Gaudete No. 29 - 23 junio 2024

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Domingo 23 Junio 2024 • II Época, No. 29 • Editor P. Armando Flores

Ser joven y ser santo

¡se puede!

El corazón de la Iglesia también está lleno de jóvenes santos, que entregaron su vida por Cristo, muchos de ellos hasta el martirio. Ellos fueron preciosos reflejos de Cristo joven que brillan para estimularnos y para sacarnos de la modorra. El Sínodo destacó que «muchos jóvenes santos han hecho brillar los rasgos de la edad juvenil en toda su belleza y en su época fueron verdaderos profetas de cambio; su ejemplo muestra de qué son capaces los jóvenes cuando se abren al encuentro con Cristo»

Estas palabras del Papa Francisco en su exhortación apostólica Christus Vivit, dirigida a todos

los jóvenes y a todo el pueblo de Dios relaciona el don de la santidad con la hermosa etapa de la vida que es la juventud.

En su exhortación apostólica Gaudete et exsultate sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, el Papa Francisco nos dice: "Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra." (No. 14)

Y así sucede en nuestro medio. Hay personas que equivocadamente piensan que no puede haber jóvenes santos. En alguna de nuestras publicaciones en redes sociales, relacionada con San Joselito y con la próxima visita de las reliquias del beato Carlo Acutis, una persona comentaba como lamentándose "ya cualquiera puede ser santo". Esa expresión, en lugar de ser un lamento, tendría que ser un grito de júbilo. Si. ¡Cualquiera puede ser santo! y también los jóvenes pueden serlo y mostrar a la humanidad el camino el Evangelio, el testimonio de la fidelidad a Dios, la verdad del amor.

La visita de las reliquias de Carlo Acutis, nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre el llamado a la santidad de nuestros jóvenes

¿lo escuchan? ¿lo atienden? ¿les interesa? Esta visita es significativa pues simbólicamente Carlo Acutis viene a visitar a San Joselito, viene a la casa que custodia sus reliquias y como joven de nuestro siglo, viene a revivir en el corazón de los jóvenes de nuestro pueblo el anhelo de Dios y a recordarles que se puede ser joven y se puede ser santo.

«A través de la santidad de los jóvenes la Iglesia puede renovar su ardor espiritual y su vigor apostólico. El bálsamo de la santidad generada por la vida buena de tantos jóvenes puede curar las heridas de la Iglesia y del mundo, devolviéndonos a aquella plenitud del amor al que desde siempre hemos sido llamados: los jóvenes santos nos animan a volver a nuestro amor primero (cf. Ap 2,4)». Hay santos que no conocieron la vida adulta, y nos dejaron el testimonio de otra forma de vivir la juventud. Recibamos con alegría las reliquias de Carlo Acutis y renovemos con fervor el amor y la veneración a San Joselito; que el testimonio de estos dos jovencitos y su intercesión nos alcance de Dios entusiasmo y fervor para anunciar a la juventud la alegría del evangelio.

Programa: 5.00 p.m. Milagros Eucarísticos, casa del Padre Barragán. 7.00 p.m. Procesión con las reliquias, de la casa de San Joselito a la Iglesia Parroquial; 7.30 p.m. Misa en la Iglesia Parroquial; 8.00 p.m. Vigilia de oración.

¿Cómo vencer las
oración?

Siguiendo las líneas del Catecismo, en esta catequesis nos referimos a la experiencia vivida de la oración, tratando de mostrar algunas dificultades muy comunes, que deben ser identificadas y superadas. Rezar no es fácil: hay muchas dificultades que vienen en la oración. Es necesario conocerlas, identificarlas y superarlas.

El primer problema que se presenta a quien reza es la distracción (cfr. CIC, 2729). Tú empiezas a rezar y después la mente da vueltas, da vueltas por todo el mundo; tu corazón está ahí, la mente está ahí... la distracción de la oración. La oración convive a menudo con la distracción. De hecho, a la mente humana le cuesta detenerse durante mucho tiempo en un solo pensamiento. Todos experimentamos este continuo remolino de imágenes y de ilusiones en perenne movimiento, que nos acompaña incluso durante el sueño. Y todos sabemos que no es bueno dar seguimiento a esta inclinación desordenada.

