Armas y letras 105-106

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TOBOS O

miraban, meneaban la cabeza y seguro pensaban: ¿cómo se atrevió a escribir una novela sobre Juárez alguien que piensa de este modo? Y así pienso, quizás influido por Hugo Valdés, por las conversaciones con él y por la lectura de sus libros, pues además de aquel capítulo de The Monterrey News, la obsesión de Hugo por el personaje lo ha llevado a escribir dos volúmenes más en donde este es protagonista: el ensayo histórico Fulguración y disolvencia de Santiago Vidaurri, publicado –se dice– a pesar del disgusto de Patricia Galeana, directora del INHERM entonces, una de las instituciones a cargo de la edición; y el más reciente, la novela Los confines del fuego. Diarios de Santiago Vidaurri. Un ensayo y una novela, dos géneros que se cierran como pinza en torno a esta figura elusiva, poco estudiada y vilipendiada del siglo XIX, con el fin de abarcarlo a cabalidad. En el ensayo, Hugo Valdés lleva a cabo un asedio del personaje a través del análisis de las fuentes históricas y de los documentos personales de Vidaurri, no solo para interpretar sus actos en el contexto histórico de mediados del siglo XIX, sino para poner de manifiesto cómo ha sido contemplado tanto por sus contemporáneos como por los historiadores posteriores a su época. Con un esfuerzo por alcanzar la objetividad –aunque Valdés no puede esconder su idiosincrasia regiomontana, que es casi como decir “vidaurriana”–, el autor examina asimismo la correspondencia del entonces gobernador de Coahuila-Nuevo León (había anexado el estado

vecino con el fin de protegerlo mejor de las incursiones bárbaras y hacer más eficiente su administración) con Benito Juárez y algunos de sus ministros. De tal intercambio de misivas se desprende que sus conflictos con el gobierno central eran principalmente por cuestiones de dinero: Vidaurri administraba la aduana de Piedras Negras, Juárez le exigía esos recursos para los gastos de guerra, y el gobernador se negaba a entregarlos, aduciendo que en el estado también había gastos, acaso más urgentes que los de la nación, pues los ataques de las tribus nómadas eran intempestivas y recurrentes, había invasiones por parte de aventureros y filibusteros gringos que querían “conquistar” más territorio para su país, y además ataques de abigeos y otros delincuentes foráneos. Es decir, si Vidaurri entregaba esos recursos, Nuevo León-Coahuila quedaría desprotegido, a merced de sus depredadores. La situación de la región –como ocurre hasta la fecha– tenía sin cuidado al poder central, al que lo único que le importaba era recaudar dinero de los estados para poder utilizarlo a su propia discreción. Otras discusiones eran por los llamados “contingentes de sangre”, es decir, los ejércitos que los estados debían aportar a la federación para sostener la guerra, ya fuera contra los conservadores o contra los imperialistas, según los años que corrieran: Vidaurri tenía que enviar tropas que serían comandadas por Santos Degollado, ministro de guerra, quien pasó a la historia como “el héroe de las

mil derrotas”, pues casi nunca salió triunfador en una batalla. Vidaurri escamoteaba esos envíos de hombres al matadero, a pesar de que de entre la gente que envió salieron algunos –formados por él– de los mejores militares de la época, como Ignacio Zaragoza, Mariano Escobedo, Gerónimo Treviño, entre otros. Fue un verdadero estira y afloja que terminó cuando, durante la Intervención, Juárez pasó por Monterrey, se enfrentaron, el presidente le retiró el mando al gobernador, quien se exilió en EEUU para regresar y acomodarse como ministro del Imperio de Maximiliano, con lo que la historia oficial borró todos sus méritos anteriores. En la novela Los confines del fuego. Diarios de Santiago Vidaurri, luego de acumular todo el conocimiento documental posible sobre el personaje, Hugo Valdés recurre a un instrumento más potente: la imaginación. Es decir, apela al poder de la ficción. Ya no son las cartas del gobernador al presidente o a sus ministros lo que leemos, sino que a través de estos diarios ficticios nos situamos en un lugar privilegiado para contemplar su vida, sus acciones, para leer sus pensamientos y reconocer sus aciertos y sus errores. Escuchamos su propia voz, como en aquel capítulo de The Monterrey News, pero ahora más madura, más reposada, más dueña de sí. En la novela nos enfrentamos en el “primer diario”, no con un personaje histórico, sino con un hombre que acaba de ser desterrado y se halla en EEUU, hospedado por el coronel


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