
Cuaresma: tiempo de perdón
La Cuaresma es un tiempo privilegiado de preparación personal. Es una pequeña travesía del desierto para repensar nuestra propia vida a la luz del misterio de Cristo y prepararnos renovados para la celebración de la Pascua.
La Cuaresma es un tiempo de interiorización para sembrar de nuevo el Evangelio en nuestros corazones. Un tiempo para el perdón y un tiempo para la acción que se manifiesta en nuestra capacidad de ejercer las obras de misericordia con los demás.
La Misericordia de Jesús encomendada a sus discípulos para poder ser verdaderos hijos del Padre se manifiesta sobre todo en la capacidad de perdonar a los demás. Perdón que se hace oración en el padrenuestro que
comprende a todos aquellos que están en deuda con nosotros y que se extiende en las bienaventuranzas a todos aquellos que nos persiguen, nos difaman, nos tratan mal… Estos son, en esencia, nuestros enemigos. Este es el gran reto para un cristiano: dar y extender el perdón a todos aquellos a los que se nos hace difícil perdonar.
Se piensa en determinados ambientes que el perdón es una muestra de debilidad. El perdón no es un signo de flaqueza sino que siempre es una victoria sobre uno mismo. Es una decisión deseada y querida con la cual, desde una profunda responsabilidad, nos situamos más cercanos al amor y más fuertes ante el odio o ante aquellas razones humanas que antepondrían nuestro propio egoísmo a la capacidad de amar y perdonar sin condición.
El perdón es también una forma eficaz de transformar en amigos a nuestros propios enemigos, porque el perdón incondicional siempre responde al mal con el bien ya que el mal no vence al mal sino que el mal es vencido por el amor (cf. Rm 12,21).
En ocasiones anteponemos la justicia al perdón, porque nos parece más ético proponer una cultura de la justicia por encima de una cultura del perdón. Pero perdonar es una forma de que
la justicia tenga un rostro más humano. Aquí yace el sentido más profundo de la misericordia como sentimiento que nace de nuestras entrañas y se vuelca sin condición a los demás. El papa Francisco siempre repite que “antes nos cansaremos nosotros de pecar que Dios de perdonar”.
Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para pedir el perdón personal al Padre que nos ama, revisar desde el fondo de nuestro corazón cómo nos interpela la Palabra de Jesús y cómo desde nuestra conversión perdonamos y amamos a los demás. Prepararemos con ello una buena Pascua. (+ Juan José Omella Arzobispo de Barcelona)




¿Qué es el perdón?
El perdón es una liberación del resentimiento con algún ofensor. En suma, es la renuncia a los resentimientos e indignación que ha causado una ofensa. El perdón surge de la libertad y la caridad. No obstante, la presencia del perdón no impide la aplicación de la justicia ante el ofensor.
¿El perdón es subjetivo?
El perdón nace en el sujeto que recibió la ofensa, pues sólo en esta calidad puede liberarse de los posibles resentimientos que tenga contra el agresor. Debemos de saber que el perdón, como liberación, es fruto de la voluntad de cada individuo. No se puede obligar a perdonar porque esta acción recae en la voluntad, que aún con castigos, no hace lo que otros decidan sino lo que ella misma delibera hacer. Incluso se puede decir que esta obligación violenta la naturaleza del perdón. Pues, si el perdón intenta reconstruir y liberar de un resentimiento, no se puede llevar a cabo en plenitud si no es por medio de la libertad.
El ofensor no puede perdonar, porque la ofensa no recayó en él, sino que de él se originó. Por tanto, el perdón depende de quien recibe la ofensa y es un acto de la libertad y de la caridad.
Cuando perdonamos ejercemos la caridad en un grado mayor, pues, si la caridad es amor, y el amor es el deseo del bien del otro, le hacemos un bien a nuestro ofensor cuando lo liberamos de nuestro resentimiento y posible violencia. Esto no significa que haya que renunciar a la justicia o al castigo merecido, sino que, con el perdón mostramos nuestra disposición a hacer el bien.
Perdón y misericordia
El acercamiento al bien del ofensor por parte del ofendido a través del perdón se entiende mejor
si se confronta la misericordia con el perdón. Parece que una puede llevar al otro en algunas situaciones. El perdón el la liberación del resentimiento contra el ofensor, y de sus culpas. Con ello se busca ver al ofensor reintegrado a la plenitud de la dignidad humana, pues si permanece reconocido sólo como ofensor, no hay una visualización de su plena humanidad, pues no se le considera capaz del bien.
La misericordia es, literalmente, un corazón empobrecido o compadecido. Evoca un corazón lacerado, y lacerado especialmente por ver la miseria de otro. (1) El perdón puede nacer de considerar al ofensor como un pecador que ha degradado su dignidad humana. Esta degradación puede lacerar el corazón del ofendido; y en la medida que desee el bien y la superación del ofensor es un hombre caritativo, pues desea el bien del otro, incluso de un ofensor, sin desear nada más para sí mismo.