La lucha por conquistar y mantener la concentración no se refiere solo a la oración. Si no se alcanza un grado de concentración suficiente no se puede estudiar con provecho y tampoco se puede trabajar bien. Los atletas saben que las competiciones no se ganan solo con el entrenamiento físico sino

también con la disciplina mental: sobre todo con la capacidad de estar concentrados y de mantener despierta la atención.

Las distracciones no son culpables, pero deben ser combatidas. En el patrimonio de nuestra fe hay una virtud que a menudo se olvida, pero que está muy presente en el Evangelio. Se llama “vigilancia”. Y Jesús lo dice mucho: “Vigilad. Rezad”. El Catecismo la cita explícitamente en su instrucción sobre la oración (cfr. n. 2730).

A menudo Jesús recuerda a los discípulos el deber de una vida sobria, guiada por el pensamiento de que antes o después Él volverá, como un novio de la boda o un amo de un viaje. Pero no conociendo el día y ni la hora de su regreso, todos los minutos de nuestra vida son preciosos y no se deben perder con distracciones. En un instante que no conocemos resonará la voz de nuestro Señor: en ese día, bienaventurados los siervos que Él encuentre laboriosos, aún concentrados en lo que realmente importa. No se han dispersado siguiendo todas las atracciones que les venían a la mente, sino que han tratado de caminar por el camino correcto, haciendo el bien y haciendo el proprio trabajo. Esta es la distracción: que la imaginación da vueltas, vueltas, vueltas... Santa Teresa llamaba a esta imaginación que da vueltas, vueltas en la oración, “la loca de la casa”: es una como una loca que te hace dar vueltas, vueltas... Tenemos que pararla y enjaularla, con la atención.

Un discurso diferente se merece el tiempo de la aridez. El Catecismo lo describe de esta manera: «El corazón está desprendido, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro» (n. 2731).

La aridez nos hace pensar en

el Viernes Santo, en la noche y el Sábado Santo, todo el día: Jesús no está, está en la tumba; Jesús está muerto: estamos solos. Y este es el pensamiento−madre de la aridez. A menudo no sabemos cuáles son las razones de la aridez: puede depender de nosotros mismos, pero también de Dios, que permite ciertas situaciones de la vida exterior o interior. O, a veces, puede ser un dolor de cabeza o un dolor de hígado que te impide entrar en la oración. A menudo no sabemos bien la razón. Los maestros espirituales describen la experiencia de la fe como un continuo alternarse de tiempos de consolación y de desolación; momentos en los que todo es fácil, mientras que otros están marcados por una gran pesadez. Muchas veces, cuando encontramos un amigo, decimos. “¿Cómo estás?” —“Hoy estoy decaído”. Muchas veces estamos “decaídos”, es decir no tenemos sentimientos, no tenemos consolaciones, no podemos más. Son esos días grises... ¡y los hay, muchos, en la vida! Pero el peligro está en tener el corazón gris: cuando este “estar decaído” llega al corazón y lo enferma... y hay gente que vive con el corazón gris. Esto es terrible: ¡no se puede rezar, no se puede sentir la consolación con el corazón gris! O no se puede llevar adelante una aridez espiritual con el corazón gris. El corazón debe estar abierto y luminoso, para que entre la luz del Señor. Y si no entra, es necesario esperarla con esperanza. Pero no cerrarla en el gris.

Después, algo diferente es la acedia, otro defecto, otro vicio, que es una auténtica tentación contra la oración y, más en general, contra la vida cristiana. La acedia es «una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón» (CIC, 2733). Es uno de los siete “pecados capitales” porque, alimentado por la presunción, puede conducir a la muerte del alma.

¿Qué hacer entonces en

de la
distracciones en la
Año
oración

esta sucesión de entusiasmos y abatimientos? Se debe aprender a caminar siempre. El verdadero progreso de la vida espiritual no consiste en multiplicar los éxtasis, sino en el ser capaces de perseverar en tiempos difíciles: camina, camina, camina... Y si estás cansado, detente un poco y vuelve a caminar. Pero con perseverancia. Recordemos la parábola de san Francisco sobre la perfecta leticia: no es en las infinitas fortunas llovidas del Cielo donde se mide la habilidad de un fraile, sino en caminar con constancia, incluso cuando no se es reconocido, incluso cuando se es maltratado, incluso cuando todo ha perdido el sabor de los comienzos.

