Cazador de imagenes ...

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Prólogo

Dicen que cuando el mundo se rompió, nadie escuchó el sonido.

Que el fin no fue una explosión, sino una lenta disolución del color.

En ese silencio, algunos eligieron olvidar.

Otros eligieron disparar.

No con armas.

Con cámaras.

Este libro es el rastro de dos miradas.

La de un hombre que busca registrar la caída del mundo, y la de una mujer que aún cree que hay belleza en lo que arde.

Sus pasos no siguen mapas, sino ruinas.

Sus imágenes no buscan respuestas, sino huellas.

Lo que estás a punto de leer no es una historia lineal.

Es una colección de fragmentos, capturados justo antes de que se apaguen.

Algunas fotos no se revelan.

Algunas verdades tampoco.

Pero si miras bien, entre las sombras... ...quizá encuentres algo que aún respira.

Capítulo 1: El que camina con la cruz

No todos los que caminan entre ruinas buscan sobrevivir. Algunos buscan memoria. Otros buscan redención.

En el bosque negro, entre ramas vencidas y raíces como dedos de muertos, avanzaba él. Su silueta, recortada contra la bruma, no parecía pertenecer al tiempo presente.

Cargaba una cámara antigua, de cuerpo metálico, colgada al pecho como una promesa. A su lado, una cruz. No de fe, sino de recuerdo.

El viento traía voces. Algunas eran suyas, otras no.

Riky, lo llamaban en los márgenes del mundo. Pero nadie sabía si ese era su nombre real o solo un eco de lo que fue.

La tierra se abría ante él como si supiera que iba a ser capturada. No para ser admirada, sino entendida.

Entonces, desde el sur, entre árboles agrietados, llegó ella.

-Siempre llegas antes que la niebla -dijo, sonriendo como quien sabe que ese día cambiará algo. Era bella, pero no de forma evidente. Su belleza era un susurro que se asentaba lentamente, como la luz en una fotografía bien revelada.

Llevaba una Leica de los viejos tiempos, tatuajes invisibles bajo la ropa, y una mirada tan aguda como un bisturí.

-¿Dónde vamos hoy? -preguntó.

-A lo que queda.

-¿Y qué queda?

-La ruina. La señal. El inicio del fin.

Y entonces caminó, y ella lo siguió.

Así comenzó la última serie de imágenes que alguien capturaría antes de que todo se borrara.

Capítulo 2: El vigía del silencio

A media mañana, el bosque comenzó a cerrarse sobre sí mismo. Las hojas, antes susurrantes, ahora parecían cuchillas colgando en el aire.

La fotógrafa se detuvo.

-¿Lo oyes?

-¿Qué?

-Nada. Ese es el problema.

Riky alzó la cámara. No para capturar lo visible, sino para encontrar lo invisible.

Y entonces lo vio.

Un pájaro. Pequeño. Inmóvil.

Como si alguien lo hubiera colocado ahí como advertencia.

Entre las ramas, con las alas recogidas, les observaba con intensidad inhumana. No emitía ningún sonido. Solo miraba.

Ojos rojos.

No era un brillo de sol. No era una casualidad.

-¿Qué clase de animal tiene esa mirada? -preguntó ella, bajando su cámara lentamente.

-Uno que ha visto lo que viene.

Riky disparó. Una sola foto.

El obturador sonó como un latido solitario.

Cuando bajó el visor, el pájaro ya no estaba.

Ella se giró hacia él.

-¿Lo pillaste?

-No estoy seguro de si era para nosotros o sobre nosotros. Y entonces el viento cambió.

El bosque empezó a susurrar nombres que no eran suyos.

Capítulo 3: Lo que vuela no siempre huye

La senda descendía entre peñascos partidos y raíces que surgían del suelo como venas a punto de explotar.

El cielo, que había permanecido mudo durante horas, se quebró con un grito. Un buitre.

Solo.

Planeaba sobre ellos con las alas abiertas, surcando la línea del horizonte como si escribiera un mensaje.

-No nos quita ojo -murmuró ella, enfocando su Leica.

Él apuntó su cámara también, pero no disparó.

-No es a nosotros a quien mira -dijo, bajando el visor.

-¿Entonces?

-Está reconociendo el terreno. Como si esto no fuera suyo... todavía.

Un relámpago cortó el cielo. La luz blanca tiñó por un segundo el pico curvado del ave.

-Deberíamos seguir -dijo ella.

-¿Tienes miedo?

-No. Solo sé que a veces lo que se queda demasiado tiempo mirando... ataca.

Él sonrió por primera vez en todo el día.

-Y yo pensaba que eras tú la que no huía nunca.

-No huyo. Me retiro estratégicamente.

Se miraron apenas un segundo. No era una mirada larga, ni profunda, ni reveladora. Pero bastó.

El buitre seguía en el cielo.

