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FOMENTANDO LA INTELIGENCIA ESPIRITUAL EN LAS UNIVERSIDADES: UNA APUESTA POR EL SERVICIO SOLIDARIO

Jorge Abraham del Valle Márquez - Coordinador del Voluntariado

Si bien las universidades pueden cumplir diferentes cometidos dentro de una sociedad, existen dos funciones fundamentales que pueden vincularse con su esencia. La primera es la formación y capacitación de personas competentes; la segunda, la investigación y generación de conocimiento científico. Esta responsabilidad vinculada con la producción y transmisión del conocimiento, enfocada en incidir sobre su entorno, coloca a las universidades en una posición privilegiada para enfrentar la multifacética crisis de nuestros tiempos.

En este escrito explicaré por qué considero que en las universidades debe fomentarse el desarrollo de la dimensión espiritual, tanto en académicos como en alumnos, y que la promoción del servicio solidario consciente es un camino privilegiado para lograrlo, incrementando así su contribución a la sanación de la sociedad contemporánea.

A lo largo de la historia de la humanidad ha sido común que la función religiosa y académica vayan de la mano. En diversas culturas y religiones, los sacerdotes no solo se encargaban de los ritos religiosos, sino también de generar, custodiar y transmitir el conocimiento. El conocimiento intuitivo, derivado de la experiencia espiritual, se integraba con el conocimiento racional, proveniente del uso de la lógica y la observación metódica.

Desde la Revolución Científica, estos dos tipos de conocimiento se han ido separando, al punto de que las instituciones que los fomentan, en muchas ocasiones, han entrado en conflicto. Sin embargo, tanto la inteligencia racional como la inteligencia espiritual

capacitan al ser humano para comprender el mundo que lo rodea, encontrar su lugar en él y vivir en plenitud. Estas inteligencias, lejos de estar en oposición, se complementan y juntas permiten al ser humano desarrollar plenamente su potencial.

La inteligencia racional utiliza la lógica y los conceptos para llegar a conclusiones. Es una forma poderosa de inteligencia, pero relativamente sencilla de entender, ya que el proceso racional ocurre de manera completamente consciente. Cuando llegamos a una conclusión lógica, podemos explicar, paso a paso, cómo lo hicimos. Además, actualmente podemos evidenciar su poder cuando se usa sistemáticamente mediante el método científico. ¿Cómo no confiar en ella cuando la física nos permite volar en aviones, la biología nos capacita para modificar genéticamente organismos, y la ingeniería desarrolla robots que realizan cirugías milimétricas?

Con la inteligencia espiritual es distinto. A pesar de ser una dimensión humana que todos desarrollamos, consciente o inconscientemente, no es común tener un concepto claro de lo que significa. Cuando imparto talleres relacionados con la espiritualidad suelo preguntar si saben qué significa esta palabra y todos suelen responder que sí; sin embargo, rara vez alguien puede definirla. Por ello, considero importante abordar el término brevemente.

Ricardo Wolman (2003) define la inteligencia espiritual como:

[…] la capacidad del ser humano para hacerse preguntas fundamentales sobre el significado de la vida y para experimentar, al mismo tiempo, la perfecta

conexión entre cada uno de nosotros y el mundo que nos rodea.

Howard Gardner (1999) la describe como:

[…] la capacidad para situarse a sí mismo con respecto al cosmos, así como con respecto a los rasgos existenciales de la condición humana: el significado de la vida, el significado de la muerte y el destino final del mundo físico y psicológico en experiencias profundas como el amor a otra persona o la inmersión en un trabajo de arte.

Escojo estas definiciones porque ambas destacan lo que considero la clave para comprender este concepto: nuestra dimensión espiritual está profundamente relacionada con nuestra capacidad de conectarnos e integrarnos.

Danah Zohar (2016) nos ofrece una explicación clara sobre lo que ocurre en nuestro cerebro al activar la inteligencia espiritual. Experimentos realizados en la Universidad de Wisconsin-Madison muestran que, a diferencia de la inteligencia racional o asociativa que activan áreas específicas del cerebro, la inteligencia espiritual activa el cerebro completo. Esto se observó mediante estudios con monjes tibetanos en meditación profunda quienes, al ser cuestionados sobre su experiencia, describieron sentirse “conectados con el todo”.

La espiritualidad es integración. Fritjof Capra (2014) lo expresa así:

Una experiencia espiritual es una experiencia de despertar en la que el cuerpo y la mente forman una unidad. Esta experiencia de unidad no solo supera la separación entre cuerpo y mente, sino también entre el individuo y el mundo que lo rodea. La experiencia central de estos momentos espirituales consiste en un profundo sentido de unidad con el universo.

Quien ha trabajado seriamente en su dimensión espiritual sabe que desarrollarla no solo es fundamental para vivir en plenitud, sino también para entender la causa raíz de los grandes problemas que aquejan a la humanidad. Después de todo, el abuso de poder y la opresión están inevitablemente vinculados con una falta de desarrollo espiritual en quienes los ejercen.