Todos los santos han pasado por este “valle oscuro” y no nos escandalicemos si, leyendo sus diarios, escuchamos el relato de noches de oración apática, vivida sin gusto. Es necesario aprender a decir: “También si Tú, Dios mío, parece

que haces de todo para que yo deje de creer en Ti, yo sin embargo sigo rezándote”. ¡Los creyentes no apagan nunca la oración! Esta a veces puede parecerse a la de Job, el cual no acepta que Dios lo trate injustamente, protesta y lo llama a juicio. Pero, muchas veces, también protestar delante de Dios es una forma de rezar o, como decía esa viejecita, “enfadarse con Dios es una forma de rezar, también”, porque muchas veces el hijo se enfada con el padre: es una forma de relación con el padre; porque lo reconoce “padre”, se enfada...

Y también nosotros, que somos mucho menos santos y pacientes que Job, sabemos que finalmente, al concluir este tiempo de desolación, en el que hemos elevado al Cielo gritos mudos y muchos “¿por qué?”, Dios nos responderá. No olvidar la oración del “¿por qué?”: es la oración que hacen los niños cuando empiezan a no entender las cosas y

los psicólogos la llaman “la edad del por qué”, porque el niño pregunta al padre: “Papá, ¿por qué...? Papá, ¿por qué...? Papá, ¿por qué...?” Pero estemos atentos: el niño no escucha la respuesta del padre. El padre empieza a responder y el niño llega con otro por qué. Solamente quiere atraer sobre sí la mirada del padre; y cuando nosotros nos enfadamos un poco con Dios y empezamos a decir por qué, estamos atrayendo el corazón de nuestro Padre hacia nuestra miseria, hacia nuestra dificultad, hacia nuestra vida. Pero sí, tened la valentía de decir a Dios: “Pero ¿por qué...?” Porque a veces, enfadarse un poco hace bien, porque nos hace despertar esta relación de hijo a Padre, de hija a Padre, que nosotros debemos tener con Dios. Y también nuestras expresiones más duras y más amargas, Él las recogerá con el amor de un padre, y las considerará como un acto de fe, como una oración.

Programa de Vacaciones – PRODEVAC

Los mayores aprendimos en la infancia que la ociosidad es la madre de todos los vicios. Eran otros tiempos, los papás se las ingeniaban para mantener ocupados a sus hijos para que no estuvieran sin hacer nada. Los tiempos han cambiado, lo que no cambia es la necesidad de aprovechar los distintos momentos del año para formar el carácter y la personalidad de los más pequeños.

Desde hace más de dos décadas en las parroquias de la Diócesis de Zamora se promueve el programa de vacaciones, conocido también como PRODEVAC, que consiste en un programa de actividades para los pequeños, para los adolescentes y jóvenes que tiene la finalidad de aprovechar el tiempo libre que ofrecen las vacaciones para tejer

fraternidad, cultivar amistades, desarrollar capacidades, mediante actividades que promueven distintas dimensiones de la personalidad.

La metodología es participativa, los recursos formativos implican dinámicas y juegos que no sólo entretienen, sino que a través de la

convivencia forman comunidad y sentido de pertenencia.

Como actividad pastoral la finalidad del PRODEVAC es ofrecer un espacio a los más pequeños para que experimenten que la Iglesia es su casa, es familia y es comunidad y que además es divertida, alegre, dinámica y creativa.

En nuestra parroquia tendremos PRODEVAC del 1º al 12 de julio de julio. Una semana para los más pequeños y otra para los adolescentes. Será en las instalaciones del Instituto Sahuayense. Estén pendientes de los detalles. Los publicaremos en el próximo número de GAUDETE y en nuestras redes sociales.

MATRIMONIO

El día 22 de junio de 1014 unieron sus vidas por el sacramento del matrimonio los novios Franco Eduardo Múgica Villaseñor y Karol Guadalupe Campos Ochoa, en la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol. Asistió al matrimonio el Pbro. Ricardo Alfredo Lorenzo Múgica.

OBITUARIO

El día 19 de junio de 2024, en la Iglesia Parroquial, se celebró la misa exequial de Aurelia Villanueva Ochoa, sus cenizas fueron depósitadas en la Cripta de la Parroquia del Sagrado Corazón.

