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Manifestaciones culturales, representación estratégica y agendas: reflexiones sobre el Patrimonio Cultural Inmaterial afroperuano
Rodrigo Chocano26
No es aventurado afirmar que la visibilización del pueblo afrodescendiente en el Perú es una de las principales agendas políticas enarboladas por organizaciones sociales, activistas, investigadores y funcionarios afroperuanos en la actualidad. La afirmación de la presencia y singularidad Afroperuanas en el proyecto nacional no es una agenda nueva: desde hace ya varias décadas, individuos e instituciones se han valido de diversas estrategias de autorrepresentación pública para lograr esta ansiada visibilidad en las narrativas nacionales. Una estrategia importante dentro de estos esfuerzos ha sido la difusión de tradiciones culturales afroperuanas, la cual ha tenido impacto significativo a nivel nacional. Desde esta perspectiva, vale la pena pensar en el creciente acercamiento entre el Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) y la cultura expresiva afrodescendiente en Latinoamérica como otra instancia más de estos esfuerzos de visibilización. Numerosas comunidades en la región se han aproximado a este mecanismo de política cultural durante la última década para ejercer su representación a través de sus manifestaciones culturales.27 Es pertinente, sin embargo, preguntarse cómo un mecanismo
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26 Candidato a Doctor en Etnomusicología y Ph.D. Minor en Gestión Pública por la Universidad de Indiana. Licenciado en Antropología por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha sido investigador especialista en Patrimonio Cultural Inmaterial en la Dirección de Patrimonio Inmaterial del Ministerio de Cultura del Perú y Coordinador Nacional del sector Cultura de la Representación de la UNESCO en el Perú. Ha escrito libros y artículos sobre etnomusicología, políticas culturales, patrimonio cultural inmaterial, poblaciones afrodescendientes y diáspora africana. 27 Entre las múltiples iniciativas a este respecto se destacan las incorporaciones a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de expresiones culturales Afro-Latinoamericanas (La Samba de Roda de Recôncavo de Bahía y El Círculo de Capoeira de Brasil; La Fiesta de San Francisco de Asís en Quibdó, El Carnaval de Barranquilla, El Espacio Cultural de Palenque de San Basilio, y El Vallenato de Colombia; La Música de Marimba de Colombia y Ecuador; La Tumba Francesa y la Rumba de Cuba; y El Carnaval del Callao de Venezuela), así como el proyecto internacional Universo Cultural Afrodescendiente de América Latina de CRESPIAL.
orientado primariamente a salvaguardar tradiciones puede, en efecto, contribuir con las necesidades tangibles del pueblo afroperuano, y evadir al mismo tiempo el riesgo de exotización o banalización de su cultura. Este análisis es central al momento de tomar decisiones respecto de dirigir esfuerzos y asignar recursos a esta tarea. De esta manera, interpela, desde una mirada política y de gestión, la relación entre los objetivos de la sociedad civil organizada Afroperuana, las prácticas culturales tradicionales, y las acciones de salvaguardia desde el paradigma del Patrimonio Cultural Inmaterial. En esta presentación, ensayo una mirada estratégica a esta relación. Mi argumento es que el Patrimonio Cultural Inmaterial, si bien no es la única manera de aproximarse a la representación y visibilización de la cultura afrodescendiente, es un mecanismo de política cultural, cuyo uso estratégico puede ser beneficioso para las agendas y necesidades del pueblo afroperuano. Este beneficio, sin embargo, debe conceptualizarse en función de los alcances del mecanismo y tomando en cuenta circunstancias específicas en su implementación. La Unesco define al Patrimonio Cultural Inmaterial como los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas que las comunidades reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por estas comunidades y está asociado a sentimientos de identidad y continuidad (2003). Institucionalmente, consiste en un marco transnacional de política cultural promovido por Unesco e implementado por países, orientado a la salvaguardia de prácticas culturales (Bendix, Eggert & Peselmann, 2013). Esta salvaguardia, enfocada desde la gestión, busca la continuidad y sostenibilidad de manifestaciones culturales, a través de acciones como registro, investigación, creación de inventarios, difusión y otras, incorporando la participación de las comunidades como central para sus procesos y resultados. Existe, en la actualidad, un importante debate respecto del concepto de PCI y su implementación. Por un lado, se