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Arnaldo Mera Ávalos

cuando la patria llegó a la capital: el miedo ante el advenimiento de la independencia, 1820-18211

Arnaldo Mera Ávalos Pontificia Universidad Católica del Perú

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Cuando en 1985 nos acercamos por primera vez a las Notas sobre la causa de la Independencia2 nos llamó la atención un aspecto al que allí se hacía referencia: «el temor» durante esa etapa. De la Puente lo había señalado como un factor psicológico, y no estaba errado. Cuando hice la investigación para mi tesis, pude revisar con detenimiento la sección del Juzgado de Secuestros del Archivo General de la Nación (AGN) y encontrar documentos en los cuales vecinos de Lima manifestaban las razones de su abandono de la ciudad con dirección al Callao aquel 6 de julio de 1821, ante la llegada de la patria a nuestra capital. En ellos encontramos respuestas a temores propios de una guerra civil.

Posteriormente, al seguir estudios de licenciatura y maestría, pude abordar lecturas de Vovelle y de Delumeau. Estas me permitieron retomar desde otra perspectiva la posibilidad de plasmar el presente análisis, en el cual las denominadas «mentalidades colectivas» estarán reflejadas en el miedo inmediato de los vecinos y las personas avecindadas en la ciudad de Lima antes de la llegada y ocupación de esta por el ejército patriota; las vicisitudes que vivirían aquellos que se refugiarían en los castillos del Callao; y las primeras medidas que se tomarían para distinguir al vecino patriota del realista. Tales acontecimientos delimitan la duración de este miedo y reflejan la asimilación y penetración de este en todos los sectores sociales de la ciudad, en concordancia con lo expuesto por Delumeau.3

1 Este artículo se lo dedico al doctor José Agustín de la Puente Candamo en agradecimiento por la enseñanza de la historia en nuestra alma máter. 2 Puente Candamo, José Agustín de la. Notas sobre la causa de la Independencia del Perú. Lima: Villanueva, 1971, pp. 325-330. 3 Vovelle, Michel. Ideologías y mentalidades. Barcelona: Ariel, 1985, pp. 23-34; Delumeau, Jean. La peur en Occident. París: Fayard, 1978, pp. 10-30.

Este miedo se explica por la realidad que rodeaba en ese momento a los habitantes de la urbe, tanto por la presencia física de una amenaza, para unos, como de una liberación, para otros. Esto se halla estrechamente relacionado con lo expuesto en este mismo libro por Fernando Rosas Moscoso sobre el miedo a la subversión ante la autoridad y el miedo a la subversión del otro; y está ligado, a su vez, a la invención del otro estudiada por Muchembled.4

Delumeau relaciona la resistencia al miedo con la búsqueda de la seguridad perdida, tanto individual como colectiva, indudablemente vinculada a factores psicológicos. Interesa, por tanto, buscar una aproximación a los rasgos psicológicos comunes en la época. Un trabajo de Macera nos indica que la psicología que imperaba entre los limeños era predominantemente escéptica, individualista, entretenida en los denominados «diarios detalles»; inclusive cita a un viajero de la época que afirma que «[...] los vicios que se les achacan [a los limeños] son una especie de veleidad, serían peligrosos políticos, pues todo lo reducen al número uno, esto es al individuo».5 Macera destaca que, más que el factor psicológico, sería necesario considerar otros factores sociales y económicos para comprender lo que él denomina la «relativa moderación limeña» y afirmar que el ambiente de la capital del virreinato en esos años, anteriores al desembarco de la Expedición Libertadora, no era propicio para el radicalismo doctrinario y la acción revolucionaria.

Sin embargo, a nosotros nos interesan los factores psicológicos que serían determinantes del miedo de los vecinos de esta capital —más cercanos a aquel individualismo antes señalado—, que generarían temor y un estado de desesperación generalizado para el momento en el cual la ciudad quedara expuesta a una alteración del orden público; es decir, el miedo a la subversión ante la autoridad, que podía variar según la ideología de cada cual. Cabe señalar que el problema era un miedo hacia los cambios que algunos vecinos o avecindados vislumbraban como nefastos.

Es necesario acotar que los vecinos de Lima no estaban bien dispuestos a un cambio político. La nobleza limeña era la primera en oponerse al cambio, no solo por fidelidad al Rey sino por intereses económicos. José de la Riva-Agüero, por otra parte, hace referencia a «[...] la pasividad de las clases media y popular»6 al observar el decidido apoyo que los empleados y comerciantes de la población limeña daban al sistema español. Riva-Agüero hace ver que la moderación, por conveniencia o por convicción, se unía al comúnmente denominado «envilecimiento

4 Rosas Moscoso, Fernando. «El miedo en la historia: lineamientos generales para su estudio», en la presente publicación; y Muchembled, Robert. L’invention de l’homme moderne, cap. 3, «L’invention de l’autre». París: Fayard, 1992, pp. 136-153. 5 Macera, Pablo. Tres etapas en el desarrollo de la conciencia nacional. Lima: Fanal, 1955, p. 87. 6 Ibídem, p. 89.

de la plebe», sin más preocupación que el ocio continuo en que vivían. A este respecto, los estudios de Fisher y Domínguez resultan esclarecedores para entender las tribulaciones de la élite.7

Otro criollo notable, Fernando López Aldana, en carta remitida a Castelli diez años antes, el 10 de marzo de 1811, decía: «[...] los pobladores de Lima vivían con el temor del desenfreno del populacho y gente de color de esta ciudad y sus contornos que exceden a los blancos con tercio y quinto y que son incontenibles en el robo altivo, insubordinados y sin ideas».8 Por esta razón, no solo existía un miedo a aspectos doctrinarios de una ideología —que conllevaría el formar parte del ejército de la patria o simpatizar con esta— para la mayoría de los vecinos de la ciudad también existía un miedo a la hipotética situación de un levantamiento de la plebe, que se podía volver real. Desde el comerciante al menudeo hasta el aristócrata y/o funcionario con mejor o peor posición socioeconómica, este miedo a la alteración del orden público consuetudinario se hacía más tangible que el que podía llegar a sentirse por una acción bélica que pudiese resultar victoriosa para el ejército patriota.

El ejército patriota estaba constituido en parte por elementos no profesionales, incluidos sectores de la misma plebe y diferentes castas. Esto sería causa de preocupación para la ciudadanía y es probable que el rumor de que dichas tropas alterasen enormemente el Estado de Derecho existente incrementase el temor ya latente.

1. La Ciudad de Los Reyes haCia 1820

Será necesario que comencemos con una descripción de la patria chica, como así la entendían los limeños al referirse a su Ciudad de los Reyes, llamada coloquialmente Lima. Es importante destacar que, así como la capital del Perú, cada ciudad o localidad americana había vivido dentro de sus propias particularidades de paisajes, riquezas, tradiciones, usos o modas; y cada estamento social, dentro de sus propias normas. Por otro lado, el sistema político y administrativo mantenía un orden cuyo símbolo era la imagen del rey, y sus representantes habían mantenido una continuidad frente a lo sucedido en otras regiones de América del Sur. Así, la ciudad tenía al virrey, a la Real Audiencia y al Cabildo o Ayuntamiento gobernando de manera conjunta desde el siglo XVI. Probablemente, el miedo a

7 Fisher, John. El Perú borbónico, 1750-1824. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2000, pp. 155-162; Domínguez, Jorge. Insurrección o lealtad. La desintegración del imperio español en América. México: D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1985, pp. 284-286; cita de León G. Campbell, «A Colonial Establishment: creole Domination of the Audiencia of Lima during the Late Eighteenth Century», Hispanic American Historical Review, vol. 52, n.° 1, febrero, 1972. 8 Macera, Pablo. Tres etapas…, p. 89.

las nuevas connotaciones que conllevaba ser patriota afectó la conciencia de la población, la que evolucionaría lentamente hacia la pérdida del temor de que aquellos denominados «insurgentes» no respetarían un mínimo del orden político administrativo existente, y el cambio no sería más traumático que aquel ocurrido en las provincias del Río de la Plata y Chile.

Nos interesa destacar el lugar donde se desenvolverían nuestros actores. Por ello, exponemos la descripción que hace de la capital Rodríguez Ballesteros, un oficial del ejército del rey, ya que ofrece no solo la perspectiva gubernativa, por ser la capital del virreinato, sino también la visión de aquel nacido en la península, frente a la del nacido en América. La idea del otro está innegablemente presente en este texto escrito para un público tanto peninsular como de este continente. El relato toma prestados datos de fuentes impresas de la época en que se redactó, pero creemos que esto no la desmerece; y si bien puede no ser de las mejores, está enmarcada en los años que nos interesan: los primeros de la década de 1820.

Rodríguez Ballesteros ve a Lima como una ciudad que era el centro de influencia, intriga y disipación en la América colonial; que había conservado aún su corte y ostentación, y seguía siendo también el centro de las riquezas y la sensualidad, a pesar de la creación de los virreinatos de Nueva Granada y Río de la Plata. Describe así la estructura de la ciudad:9

[...] el camino desde el Callao a Lima distante dos leguas, es una hermosa alameda adornada con tres calles de altísimos arboles formando un paseo ameno y delicioso con sus asientos correspondientes que terminaban en una magnifica puerta entrada de la ciudad a la que calificaba además de hermosa; obra del virrey O’Higgins y consideraba notable por su arquitectura la portada de la de maravillas esta ultima levantada por el gobierno de Fernando de Abascal, Marques de la Concordia.10

Será en Lima donde, en palabras de Basadre, se desenvolvería «[…] la peruanidad de una tradición de convivencia y de destino»,11 debido a que los estamentos y las

9 Rodríguez Ballesteros, José. Historia de la revolución y guerra de la independencia del Perú desde 1818 hasta 1824. Tomo 1. Santiago de Chile: Imprenta Cultura, 1946-1948, p. 1: «[…] con 8 millas de circunferencia, situada a la orilla izquierda del río Rímac en un llano fértil y delicioso, al pie de uno de los brazos de la cordillera de los Andes; se hallaba rodeada de una muralla que describía las cuatro quintas partes de un circulo […] tenia 7 puertas y 33 baluartes sus calles decía estaban bien alineadas y que tenían 25 pies castellanos de ancho, todas empedradas, pero mal alumbradas, con edificios bien cimentados organizados administrativamente en cuatro barrios que comprendían 35 cuarteles, 360 calles a las cuales se abrían 8.222 puertas de 4.000 casas, 54 iglesias, monasterios y capillas un cementerio publico, un teatro, una universidad; encerrando una población de 70.000 habitantes». Concluía que era para aquel entonces [1821] una corte por el lujo, la disipación y los placeres que embellecían la residencia de los virreyes. 10 Ibídem. 11 Basadre, Jorge. «Historia de la idea de “Patria” en la emancipación del Perú». Mercurio Peruano, año XIX, n.° 330. Lima, septiembre de 1954, p. 653.

clases sociales se hallaban divididos por factores no solo hereditarios y económicos sino también raciales; había convivencia entre ellos mas no integración.