El día 21 de junio de 2024, en la Iglesia Parroquial, se celebró la misa exequial de Martha Suárez Ceja. Fue sepultada en el Panteón Municipal.

¡Señor,

Sálvame!

El Evangelio del Domingo

Marcos 4, 35-41

En la liturgia de hoy se narra el episodio de la tempestad calmada por Jesús (Mc 4,35-41). La barca en la que los discípulos atraviesan el lago es asaltada por el viento y las olas y ellos temen hundirse. Jesús está con ellos en la barca, sin embargo, se queda en la popa durmiendo sobre un cabezal. Los discípulos, llenos de miedo, le gritan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).

Y muchas veces también nosotros, asaltados por las pruebas de la vida, hemos gritado al Señor: “¿Por qué te quedas en silencio y no haces nada por mí?”. Sobre todo cuando parece que nos hundimos, porque el amor o el proyecto en el que habíamos puesto grandes esperanzas desvanece; o cuando estamos a merced de las persistentes olas de la ansiedad; o cuando nos sentimos sumergidos por los problemas o perdidos en medio del mar de la vida, sin ruta y sin puerto. O incluso, en los momentos en los que desaparece la fuerza para ir adelante, porque falta el trabajo o un diagnóstico inesperado nos hace temer por nuestra salud o la de un ser querido. Son muchos los momentos en los que nos sentimos en tempestad, nos sentimos casi acabados.

En estas situaciones y en muchas otras, también nosotros nos sentimos ahogados por el miedo y, como los discípulos, corremos el riesgo de perder de vista lo más importante. En la barca, de hecho, incluso si duerme, Jesús está, y comparte con los suyos todo lo que está sucediendo. Su sueño, por un lado nos sorprende, y por el otro nos pone a prueba. El Señor está ahí, presente; de hecho, espera —por así decir— que seamos nosotros los que le impliquemos, le invoquemos, le pongamos en el centro de lo que vivimos. Su sueño nos provoca el despertarnos. Porque, para ser discípulos de Jesús, no basta con creer que Dios está, que existe, sino que es necesario involucrarse con Él, es necesario también alzar la voz con Él.

Escuchad esto: es necesario gritarle a Él. La oración, muchas veces, es un grito: “¡Señor, sálvame!”.

Hoy podemos preguntarnos: ¿cuáles son los vientos que se abaten sobre mi vida, cuáles son las olas que obstaculizan mi navegación y ponen en peligro mi vida espiritual, mi vida de familia, mi vida psíquica también? Digamos todo esto a Jesús, contémosle todo. Él lo desea, quiere que nos aferremos a Él para encontrar refugio de las olas anómalas de vida. El Evangelio cuenta que los discípulos se acercan a Jesús, le despiertan y le hablan (cfr. v. 38). Este es el inicio de nuestra fe: reconocer que solos no somos capaces de mantenernos a flote, que necesitamos a Jesús como los marineros a las estrellas para encontrar la ruta. La fe comienza por el creer que no bastamos nosotros mismos, con el sentir que necesitamos a Dios. Cuando vencemos la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, cuando superamos la falsa religiosidad que no quiere incomodar a Dios, cuando le gritamos a Él, Él puede obrar maravillas en nosotros. Es la fuerza mansa y extraordinaria de la oración, que realiza milagros.

Jesús, implorado por los discípulos, calma el viento y las olas. Y les plantea una pregunta, una pregunta que nos concierne también a nosotros: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?» (v. 40). Los discípulos se habían dejado llevar por el miedo, porque se habían quedado mirando las olas más que mirar a Jesús. Y el miedo nos lleva a mirar las dificultades, los problemas difíciles y no a mirar al Señor, que muchas veces duerme. También para nosotros es así: ¡cuántas veces nos quedamos mirando los problemas en vez de ir al Señor y dejarle a Él nuestras preocupaciones! ¡Cuántas veces dejamos al Señor en un rincón, en el fondo de la barca de la vida, para despertarlo solo en el momento de la necesidad! Pidamos hoy la gracia de una fe que no se canse de buscar al Señor, de llamar a la puerta de su Corazón.

De la vida parroquial

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