El conocimiento racional, sin conciencia espiritual, corre el riesgo de actuar contra la vida, algo evidente hoy en día. Por ejemplo, en 2023, Estados Unidos destinó el 46.2 % del presupuesto federal para investigación y desarrollo a fines militares (Congresional Research Service, 2023). Este dato es especialmente relevante considerando que Estados Unidos es, por mucho, el país que más invierte en investigación. La ciencia es una herramienta poderosa, pero dependiendo de los propósitos que sirva, puede ayudarnos a mejorar nuestras vidas o destruirnos.

Fomentar la dimensión espiritual en las universidades

¿Cómo podemos fomentar esta dimensión espiritual desde nuestras universidades? Existen diversos métodos probados: el contacto profundo con la naturaleza, la meditación, el silencio, la soledad, la oración y el arte, entre otros. Sin embargo, retomando lo dicho sobre la espiritualidad como conexión e integración, un camino privilegiado es el encuentro con otras realidades.

Las universidades, como espacios de encuentro entre culturas, y de intercambio de conocimientos y experiencias, tienen una posición privilegiada para fomentar este desarrollo. En las universidades jesuitas se evidencia con los programas de intercambio internacional, donde los alumnos tienen la oportunidad de sumergirse en culturas completamente distintas a las suyas. Al salir de su zona de confort, los estudiantes cuestionan sus esquemas mentales, abren su mente y permiten que su dimensión espiritual se exprese con mayor libertad. Quien explora el mundo sabe que, tras un encuentro profundo con otra cultura, nunca se vuelve a ser el mismo.

El encuentro y la apertura hacia otras realidades ayudan a desarrollar nuestra espiritualidad. Si queremos profundizar en este aspecto debemos mirar hacia las grandes tradiciones espirituales y, en nuestro contexto, al cristianismo como fuente de inspiración para las universidades de AUSJAL. Desde esta perspectiva, la cultura del encuentro cobra una dimensión más profunda al integrar la solidaridad.

El cristianismo ofrece un camino espiritual diverso en carismas, pero fundamentado en el encuentro solidario con el otro. La solidaridad está en la esencia de este camino de despertar espiritual y unión con Dios. El Evangelio presenta a Jesús como un ejemplo de entrega total al servicio de los demás, especialmente de los más necesitados, marcando un camino claro hacia la plenitud. Este camino cristiano transforma el encuentro en una experiencia espiritual profunda y potente.

Queda claro que las universidades jesuitas están llamadas a promover el desarrollo de la dimensión espiritual de sus alumnos, y que este camino debe comenzar con el encuentro solidario con el otro. Este encuentro transformador permite integrar, mediante la inteligencia espiritual, el conocimiento científico con todas las dimensiones humanas.

Es imperativo formar personas conscientes de su conexión con los demás, con la naturaleza y con Dios; personas que descubran su principio y fundamento, y que entiendan que solo a través del servicio y la entrega consciente podrán alcanzar su madurez espiritual. Como escribe Gibran Jalil (1997): […] Y como un fruto maduro, caer y ser objeto de consumo”.

En el Voluntariado Ignaciano AUSJAL soñamos con contribuir a este propósito, y los testimonios de estudiantes que ya han pasado por el programa como Daniel, Celimar, Daniel y Leonel de la UCAB Caracas; Camila, Ricardo, Sandra y Ricardo del ITESO Guadalajara; Luisa, Valeria, Natalia y Mariana de la PUJ Bogotá; Pablo y Diego de la URL Guatemala; y de Regina y Leyre de IBERO León confirman que nuestros intercambios de voluntarios entre universidades latinoamericanas generan experiencias transformadoras. Esta vivencia no solo potencia su desarrollo espiritual, sino que también los lleva a redefinir su vida profesional.

Para cerrar, me gustaría comentar que en un mundo en constante cambio y ante una generación con tendencias autodidactas, las universidades, tal como las conocemos, deben transformarse para no desaparecer. La cultura del encuentro solidario puede ayudar a resignificar nuestra labor y convertirnos en agentes de cambio. Esto es cada vez más necesario en un planeta urgido de una transformación profunda que altere el rumbo de una sociedad al borde del colapso. Soltemos nuestras certezas, abramos nuestras mentes al cambio, escuchemos a nuestros alumnos y confiemos en Dios.

Referencias

  • Capra, F. (2014). The Systems View of Life. A Unifying Vision. Cambridge University Press.

  • Congressional Research Service. (2023). Federal Research and Development (R&D) Funding: FY2024. https://crsreports.congress.gov/ product/pdf/R/R47564

  • Gardner, H. (1999). Inteligencias múltiples: la teoría en la práctica. Paidós.

  • Gibran, K. (1997). El loco. Teorema.

  • Wolman, R. (2003). Pensar con el Alma. Obelisco.

  • Zohar, D. (2016). The Quantum Leader. Prometheus.

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