No se puede finalizar una descripción de Lima sin mencionar el clima de la ciudad y de los valles inmediatos que la rodeaban, hoy en día parte de los distritos de la misma. El clima del período de la Independencia ha sido estudiado de una manera amplia y adecuada.12 Los valles que rodeaban la ciudad eran considerados malsanos en ciertas épocas del año. De tiempo en tiempo surgía alguna epidemia mortífera, según Paz Soldán conocida como fiebre amarilla o vómito prieto.13 Las alteraciones climáticas no cambiarían, pues trece años después, en 1834, una nota editorial de El Telégrafo de Lima hacía referencia a

[...] la estación de verano está ya casi iniciada, sabemos que las aguas detenidas, los pantanos y toda inmundicia en los lugares frecuentados con el calor de la estación se desprenden al aire partículas corrompidas que le alteren y le hacen metílico y capaz de dañar la salud. El poco aseo de las calles y la poco agua en las acequias producen las fiebres que llaman estacionarias y otros males que afectan a la salubridad pública.14

Esta alteración climática perjudicó particularmente al ejército real en el verano de 1821. La ciudad de Lima se vio afectada, además, por el bloqueo de la Escuadra Libertadora, la escasez de alimentos y la destitución del virrey Pezuela. Por lo tanto, debemos considerar al clima como un factor que se debe tomar en cuenta al leer el presente trabajo, si bien no dedicaremos más líneas al respecto. Para 1820, la población hispana de la urbe se había incrementado notablemente. En una información secreta proporcionada por un vecino de Lima al general San Martín se le advertía del aumento de españoles peninsulares y americanos en la ciudad. Debido a la revolución que se había iniciado seis años atrás, «[...] la emigración de Españoles que se repartía en ellas ha cargado al Perú que era el punto pacífico, a esto deben agregarse las emigraciones de los mismos pueblos revolucionarios de América [...]».15 La información incluía a españoles empleados y particulares, así como a americanos partidarios de la causa del Rey; «[...] todos los que sirven de apoyo y sostén a este gobierno y contribuyen a sofocar y ahogar la opinión de los buenos americanos mucho más en un país tan débil como este».16

Según palabras del viajero Stevenson, la población de Lima no deseaba menos ardientemente que la de cualquier otra parte de Sudamérica un cambio en la forma

12 Sánchez, Susy. «Clima, hambre y enfermedad en Lima (1817-1826)». En Scarlett O’Phelan Godoy (comp). La Independencia del Perú. De los Borbones a Bolívar. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú e Instituto Riva-Agüero, 2001, pp. 237-262. 13 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú independiente. Vol. Primer período. Lima: Imprenta Alfonso Lemale, 1868, p. 161. 14 El Telégrafo de Lima, n.° 708, 23 de diciembre de 1834. 15 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú independiente…, p. 86. 16 Ibídem, l. cit.

de gobierno, pero muchas personas consideraban a esta ciudad como indolente y pusilánime por no haberlo realizado hasta aquella fecha. Lo interesante que destaca el autor del relato es que aquel juicio inmerecido se haya confirmado:

[...] cuando una ciudad [caso de Lima] esta bajo el peso de la autoridad militar los vecinos como los mismos soldados tienen que someterse a la voluntad de los que mandan y aunque la verdad muchos de los soldados habían nacido en Lima había otros muchos originarios de diferentes lugares del Perú y todos los oficiales eran españoles y los de origen americano estaban sujetos a la suspicacia de jefes altivos celosos de su autoridad.17

Esta afirmación es interesante, pues señala que los integrantes del ejército real eran en su mayor parte vecinos de la capital, enlistados para la defensa de la causa realista. Reiteramos que el soldado provenía de los sectores populares, siendo inclusive parte de la plebe, la que podía ser letrada o iletrada, hispana o americana. Otro aspecto destacable es la desconfianza de la oficialidad de origen peninsular frente a la nacida en América. Las deserciones y los hechos militares posteriores darían la razón a la primera.

2. eL miedo ante La amenaza de La expediCión LibeRtadoRa

La ciudad y sus habitantes dejaron de estar tranquilos después de las noticias que recibieron en septiembre de 1820, pues es innegable que antes el gobierno real no tenía seguridad del desembarco de las fuerzas patriotas en las cercanías a la villa de San Clemente de Pisco. En sus memorias, el virrey Pezuela señala que el día 3 de aquel mes recibió de manos del procurador Ulloa

[...] una porción de proclamas introducidas en esta capital y entregadas a su mujer por una persona desconocida dirigidas la una a los soldados americanos de ejercito del virrey; Otra a los soldados españoles del mismo Ejercito; Otra los habitantes del Perú, otra a la nobleza peruana y otra al bello sexo. Las cinco primeras [estaban] firmadas por el General enemigo San Martín y la sexta por un americano.18

Continuaba redactando Pezuela:

[...] se supone que ya ha desembarcado su expedición en nuestras costas pues que habla de ellas. La facilidad con que han sido introducidas en esta capital las expresadas proclamas manifiestan bien claramente que los enemigos tienen en ella y en

17 Stevenson, William Bennet. Sobre la campaña de San Martín y Cochrane en el Perú. Madrid: América, s/f, p. 43. 18 Pezuela, Joaquín de la. Marqués de Viluma, Virrey del Perú (1816-1821). Memorias de su Gobierno. Sevilla: Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1947, p. 753.

la costa sujetos seguros de quien valerse y de consiguiente enemigos interiores a la causa del rey.19

Al día siguiente de escribir aquel comentario, Pezuela recibió desde la metrópoli la orden de proclamar la Constitución en el virreinato bajo su mando.20 Pocos días antes, al comprobar el propio virrey la noticia del desembarco, se vio precisado a dar conocimiento de esta a los habitantes de la capital, en la Gaceta Extraordinaria del Gobierno de Lima del 12 de septiembre de 1820.21 El viajero Basil Hall nos dice que la expedición «[...] sorprendió completamente a los limeños; porque siempre habían despreciado a Chile como mero apéndice del Perú, del que no había que temer ningún ataque».22 La población era consciente de que se hallaría amenazada en un futuro no muy lejano, y de esto sería testigo cuando se iniciara, por parte de los patriotas, una estrategia de campamentos y propaganda que haría sentir su influencia psicológica en el ánimo de los vecinos de la capital. Estos —y principalmente los vecinos notables de la ciudad—, a pesar de las muestras de indiferencia y apatía con que en general vieron el curso del movimiento estratégico realizado por los patriotas, no estuvieron ajenos a él. A ello se sumaría el desconcierto que existía entre el virrey y los principales jefes de su ejército. Esto colmaría el entusiasmo de los patriotas, quienes instaron al general San Martín a iniciar sus operaciones.23

Por otra parte tenemos al gobierno que, encabezado por el virrey Pezuela, aún representaba para gran parte de los vecinos de la ciudad el gobierno legítimo del Perú. Al respecto, Hall nos señala que una

[...] violenta irritación producida en Lima por estas operaciones [las de los patriotas] era completamente natural pues los destinos de los habitantes acostumbrados durante siglos a despertar en el lujo y la riqueza estaban reducidos al reflujo máximo.24

Hall hace referencia a las dificultades de tener un ejército cerca de la capital y vivir con un bloqueo y una situación aún incomprensible para muchos, pues no debía esperarse que toda la población estuviese de acuerdo con la presencia del Ejército Libertador. Así, el miedo empezó a tomar más consistencia en la mente de algunos pobladores.

19 Ibídem. 20 Anna, Timothy E. The Fall of the Royal Government in Peru. Nebraska: University of Nebraska Press, 1979, p. 160. 21 Gaceta Extraordinaria del Gobierno de Lima, martes 12 de septiembre de 1820, s/n; reproducida en Puente Candamo, José Agustín de la. Historia marítima del Perú, t.o V, vol. 1, pp. 303-310. 22 Hall, Basil. «El Perú en 1821». En Colección documental de la Independencia del Perú, t.o XXVII, vol. 1, p. 203. 23 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú independiente…, p. 72. 24 Hall, Basil. «El Perú en 1821», p. 204.

La subversión frente a la autoridad —indudablemente, elemento de un miedo mayor— en un inicio generó entre los vecinos sensaciones de angustia y temor que dieron lugar a sentimientos encontrados, ya que los patriotas realizaban una denodada labor propagandística, y el ejército y el pueblo atribuían como de costumbre todos los males al gobierno ejecutivo,25 en este caso al virrey, máxima autoridad de la Corona, por no atinar ni tomar ninguna medida eficaz. En palabras de Paz Soldán, se hallaba aturdido «[...] con las dificultades que iba palpando de la jura de la nueva constitución».26 La Constitución de Cádiz fue jurada el 15 de septiembre, en el que podría considerarse el último acto público que presidiría el virrey antes de su deposición; y sería, a su vez, una de las últimas manifestaciones del dominio hispano en la capital.

El ejército, bajo el mando del virrey Pezuela, se encontraba acantonado no solo en la ciudad de Lima sino también en los pueblos inmediatos. Carecían estas tropas de disciplina y sus integrantes se hallaban con la moral relajada, no pudiendo confiar el propio virrey en la fidelidad de muchos de sus jefes y oficiales, principalmente en los criollos, nacidos en América. A esto se sumaba la desconfianza de los jefes del ejército real respecto a la capacidad del mismo virrey, sin dejar de considerar que a su vez este desconfiaba de los vecinos limeños e inclusive hasta de la misma tropa. Para colmo de males, la peste diezmaba a la tropa27 y «[...] todo contribuía a convencer que la dominación española estaba agonizante en la América. Así lo había dicho antes Pezuela y lo ratificaba el general en Jefe del Alto Perú Juan Ramírez y Orozco».28 Debió de ser de conocimiento de la población todo lo antes expuesto. Con mayor razón se temía, entonces, por la conservación del orden público.

Un acontecimiento de vital importancia para observar el estado de angustia en que se hallaba parte de la población —por el cual podemos vislumbrar cómo el miedo llega a desembocar en actos de violencia por parte de algunos vecinos de Lima y de su puerto, el Callao— es la captura de la fragata Esmeralda por la Escuadra Libertadora el 6 de noviembre de 1820. Así vemos que «[...] la vergüenza de haber perdido uno de sus mejores buques [...]» causaría efectos de «zozobra y consternación»,29 en un inicio, para luego convertirse en rabia y desesperación. El furor de los peninsulares desencadenaría actos de «salvajería», pues se dio muerte a algunos individuos de habla inglesa. Los instigadores de estas muertes fueron personas dedicadas a dos oficios en particular: uno de ellos era maestro carpintero

25 Ibídem, p. 205. 26 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú Independiente…, p. 68. 27 Véase la sustanciosa investigación sobre la peste en Sánchez, Susy. «Clima, hambre y enfermedad…», pp. 237-264. 28 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú Independiente…, pp. 3-68. 29 Ibídem, pp. 82-83.

y los otros pulperos avecindados en el puerto y nacidos en la península. Estos asesinatos fueron perpetrados por personas de la plebe: «zambos playeros» (entendemos que su oficio estaba vinculado a faenas vinculadas al puerto) y cargadores que trabajaban con el mulato apellidado Espejo.30 En Lima se pretendió repetir dichos crímenes; pero la situación, si bien acarreo la muerte de un inglés que fue asesinado en la calle, además de ocasionar heridas y contusiones a otros dos que resultaron «estropeados malamente», no llegaría a los niveles de mortandad que se dieron en el puerto.

Se creyó que el virrey estaba implicado en dichos actos. Paz Soldán acota que, según testimonios de la época, el virrey procedió con indolencia para descubrir y castigar a los autores de aquellos graves sucesos. De acuerdo con este autor, celebró públicamente el hecho y dijo que era un mensaje, un aviso para Cochrane o San Martín respecto al entusiasmo del pueblo y de la tropa. Podemos inferir que, por ser las víctimas del puerto gente de mar, y las de la ciudad extranjeros de habla y de nacionalidad inglesa, unos y otros ciudadanos de la joven Norteamérica, los hechos de violencia fueron una demostración de odio para con los que compartían el idioma del almirante Cochrane y, por ende, una respuesta inmediata de personas sin escrúpulos que pretendieron de esa forma atentar contra la misma nacionalidad del marino.

