerda la salida de Egipto y el paso por el mar. Esta lectura no termina con “Palabra de Dios”, porque el salmo que sigue es parte del relato del Éxodo, es su continuación, es lo que cantó el Pueblo de Israel. Después de cada salmo el presidene de la celebración reza una oración, que se conocen como oraciones sálmicas.
Tras las siete lecturas del Antiguo Testamento, comienza el Gloria, durante el cuál se hacen tocar todas las campanas, como en el Jueves Santo, desde cuando habían callado. Mientras se entona, se encienden las velas del altar y las luces del altar del templo.
Después del Gloria se proclama una lectura de la carta de San Pablo a los Romanos. Al finalizar, se canta el salmo del aleluya se proclama el Evangelio pero sin que las velas escolten al Evangelio. Al final, se hace la homilía.
Acabada la homilía se lleva acabo la liturgia bautismal. Es la pascua de los catecúmenos: el paso de la muerte a la vida en Cristo por el agua. Si ni hay catecúmenos, los fieles renuevan su renuncia a Satanás y reiteran sus promesas bautismales. Hecho esto, en señal de recuerdo al bautismo, los ministros recorren el templo aspergiendo a los fieles.
Al final de la aspersión, inicia la Liturgia Eucarística. Es la pascua del Señor, el memorial de su muerte y resurrección. Se lleva a cabo como de costumbre. Es recomendable utilizar la Plegaria Eucarística I. Al final se despide al pueblo con cualquiera de las fórmulas a las que se añade la palabra Aleluya, Aleluya. Por ejemplo, “Pueden ir en paz, aleluya, aleluya”. A esto se contesta también con aleluya, aleluya: “Demos gracias, aleluya, aleluya”. Esto se repite durante la Octava de Pascua.
Celebraciones Parroquiales
Vigilia Pascual
20.00: Santuario del Patrón Santiago
20.00: Capilla del Espíritu Santo.
21.00: Iglesia Parroquial
El Evangelio del Domingo
Marcos 11, 1-10 (procesión)
isaías 50, 4-7
salMo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 Filipenses 2, 6-11 Marcos 14, 1 –– 15, 47
¡Bendito el que viene en nomBre del Señor!
Jesús entra en Jerusalén. La liturgia nos invitó a hacernos partícipes y tomar parte de la alegría y fiesta del pueblo que es capaz de gritar y alabar a su Señor; alegría que se empaña y deja un sabor amargo y doloroso al terminar de escuchar el relato de la Pasión. Pareciera que en esta celebración se entrecruzan historias de alegría y sufrimiento, de errores y aciertos que forman parte de nuestro vivir cotidiano como discípulos, ya que logra desnudar los sentimientos contradictorios que también hoy, hombres y mujeres de este tiempo, solemos tener: capaces de amar mucho… y también de odiar ―y mucho―; capaces de entregas valerosas y también de saber «lavarnos las manos» en el momento oportuno; capaces de fidelidades pero también de grandes abandonos y traiciones. Y se ve claro en todo el relato evangélico que la alegría que Jesús despierta es motivo de enojo e irritación en manos de algunos.
Jesús entra en la ciudad rodeado de su pueblo, rodeado por cantos y gritos de algarabía. Podemos imaginar que es la voz del hijo perdonado, la del leproso sanado o el balar de la oveja perdida, que resuenan a la vez con fuerza en ese ingreso. Es el canto del publicano y del impuro; es el grito del que vivía en los márgenes de la ciudad. Es el grito de hombres y mujeres que lo han seguido porque experimentaron su compasión ante su dolor y su miseria… Es el canto y la alegría espontánea de tantos postergados que tocados por Jesús pueden gritar: «Bendito el que llega en nombre del Señor».
¿Cómo no alabar a Aquel que les había devuelto la dignidad y la esperanza? Es la alegría de tantos pecadores perdonados que volvieron a confiar y a esperar. Y estos gritan. Se alegran. Es la alegría. Esta alegría y alabanza resulta incómoda y se transforma en sinrazón escandalosa para aquellos que se consideran a sí mismos
justos y «fieles» a la ley y a los preceptos rituales. Alegría insoportable para quienes han bloqueado la sensibilidad ante el dolor, el sufrimiento y la miseria. Muchos de estos piensan: «¡Mira, que pueblo más maleducado!». Alegría intolerable para quienes perdieron la memoria y se olvidaron de tantas oportunidades recibidas. ¡Qué difícil es comprender la alegría y la fiesta de la misericordia de Dios para quien quiere justificarse a sí mismo y acomodarse! ¡Qué difícil es poder compartir esta alegría para quienes solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros!
