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© Mariano Alameda, 2025

Para esta edición:

© Editorial Siglantana S. L., 2025

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Instagram: @siglantana_editorial

YouTube: www.youtube.com/siglantanalive

Ilustrador: Michael Stiven González García

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar a través de la web www.cedro.org o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

ISBN: 978-84-10179-72-1

Depósito legal: B 11222-2025

Impreso por Winihard Gràfics, S.L. - Moià (Barcelona) en papel ecológico certificado por FSC®.

Cada relato de este libro encierra una enseñanza universal, una perla de sabiduría que pide ser descubierta y digerida a fuego lento. Te invito a que trabajes con cada historia. Porque cada animal protagonista es un espejo simbólico que puede devolverte fragmentos perdidos de ti mismo.

REDENCIÓN EL MIRLO

Y EL CUERVO MILENARIO

No se abrió la flor por miedo al insecto… y era una abeja.

En el único árbol que había en el único claro de un precioso bosque vivía un único mirlo huérfano, de plumaje oscuro y ojos brillantes e inocentes como gotas de tinta. Sus padres habían sido cazados cuando él era solo un polluelo. Se quedó sin nadie que lo cuidara durante mucho tiempo. Aprendió a sobrevivir solito, en un nido que se fue poco a poco estropeando, hasta que una noche de tormenta se voló y se destrozó contra el suelo. Desde ese día, el mirlo intentaba hacerse un buen nido, pero nadie le enseñó a hacerlo bien.

Intentó construirlo muchas veces, con ramas torcidas y hierbas húmedas, pero se deshacía con el viento. Los otros pajarillos del árbol se burlaban.

—¡Parece un nido de lombrices! —reía el herrerillo.

—¡Ni una urraca lo usaría de basurero! —se mofaba la lavandera.

Avergonzado, bajaba el pico y pensaba cómo aprender. Después de tres o cuatro intentos más, y desesperado por encajar dentro del árbol y tener, como los demás, su propia casita, el mirlo cometió un error. Una noche robó ramitas y plumas

del precioso nido del tejedor dorado, el pájaro más respetado del árbol, famoso por la perfección de su construcción. Pero una urraca lo vio y lo denunció. Y lo descubrieron. Y fueron a su nido. Y comprobaron que contenía ramas del tejedor.

Este convocó al Consejo del Árbol Solitario, reunió a todos y lo acusó en voz alta.

—¡Este mirlo es un ladrón! Que todos lo sepan. ¡Y que nadie vuelva a fiarse de él!

Lo obligaron a devolver las ramitas una a una, bajo el desprecio de los demás.

Desde aquel día, nadie lo saludó.

El mirlo, sin embargo, no se rindió. Durante días intentó reparar su falta: un día reunió un montón de insectos para el tejedor y los dejó en su rama. Pero el tejedor le preguntó con mala cara a quién se los había robado. Eso sí, los metió muy rápido dentro de su precioso nido para que nadie se los quitara.

Otra tarde se dedicó a reforzar las casitas de otros sin que nadie se lo pidiera, para ver si le perdonaban, pero lo echaron creyendo que venía a robarles algo.

Una noche, decidió dormir en el frío suelo, jugándose la vida, a ver si alguien se apiadaba de él y lo invitaba a pasar la noche en su nido o lo ayudaba a construir el suyo. Pero lo miraron desde las alturas y nadie lo llamó.

El pobre pajarillo se quedó allí, en el suelo, totalmente rechazado. Solo había robado una vez, pero todos lo trataban como si fuera para siempre. Nadie lo invitó a subir.

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