La carta que dirigiese el general San Martín al virrey, debido a las quejas que recibió, demuestra que en los campamentos patriotas se conocía a ciencia cierta el actuar capitalino. Dicha carta es la primera amenaza seria para los españoles avecindados en nuestra capital y también para cualquiera que no simpatizara con las ideas de los patriotas y quisiera repetir tales excesos. Además, era una comunicación en tono personal para el virrey, señalándole que era su obligación y deber reprimir las crueldades de sus subordinados y respetar el derecho de gentes en los prisioneros. De no hacerlo, San Martín se vería en la necesidad de usar la ley del talión: la intimación a los españoles europeos del 19 de noviembre de 1820. Sabemos que esta proclama fue de conocimiento público de todos los habitantes de la ciudad a inicios del mes de mayo de 1821, con lo cual podemos afirmar que otro elemento necesario para delinear el miedo que estamos analizando se había concretado en el miedo del peninsular hacia las represalias de los patriotas.31

30 Ibídem, pp. 82-83 y 86. 31 Ibídem, p. 85. Sería reproducida en El Depositario, n.° 27, Lima, 3 de mayo de 1821. Esta versaba así: «[…] por respeto a la especie humana he hecho esfuerzos para dudar hasta ahora del horrible plan concebido por los españoles europeos de renovar en Lima las vísperas sicilianas y derramar impunemente la sangre de los que han cometido a sus ojos el atentado de nacer en América. Jamais creí, que llegase a este extremo la barbarie de los que se jactan de pertenecer a la monarquía constitucional de España pero asegurado ya del hecho por las noticias que he recibido me veo forzado por la ley de la realización a declarar que desde el momento que se derrame una sola gota de sangre por las arbitrariedades o la

Lo cierto es que Gaspar Rico, en el primer número de El Depositario, del 22 de febrero de 1821, continuó azuzando a la población:

[...] hemos oído decir que uno o dos marineros ingleses de la referida corbeta [Cleopatra] desembarcaron tres o cuatro días hace en el muelle del Callao a provocar a nuestra gente de mar y la provocaron diciendo que Cochrane envestiría y tomaría pronto la plaza degollando a todos los españoles [...] colocamos estos disparates entre los estímulos vaporosos que anima el aguardiente de Pisco; pero es justo desear que se eviten estas provocaciones por el Gobierno porque escrito esta que donde el Gobierno no contenga o castigue los delitos o insultos groseros de hombres advenedizos los contenga y castigue el pueblo ofendido e insultado. El Derecho de Seguridad es más antiguo y positivo que el de resignación o subordinación humillante y abatida.32

De la lectura del texto anterior podemos deducir el estado de ánimo exaltado no solo por el editor, quien hacía reparos sobre la seguridad, es decir, sobre el mantenimiento del orden público en la capital. Es indudable que lecturas de este tipo solo podían incrementar el miedo entre las personas que se sentían inseguras dentro de la ciudad y que, en caso de ser peninsulares, temían aún más el odio del ejército al que ellos consideraban insurgente.

En estos momentos de zozobra, el retorno al régimen constitucional pudo servir, en opinión de algunas autoridades españolas, para detener la insurgencia y permitir organizar la contrarrevolución. Demasiado tarde se dio cuenta el virrey Pezuela de que las elecciones municipales serían un valioso instrumento para la causa patriota.33

Los criollos patriotas Fernando López Aldana y Joaquín Campino comunicaron secretamente a San Martín que, con motivo del suceso de la Esmeralda, se hallaban «[...] los chapetones tan irritados contra el comandante de Marina que han tratado de asesinarle [...] han esparcido pasquines contra el Virrey acusándolo de la ruina del Reyno y proclamando [nuevo] Virrey al General José de la Serna»,34 antes de que se produjera el motín de Aznapuquio.

Los colegios electorales se reunieron cuatro días después de la pérdida del batallón realista Numancia, que también significó un duro golpe para la población. Así, el 7 de diciembre de 1820 se elegiría como los dos últimos alcaldes de esta ciudad bajo la égida hispana al conde de San Isidro y a don José María Galdeano, además de dieciséis regidores, entre los que se encontraban el conde de la Vega del

venganza todo español quedara fuera de la ley y donde quiera que sea aprehendido será pasado por las armas. Este es el extremo más cruel para mi corazón pero yo estoy resuelto a seguir las reglas que dicta la reciprocidad y empeño que no quedara sin expiación el crimen de los que derramen la sangre de los americanos». 32 El Depositario, n.° 1, Lima, 22 de febrero de 1821, p. 4. 33 Pacheco Vélez, César. «La conspiración del conde de la Vega del Ren». Revista Histórica, t.o XXI, 1954, p. 390. 34 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú independiente…, p. 86.

Ren, connotado conspirador a favor de la patria, y don Manuel Pérez de Tudela, otro connotado padre de la patria. Como bien señalara Basadre, es innegable que el significado de ‘patria’ y de ‘lo peruano’ era muy diferente a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX respecto al cambio que se produciría en la mentalidad de la población y en el discurso doctrinario entre 1808 y 1814, «[...] volviéndose sinónimo del partido revolucionario o separatista», como ya era palpable para este momento. Por su parte, Pacheco Vélez señala que los meses finales de 1820 y primeros de 1821 produjeron en «[...] muchas gentes crisis de conciencia y el estado práctico de guerra termina por crear dos bandos claramente diferenciados».35 Basadre hace referencia a que «[...] la ola revolucionaria parece triunfar usando solo el arma de la persuasión conquistando conciencias y tratando de no derramar sangre».36

El triunfo patriota del Cerro de Pasco se conoció recién en Lima el 10 de diciembre de 1820, cuando los realistas todavía se hallaban atolondrados por la pérdida de la Esmeralda. Según Paz Soldán, esta primera victoria debió de producir resultados tanto más grandes en la opinión pública cuanto los españoles calificaron de loca y temeraria la expedición de Arenales.37 El conde de San Donás, vecino notable de esta ciudad, se refirió a estos hechos en El Sol del Perú de junio de 1822 de la siguiente manera: «[...] ocasiona gran cuidado a los españoles el desembarco del ejercito libertador en las playas de Pisco: perdieron mucha parte de su energía por la gloriosa victoria de Pasco».38

Como ya hemos expuesto, existía un desconcierto general en el ejército de la causa del Rey para fines de aquel año de 1820, pues reinaban entre sus integrantes el desaliento y la desconfianza, como consecuencia de las defecciones constantes. Una de las más importantes sería la del intendente de Trujillo, marqués de Torre Tagle, que en el cabildo abierto del 24 de diciembre planteó la posibilidad de la independencia. Torre Tagle tuvo la denodada oposición del obispo de la ciudad, don José Carrión y Marfil, quien ofreció cuatro mil pesos para la causa del Rey. Como el prelado advirtió que el ambiente era favorable a la emancipación y que su presencia era mirada con recelo, prefirió retirarse al vecino pueblo de Moche. Más tarde, como bien señala Vargas Ugarte, «[...] no debió considerarse allí seguro y se dirigió a Ascope, desde donde se le trajo poco menos que en calidad de prisionero a Huanchaco».39 Por estos hechos, en El Depositario de febrero del siguiente año se tildaría de sacrílego a Torre Tagle y se insertaría una memoria

35 Pacheco Vélez, César. «La conspiración…», p. 390. 36 Basadre, Jorge. «Historia de la idea de “Patria”…», p. 664. 37 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú independiente…, p. 99. 38 El Sol del Perú, jueves 13 de julio de 1822, p. 2. 39 Vargas Ugarte, Rubén, S. J. El episcopado en los tiempos de la emancipación sur americana. Lima: Librería e Imprenta Gil, 1962.

publicada en dos números.40 Con esto vemos que se llegó a exacerbar a la opinión pública en la capital. Lo cierto es que el intendente, luego de ejecutar esta medida, pudo proclamar la Independencia el 29 de diciembre, lo cual implicó para la causa del rey la pérdida de toda la costa norte, hasta cerca de Guayaquil. Si bien se embarcó al obispo con rumbo al norte chico, posteriormente sería desembarcado y se lo dejó partir con destino a Lima por exigencias del virrey Pezuela.

Estas noticias apesadumbraron aún más a parte de los vecinos de Lima. Si a esto le sumamos las infidencias vergonzosas en el campo realista, la falta de un plan completo de operaciones militares y las derrotas anteriormente descritas tanto en mar como en tierra,41 no es de extrañar que la población civil y militar de la ciudad estuviese consciente del mal manejo de la situación política militar llevado a cabo hasta esa fecha por el virrey Pezuela.

A principios de 1821 la agitación de los ánimos era extrema. Rodríguez Ballesteros señala que

[...] de todas partes se levantaban negras nubes que amenazaban una proxima tempestad el extravío de la opinion iba en aumento y si bien ya estaban a las puertas de la capital algunos refuerzos del Alto Peru mas bien debían servir estos para cubrir las grandes bajas producidas por la desercion que para dar al ejercito de Lima una superioridad marcada capaz por si solos de aferrar al enemigo sino se desplegasen nuevos medios de vigor y entusiasmo.42

El 24 de enero de 1821, llegaron al cuartel de San Martín más de cien individuos emigrados de Lima. Entre los notables se hallaban los militares Agustín Gamarra y Juan Bautista Eléspuru, y los distinguidos criollos patriotas Fernando López Aldana y Joaquín Campino.43

La retirada del general Canterac de Chancay por orden del virrey privó al ejército real del deseo de ofrecer batalla. Los apuros de la capital se incrementaban y el desconcierto crecía al ver perdidos los momentos de dar vigor al abatido espíritu público:44

[...] las desgracias y desaciertos del ejercito [del rey] iba perdiendo la opinión el crédito y la confianza publica y la causa española parecía lo mas subalterna la junta directiva que supo investirse con la autoridad del virrey e los negocios militares le falto energía y conocimientos locales [...].45

40 El Depositario, n.° 3, Lima, 27 de febrero de 1821, pp. 1-4 y El Depositario, n.° 4, Lima, 28 de febrero de 1821, pp. 1-4. 41 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú Independiente…, p. 135. 42 Rodríguez Ballesteros, José. Historia de la revolución…, p. 593. 43 Ibídem, p. 601. 44 Ibídem, p. 600. 45 Ibídem, p. 602.

Basil Hall contrasta el espíritu de inteligencia e información que animaba a la sociedad entera en el puerto de Valparaíso, en Chile, con las actitudes en el puerto del Callao y la ciudad de Lima, donde «[...] ninguno de aquellos cambios y sentimientos» se habían producido».46 Había arribado Hall al Callao a los pocos días de la deposición de Pezuela, y encontró la ciudad en medio de una

[...] batahola considerable, preparatoria las fiestas acostumbradas para la instauración del nuevo virrey. Los soldados naturalmente confiaban en que el cambio inmediatamente haría variar la fortuna del día, y también en la ciudad una oculta esperanza animaba por el momento a los habitantes, pero las personas más reflexivas veían claramente que estos procedimientos violentos solamente mostraban al enemigo falta de unión y disciplina.47

Hall fue presentado a varias familias más o menos afligidas por las circunstancias del día (deposición del virrey y entronización del nuevo) y toda la buena educación de aquellas era insuficiente para ocultar su desconfianza respecto a la neutralidad de los ingleses. Hall hace una notable apreciación sobre los sentimientos que embargaban a los vecinos de Lima al escribir que era imprescindible guardar la máxima circunspección al tratar con ellos. Califica a los vecinos de Lima como gente desconfiada y afirma que el miedo a «la ruina y la miseria», y la falta de sinceridad y confianza se explicaban por el estado de guerra civil en que se hallaban. De esta manera, si Hall y los ingleses que habían venido con él no desembarcaban, confirmarían las sospechas de que eran favorables a los patriotas, cuya escuadra estaba fondeada en la rada exterior; mientras que si residían permanentemente en Lima, se los consideraría sospechosos de espiar la tierra indefensa. Corrobora esta apreciación lo expuesto en El Depositario de marzo, en un artículo que aconsejaba a la población no confiarse de la neutralidad inglesa. Mejor apreciación del ánimo de inquietud y temor hacia el inglés que se experimentaba entre los vecinos de la capital no nos pudo dar Hall.48 A su vez, en otros números de El Depositario se hacía pública queja de la amistad de San Martín con los ingleses, y destacaba la falta de trigo en la urbe. De manera burlesca se hacía referencia a los ingleses por haber solicitado el comandante de La Andrómeda dos reses vacunas al gobierno virreinal.49

Por su parte, el viajero Stevenson narra un rumor que corrió por la ciudad el martes 3 de marzo de aquel año —hecho nada insólito para aquel momento—, según el cual:

46 Hall, Basil. «El Perú en…», p. 202. 47 Ibídem, p. 205. 48 Ibídem, pp. 212 y 214. 49 El Depositario, n.° 7, Lima, 3 de marzo de 1821, pp. 1-4; El Depositario, n.° 10, Lima, 10 de marzo de 1821; y El Depositario, n.° 12, Lima, 15 de marzo de 1821.