Y bajo su sombra, el mundo parecía más frágil.

Capítulo 4: Lo que acecha no parpadea

El silencio se volvió espeso.

Como si algo en el aire esperara a ser interrumpido.

Avanzaban por un pasadizo natural, entre ramas retorcidas que parecían manos pidiendo auxilio desde la tierra.

Entonces ella se detuvo.

-No te muevas.

Él no preguntó. Cuando ella hablaba así, era porque la imagen ya estaba allí.

A cinco metros, sobre una roca gris, lo esperaba.

Un buitre. No uno más.

Este no volaba. Este observaba.

Ojos como carbones encendidos. Cuerpo tenso. Pico ligeramente entreabierto. Como si estuviera a punto de hablar.

-Está demasiado cerca -susurró él.

-Está demasiado quieto -añadió ella.

El clic de su obturador fue un suspiro. El ave no se inmutó.

-¿Qué crees que busca? -preguntó ella.

-No lo sé.

Él alzó la cámara. Pero antes de enfocar, notó su mano.

La de ella. Sobre la suya.

-Déjalo -dijo-. No todo lo que se puede fotografiar debe ser guardado.

La miró. Ella no retiró la mano.

Durante ese instante, el mundo pareció detenido entre dos gestos: el de observar... y el de tocar. Cuando bajaron la mirada, el buitre ya no estaba.

Capítulo

5: Donde el sol aún no se ha rendido

Caminaron hasta que la luz comenzó a pelear con la niebla.

A lo lejos, el sendero parecía estirarse como si el mundo aún no supiera que estaba roto.

-Aquí ocurrió algo -dijo ella.

-Aquí siempre ocurre algo -respondió él.

El sol se filtraba por entre las ramas, no con alegría, sino con obstinación.

Como si se negara a morir del todo.

Frente a ellos, un niño.

O una sombra.

Caminaba a paso lento, sin volverse. No parecía asustado. Tampoco curioso. Solo... apartado del resto del mundo.

-¿Lo ves? -preguntó ella.

Él asintió.

Levantó la cámara, pero dudó.

-No estoy seguro de que debamos.

-¿Por qué no?

Él guardó silencio unos segundos. Luego dijo:

-Una vez fotografié a alguien que no estaba ahí.

-¿Y?

-La foto salió perfecta. Pero desde entonces, me mira cada vez que revelo un carrete. Ella se detuvo.

-¿Era un niño?

-No lo sé. Pero se parecía a él.

Cuando volvieron a alzar la vista, la silueta ya había desaparecido.

-A veces pienso -susurró ella- que tú ya has estado aquí.

-Y a veces pienso que tú nunca te fuiste.

Capítulo 6: El lugar donde se bifurca el alma

No todos los caminos son caminos. Algunos son advertencias.

El sendero giraba de forma extraña, como si evitara mostrar su final.

Las ramas se entrelazaban arriba como si quisieran tapar el cielo.

-Es como un túnel hecho de cicatrices -dijo ella, bajando la cámara-. ¿Estás seguro de que es por aquí?

-No. Pero eso no ha cambiado nada antes.

El viento no entraba allí. Todo era humedad detenida, olor a tierra que respira y ramas que parecen hablar entre sí.

En la curva del camino, algo titilaba. No una luz, sino una presencia.

Ella apretó el paso. Él la siguió, pero no sin mirar atrás.

-¿Sabes qué me asusta? -preguntó ella.

-¿Los cuervos?

-No.

-¿Los buitres?

-Tampoco.

-¿Entonces?

-Tú. Cuando dejas de hablar.

Él sonrió, pero no dijo nada.

Al final de la curva, se abría una bifurcación: una senda hundida hacia el barro... y otra que ascendía envuelta en niebla.

-Yo iría por arriba -sugirió ella.

-Yo por abajo.

Se miraron. La pausa fue larga.

-Si nos separamos aquí, ¿me encontrarás después? -preguntó ella.

-No tendría otra razón para seguir disparando.

Tomaron la senda descendente.

Juntos.

Capítulo 7: El lugar donde descansa el ruido

El agua no corría. Susurraba. Era una voz vieja, sin idioma, que se abría paso entre piedras cubiertas de musgo y raíces como costillas.

-Aquí no parece que el mundo esté muriendo -dijo ella, sentándose al borde de una roca.

-Aquí parece que el mundo aún se acuerda de cómo respirar.

Riky no disparó su cámara. Solo la sostuvo entre las manos, como un relicario.

-¿Tú crees que esto existía antes del apocalipsis? -preguntó ella.

-Creo que esto no necesita existir. Solo... sigue.

El agua bajaba por la cascada en capas suaves. No era grandiosa, pero sí precisa. Como un recuerdo que vuelve en silencio.

Ella metió la mano en el agua. Cerró los ojos.

-Está fría. Pero no de forma mala. De forma... verdadera.