destaca como una conceptualización que rompe con el viejo molde “monumentalista” de orientación eurocéntrica del patrimonio cultural, que reconoce a la cultura de todos los pueblos como igualmente “patrimoniable”. Además, posiciona su salvaguardia como tema de política pública, incorporando a los cultores y comunidades como tomadores de decisiones en su reconocimiento y gestión, y promoviendo el PCI en la esfera pública (Blake, 2016a; Blake, 2016b; Smeets & Deacon, 2016). Por otro lado, existen controversias respecto del PCI en tanto marco neoliberal transnacional que burocratiza las prácticas cotidianas bajo un lente conservacionista y mecanismos ajenos a estas (Kirshenblatt–Gimblett, 2004; Kirshenblatt–Gimblett, 2006; Bendix, 2009; Hafstein, 2009; Kuutma, 2013). Este intrincado debate, del cual participan especialistas y académicos de distintas disciplinas y ocupaciones, suele generar posiciones polares con entusiastas por un lado y detractores por el otro Sin embargo, creo no equivocarme al decir que los funcionarios, especialistas y académicos que trabajan con el concepto en su día a día 170
suelen, más bien, entender el PCI como un mecanismo que tiene alcances determinados, que porta oportunidades y riesgos, y cuyos resultados dependen de los objetivos y de las maneras como se gestione. Es decir, el PCI no es en sí mismo la panacea a todos nuestros problemas ni la debacle de las tradiciones como las conocemos. Yo, como especialista y académico dedicado al PCI desde hace algunos años, suscribo esta mirada, y la abordo desde una perspectiva estratégica, cínica e instrumental: el PCI es una herramienta que puede contribuir a impulsar las agendas de comunidades y grupos, y cuyo uso requiere de claridad de agendas y conocimiento del mecanismo. Igualmente, creo tampoco equivocarme al afirmar que esta perspectiva no es para nada nueva. Cultores, comunidades y otros actores vienen utilizando el PCI de esta manera. Su salvaguardia requiere de la colaboración de muchos actores, quienes encontrarán diferentes oportunidades en la salvaguardia de tradiciones, tales como promoción, reconocimiento, recursos, desarrollo local, chances de reelección u otros. De manera similar, los beneficios de las acciones de salvaguardia para, muchas de estas agendas, son también diferenciados: los recursos pueden llegar o no, la promoción puede tener un alcance mayor o menor al esperado, o políticos pueden o no beneficiarse electoralmente. Como bien mencionan Keith Provan y Brinton Milward (1995) para el caso de acciones colaborativas en gestión pública, diversos actores evalúan los resultados de manera diversa y de acuerdo a su propia posición. Es desde este punto de vista que quisiera analizar cómo las acciones de salvaguardia del PCI podrían alinearse con la agenda de visibilización afrodescendiente impulsada por activistas, instituciones y funcionarios. En efecto, su invisibilización tiene una textura compleja: esta población es invisible ―o lo ha sido hasta hace muy poco― en la historiografía nacional (más allá de breves menciones sobre la esclavitud), estadísticamente (al no ser variable censal entre 1940 y 2017), y en políticas y administración públicas (al no tener instancias concretas que traten su problemática específica), entre otros campos. Dado que no pretendo representar todas las posibles agendas que los afroperuanos pueden asociar al PCI, mi propuesta no busca ser prescriptiva ni exhaustiva. En su lugar, quisiera sugerir algunas oportunidades que podrían constituir un punto de partida de un debate sobre cómo el PCI y esta agenda afrodescendiente podrían alinearse. En primer lugar, las acciones de salvaguardia del PCI brindan a portadores la oportunidad de acceder a mecanismos oficiales para la representación de sus propias prácticas culturales. Una de las grandes ventajas de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de 2003 es que reconoce como PCI a lo que sus portadores identifican como tal, superando la mirada colonialista en la que el estatus patrimonial era atribuido por un grupo de “expertos” externos a la cultura en cuestión. Mecanismos como declaratorias de Patrimonio Cultural de la Nación ―solicitadas por los propios cultores― o planes de salvaguardia dirigidos por la comunidad o realizados participativamente con el Estado,