[...] las fuerzas de tierra desembarcarían en Ancón, distante cinco leguas de Lima, hacia el norte a media noche se oyó un ruido de disparos en la calle principal del barrio de San Lázaro llamada Malambo y los patriotas supusieron que era el lugar de reunión y los realistas el anuncio que el ejército desembarcaba. Más de un millar de aquellos acudió a la calle Malambo y la llenaron de tal modo que a la caballería enviada por el gobierno no pudo pasar por el gentío y se retiró hacia el puente.50

Este es el mejor ejemplo del miedo que se había constituido en irremediable compañero de los habitantes de Lima. La guerra civil había llegado a la capital y El Depositario dejaba constancia de ello al publicar un «examen de los delitos de Infedilidad a la Patria»,51 buscando preservar la causa realista.

Lo cierto del rumor es que sí zarparía una expedición naval desde Huacho a los pocos días, el 13 de marzo de 1821, pero no desembarcaría en Ancón sino en San Clemente de Pisco, con el objeto de interrumpir la comunicación de la capital con las intendencias del Bajo y el Alto Perú. Al respecto, si bien se evitó el combate con las fuerzas realistas al mando de García Camba, en palabras de un historiador hispano «[...] no dejaron por eso de ejercer con fruto su espíritu de rapacidad: 100 esclavos, 60.000 duros 500 botijas de aguardiente 1.000 cargas de azúcar gran cantidad de tabaco y otros varios géneros robados de las haciendas pertenecientes o no a españoles y naturales del país fueron el fruto de aquella primera correría».52

Este ejemplo de descrédito para los patriotas era difundido a través de periódicos y rumores esparcidos por la ciudad; a ello se debe el incremento del temor y la construcción de un miedo aún más elaborado, al incluirse en este lo que les podía suceder a los vecinos honestos que simpatizasen con cualquiera de ambas causas si Lima caía en manos patriotas. Por tal razón, la población dedicada al comercio, mayormente hispana o criolla, no dejó de apoyarse en la autoridad real para proteger sus intereses. Mejor ejemplo de ello será el intercambio epistolar entre Gaspar Rico y José de La Mar (subinspector general de las Armas), que exponía las medidas adoptadas contra los insurgentes, publicado en El Depositario del 7 de marzo.53

Los vecinos de la ciudad de Lima empezaron a sufrir los efectos del bloqueo al puerto del Callao a mediados del mes de abril de 1821. Era tal la escasez de pan que las gentes se agolpaban en las puertas de las panaderías para anticiparse a comprarlo a precio del cuádruplo. El mismo valor tomaban todos los víveres, sin que por esto fuera fácil encontrarlos.54 Así pues, con la carestía de alimentos que

50 Stevenson, William Bennet. Sobre la campaña de San Martín…, p. 61. 51 El Depositario, n.° 5, Lima, 1 de marzo de 1821, pp. 1-4; y El Depositario, n.° 6, Lima, 2 de marzo de 1821, pp. 2-4. 52 Rodríguez Ballesteros, José. Historia de la revolución…, p. 51. 53 El Depositario, n.° 8, Lima, 7 de marzo de 1821. 54 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú independiente…, p. 162.

se hacía sentir en Lima, es indudable que el aspecto psicológico cambiase: las ansiedades y la subversión del orden natural generadas por el hambre incrementaron el miedo. Resulta esclarecedor lo señalado por el viajero Basil Hall, quien afirmaba que «[...] desde la persona mas elevada hasta la ínfima en sociedad sentían los crecientes males que pululaban alrededor del estado de depresión»;55 los hombres estaban deprimidos como consecuencia de la escasez insólita, la temida pérdida de fortuna y el orgullo nacional herido.56

Respecto a la sorpresa que pudo causar entre los limeños la deposición del virrey Pezuela el 29 de enero de 1821, podemos afirmar que para ellos fue algo inesperado. El editor de El Depositario, Gaspar Rico y Angulo, señaló que «[…] el pueblo lo había recibido [al virrey La Serna] con un extraordinario regocijo; tampoco se manifestó un descontento popular».57 El motín de Aznapuquio, nos dice De la Puente, fue para la vida «[...] virreynal un hecho extraño e inaudito»; a lo insólito del suceso se añade además la opinión pública sobre qué pensaría la metrópoli respecto a este «virrey revolucionario».58 La familia del virrey Pezuela sería embarcada en La Andrómeda el 8 de abril por intermediación de su enemigo lord Cochrane y el 23 de junio lo haría el ex virrey en la goleta angloamericana Washington.59 Por medio del boletín número 10 del ejército en Huaura, San Martín comunicó la deposición del virrey Pezuela al Ejército Libertador.60

Pedro José Zavala y Bravo de Rivero, marqués de Valle Umbroso, y Antonio Seoane partieron en el bergantín de guerra Maypú el 29 de marzo rumbo a España para comunicar al Rey lo acaecido, justificando el motín ante la Corona; pero ambos emisarios fueron apresados frente a Río de Janeiro por la corbeta La Heroína de Buenos Aires. Es interesante señalar lo acotado por De la Puente sobre los informes que el marqués hará llegar a la Corona después de haber arribado a la península el 9 de octubre de 1821: «[...] en forma genérica mencionará la fidelidad de los peruanos, mas el énfasis suyo reside principalmente en la adhesión del ejercito español a la persona del Rey».61

55 Hall, Basil. «El Perú en…», p. 213. 56 Ibídem, p. 211. 57 Rodríguez Ballesteros, José. Historia de la revolución…, p. 619. Véanse las críticas al gobierno del virrey Pezuela por haber dado órdenes y contraórdenes a Ricafort en Huamanga (El Depositario, n.° 9, Lima, 9 de marzo de 1821, pp. 1-3), en un comunicado publicado en El Depositario, n.°16, Lima, 27 de marzo de 1821, p. 1. Asimismo, la justificación de Pezuela en la adición séptima, donde explícitamente señala que fue «[…] separado del mando justo y necesariamente», en El Depositario, n.° 20, Lima, 6 de abril de 1821, p. 5. 58 Puente y Candamo, José Agustín de la. «La misión del marqués de Valle Umbroso y de Antonio Seoane». Revista Histórica, t.o XXI. Lima, 1954, pp. 426-427. 59 Rodríguez Ballesteros, José. Historia de la revolución…, p. 625. 60 Ibídem, pp. 626-628. 61 Puente y Candamo, José Agustín de la. «La misión del marqués…», p. 439.

El malestar de la capital a finales del primer semestre de 1821 mostró reiterados síntomas de descontento, preludio de la desocupación de la capital.62 El 9 de abril arribó a Lima el comisario regio Manuel Abreu; su llegada desconcertó a La Serna y lo obligó a posponer su retirada de Lima, viéndose en la necesidad de formar una junta denominada pacificadora.63 A pesar de que se llegó a un armisticio formal el 23 de mayo, inicialmente de veinte días y ampliado luego hasta fines de junio, «[...] era ya evidente que el abismo que separaba a ambos bandos era insuperable».64

En El Depositario, Rico atacó directamente a Manuel Pérez de Tudela, los días 13 y 16 de junio, en un artículo satírico al que tituló «La cabildana».65 También se burló de San Martín e incluso publicaría el 20 de junio una sátira titulada «Transacción entre el editor y Pepito San Martín, verificada en las aguas del Callao, no en las tierras de Punchauca, ni en el arenal de Miraflores».66 No obstante, cuando se abatían sobre los habitantes de la urbe nubes de pesar por el abandono de las fuerzas del virrey y habiéndose mofado del Cabildo cuando este se enfrentase al virrey, Rico se vio en la necesidad de dar a sus lectores, primero como reimpresión de El Triunfo de la Nación, el oficio del 7 de junio (en el cual el cuerpo edilicio reclamaba al nuevo virrey que tomase medidas urgentes frente a la situación desconcertante que vivían los limeños). Paradójicamente, aquel oficio, que había sido objeto de mofa y burla por parte de este editor, no solo fue reproducido en El Depositario sino que además, en su penúltimo número, dio a conocer los textos de contestación del virrey y las réplicas del 8 de junio. Solo quedaban horas de dominio hispano en la capital cuando salieron a la luz los mencionados documentos: era la edición del 5 de julio de 1821.67

3. eL miedo entRe Los veCinos «quando desampaRo esta Ciudad eL señoR GeneRaL La seRna»

El virrey general José de la Serna aprovechó que se estaban llevando a cabo las negociaciones de Punchauca, en las cuales inclusive él participó, y se barajó la

62 Puente y Candamo, José Agustín de la. Historia marítima del Perú. La Independencia, 1790 a 1826, tomo V, vol. 1, p. 354. 63 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú independiente…, p. 163. 64 Fisher, John. El Perú borbónico…, p. 210. 65 El Depositario, n.° 41, Lima, 13 de junio de 1821, pp. 1-4 y El Depositario, n.° 42, Lima, 16 de junio de 1821, pp. 1-4. Es pertinente señalar que la edición completa de ambos números fue dedicada a «La cabildana». 66 El Depositario, n.° 43, Lima, 20 de junio de 1821, pp. 1-4. Véase «Transacción con Pepito San Martín». Incluía toda la edición del número. 67 El Depositario, n.° 46, Lima, 28 de junio de 1821, pp. 3-4 y El Depositario, n.° 49, Lima, 5 de julio de 1821, p. 1.

idea de independencia con y no contra los españoles.68 Anna justificará convincentemente la medida adoptada por el virrey.69 Este dispuso su marcha para la sierra, abandonando la capital, y llegó a recoger del fuerte Santa Catalina a todos los elementos militares allí depositados,70 inutilizando la máquina de moneda. El 5 de julio, mediante proclama, nombró gobernador de la ciudad al marqués de Montemira, de más de 80 años. Hall nos refiere que «[...] la elección fue prudente, porque este noble anciano, aparte de ser hijo del país, era tan universalmente estimado que su influencia iba probablemente a ser de lo más beneficiosa en esta coyuntura»;71asimismo, Flores Galindo hace un interesante análisis de esta coyuntura.72 De acuerdo con el relato de Hall, Montemira

[...] encontró a la ciudad presa de gran agitación. A la sazón todos sabían que los realistas pensaban abandonar la ciudad a su suerte y era claro que a cualquiera cosa que aconteciese se produciría una reacción violenta; pero como nadie sabía o podría imaginar la magnitud que alcanzaría todos creían la crisis llena de peligros y dificultades. Los timoratos eran presa de los temores más extraños; los audaces y fuertes no sabían de qué modo utilizar su coraje y los vacilantes estaban en el estado más lastimoso; pero los extranjeros no deseando ofender a ninguno partido, obraban sabiamente poniendo buena cara al asunto. La parte femenina de la sociedad estaba muy enredada, pero se conducía mejor que los hombres; las mujeres mostraban mas fortaleza, eran menos tímidas, se quejaban menos del sufrimiento, en general veían las cosas de vista más brillante y no se acongojaban o apesadumbraban a quienes las rodeaban, con quejas innecesarias o anticipos del mal.73

Igualmente, el virrey remitió un oficio al general José de San Martín haciendo de su conocimiento que abandonaría la ciudad. En una proclama que el virrey dirigió a los habitantes del Perú el 8 de julio de 1821, diría lo siguiente: «[...] haber

68 Basadre, Jorge. «Historia de la idea de “Patria”…», p. 665. El texto del armisticio de Punchauca sería publicado en la Gaceta Extraordinaria de Gobierno y reproducido en El Depositario, n.° 32, Lima, 25 de mayo de 1821. En la sección Variandito de El Depositario, n.° 37, Lima, 2 de junio de 1821, se comunicó lo siguiente: «[…] hoy a las seis de la mañana ha salido el Exmo Virrey para Punchauca según parece para la entrevista acordada con el General enemigo don José de San Martín dicen y muchos creemos ratificarán las transacciones que se suponen ajustadas […]». 69 Anna, Timothy E. The Fall of The Royal Government…, pp. 176-178. 70 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú independiente…, p. 182. En un diálogo ficticio creado por Gaspar Rico, aparecido en el último número de El Depositario, n.° 50, Lima, 5 de julio de 1821, se reproduce el desasosiego por parte de los realistas limeños en las siguientes palabras: «[…] había observado ayer en el pueblo, y entre sus reflecsiones mezcló una censura demasiada animada e injusta de la resolución del Virrey de abandonar el pueblo […] no era de abandono sino de defensa. El señor Virrey en palabras de Berriozabal debe conservar este pueblo no debe abandonarlo». 71 Hall, Basil. «El Perú en…», p. 227. 72 Flores Galindo, Alberto. La ciudad sumergida. Aristocracia y plebe en Lima, 1760-1830. Lima: Horizonte, 1991, pp. 170-175. 73 Ibídem, p. 225.

