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HISTORIA DE VIDA
Aunque se crio en el seno de un hogar cristiano, incursionó a temprana edad en el mundo de las drogas y las pandillas, hasta que su vida corrió peligro a causa de una venganza. Dios extendió su mano y la rescató del pecado.
RESCATADA DE
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LA MUERTE
ELISEO AQUINO/STEVEN LÓPEZ/ FOTOS: ARCHIVO FAMILIAR

UNA PISTOLA apuntaba su espalda y estaba rodeada de pandilleros. Jiesi Chic Hernández, era llevada secuestrada a las montañas de la colonia de Las Brisas, en Guatemala, para quitarle la vida en venganza porque había golpeado a varias mujeres de otras bandas que, por ese entonces, asolaban la ciudad. A sus 17 años, ella veía su muerte muy cerca. Aunque en un primer momento había sido desafiante ante sus captores, luego de unos minutos, percibió que estaba en una difícil situación y corría enorme peligro. Entonces sintió miedo. Mientras caminaba rumbo a una colina, Jiesi simuló varias veces que trastabillaba para tener una chance de poder escapar o ser auxiliada por la gente que pasaban por el lugar. No tuvo el resultado esperado; al contrario, era golpeada por la espalda con más violencia. Con la voz entrecortada y con los ojos llorosos, ella suplicó a Dios desde lo más profundo de su corazón y pidió su libertad. Una compañera de clases se había prestado a colaborar con el secuestro, pero, al percibir el fatal desenlace, intentó persuadir a los maleantes. La respuesta fue negativa.
Nacida cristiana
Jiesi Chic Hernández vio la luz de vida en un hogar cristiano, en la colonia Maya de la ciudad de Guatemala; era la quinta de diez hermanos. Tuvo una infancia llena del amor y cuidado de sus padres que impartían diariamente la Palabra de Dios y le enseñaban el buen camino de la fe. Asistía frecuentemente a la iglesia cristiana y le gustaba participar del grupo de alabanzas y de teatro; en su corazón estaba el deseo de servir a Dios todo el resto de su vida. Cuando ella tenía 10 años, su padre Samuel decidió trasladar a la familia hacia otra colonia; compró un terreno para que todos vivieran cómodamente. No imaginaba que sería el inicio de una serie de hechos lamentables para su familia. Escogió la zona de Las Brisas, un lugar donde la delincuencia, las drogas y la vida libertina imperaban diariamente. Asimismo, las pandillas y maras salvatruchas gobernaban las calles y principales avenidas. No había noche sin los estampidos de disparos y gritos de auxilio. En el nuevo vecindario, los hermanos mayores fueron tentados rápidamente por el pecado; a los pocos meses dejaron la iglesia y comenzaron con la inhalación de estupefacientes.


Promesas olvidadas


vía asistía a la iglesia junto a sus padres y demás hermanos menores. Cada vez que participaba en los cultos, desde el fondo de su corazón deseaba servir a Dios el resto de su vida. Sin embargo, a los pocos meses olvidó sus promesas y se involucró en las drogas. Fue un día en que su hermano Augusto llegó a su casa y la encontró en la sala mirando televisión. Al ver que sus padres habían salido hacia la iglesia, él sacó de su bolsillo un sobre con marihuana y la invitó; en un primer momento ella lo rechazó y hasta le reclamó por su accionar; pero, luego de varios minutos de duda, la tentación la venció y aceptó fumar. Desde ese instante, su vida dio un giro radical. Se volvió adicta a las drogas. Para que sus padres no se dieran cuenta de su andanzas, en las noches, antes de drogarse, asistía a la iglesia,

pero ya no alababa a Dios como antes. De ser una niña ejemplar, con valores y buenos modales, se convirtió en una persona agresiva y calculadora. Cierto día, Marcelina Hernández, madre de Jiesi, la mandó a comprar algunas enseres para la casa; cuando iba rumbo a la tienda, presenció atónita cuando un grupo de pandilleros interceptaron a un joven y lo mataron. No sería el único crimen del que sería testigo.
Dolor en el hogar
Cierto día una trágica noticia conmocionó a su hogar. Su hermano mayor, Rolando, fue asesinado por unos delincuentes durante un asalto a mano armada. El dolor agobió a la familia y muchos de los hermanos reprocharon a Dios por no haberlo protegido; varios, incluso, se negaron a seguir asistiendo a la iglesia. Jiesi Chic Hernández lloró de dolor y se refugió más en las drogas. Ya no ocultaba su adicción y durante gran parte del día estaba bajos los efectos de algún estupefaciente. Luego de la muerte del hermano y frente la agudización de la criminalidad en esta colonia, su hermano Augusto, quien la llevaba por el camino de las drogas, decidió irse a otra ciudad. Al no tener alguien que le proveyera de droga, ella misma salió a buscarla en las calles. Su adicción no le permitía ver el peligroso camino que transitaba. Buscó ingresar a una de las pandillas que gobernaban la zona, pero fue rechazada por su edad. Al ver que no la aceptaba, se volvió más agresiva para ganar respeto y ser temida por la gente. En el colegio se enfrentaba a golpes con las compañeras que pertenecían a otras pandillas. Su comportamiento agresivo la hacía sentirse bien, pero no imaginaba que se estaba ganando enemigos y una sentencia de muerte. Muchas jóvenes que ella golpeaba sin miramientos la amenazaban.
Cuestión de venganza
Jiesi Chic Hernández veía que sus padres, encerrados en su dormitorio, imploraban por la vida de sus hijos. Aunque en un primer momento, esa escena la conmovía, a las pocas horas después volvía a lo mismo. Buscó una y otra pandilla para ingresar, pero no la aceptaba, sin entender por qué a la negativa. No entendía porque la rechazaban, aunque era respetada por muchas personas de mal vivir. Hasta que llegó el día en que una amiga de colegio la llevó con engaños a un paraje donde esperaba un grupo de pandilleros para secuestrarla y luego asesinarla. Era el punto de quiebre en la vida violenta que llevaba, parecía que ese era su último día en este mundo. En la colina, a donde había sido llevada por los malhechores, se arrodilló y miró al cielo, esperando un milagro de Dios. No pasó ni medio minuto, cuando una patrulla policial apareció en medio del bosque para capturar a los pandilleros. Jiesi logró zafarse de los captores y corrió hacía los árboles, mientras agradecía a Dios. Sabía que sus suplicas habían movido la mano del Todopoderoso y le permitieron librarse de la muerte. Llegó a su casa y no encontró a nadie. Entonces, decidió ir a la iglesia del Movimiento Misionero Mundial (MMM) de las Lomas de San José, a donde sus padres asistían. Cuando entró, el culto estaba por culminar, pero eso no le importó para correr hasta el altar y entregar su vida a Dios. Agradeció a Dios por haberla salvado y darle una nueva oportunidad de vida. Arrepentida por su camino equivocado, alzó sus manos hacia el cielo y sintió como su cuerpo comenzaba a sentir una paz inigualable.
Dios restaurador
Desde ese momento, Jiesi fue una joven de testimonio y ejemplo para sus amigos y vecinos, quienes tenían a sus hijos inmiscuidos en las drogas y pandillas. Pese a que tuvo momento de intenso dolor causa de la muerte de algunos de sus hermanos asesinados por delincuentes, mantuvo firme su fe por Dios. Ahora con 26 años, es líder de jóvenes en la iglesia MMM Lomas de San José y testifica en las campañas las grandes cosas que Cristo hizo en su vida.