permiten a las comunidades producir representaciones de ellos mismos y sus prácticas que alcanzan carácter oficial y reconocimiento estatal. En un contexto de escaso reconocimiento estatal como el ya descrito, contar con esta calidad de discursos es una forma de visibilización: permite que las prácticas culturales afroperuanas se hagan presentes en la oficialidad estatal y generan sedimento burocrático que puede respaldar otras iniciativas culturales en pro del pueblo afrodescendiente. En segundo lugar, el reconocimiento oficial de los afrodescendientes y su cultura puede contribuir a posicionar a estas poblaciones en la agenda intercultural del Perú. El lente colonial de las élites criollas que forjaron este país construyó al indígena como problemática central de su proyecto nacional, en tanto población autóctona y mayoritaria. En consecuencia, la problemática relacionada a los pueblos indígenas en el Perú ha tenido un posicionamiento considerable en el pensamiento y las políticas nacionales, y fueron objeto de interés de investigadores y hacedores de políticas. Los afroperuanos, llegados con los españoles y con una cultura reconocida como asimilada en lo criollo hasta antes del revival de los sesenta, no han gozado de similar atención. El acceso sostenido a mecanismos de salvaguardia, en especial a los relacionados a investigación y difusión, puede contribuir a balancear esta agenda, afirmando a través de mecanismos oficiales que los afroperuanos son tan parte del proyecto de país como cualquier otra comunidad en el territorio patrio, impulsando su reconocimiento también en otras áreas de las políticas públicas. En tercer lugar, y en virtud de los dos puntos anteriores, el PCI brinda a los afrodescendientes la oportunidad de controlar en buena medida los términos de su autorrepresentación oficial, y les permite guiar los discursos oficiales sobre afroperuanos de manera creativa y enfocada a otros tipos de políticas. Dicho de manera más subversiva, el PCI como mecanismo es una plataforma en la que el esencialismo estratégico puede ser utilizado de manera consciente para impulsar agendas de visibilización, atención especializada y mejora de calidad de vida. El control sobre representaciones de lo afro en acciones de salvaguardia puede contribuir a oficializar elementos como la raigambre histórica y la singularidad de los afroperuanos y su cultura, así como reconocer sincretismos e intercambios culturales con poblaciones no afro. Es decir, el PCI es una de las avenidas a través de las cuales los afroperuanos pueden construir verdades oficiales sobre sí mismos, las que potencialmente pueden ser proyectadas a otros ámbitos de la acción estatal. Estas modestas alternativas por sí solas no van a lograr la ansiada visibilización de los afroperuanos, pero sí constituyen estrategias que pueden brindar gran respaldo a este objetivo clave. Estas no son necesariamente novedad, sino que surgen de los debates del PCI y la cultura afro entre académicos y entre especialistas. Al formularlas, he evitado plantear impactos grandilocuentes como una gran difusión o la inmediata transformación de las condiciones de vida locales como resultado de acciones del PCI. No sólo no existe evidencia de que éstos se den en todos los casos, sino que además se corre el riesgo de generar expectativas
que podrían no cumplirse. Salvo casos específicos, los impactos de las acciones del PCI son de alcance modesto y tienen sentido, sobre todo, para las comunidades que las impulsan. El PCI como mecanismo, sin embargo, sí puede ser utilizado estratégicamente como una importante herramienta que se sume a otras para lograr objetivos de mayor envergadura. El enfoque que presento requiere utilizar herramientas de la gestión pública para lograr las alternativas planteadas. Por lo tanto, exige que los afroperuanos y sus aliados se apropien de las herramientas de patrimonialización y dominen su expertise. Llevar a cabo estas alternativas, sin embargo, requiere también que se cumplan ciertas condiciones. La primera de estas es la necesidad de decolonizar el mecanismo, adaptándolo a los fines propios y, sobre todo, problematizando el rollo Unesco. Esto implica que, al usar el mecanismo, no debemos mirarnos a través de la retórica conservacionista y de reconocimiento externo que impulsa esta institución. Las prácticas culturales de los afroperuanos no son ni más ni menos importantes porque Unesco lo diga, y eso debe quedar muy claro. En términos de gestión, sin embargo, sus mecanismos brindan oportunidades fácticas para el objetivo de la visibilización afro en el Perú, e incluso a nivel internacional. Esto requiere, una vez más, de una mirada estratégica, que muchos cultores, activistas, funcionarios y estudiosos comparten. En segundo lugar, es central identificar a los distintos actores y agendas que impulsan estas acciones desde el propio pueblo afroperuano. En Perú, así como en otros países, los afrodescendientes no son una entelequia monolítica con el mismo origen, pensamiento y objetivos. Por el contrario, existen afroperuanos con distintas particularidades culturales, de distinto nivel