avisado mi movimiento oficialmente al General San Martín, por prevenirle quanto pretestos quisieran figurar contra el benemérito pueblo de Lima».74 Deducimos que el virrey daba a entender a San Martín que no era necesario que atacara la ciudad. Al ser publicada en la Gaceta un mes después, el editor le respondería al virrey de la siguiente forma:

[...] es posible que haya tenido el General La Serna la osadía de asegurar que ha procurado contener todo desorden después de haber abandonado esta Capital así misma dejándola presa de la licencia y desorden de todas las pasiones? Sin las virtudes de este pueblo y sin las oportunas y sabias providencias de S. E. el Protector del Perú, la ciudad se habría convertido en un teatro de horrores: sus habitantes han sido testigos de la conducta que han observado ambos jefes: a ellos les toca decidir cual de los dos se ha interesado mas en su felicidad.75

Nunca se imaginarían los limeños vivir esa ingrata experiencia: la sede del gobierno virreinal desde su misma fundación, era dejada a su suerte. Hemos dado a conocer el miedo hacia el ejército patriota, que pronto sería el nuevo ocupante de la urbe; es indudable que el miedo seguía el mismo curso para aquellos que no esperaban un buen comportamiento de las tropas patriotas conformadas por parte de la plebe y de esclavos pasados a sus filas, por la fuerza o por su propia voluntad. Cualquier indicio de que se conservaría el orden público era desestimado en ese momento. Ese gran miedo —compartido por parte de la población criolla o peninsular, pudiente o pobre— quizá motivó que el virrey La Serna señalase los castillos del Callao como refugio para quienes se creyesen inseguros en la capital. Este fue el aviso para los avecindados y los vecinos peninsulares, como también para los criollos fieles a la causa del Rey nacidos en la urbe, quienes salieron despavoridos.

Lo cierto es que la noticia generó reacciones de toda índole, como las expuestas en el testimonio de Hall, pero es innegable que un gran miedo, nunca antes vivido, se apoderó de los vecinos de esta ciudad. Paz Soldán nos señala que «[...] la ciudad estaba conmovida y en la mayor consternación: los que se hallaban comprometidos por sus opiniones o los que temían perder su fortuna [...].76 Hubo quienes se retiraron a los castillos del Callao inclusive por otro tipo de circunstancias; este sería el caso de Manuela Pastor, «[…] doncella natural de esta ciudad, huérfana de madre e hija política del teniente Coronel de Artillería Enrique del Sol», quien manifestó que a fines del mes de mayo «[...] fue nombrado mi padre político para pasar destacado a la Plaza del Callao y haviendo enfermado a los pocos días me fue preciso pasar asistirlo con mi finada madre».77 Otros casos son

74 Ibídem. 75 Gaceta del Gobierno Independiente de Lima, año 1, n.° 9, miércoles 8 de agosto de 1821, p. 35. 76 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú Independiente…, p. 183. 77 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 1, cuaderno 23.

los de Gregorio Gayzado, «Oficial Mayor que fue en la aduanilla del Callao», obligado por orden del gobernador a refugiarse en los castillos inclusive con «[…] toda la gente del pueblo y playa»,78 y el de Manuel Cabada, «[…] vecino de la ciudad de Cajamarca y residente en esta como director que fue del Tribunal de Minería», quien alegó haber sido sorprendido en los castillos del Callao, adonde había ido desde Lima a realizar «[…] una dilegencia momentánea». En el escrito con el que reclamaba sus bienes muebles secuestrados, dijo que la Junta sabía muy bien que él era

[...] un vecino honrado y pacífico, que en su vida ha practicado cosa que pueda hacerle temer la entrada del ejército libertador y la variación consiguiente del sistema antiguo [hace referencia al régimen colonial] no podía obrando cuerdamente adoptar el desesperado arbitrio de encerrarse en el castillo y sufrir todas las privaciones y horrores de la guerra, por consiguiente me hará la justicia de creerme que solo la casualidad pudo haberme envuelto en el numero de emigrados.79

Es cierto que de los setenta mil habitantes, población de la capital calculada para aquel entonces, solo se refugiaría en los castillos del Callao un porcentaje mínimo, alrededor de seiscientos vecinos, aunque no debe olvidarse a todos aquellos que se refugiaron en los conventos y monasterios. Nadie mejor que Hall para narrarnos el espectáculo desolador:

[...] no fue sin dificultad que pude avanzar contra la multitud de fugitivos que marchaban en dirección contraria, grupos de gente a pie, en carros, a caballo, pasaban presurosos; hombres, mujeres y niños, con caballos y mulas y numerosos esclavos cargados con equipaje y otros valores, transitaban confundidos y todo era gritería y confusión.80

En la ciudad misma la consternación era excesiva. Los hombres vacilaban ante la terrible duda sobre lo que debían hacer; se veía a las mujeres correr por todas partes hacia los conventos, y no solo el denominado sexo débil se ocultaría en ellos: Nicolás Caminiaga, comerciante, «[...] temiendo el insulto de la plebe, puso todo su hainco en precaverlo refugiándose con la correspondiente licencia del Ordinario Eclesiástico en varios de los conventos de las esposas de Jesucristo».81 Asimismo, en los conventos e iglesias se ocultarían sumas importantes de dinero. En la de Belem de la Merced se desenladrilló una bóveda y fue colocado dentro de ella un baúl con cerca de 32 mil pesos pertenecientes a Pedro Sanz de Texada, coronel de milicias de Carabaillo, «[...] el qual con su familia y otros de la ciudad se refugiaron al saber dicho convento». Así lo afirmó el padre comendador

78 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 2, cuaderno 47. 79 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 2, cuaderno 35. 80 Hall, Basil. «El Perú…», p. 226. 81 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 3, cuaderno s/n.

fray F. León Fajardo.82 Otro caso es el de los «[…] 20.000 pesos que se hallaban guardados dentro de un cajón o clavecín grande en la Sacristía del Monasterio de Jesús María».83

Las callejuelas estaban literalmente atestadas de carros y mulas cargadas y con jinetes. Toda la noche continuó la confusión y al llegar el día el virrey salió con sus tropas, sin dejar ni un solo centinela en el polvorín. Con él partieron algunos vecinos de la capital, además de las tropas, algunas conformadas por limeños de la plebe, como ya lo hemos dicho. Pudo determinar tal partida un miedo a la ideología liberal de los patriotas y una fidelidad no resquebrajada, o inclusive el solo hecho de haber nacido en la península, como lo muestran las denuncias que se efectuarían a partir del 19 de julio contra los que fugaron con el ejército de La Serna. Un ejemplo sería el de Francisco N (por no conocerse el apellido), dueño de una pulpería en la calle de San Ildefonso;84 otro, el del dueño de la pulpería de la esquina (de la casa) del marqués de Montemira.85 Igual denuncia se haría contra el pulpero de la esquina de la Palma;86 y por último, también se denunciaría el secuestro de la chingana de Esteban Levita, ubicada en la calle de Malambo.87

Continúa Hall señalando que

Hasta este momento mucha gente con un extraño grado de incredulidad procedente del prejuicio y orgullo largamente acariciados, no quería creer posibles estos acontecimientos; pero cuando el momento se presento realmente su desesperacion se hizo inconmesurable y huían como cualquiera. Una o dos horas despues de la partida del Virrey las calles estaban llenas de fugitivos, pero a mediodia escasamente se veía una persona y en el curso de la tarde acompañe a uno de los comerciantes ingleses en un paseo de mas de una milla por los barrios mas populosos de Lima, sin encontrar alma viviente; todas las puertas trancadas, las ventanas cerradas y parecia ciertamente una vasta ciudad de muerte.88

Paz Soldán se referiría así al comportamiento de las mujeres de la ciudad:

[...] las tímidas amedrentadas con la idea infundida por los españoles de que los patriotas saquearían la ciudad y no respetarían ni su pudor se ocultaron en los monasterios: otros buscaban su apoyo en el ejército que se retiraba. Todo era una confusión, todo un trastorno y sin armas ni tropas se hallaba la capital en una anarquía completa.89

82 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 2, cuaderno 33. 83 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 2, cuaderno 43. 84 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 2, cuaderno 52 y RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 4, cuaderno 84. 85 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 4, cuaderno 151. 86 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 4, cuaderno 79. 87 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 4, cuaderno 84. 88 Hall, Basil. «El Perú en 1821», p. 226. 89 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú Independiente…, p. 183.

Es cierto que la inquietud reinaba entre todas las clases. El anciano arzobispo respondería al virrey, cuando este lo instó a que lo siguiera en su retirada, que en tan calamitosos momentos no abandonaría a sus ovejas y que los clamores de los monasterios exigían su presencia en la ciudad. San Martín, al enterarse de esto, le manifestó el consuelo que le causaba la noticia de enterarse que su prelado permaneciese en ella, «[...] pues con su presencia se evitarían muchas tentativas del desenfreno de la plebe a que estaban expuestos [...]», y le rogaba que «[...] exitase el celo de los sacerdotes» para que coadyuvaran a conservar el orden e inspirar confianza. Este oficio confortaría mucho al anciano prelado, quien se presentó en momentos tan difíciles como «digno pastor de sus ovejas»,90 pero no por mucho tiempo: sería deportado, menos de quince días después de proclamada la Independencia, por considerarlo peligroso. En un artículo que conmemoraba el aniversario del 8 de septiembre de 1820, publicado en la Gaceta de Gobierno de Lima, el autor elogió al general San Martín y opinó que no sucedió absolutamente nada de gravedad.91

El virrey La Serna salió de la ciudad el 6 de julio; San Martín entró en ella cuatro días después. Otra descripción de los hechos acaecidos en Lima es la narrada por un oficial español que recibió información de primera mano:

[...] a la vista de los invasores alguna plebe, la mayor parte compuesta de gente de origen africano prorrumpió con estrepitosos vivas a la patria e hizo repicar las campanas pasando a favor de la algaraza a robar algunas tiendas de las conocidas por pulpería; pero este desorden duro poco porque los vecinos honrados acudieron a contenerlo distribuyéndose en patrullas y la fuerza armada le presto oportuno auxilio.92

Lo cierto es que el miedo se vivió en la capital de una manera visible y palpable. En una exposición que hizo un vecino en su defensa al ser calificado de «godo», nos dice que, por orden del marqués de Montemira, alistó, disciplinó y formó dos compañías de infantería para contener «[...] en esta ciudad desarmada los licenciosidades y ataques de la plebe, que ya degeneraban en los mayores crímenes».93

90 Ibídem. 91 Gaceta del Gobierno de Lima independiente, año 1, n.° 18, sábado 8 de septiembre de 1821, p. 80. Se refería al virrey La Serna en los siguientes términos: «El dejo el pueblo de Lima abandonado a todos los horrores de la licencia y la anarquia; pero no se perturbo el orden, gracias a las virtudes de los habitantes y a las activas y prudentes medidas que por orden de S. E. se tomaron; siendo esta circunstancia no menos admirable que el modo en que las combinaciones militares y políticas convirtieron sin efusion de sangre la ciudad de Los Reyes en ciudad en la ciudad de los Libres». 92 García Camba, Andrés. Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú. T.o I. Madrid: Hortelano y Compañía, 1846, p. 408. 93 Anónimo. Amados compatriotas. Exposición que hace un peruano al virrey La Serna acerca del verdadero estado político de la América en la época presente. Lima: Imprenta Matos, 1827, p. 2.