¿El perdón es una decisión de abandonar el resentimiento?
Se puede hablar del perdón como una liberación. De hecho, la palabra «perdón» viene de las palabras latinas «per donare», que significan «dejar ir”, “dar por» o «dar para». Cuando ejercemos el perdón «soltamos» a quien nos ha ofendido o nos ha hecho un mal. En griego esta etimología se entiende mejor, pues, «afesis», palabra para perdón, significa liberación.
El cristiano cree en el perdón de los pecados. Y como consecuencia, espera ser aceptado de nuevo en el seno del Padre a través de la justificación del Hijo, quien ha plenificado la naturaleza humana y hecho posible que seamos de nuevo hijos de Dios en plenitud. Es así que estamos llamados a ser «hijos en el Hijo». El perdón de los pecados es una creencia fundamental del cristianismo, que ha sido expresada
en el credo y en el Padrenuestro. Decimos: «creo en el perdón de los pecados» y «perdona nuestras ofensas», respectivamente. Este perdón lo esperamos según la bondad y gracia de Dios y según nuestra naturaleza, que después de haberse apartado voluntariamente de Dios, es capaz del bien, y en plenitud lo es por la acción de gracia salvadora de Cristo.
¿El perdón implica dejar de hacer justicia?
El dar el perdón no significa que dejemos de reclamar justicia sobre el que nos ha ofendido. Nos hemos liberado de la ira y del resentimiento, pero no de la justicia. Abandonar ésta sería un gran mal para el ofensor, pues la justicia acerca al ofensor a una corrección y busca su perfeccionamiento.
Hemos planteado que el perdón es un resultado de la misericordia, que es expresión de la caridad. La caridad, que es amor, es el deseo del bien del otro. Es así que si somos caritativos con el ofensor, desearemos su bien, y esto es su optimación. Si permitimos que el ofensor permanezca en tal estado, ya sea como delincuente o criminal, lo apartamos de su optimación en la virtud. Y si permitimos que continúe con una vida apartada de la virtud, que es expresión del bien, y llena de conductas antisociales, permitimos que persevere en el mal, ya que estas acciones terminan destruyendo al individuo. Por tanto, si no hacemos justicia a nuestro ofensor le hacemos un mal, ya que no lo conducimos hacia su perfeccionamiento en la virtud.
Acercar a la justicia al ofensor le causa un bien, pues reconoce que ha violado la dignidad de otra persona, y además lo insta a llevar una vida virtuosa, aunque tenga que purgar una justa condena. Al final la justicia y el perdón no se contradicen porque buscan
el mismo fin que es el bien del ofensor. Este bien se puede mostrar como magnanimidad humana, sin embargo, el cristiano entiende que toda compasión y perdón participa de la bondad divina y a ella se encamina.
El perdón acerca nuestra vida moral a la perfección de Dios.
Cuando perdonamos nos parecemos más a Dios que en otras ocasiones. Dios, por su perfección es la bondad, la justicia y la misericordia en sumo grado. A lo largo de la Antigua alianza, Dios se mostró compasivo y misericordioso, pues guiaba al pueblo de Israel perdonando
sus pecados y haciendo justicia a los que caían en pecado. La misericordia y justicia de Dios se han mostrado plenamente en Cristo, quien ha venido a hacernos hijos del Padre guiándonos hacia Él del mejor modo posible.
Cristo también perdonó a los pecadores y los instó a llevar una vida virtuosa, como en el caso de la mujer adúltera (Jn. 8 1-11). No obstante la llamada a la conversión y la predicación de la misericordia de Dios, Cristo también ha mostrado que, llegado su tiempo, hará justicia a los que han llevado una vida alejada de la virtud. El momento culminante de

la expresión de perdón del Hijo es la absolución de sus verdugos al momento de clavarlo a la cruz. «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». ¿Cómo puede expresarse de tal modo un hombre que es injustamente torturado? Sin duda este momento es elocuente porque muestra la apertura del corazón de Dios para liberarse del resentimiento y quitar las culpas de los ofensores. Es tal la magnitud del amor de Dios, que está dispuesto a liberar de las culpas. Sin embargo, esto no impide que Dios, por su perfección, pueda hacer justicia.
(1) Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I, q. 21, art. 3
De la vida parroquial
BAUTISMOS
El día 3 de Marzo 2024 por el Sacramento del Bautismo administrado por el Sr.Pbro. Enrique Alcala Velarde, se incorporó al Pueblo de Dios. Joah Husai, hijo de Husai Sandoval y de Iltze Marina Gamez, vecinos de Sahuayo, Mich.
PRESENTACIÓN
El día 28 de febrero de 2024 se presentarón a la Iglesia, con la pretensión de contraer matrimonio los novios.