socioeconómico y educativo, con distintas posiciones y responsabilidades y, sobre todo, con distintas necesidades y prioridades. De esta manera, la estrategia en torno al PCI debe dejar muy claro de quiénes son las agendas que se impulsan, cuáles son las relaciones de poder dentro de las alianzas colaborativas, y quiénes pueden estar quedando excluidos en esta labor. Es central asegurarse de que no se está hablando en representación de otro, y de que las agendas de alcance nacional no estén dejando de lado agendas locales. En tercer lugar, es muy importante desarrollar discursos de autorrepresentación que presenten un balance riguroso y fundamentado entre esencialismo estratégico, políticas de reivindicación étnica y los alcances del concepto de PCI. Pienso que la historiografía y sus discursos son maleables y apropiables. El uso de PCI para esta apropiación, sin embargo, debe tener ciertas consideraciones. En principio, el discurso debe estructurar su contenido en concilio con los parámetros del PCI: cultura viva, transmisión intergeneracional e importancia para la identidad colectiva. Asimismo, estimo necesario evaluar los alcances de la “africanización” del discurso. Es innegable la relación de la memoria afroperuana con África, pero esta relación debe conceptualizarse de manera cuidadosa. Primero, porque África es un continente diverso que contiene,
en la actualidad, 54 países y cerca de 2000 lenguas, por lo que referencias poco rigurosas a África como entelequia pueden perder seriedad. Segundo, porque al pensar en poblaciones Afrodescendientes no pueden ignorarse sus casi 500 años de presencia en el territorio nacional y sus desarrollos e intercambios culturales en este. Tercero, porque conviene analizar cuáles son las diferentes relaciones imaginadas y de memoria que distintos afroperuanos en todo el territorio nacional tienen con África, a fin de no estructurar narrativas parciales. Y cuarto, si el objetivo de la visibilización es el reconocimiento como pueblo singular dentro del proyecto nacional, utilizar la idea de “África” como único elemento de excepcionalidad podría causar el efecto contrario. Demás está decir que se requiere investigación y evidencia rigurosas para sostener este discurso. Mi planteamiento se alinea, antes que con una idea esencialista sobre el continente africano, con una idea de conciencia diaspórica como proyecto identitario y político, que conjuga la relación material e ideológica con un África conscientemente imaginada, la deconstrucción de sistemas de dominación global y la experiencia de vida de los afrodescendientes en la diáspora como elementos de importancia equivalente. Finalmente, y en lo personal, considero central pensar en las estrategias de visibilización a través del PCI a la luz de las oportunidades de avance político de las agendas afroperuanas que se dejaron pasar luego del revival afroperuano de los sesenta. Las propuestas de autorrepresentación afrodescendiente de aquel momento, especialmente las impulsadas por Victoria y Nicomedes Santa Cruz a través de música y danza, tuvieron un profundo contenido político, se estructuraron en torno a tradiciones afroperuanas, tuvieron una calidad artística singular y, sobre todo, fueron tremendamente exitosas para posicionar a los afroperuanos y su cultura en la esfera pública nacional. Sus controversiales ejercicios de recopilación, reinvención y africanización de las prácticas culturales, ciertamente cuestionables desde perspectivas antropológicas e históricas, tuvieron sin embargo el efecto de producir discursos sobre afrodescendientes creados por afrodescendientes y que cuestionaban la historiografía oficial criolla. Estos discursos, en su momento, lograron posicionar la cultura afro en el discurso nacional. En el caso de Perú Negro, incluso, se pudo representar la cultura nacional en el exterior, y tienen aún un impacto profundo en cómo entendemos a estas poblaciones. Luego de los setenta, sin embargo, y pese a los esfuerzos de importantes pensadores y activistas afroperuanos, este momentum por alguna razón que desconozco se perdió. Por el contrario, mucho de aquella música y danza derivó en prácticas comerciales apolíticas que folklorizaron y esencializaron a los afrodescendientes y su cultura, incurriendo a veces en prácticas racistas. Volver la mirada hacia el revival como proceso político con ojos críticos permite no solo recordar el tremendo poder de la cultura expresiva para la autorrepresentación y visibilización de poblaciones excluidas, sino también pensar en estrategias para canalizar este poder hacia el impuso de otras agendas y necesidades de la población afrodescendiente en el Perú.
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