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¿Inteligencia artificial o auténtica sabiduría? Llamado de alerta sobre la Medicina y tecnología “No basta con transformar el mundo. Eso sucede ampliamente incluso sin nuestro concurso. Para que el mundo no siga cambiando sin nosotros, y no se transforme al final en un mundo sin nosotros” Günther Anders La obsolescencia del hombre, tomo II.
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Por el Dr. Ignacio Katz
ecíamos en el artículo anterior: “En un momento que requiere de la transformación del Sistema de Salud con un Estado en un mundo en transición, una brújula debe indicar la dirección. Esa guía es el uso adecuado de la tecnología actual”. Efectivamente, la tecnología, como el dios Jano, presenta dos caras: una oportunidad y un riesgo. Oportunidad de multiplicar y fortalecer capacidades; y el riesgo de perder discernimiento y elección. La herramienta suele diferenciarse de la máquina en que la primera es manipulada por la mano humana, mientras que la segunda tiene una automatización a la cual el hombre se ajusta. El aspecto positivo que determinadas herramientas posibilitan no debe nublar la visión frente a cambios de fondo que dicho uso puede implicar en lo que refiere a los valores humanos. Por ejemplo, la telemedicina sin duda significa un acceso de interconsulta muy valioso, especialmente para pacientes alejados de centros importantes. Puede reducir el contagio en guardias y disminuir tiempos de espera, pero sería necio negar la preocupación frente a la desestimación del vínculo directo médico-paciente. Debemos evitar el tono catastrófico y tecnofóbico, pero no podemos ignorar la tendencia ya presente en múltiples planos que modifican la sociabilidad en general y en particular, que resultan cuanto menos cuestionables. No para desechar o renegar de los adelantos tecnológicos, sino para encontrar la forma más provechosa de usarlos y para prevenir usos indebidos y desvíos alarmantes a fin de encender algunas señales de alerta frente a cambios en curso para al menos considerar su evolución. Vale mencionar a Nick Bostrom, quien incluye el mal uso de las tecnologías y la mala programación de una superinteligencia en los riesgos existenciales actuales junto con las pandemias y guerras nucleares, entre otros. La indiscutida novedad en boga es la Inteligencia Artificial (en especial la de tipo Deep Learning, que implica un proceso de autoaprendizaje) aplicada a la Big Data. La conexión permanente que tiene la casi totalidad de la población con los dispositivos móviles genera una cantidad de datos inauditos que pueden ser procesados por algoritmos de manera asombrosa. Las ventajas son innegables, pero también son múltiples los riesgos, como la pérdida de privacidad que es lo que
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más preocupa en nuestro ámbito. Nos referimos a lo que alguien llamó máquinas inteligentes y humanos tontos. Aspectos de inteligencia y cognición son delegados en la tecnología y se van perdiendo en las personas. Así, por caso, se va diluyendo la escritura a mano (y eventualmente, la escritura a secas). Para dar un ejemplo en nuestro campo, se ha producido un software para predecir infartos y problemas cardíacos cargando datos de pacientes, que dio resultados positivos (lo mismo sucede en otras especialidades como en diagnósticos oncológicos). Ahora bien, no está mal brindar una herramienta de este tipo a médicos cardiólogos, sin resignar por ello la profundización en dicho aspecto. Por el contrario, los resultados obtenidos deben mostrarnos correlaciones ignoradas que lleven a indagar, investigar y reflexionar para así avanzar en la frontera del conocimiento. Esto significa no descansar en la tecnología ni depender de ella, sino usarla como plafón para aumentar nuestro conocimiento que no puede desentenderse de la base creada para incluso revisarla, corregirla y mejorarla. La tecnología debe ser una herramienta que eleve y mejore la capacidad de decisión del profesional y no una excusa para delegar la responsabilidad. Los programas de diagnóstico no diagnostican, lo hace el médico con la ayuda del programa. Debemos ser cuidadosos de no perder el conocimiento que objetivamos. Es decir, la tecnología debe ser un instrumento que nos haga mejores médicos, no una máquina que nos reemplace. El desafío es que la enorme capacidad de automatismo (que es precisamente lo que produce su potencia) no se traduzca en la pérdida de autonomía humana profesional y, en definitiva, artesanal que la medicina requiere. Al clásico aforismo “hay enfermos, no enfermedades”, podríamos traducirlo hoy como que el médico debe tratar personas y no algoritmos. El especialista en Big Data, Walter Sosa Escudero, señala que faltan instituciones que ayuden a resolver los problemas de transparencia y ética que genera el flujo descontrolado de información. Cuanto más importante en un ámbito como la medicina. Máxime, teniendo en cuenta que existe toda una dimensión en germen que podría llegar a reestructurar nuestros cuerpos y nuestras mentes. Nos referimos a la conjunción de tres áreas críticas: revolución genética, que permitiría re-