El debate sobrepasa los pequeños escrúpulos de una moral coirporativa, e interesa a toda nuestra civilización occidental. Todo lo conducía a ello: la herencia cristiana como la herencia clásica. Los griegos y los latinos, eran pueblos historiógrafos. El cristianismo es una religión de historiadores. Otros sistemas religiosos han podido fundar sus creencias y sus ritos en una mitología más o menos exterior al tiempo humano. Por libros sagrados, tienen los cristianos libros de historia, y sus liturgias conmemoran, con los episodios de la vida terrestre de un Dios, los fastos de la Iglesia y de los santos. El cristianismo es además histórico en otro sentido, quizá más profundo: colocado entre la Caída y el Juicio Final, el destino de la humanidad representa, a sus ojos, una larga aventura, de la cual cada destino, cada “peregrinación” individual, ofrece a su vez, el reflejo; en la duración y, por lo tanto, en la historia, eje central de toda meditación cristiana, se desarrolla el gran drama del Pecado y de la Redención. Nuestro arte, nuestros monumentos literarios, están llenos de los ecos del pasado; Nuestros hombres de acción tienen constantemente en los labios sus lecciones, reales o imaginarias. Convendría, sin duda, señalar más de un matiz en la psicología de los grupos. Hace mucho tiempo lo observó Cournot; eternamente inclinados a reconstruir el mundo sobre las líneas de la razón, los franceses en conjunto viven sus recuerdos colectivos con mucha menor intensidad que los alemanes, por ejemplo. Los historiadores deberán reflexionar sobre ello. Por que es posible que si no nos ponemos en guardia, la llamada historia mal entendida acabe por desacreditar a la historia mejor comprendida. Eso sería a costa de una profunda ruptura con nuestras más constantes tradiciones intelectuales. Leed lo que se escribía antes de la guerra, lo que todavía GISSEL ROMERO
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