La angustia ante los temores que siempre habían embargado a los habitantes de la élite de la ciudad se hace explícita en el discurso que pronunciara uno de los oidores integrante de la última Real Audiencia de la ciudad, el doctor José Arriz; es innegable el miedo ante la falta de autoridades que pudieran mantener el orden público y el interés general de los habitantes de los sectores altos y medios de la sociedad en aquellos días. El oidor hace referencia a los peligros de la población indígena —lo que refleja el miedo que le tenía a esta, sobre todo desde la sublevación de Túpac Amaru II— y a las vivencias que sufriría la población criolla e hispana.94 Esto, además del desamparo y la imposibilidad de poseer una fuerza que fuese eficaz para contener a la tan temida plebe. El texto del oidor versaba así:

[...] cuando implorábamos su socorro contra el hambre que llenaba de mendigos; nuestras puertas y nuestras calles y nuestros hospitales de enfermos: contra la desolación de nuestros sembrados, instrumentos de labranza fondos capitales de nuestra subsistencia, de la de nuestros hijos y de las generaciones venideras de nuestros compatriotas: cuando con la vecindad de sus tropas esperaban nuestras indefensas mujeres tiernos hijos y azoradas familias que acaso esa misma noche fuese la ultima de su existencia pereciendo victimas del furor de los indígenas conmovidos en las provincias inmediatas y de la plebe que es arrastrada por la embriaguez tumulto y confusión en tal ominosa noche [...].95

4. EL miedo de Los veCinos «quando La patRia binieRa a esta

CapitaL»

Las primeras providencias de San Martín dejaron en claro el cambio que surtiría en las mentes de los vecinos el nuevo fenómeno psicosocial que estaban viviendo. Así, se les decía en el primer número de la Gaceta de Gobierno de Lima Independiente: «[...] bórrese si se puede de la memoria de los hombres los tres siglos que pasó o aletargado en las cadenas de un gobierno despótico [...]».96

San Martín se preocupó inmediatamente por solucionar la carestía de alimentos que, como consecuencia del bloqueo, tenía muy afectada a la población desde abril. Para solucionar la escasez de harinas y el excesivo precio al que se vendía el pan, permitió que se desembarcase por los Chorrillos —ya que el Callao se hallaba en estado de sitio— dos mil fanegadas de trigo libres de todo derecho.97 En nuestra

94 Véase Valle de Siles, María Eugenia del. Diario del alzamiento de indios conjurados contra la ciudad de nuestra señora de La Paz. 1781. Por Francisco Tadeo Diez de Medina. La Paz: Banco Boliviano Americano, 1994. 95 Gamio Palacio, Fernando. «Declaración y proclamación y jura de la Independencia del Perú, 1821». En El Perú y su independencia. Antología. Vol. II. Lima: Gráfica Industrial, 1944, pp. 408-409. 96 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 1, lunes 16 de julio de 1821, p. 1. 97 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 2, miércoles 18 de julio de 1821, p. 7.

capital calmó los temores de los vecinos, pues prohibió severamente que se injuriase a los españoles y se los facultó para abrir sus tiendas de comercio. Esto causaría un gran efecto, según Paz Soldán, pues «[...] fue tanto mejor cuanto que los enemigos habían procurado infundir en las masas y la clase ilustrada la creencia de que los patriotas nada respetarían y en particular a los Españoles».98

A pesar de estas medidas, los patriotas no se sentían tan seguros. El miedo hacia los sacerdotes era innegable. Un ejemplo de ello fue que el mismo día que se proclamaba la Independencia aparecía un artículo criticando el desempeño de su ministerio. Según este, sembraban una «[...] cizaña diabólica tan peligrosa al estado como a las conciencias» y sugería darle término al daño que causaban algunos sacerdotes que miraban «[...] como pecado mortal de rebelión y delito de lesa majestad la gloriosa resolución de ser independientes substrayéndonos de la dominación española y con este falso concepto andan turbando a las almas débiles».99 Constancia de ello queda en el oficio del 3 de agosto dirigido a fray Manuel Marsano, provincial de la orden de San Francisco, por Juan García del Río, rubricado por el Protector, en el cual se le pide que se haga una manifestación exacta de los caudales, las alhajas y otras especies que hubiesen depositado dentro del convento, antes de la llegada de los patriotas

[...] algunos individuos de esta capital [que] prevenidas del generoso selo que a favor de la humanidad eminentemente distingue a los discípulos de nuestro redentor en esta ciudad han abandonado sus hogares por aversión a la justa causa América y por la falta de confianza en las promesas de S. E. (el Protector).

En el mismo oficio se incide en el no uso de la fuerza al señalar que «[...] por el santo respeto que S. E. [el Protector] profesa a estos establecimientos [los conventos] que forman la columna más sólida de nuestra religión se ha abstenido de emplear medio alguno que contradiga sus sentimientos».100

Las instituciones coloniales se acomodaron a los hechos consumados. Así, el Tribunal del Consulado erigió un arco triunfal, a la usanza de los que se hacían cuando se proclamaba a un nuevo rey, pero en esta ocasión para celebrar la jura de la Independencia. El arco era «[...] de primorosa estructura y con magníficos adornos, inscripciones y emblemas, sobre el que se veía una soberbia estatua ecuestre del Libertador del Perú con sable en mano».101 El antiguo Cabildo dispuso en las salas capitulares del Ayuntamiento de un desert en la noche del 28 de julio, señalando el concurso de numerosos vecinos, la gala de las señoras, la música, el baile y la presencia del Libertador mezclado entre todos «[...] con aquella popularidad

98 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú independiente…, p. 184. 99 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 6, sábado 28 de julio de 1821, p. 21. 100 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 2, cuaderno 37. 101 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 7, miércoles 1 de agosto de 1821, p. 24.

franca y afable». Asimismo se expresaba que este dio una liberal muestra de su justa satisfacción y de su afecto a esta capital, haciendo que todos los vecinos y señoras concurriesen la noche del 29 al palacio ya denominado Protectoral «[…] en donde se repitieron, sino es que superaron, junto con la esplendidez del refresco, los mismos regocijos que la noche anterior del cabildo».102 Contrastaba todo esto con las noticias publicadas en el suplemento de la Gaceta de aquel mismo día, en el cual se publicó una lista, para conocimiento de la población, con los nombres y en algunos casos los bienes de los españoles prófugos hallados en la fragata San Patricio, quienes se habían embarcado en la noche del 24 de julio, haciéndose a la vela desde el fondeadero interior de la cadena y perchas en el puerto del Callao.103 Mejor imagen de las vicisitudes y vacilaciones de los vecinos de esta capital no podemos ofrecer. La guerra civil se hallaba en la capital.

El general San Martín determinaba para el 4 de agosto una nueva delimitación política de los territorios que se habían sumado al bando patriota, señalando que «[...] los partidos del cercado de la capital Yauyos Cañete, Ica y el Gobierno de Huarochiri [...]» formaban desde ese momento «[...] uno de los Departamentos Libres del Perú y seria denominado Departamento de la Capital».104 Comenzaba una nueva etapa gubernativa para los que daban muestras de júbilo por la patria y también para los atemorizados y/o escépticos vecinos de la capital. Se procedió a nombrar al entonces coronel José de la Riva-Agüero como presidente de dicho departamento, al que se denominó Lima, cargo que luego devendría en el de prefecto. Este cargo correspondería a la máxima autoridad local y quien lo desempeñe estaría directamente implicado en los secuestros de los bienes muebles e inmuebles de los vecinos y/o avecindados de la ciudad, como consecuencia del bando que se publicase el 18 de julio, a solo tres días de ocupada la urbe por el ejército patriota.

El Protector mandó «[...] formar una comisión que entendiese en los secuestros de los bienes emigrados al ejercito enemigo»,105 de la cual solo encontramos su respectiva publicación en la Gaceta tres meses después; podemos discernir que

102 Ibídem. 103 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 7, miércoles 1 de agosto de 1821, p. 24, y suplemento del mismo día. Eran las siguientes personas: Martín de Aramburú, con dos baúles de ropa de uso; Francisco Iñarra, Manuel de Bárcenas y Francisco de Aldecoa. En la fragata Lord Lyudoch, el general O’Relle, Fernando del Mazo con cuatro hijos, Antonio Pumarada y esposa, Antonio Rubio, Pedro Moreno Altuzarra, Martín Errasquin, Esteban Huarte, Martín Almanza, José Uria y esposa, Juan Vivas, Manuel Navarro, Vicente Hoyos, José Lanaga, Vencislao Vilches, Tomas Lorenzo de Alcalá, Andrés Pasqual, Pedro Casanova y Pedro Rávago. 104 Decreto del 4 de agosto de 1821, consecuente con el Reglamento Provisional de Huaura del 12 de febrero de 1821. En Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos y órdenes publicadas en el Perú desde el año de 1821 hasta el 31 de diciembre de 1859. Vol. 2, n.° 563, p. 247 y vol. 1, n.° 1, p. 7. Lima: F. Bailly, 1861-1870. 105 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 30, sábado 20 de octubre de 1821, p. 127.

esta medida fue motivada no únicamente para desinformar a la población sino para generar un miedo mayor. Nos enfrentamos, pues, a una maniobra política del Protectorado. A su vez, pensamos que también se ocultaron las disposiciones legales pertinentes con el fin de generar confusión entre la población promonárquica o realista, ya que los secuestros se ejecutaban a raíz de denuncias secretas premiadas por el nuevo Estado. Esto lo podemos atribuir a una nueva forma de infundir pánico, angustia y desazón. Indudablemente, se esperaba una participación militante de los vecinos de la capital para con la patria, y el objetivo prioritario era buscar la mejor manera de obtener fondos para el desenvolvimiento del nuevo Estado independiente, pagar a las tropas y cubrir otras necesidades desencadenadas por la guerra civil. Se iniciaría una persecución indiscriminada contra la población civil, cuyas primeras víctimas serían los pulperos de la ciudad. El Protectorado procedería a secuestrar los bienes de «[...] varios pulperos europeos emigrados»;106 como ya lo hemos precisado anteriormente, inclusive efectuando denuncias que precisaban únicamente el local de la pulpería, sin dar razón del nombre propio del denunciado.

El miedo existente antes de la «llegada de la patria» quedaría a un lado; la población patriota de la capital y el Protector esperaban que los pobladores, en general, asumieran una conciencia cívica acorde con las circunstancias; asimismo, esperaban que con la recompensa en metálico se pudiese captar la mayor cantidad de bienes muebles e inmuebles de los vecinos ya calificados como «emigrados». Esta nueva situación dividiría para siempre a los vecinos de Lima: se empezaría a discriminar al que no hiciese manifiesto público de su amor, entrega y servicio a la causa de la patria, y se denominaría de forma despectiva a los españoles residentes en Lima. Como los mismos documentos nos lo señalan, se procedería a secuestrar «[...] los bienes de los godos emigrados».107

A partir de un bando de fecha 20 de julio, dos días después del que mandó perseguir a los pulperos, «[...] en cumplimiento de dar aviso donde se hallen las propiedades de españoles emigrados con el exercito Real y los ocultos que se hallen en esta ciudad sin concurrir a sus tiendas públicas», el 24 de julio Bruno Herrera denunciaba que ocho «godos» se habían ido con La Serna, entre ellos

106 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 2, cuaderno s/n. Estas denuncias continuarían; ver el leg. n.° 4, cuaderno 24, denominado «Libro primero de denuncias originales de está capital año de 1821». Así tenemos que José Vicente Ramos, el 3 de agosto, denunciará al dueño de la esquina pulpería de la Arreta señalando a su vez que le había dejado en poder de un donado de la orden de la Merced de nombre Gregorio Martines; el 8 de agosto se denunció «[…] al pulpero de la esquina de las Nazarenas José N. [quien] se fue con La Serna dejando los intereses en poder de su patrón»; el 14 de agosto, Rafael Fuente Alva denunciara a «Manuel N, cuyo apelativo ignoro [el cuál] se retiró al Castillo el día antes que dentrase las tropas de la Patria dejando dos casas pulperías suyas propias situadas la una en la esquina de San Pedro Nolasco, la otra en la esquina de Capón». 107 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 4, cuaderno s/n.