Él se sentó junto a ella.

-¿Tú recuerdas la última vez que no teníamos que correr? -preguntó.

-Sí. Fue el día que disparaste la foto del cementerio vacío. Yo llevaba botas nuevas.

-Tú siempre llevas botas nuevas.

-No. Tú siempre te fijas.

Silencio. Agua. Luz. Nada más.

Él la miró. No como quien observa, sino como quien decide si quiere quedarse.

-Si pudiera elegir una sola imagen para llevarme al otro lado -dijo-, creo que sería esta.

-¿Por la cascada?

-No. Por ti, tocándola.

Ella no respondió. Pero su sonrisa dibujó la forma exacta del sol que aún quedaba.

Capítulo 8: La forma blanca del presagio

El agua no reflejaba nada. Ni cielo. Ni árboles. Ni siquiera a ellos.

Solo una figura blanca.

-¿Eso es... una garceta? -preguntó ella, con la voz casi rota.

-Lo parece.

Estaba en mitad del pantano, tan quieta que podría haber sido de piedra. -Tiene algo raro.

-Lo sé.

Él miró por el visor. El zoom lo acercó.

Ojo rojo.

Como si alguien le hubiera dejado una marca. Como si ya perteneciera a otro plano.

-¿Está mirando hacia nosotros? -susurró ella.

-No. Está esperando que miremos hacia ella.

El aire era espeso. Las ramas colgaban como sogas.

Ella alzó su cámara. Pero no disparó.

-No puedo.

-¿Por qué?

-Tengo la sensación de que si le tomo una foto, no podré dejar de verla.

El ave giró la cabeza.

Despacio. Sin miedo. Como si supiera lo que eran.

-Esto no es fauna -dijo Riky.

-¿Entonces qué es?

Él bajó la cámara.

-Algo que nos está esperando más adelante.

El agua comenzó a moverse. Pero la garceta seguía inmóvil.

Cuando dieron un paso atrás, ella susurró:

-Hoy... por primera vez, no quiero revelar nada.

-Y eso -respondió él- significa que la foto ya está dentro.

Capítulo 9: El guardián del umbral

La marea había bajado. No por el sol.

No por la luna.

Por algo que nadie había invitado.

La orilla estaba desierta. Las rocas aún húmedas parecían respirar.

Y allí, sobre una de ellas, esperaba el cormorán.

Negro como el cielo antes de una catástrofe.

-¿Por qué tengo la sensación de que ya hemos estado aquí? -preguntó ella.

-Porque tal vez no hemos salido nunca. El ave no se movía. Solo su ojo parecía activo: un punto rojo, perfecto, imposible de ignorar.

-Es la segunda vez que veo esa mirada -murmuró Riky.

-¿Y la primera?

-La noche que comenzó el apagón.

Ella no preguntó más. Solo enfocó. Disparó.

El sonido del obturador se tragó las olas.

-Este no es un animal -dijo ella.

-No. Es un testigo.

-¿De qué?

-De lo que estamos a punto de hacer.

Una ráfaga de aire frío subió desde las grietas.

A lo lejos, en la colina, se recortaba la silueta de una estructura olvidada. Un templo. Una capilla. O quizá algo más viejo.

-¿Es ahí? -preguntó ella.

Él asintió.

-Es ahí donde termina la última imagen.

Capítulo 10: La imagen que no se revela

El agua rodeaba la isla como si quisiera pedir perdón. La estructura se alzaba en mitad del lago, suspendida entre la niebla y el silencio.

No era una iglesia. No exactamente.

Era algo construido para recordar. O para olvidar.

-¿Eso es lo que buscábamos? -preguntó ella.

-No lo sé. Pero es lo único que queda.

Atravesaron el paso inundado. Las piedras resbalaban. Ningún sonido más allá del chapoteo de sus botas y el zumbido invisible que crecía con cada metro.

Cuando llegaron al centro de la isla, la puerta estaba entreabierta. Dentro no había altares. Ni bancos. Ni símbolos.

Solo una pared cubierta de fotografías.

Blanqueadas.

Borrosas.

Algunas, vacías.

-¿Quién las hizo? -susurró ella.

-Nosotros. Tal vez aún no. Tal vez ya.

Riky se acercó. En una de ellas se veía una figura masculina con una cruz al cuello. En otra, una mujer sentada junto a una cascada. En otra, un pájaro de ojos rojos.

-¿Es esto el archivo? -preguntó ella.

-Es el final.

-¿Lo vas a fotografiar?

Él alzó la cámara. Miró por el visor. Pero no disparó.

Bajó lentamente la cámara y la colgó.

-Algunas imágenes no necesitan ser reveladas -dijo.

Ella se acercó y apoyó la cabeza en su hombro.

Afuera, el viento cambió de dirección.

Dentro, por primera vez en mucho tiempo, no sintieron frío.

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