Y así nace el grito del que no le tiembla la voz para gritar: «¡Crucifícalo!». No es un grito espontáneo, sino el grito armado, producido, que se forma con el desprestigio, la calumnia, cuando se levanta falso testimonio. Es el grito que nace cuando se pasa del hecho a lo que se cuenta, nace de lo que se cuenta. Es la voz de quien manipula la realidad y crea un relato a su conveniencia y no tiene problema en «manchar» a otros para salirse con la suya. Esto es un falso relato. El grito del que no tiene problema en buscar los medios para hacerse más fuerte y silenciar las voces disonantes. Es el grito que nace de «trucar» la realidad y pintarla de manera tal que termina desfigurando el rostro de Jesús y lo convierte en un «malhechor». Es la voz del que quiere defender la propia posición desacreditando especialmente a quien no puede defenderse. Es el grito fabricado por la «tramoya» de la autosuficiencia, el orgullo y la soberbia que afirma sin problemas: «Crucifícalo, crucifícalo».
Y así se termina silenciando la fiesta del pueblo, derribando la esperanza, matando los sueños, suprimiendo la alegría; así se termina blindando el corazón, enfriando la caridad. Es el grito del «sálvate a ti mismo» que quiere adormecer la solidaridad, apagar los ideales, insensibilizar la mirada… el grito que quiere borrar la compasión, ese «padecer con», la compasión, que es la debilidad de Dios. Frente a todos estos titulares, el mejor antídoto es mirar la cruz de Cristo y dejarnos interpelar por su último grito. Cristo murió gritando su amor por cada uno de nosotros; por jóvenes y mayores, santos y pecadores, amor a los de su tiempo y a los de nuestro tiempo. En su cruz hemos sido salvados para que nadie apague la alegría del evangelio; para que nadie, en la situación que se encuentre, quede lejos de la mirada misericordiosa del Padre. Mirar la cruz es dejarse interpelar en nuestras prioridades, opciones y acciones. Es dejar cuestionar nuestra sensibilidad ante el que está pasando o viviendo un momento de dificultad.
Hermanos y hermanas: ¿Qué mira nuestro corazón? ¿Jesucristo sigue siendo motivo de alegría y alabanza en nuestro corazón o nos avergüenzan sus prioridades hacia los pecadores, los últimos, los olvidados? Y a ustedes, queridos jóvenes, la alegría que Jesús despierta en ustedes es, para algunos, motivo de enojo y también de irritación, ya que un joven alegre es difícil de manipular. ¡Un joven alegre es difícil de manipular!
Pero existe en este día la posibilidad de un tercer grito: «Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos» y él responde: «Yo les digo que, si éstos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,39-40). Hacer callar a los jóvenes es una tentación que siempre ha existido. Los mismos fariseos increpan a Jesús y le piden que los calme y silencie.
Hay muchas formas de silenciar y de volver invisibles a los jóvenes. Muchas formas de anestesiarlos y adormecerlos para que no hagan «ruido», para que no se pregunten y cuestionen. «¡Esten callados!». Hay muchas formas de tranquilizarlos para que no se involucren y sus sueños pierdan vuelo y se vuelvan ensoñaciones rastreras, pequeñas, tristes. (Papa Francisco, Homilía, Domingo de Ramos, 25 de marzo 2018)
De la vida parroquial
BAUTISMOS
El día 23 de Marzo 2024 por el Sacramento del Bautismo administrado por el Sr.Pbro. Miguel Torres MCCJ, se incorporó al Pueblo de Dios.
Natalia Lucía, hija de Oswaldo Gálvez y de Lucía Fernanda Manzo, vecinos de Sahuayo, M.
OBITUARIO
El día 18 de marzo de 2024, en la Iglesia
Parroquial de Santiago Apóstol, se celebró la misa exequial de Jesús Zapién Rentería, fué sepultado en el Panteón municipal.
El día 19 de marzo de 2024, en el Santuario de Patrón Santiago, se celebró la misa exequial de Juan Vivas Ibarra, fué sepultado en el Panteón municipal.
El día 20 de marzo de 2024, en la Iglesia
Parroquial de Santiago Apóstol, se celebró la misa exequial de Ricardo Villaseñor Gálvez, fué sepultado en el Panteón municipal.
El día 20 de marzo de 2024, en la Iglesia
Parroquial de Santiago Apóstol, se celebró la misa exequial de Angelina Rodríguez Gálvez, fué sepultada en el Panteón municipal.