Gaspar Rico, el editor de El Depositario. Sus bienes se hallaban en casa de su cuñada, en la calle de la portada del Callao, casa de Benavente. Asimismo, denunció Herrera la fuga de otros quince al Callao, entre ellos Manuel Corvea, propietario del almacén casa de Padilla y de una casa en la calle de la Panadería de la Trinidad. Corvea se hallaba en los castillos y se ignoraba el paradero de otros siete, creyéndose a tres ya en la Península.108 A los dos días, Bruno Herrera continuaba sus denuncias incluyendo también a vecinos notables de la ciudad como Francisco Colmenares, propietario de una casa huerta, y al conde de Valle Hermoso, propietario de la casa calle del Estanco.109 Como se puede ver, las denuncias corroboran la nueva situación impuesta por el régimen protectoral en la capital, como consecuencia de la proliferación de estas y del malestar que se vivía a los diez días de haberse jurado la Independencia. El Protector declaró, el 7 de agosto de 1821:

– Que no podría allanarse la casa de ningún vecino sin una orden impresa firmada por él. – Que el ciudadano o vecino tendría derecho a hacer resistencia para no permitir que su casa fuese allanada si no se le exhibiese la orden antes señalada. – Que las personas destinadas por el gobierno para hacer el reconocimiento de alguna casa no podrían con cualquier pretexto hacer el registro ni menos el embargo de esta si no lo era en presencia del interesado y bajo su correspondiente inventario. – Que existiría, por último, la posibilidad de interponer un recurso de queja ante el presidente del departamento,110 recayendo el cargo en el coronel José de la

Riva-Agüero y Sánchez Boquete.

El Protector tomó estas medidas al tener noticias de que la seguridad individual del ciudadano limeño y de su propiedad eran continuamente atacadas por otros habitantes de la misma ciudad, a los que se calificó como «[...] algunos malvados que usando el nombre respetable del gobierno y otras autoridades han cometido excesos y abusos escandalosos»; buscaba poner fin a esta situación y contener todo

108 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 4, cuaderno 24, denominado «Libro primero de denuncias originales de esta capital año de 1821», en el cual se indicaba que los siguientes vecinos se hallaban en el Callao: Andrés Pasqual, Juan Antonio Racines, Leocadio Santallana, Carlos Ortiz, Martín Aramburú, Francisco Quiroz, Juan Trueva, Domingo Espinoza, Martín Almorza y su hermano Pedro Moreno Alturza. 109 Ibídem. Josefa Sierra, esposa del general Juan Ramírez, señalando su casa en la calle de Jesús María; el comerciante Manuel Melitón del Valle, dueño de la tienda portal de Botoneros; Toribio Aceval, con casa propia en la calle Santa Rosa, todos ellos en el Callao; y Francisco Avelano, dueño del 6.° cajón de la Rivera, que había fugado con La Serna. Por último, el mismo sujeto Bruno Herrera denunciaría a Pablo Hurtado, con casa en la calle de Santo Domingo y a un innominado. 110 Decreto del 7 de agosto de 1821. En Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos…, t.° 1, n.° 6, p. 13.

desorden mediante una nueva medida gubernativa para salvaguardar «las garantías individuales».111

En un artículo de oficio firmado el 9 de agosto —que solo aparecería publicado en la Gaceta trece días después— se menciona la existencia de una Junta de Purificación, sin dar detalle alguno de sus atribuciones y facultades. Se trasluce aún más el abismo que se estaba produciendo entre los vecinos que se habían desvinculado de los hechos políticos recientemente acaecidos —o que solo habían sido simples espectadores durante los últimos meses—, debido a que al establecerse esta Junta de Purificación Secular se buscaba premiar a «[...] aquellos individuos que en medio de zozobras y peligros han contribuido a allanar el camino de la Independencia del país». Los nombres de los integrantes de esta Junta se publicarían veinte días más tarde, mientras que en otro artículo de oficio se dio mayor razón de esta casi dos meses después.112

El miedo de los nacidos en la Península y de los limeños que no se habían identificado o habían sido observadores pasivos de la causa de la patria debió de incrementarse aún más. Las pocas probabilidades de sobrevivir y trabajar dignamente causarían temor y generarían un estado de angustia mayor entre los vecinos, ya que esta Junta, mediante un informe reservado calificativo, daría preferencia a los patriotas en las oficinas del Estado. En medio de estas vicisitudes, el 18 de agosto se publicaría en la Gaceta la denominada «retractación» de la lealtad al Rey realizada por el conde de Monte Mar y de Monte Blanco, notable vecino de la urbe. Esta se había realizado solo tres días antes y fue publicada por la importancia de este hecho para el resto de los vecinos. A su vez, se estableció que nadie podría salir de la capital ni transitar por los departamentos sin el requisito previo de portar un pasaporte, que sería expedido por el Ministerio de Gobierno.113

Revisando lo que leían los limeños durante esos días observamos que la prensa favorecía la publicación de artículos patriotas, como lo fueron dos de oficio, uno de los cuales reseñaba la adhesión de algunos sacerdotes a la causa patriota y trataba de desacreditar a los leales al Rey. En el otro artículo se exponía que, en Chile, unos sacerdotes se oponían a la Independencia; además, se narraba la crueldad y cobardía con que los realistas habían procedido en Jauja.114

Asimismo, se publicaron dos proclamas del virrey La Serna, en una de las cuales justificaba su salida de la capital:

111 Ibídem. 112 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 13, miércoles 22 de agosto de 1821, p. 57; n.° 15, miércoles 29 de agosto de 1821, p. 70; y n.° 26, sábado 6 de octubre de 1821, p. 111. 113 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 12, sábado 18 de agosto de 1821, pp. 52-53. 114 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 14, sábado 25 de agosto de 1821, pp. 62 y 64; y n.° 15, miércoles 29 de agosto de 1821, pp. 69-70.

[...] en absoluta precisión de conservar el Perú a la nación española como parte integrante de ella era inexcusable la operación militar que he practicado [;] tengo bastante confianza para comunicarla así a los pueblos porque no me ocupa otra mira que la de mantenerlos en seguridad y orden, para que puedan obrar efecto útil las disposiciones benéficas del gobierno soberano.115

En la misma proclama, La Serna exhortaba a no dejarse impresionar por la Expedición Libertadora y se dirigía al pueblo señalándole que no conocían al general San Martín más que

[...] por los destrozos que han causado sus fuerzas desde que aparecieron en nuestras costas no os degeis alucinar con las ventajas efímeras que el pregona. Su actual superioridad marítima le proporciona desembarcos y reembarcos en uno u otro punto indefensos desaparecerán del país unos invasores mandados por jefes subalternos lo mas de ellos extranjeros nada deseo sino que no os degeis alucinar de los que se llaman vuestros libertadores.116

Por último, los libertadores publicaron una proclama dirigida a los indios del Baxo Perú.117 Es interesante señalar que la prensa de la causa de la patria no tenía temor alguno de publicar estas proclamas, pues consideraba a los habitantes de Lima adictos a su causa, y también buscaba tratar de animar a aquellos que aún no lo eran para que se integraran a ella y se apartaran de sus antiguas lealtades.

En el aspecto militar, la ciudad se vería seriamente amenazada durante las primeras semanas del mes de septiembre. El ejército realista, al mando del general Canterac, realizó una maniobra de más importancia psicológica que bélica para los vecinos de la capital. Las fuerzas con las que estaba compuesto este ejército consistieron en 1.500 infantes y 850 hombres de caballería con siete piezas de artillería y cuatro de montaña. Ellos descansaron en Cieneguilla hasta el 6 de septiembre. En el amanecer de aquel día se dirigieron hacia Rinconada de Ate.118 Las partidas de avanzada realista hicieron prisioneros y pudieron determinar con exactitud el lugar donde se hallaba acampado el ejército patriota, parapetado entre tres órdenes de tapias y el río Surco. El general Canterac no se amilanó y avanzó por la casa de San Borja y la chacra del Pino. Para el 10 de septiembre había llegado a la chacra de San Isidro, continuando hacia la Magdalena para dirigirse hacia Bellavista, el pueblo del Callao, obligando al enemigo a apostarse más allá de la Legua.119 Su itinerario alborotó a los habitantes de la urbe.

115 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 9, miércoles 8 de agosto de 1821, p. 36. 116 Ibídem. 117 Ibídem, p. 37. 118 Rodríguez Ballesteros, José. Historia de la revolución…, p. 190. 119 Ibídem, p. 194.

El general Canterac fue visto como una última esperanza por los refugiados en los castillos, los cuales, como ya hemos señalado, ascendían a seiscientas personas de ambos sexos. La vista de aquella división

[...] lleno de gozo a los que se hallaban en los Castillos: el rigor de un largo sitio llevado con alguna severidad había impedido a los sitiados proveerse de víveres y otros elementos de guerra; pero si fue grande el júbilo mayor fue el desengaño al saber que las tropas que se presentaban como auxiliares no traían recursos así que del gozo se paso a [la] desesperación.120

Entre los refugiados se hallaba la esposa del general Juan Ramírez, quien había hecho un suplemento de 2 mil onzas de oro sellado y 44.850 duros para sostener la plaza.121 La situación, para aquellos vecinos ya calificados de emigrados, se hacía cada vez más insostenible.

En Lima se proclamó la movilización general y, para evitar cualquier levantamiento a favor de la causa del Rey, los españoles vecinos de la capital fueron encerrados en el convento de La Merced. El Protector se referiría a estos hechos en una proclama que versaba así:

[...] españoles cuando el General Canterac se propuso atacar esta ciudad mis primeros deberes me obligaron a tomar como precaución que abrazase la seguridad de la Patria y la vuestra propia. No se me ocultaba que había entre vosotros algunos que sordos a la voz de la razón, trataban de cooperar a los planes del enemigo; y también sabia cuan difícil era contener el justo furor de un pueblo que ve amenazada su existencia y sus más preciosos derechos[...].122

El arzobispo de Lima se vio precisado a pedir su pasaporte para España el 1 de septiembre de 1821,123 como consecuencia inmediata de las medidas adoptadas por el gobierno. Estas disposiciones gubernamentales respondían a una desconfianza frente a la mayoritaria e influyente religión católica, ya que ordenaban que se cerrasen las casas de ejercicio espiritual en la ciudad, frecuentadas solo por mujeres. Según el gobierno, se trataba de una medida momentánea para prevenir que una parte de la población —aprovechando la ausencia del ejército patriota— hiciese algún movimiento favorable a los realistas; es decir, consideraban a las beatas fanáticas como posibles medios de disuasión contra la causa de la patria. Este es el tan mentado temor a la Iglesia y a sus sacerdotes, pues se consideraba a la mayoría de ellos favorables a la causa del rey, y dichas mujeres podían ser azuzadas por sus confesores, considerando la gravedad de la amenaza bélica realista.

120 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú independiente…, p. 208. 121 Rodríguez Ballesteros, José. Historia de la revolución…, p. 196. 122 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 21, miércoles 19 de septiembre de 1821, p. 92. 123 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú independiente…, p. 213.

Este es el momento de mayor amenaza y peligro para la patria. El arzobispo se resistió a tal medida, pues alegaba que era un asunto de conciencia.124 Lo cierto es que, en palabras de Paz Soldán, el arzobispo prestaba al partido del Rey una «notoria y decidida protección». El gobierno, en realidad, lo consideraba un peligro

[...] pues solo con su influjo podía contrarrestar el poder del pueblo siempre inclinado al fanatismo. Fue la verdadera causa de haber promovido la cuestión de cerrar los ejercicios espirituales y haber abreviado el primer plazo que se le dio para dejar el país.125

Ningún hecho probaría más la división de la ciudad y el miedo del gobierno al líder espiritual de la capital. Por más que Paz Soldán se refiriera a este hecho como parte de una manifestación del «[...] verdadero entusiasmo que reinaba en el pueblo de Lima [...]», la realidad nos demuestra que, así como en un momento anterior a la llegada de los patriotas a la capital la población tenía un miedo acrecentado a la incertidumbre, los mismos temores y angustias desembocaron en un miedo similar, más psicológico que fáctico, hacia la religión y sus pastores; y la única manera de desaparecerlo, al aproximarse el general Canterac, era ordenando «[...] el destierro del venerable Arzobispo Las Heras que tuvo lugar el 5 de setiembre».126

El general San Martín se puso al frente de las tropas el 3 de septiembre «[…] deseando participar de los peligros y de las glorias del Ejercito Libertador». Buscando afianzar la seguridad de la capital, autorizó a los ministros de Estado en los departamentos de Gobierno, Guerra y Marina y Hacienda para expedir, cada uno en su respectivo departamento y bajo su responsabilidad, todas cuantas órdenes creyesen convenientes y «[…] conducentes a la salud de la Patria y a la conservación del orden».127 En consecuencia, se tomarían las más drásticas medidas para asegurar la subsistencia del ejército, exigiendo la presencia de los particulares dedicados a los oficios de abastecedores, panaderos y pulperos para que diesen razón del trigo o harina, arroz, frijoles y demás especies que tuviesen, en el término de veinticuatro horas, e indicando que las cantidades que fuese necesario recoger serían entregadas al decurión de cada cuartel con el correspondiente recibo que serviría de documento para el pago de dichas especies en la Tesorería General.128 La Gaceta reiteraría, mediante la publicación de un bando, la medida adoptada por el gobierno el 7 de septiembre referida a iluminar todas las puertas, ventanas y balcones del vecindario hasta el amanecer, conviniendo a la seguridad pública tomar