José Juan Gavia García, originario y vecino de ésta, hijo de José y María. Pretende contraer matrimonio con Mónica Martínez Ayala, originaria y vecina de ésta, hija de J. Jesús y María del Refugio Ayala.
El día lo. de marzo de 2024 se presentarón a la Iglesia, con la pretensión de contraer matrimonio los novios. Hugo Jesús Higareda Cárdenas,originario y vecino de ésta, hijo de Luis Alfonso y Rebeca. Pretende contraer matrimonio con María Victoria Díaz Mendoza, originaria y vecina de ésta, hija de Jorge y María Guadalupe.
OBITUARIO
El día 25 de febrero de 2024, en el Santuario del Patrón Santiago, se celebró la misa exequial de Jesús Díaz Chávez, sus cenizas fueron depósitadas en la Cripta Parroquial.
El día 29 de febrero 2024, en la Iglesia Parroquial, se celebró la misa exequial de Raúl Ramírez Magallón sus cenizas fueron depósitadas en la Cripta Parroquial de San Felipe.
El día lo. de marzo 2024, en la Iglesia Parroquia, se celebró la misa exequial de Jesús Avalos Díaz, cantor y organista de esta Iglesia, sus cenizas fueron depósitadas en la Cripta Parroquial.



El Evangelio de hoy presenta, en la versión de Juan, el episodio en el que Jesús expulsa a los vendedores del templo de Jerusalén (cf. Juan 2, 13-25). Él hizo este gesto ayudándose con un látigo, volcó las mesas y dijo: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado» (v. 16). Esta acción decidida, realizada en proximidad de la Pascua, suscitó gran impresión en la multitud y la hostilidad de las autoridades religiosas y de los que se sintieron amenazados en sus intereses económicos. Pero, ¿cómo debemos interpretarla? Ciertamente no era una acción violenta, tanto es verdad que no provocó la intervención de los tutores del orden público: de la policía. ¡No! Sino que fue entendida como una acción típica de los profetas, los cuales a menudo denunciaban, en nombre de Dios, abusos y excesos.
La cuestión que se planteaba era la de la autoridad. De hecho, los judíos preguntaron a Jesús: «¿Qué señal nos muestras para obrar así?» (v. 18), es decir ¿qué autoridad tienes para hacer estas cosas? Como pidiendo la demostración de que Él actuaba en nombre de Dios. Para interpretar el gesto de Jesús de purificar la casa de Dios, sus discípulos usaron un texto bíblico tomado del salmo 69: «El celo por tu casa me devorará» (v. 17); así dice el salmo: «pues me devora el celo de tu casa». Este salmo es una invocación de ayuda en una situación de extremo peligro a causa del odio de los enemigos: la situación que Jesús vivirá en su pasión. El celo por el Padre y por su casa lo llevará hasta la cruz: su celo es el del amor
«DestruiD este santuario y en tres Días lo levantaré»
El Evangelio del Domingo
Éxodo 20, 1-17
Salmo 18, 8-11
1CorintioS 1, 22-25
Juan 2, 13-25
que lleva al sacrificio de sí, no el falso que presume de servir a Dios mediante la violencia. De hecho, el «signo» que Jesús dará como prueba de su autoridad será precisamente su muerte y resurrección: «Destruid este santuario —dice— y en tres días lo levantaré» (v. 19). Y el evangelista anota: «Él hablaba del Santuario de su cuerpo» (v. 21). Con la Pascua de Jesús inicia el nuevo culto en el nuevo templo, el culto del amor, y el nuevo templo es Él mismo.
La actitud de Jesús contada en la actual página evangélica, nos exhorta a vivir nuestra vida no en la búsqueda de nuestras ventajas e intereses, sino por la gloria de Dios que es el amor. Somos llamados a tener siempre presentes esas palabras fuertes de Jesús: «No hagan de la Casa de mi Padre una casa de mercado» (v. 16). Es muy feo cuando la Iglesia se desliza hacia esta actitud de hacer de la casa de Dios un mercado. Estas palabras nos ayudan a rechazar el peligro de hacer también de nuestra alma, que es la casa de Dios, un lugar de mercado que viva en la continua búsqueda de nuestro interés en vez de en el amor generoso y solidario. Esta enseñanza de Jesús es siempre actual, no solamente para las comunidades eclesiales, sino también para los individuos, para las comunidades civiles y para toda la sociedad. Es común, de hecho, la tentación de aprovechar las buenas actividades, a veces necesarias, para cultivar intereses privados, o incluso ilícitos. Es un peligro grave, especialmente cuando instrumentaliza a Dios mismo y el culto que se le debe a Él, o el servicio al hombre, su imagen. Por
eso Jesús esa vez usó «las maneras fuertes», para sacudirnos de este peligro mortal. (Papa Francisco, Ángelus, 4 de marzo 2018)

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