124 Ibídem, p. 212. 125 Ibídem, p. 214. 126 Ibídem, p. 211. 127 Decreto del 3 de septiembre de 1821. En Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos…, vol. 2, n.° 358, p. 126. 128 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 17, miércoles 5 de septiembre de 1821, p. 76.

las medidas conducentes para la conservación del orden, por hallarse pendiente la salud del Estado como consecuencia de la presencia del ejército realista a las puertas de la capital y por el temor que embargaba a las autoridades políticas del Protectorado. Se ordenó que los comisarios de cuartel y decuriones se encargaran del cumplimiento desde la hora de las oraciones «[…] mediante el celo que tienen tan bien acreditado». Continuaba el tenor del bando pidiendo a «[...] los habitantes de esta Capital. Continúen manifestando todo el entusiasmo y patriotismo [...]» para poder derrotar a los realistas.129 Esta orden debía ser respetada «[…] mientras estén los enemigos al frente».130

Los sentimientos patrióticos se exacerbaron en la prensa. En la Gaceta se publicó un artículo que destacaba el heroísmo de la población:

[...] los enemigos del nombre de este continente, ese puñado de vándalos, que aun osan oponerse a la majestuosa marcha de la Independencia [...] atentan de nuevo contra los derechos de la ilustre Lima [...] al ferreo cetro español sustituyó el reinado de la razón [...] El pueblo electrizado venia en todas direcciones a la Plaza Mayor: viva la Patria. Armas y mueran los enemigos era el único grito que se oía cada cual tomaba piedras palos y machetes, toda clase de instrumentos, fabriles y de labranza.

La descripción incluía a «[…] ciudadanos de todas clases». Este artículo finalizaba con la marcha que emprendían todas estas personas, «[…] divididos en gruesos destacamento […]» en dirección «[…] hacia la muralla en el mejor orden, aplaudidos por el bello sexo».131 Es muy probable que esta sea una descripción de los cuerpos de la Guardia Cívica, ya que en la misma edición de aquel día se daba conocimiento de un bando firmado por Bernardo Monteagudo, en el cual se exigía la entrega de las armas blancas y de chispas (de fuego) a los comisarios de cada cuartel de la ciudad. El tenor de este bando es suficiente para comprender la necesidad de controlar a dichas guardias, pues buscaba que se reunieran antes de las 9 de la noche en sus respectivos cuarteles, dándose plena potestad a los comisarios de barrio para que recogiesen las armas y además elaborasen una lista completa que debía ser remitida al Gobierno. Además, los autorizó para que determinasen en qué casa de su vecindario sería mejor guardarlas, de donde pudieran ser tomadas en momentos de necesidad, como fue aquella semana de septiembre.132

El Gobierno Protectoral, preocupado por evitar situaciones embarazosas que pudiesen derivar en lamentables desmanes y atropellos entre los mismos vecinos, y siempre temiendo un contraataque de los realistas encubiertos dentro de la

129 Bando del 7 de septiembre de 1821. En Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos…, t.° 3, n.° 753, p. 9. 130 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 18, sábado 8 de septiembre de 1821, p. 81. Además, en Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos…, t.° 3, n.° 754, p. 7. 131 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 19, miércoles 12 de septiembre de 1821, p. 83. 132 Ibídem, p. 86.

misma ciudad, dispuso medidas contra el alarmismo, para lo cual se impedía que cualquier vecino saliese de la urbe. Se ordenó también que los vecinos evitaran refugiarse en los conventos, como lo habían hecho un mes antes, después del 5 de julio. Asimismo, el gobierno consideró dicha «[...] precaución [de] inútil con perjuicio del orden doméstico, cuya conservación influyen la tranquilidad pública». El miedo a los realistas era más evidente que nunca y el gobierno temía que entre los vecinos que no se hubiesen encerrado pudieran generarse situaciones de alarma que exaltarían al resto de la población. Inclusive aconsejó que

[...] si por un orden Extraordinario de sucesos que por hora seria imprudente temer amenazase algún peligro a la seguridad de los habitantes de la Capital. Se tomaran entonces medidas oportunas para el gobierno que les sirven de aviso y salvaguarda.133

Estas medidas fueron dictadas para precaver perniciosos efectos en los vecinos de la capital «[...] y muy particularmente en aquella parte de la población que por su carácter es más sensible a las impresiones de la sorpresa, el rumor que los enemigos de la causa [realistas] pudiesen esparcir la maligna osadía que acostumbran para alarmar a los incautos».134 A su vez pidió el gobierno que, entre tanto, «[…] el pueblo benemérito de Lima […]» esperara con «[...] confianza el éxito de las operaciones de guerra» y finalizaba diciendo que el objetivo era «[…] salvar a la Patria o perecer antes que ella».135 Como apreciamos, los mandos político y militar del régimen patrio aún no confiaban en toda la población limeña. Es probable que el mismo régimen sintiese temor y zozobra frente a los hechos bélicos que pudieran desarrollarse en aquellos días. Mientras tanto, la permanencia del general Canterac cerca de los castillos del Callao se circunscribía a dos motivos importantes: retirar de tres mil a cuatro mil fusiles «[...] que era de lo que más escaseaba en el cuartel general de Jauja» y dejar abastecida la guarnición de los castillos, para lo cual buscó soluciones prácticas como la de negociar con los ingleses a través de un intermediario. Un peninsular de nombre Fernando Mazo, vecino de la ciudad, prometería entonces obtener bajo contrata, si se le proporcionaban cien mil duros de contado y cuatrocientos mil en las Cajas de Arequipa, lo requerido por la plaza para su subsistencia. El general Canterac estuvo de acuerdo con esta negociación y

[...] desplegó la mayor actividad por reunir aquella suma. Todos hicieron desprendimientos generosos. Las tropas devolvieron íntegras sus pagas que acababan de recibir lo mismo jefes y oficiales. Siguieron a esto los emigrados en las fortalezas, pero demorado, este negocio y puesto en retirada [el general] Canterac, cuando salió el expresado

133 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 20, sábado 15 de septiembre de 1821, p. 89. 134 Ibídem, p. 89. 135 Ibídem, p. 89.

[Fernando] Mazo con 80.000 duros para firmar la contrata no hallo en la línea de Mar la persona encargada de la negociación y regresó con aquella suma a la Plaza.136

El autor de esas líneas, García Camba, afirma que permaneció hasta el 16 de septiembre con las fuerzas realistas del general Canterac y que luego de aquel día estas iniciaron su retirada hacia la sierra,137 desengañadas por no haberse podido llevar a cabo la provisión de víveres. Viendo que en pocos días habían desertado de las filas realistas más de treinta oficiales y quinientos soldados, Canterac también decidió replegarse del Callao con destino a la sierra de Lima.138

Como consecuencia de no haber conseguido el abastecimiento mínimo necesario para la subsistencia de los seiscientos refugiados y de la tropa, luego de haberse dado cuenta de que no recibirían ayuda alguna después de la retirada del general y habiendo muerto muchos soldados dentro de los castillos, el jefe de la plaza buscó los mejores términos para la rendición de estos. Así, luego de haberse realizado negociaciones secretas de alto nivel, se acordó entregar los castillos del Callao el 20 de septiembre de 1821, lo que fue comunicado a la población mediante la edición extraordinaria de la Gaceta.

139

Los términos de la capitulación fueron honrosos. Por el artículo 2.° se permitió a la tropa veterana pasar a Arequipa, aún en poder de los de la causa del Rey. Dicha tropa, para el momento de la capitulación, ascendía a seiscientos hombres de línea.140 A los de la tropa de la Concordia, considerados como «el paisanaje armado» (unos mil hombres, la mayoría vecinos de la capital),141 se les permitió residir en Lima y su puerto del Callao hasta que hubiesen arreglado sus intereses individuales; podrían permanecer dentro del territorio de nuestro país por un término máximo de cuatro meses. El gobernador pasó al gobierno una lista nominal de todos los individuos presentes en las fortalezas, quienes podrían, a su vez, retirar libremente sus propiedades. En cuanto a los bienes embargados o enajenados de cualquier otra manera, por orden del gobierno del Perú se dejarían a «su generosidad». Se proporcionaría transporte cómodo a las personas de ambos sexos que constaran en la lista nominal antes señalada; en el artículo 4.° se afirmó que podrían salir cuando conviniese a la «[…] comprehension del Gobierno de Perú quien consederá el respectivo pasaporte». Por último, cabe destacar que en el artículo 5.° se indicó que se olvidarían para siempre las opiniones y los servicios de los individuos residentes en la plaza del Callao a sus distintos gobiernos y, lo más importante, se les franqueó a ellos «[…] un boleto de garantía contra los

136 Rodríguez Ballesteros, José. Historia de la revolución…, p. 202. 137 Ibídem, p. 196. 138 Paz Soldán, Mariano Felipe. Historia del Perú independiente…, p. 208. 139 Gaceta Extraordinaria del Gobierno de Lima independiente, 20 de septiembre de 1821. 140 Rodríguez Ballesteros, José. Historia de la revolución…, p. 216. 141 Ibídem.

atropellamientos» por parte de la autoridad competente, debiendo los capitulados respetar las leyes y órdenes publicas mientras residieren dentro de la jurisdicción del gobierno del Perú.142

La plaza del Callao debía ser entregada conforme a la capitulación firmada y ratificada la noche anterior, por lo que se decretó el 20 de septiembre «[...] que el heroico pueblo de Lima olvidara todo resentimiento a que hayan lugar las opiniones y servicios prestados al Gobierno español por las personas que han existido hasta la fecha en la plaza del Callao». Este decreto sería publicado en la Gaceta seis días después de la rendición. 143 Asimismo, continúa el tenor del decreto afirmando que el gobierno provisional, a nombre del Protector, estaría dispuesto a evitar situaciones de incomodidad a aquellos que hubieran estado refugiados en los castillos del Callao desde más de un mes antes. Justamente, se buscó evitar que sintiesen miedo, o procurar que lo perdiesen, pues el artículo primero era tajante al respecto: «[…] para que se evite cualquiera acción que tenga apariencia de insulto contra los individuos y familias que vengan de aquella plaza».144 Desgraciadamente, como veremos más adelante, estas solo fueron buenas intenciones que quedarían impresas en la Gaceta. Debemos recordar que no todos regresarían. Algunos fallecerían dentro de los castillos, como los que consignara el coronel Tomás Guido.145

El júbilo demostrado por la rendición de esta «Plaza casi inexpugnable», la crónica de la persecución del ejército del general Canterac y la publicación del oficio remitido por el general San Martín al general Bernardo O’Higgins146 quedarían opacados por las constantes muestras de violencia de la plebe de la ciudad; particularmente, de la que había quedado armada. Los últimos días del mes de septiembre serán recordados por «[…] la multitud de robos y toda especie de crímenes».147 Según el tenor del bando del 27 de septiembre, dichos delitos al

142 Ibídem, p. 214. Además, Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 23, 26 de septiembre de 1821, pp. 101-102. 143 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 23, miércoles 26 de septiembre de 1821, pp.101-102. 144 Ibídem. 145 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 2, cuaderno 9. El informe del coronel Guido es de fecha 29 de septiembre de 1821. Fueron las siguientes personas: José Sánchez, empleado de la falúa del Resguardo, que dejó un baúl de ropa blanca y de color, y un cajón con una montura guarnecida de plata; un individuo de nombre José San Martín, residente en el Callao, que dejó dinero en oro, que se encontraría en su casa; Francisco Ramos, quien, al decir de la gente, era muy rico y «[…] vino malo de a bordo de la fragata inglesa» en la cual estuvo embarcado; Pedro López, quien fuera teniente de la Concordia; y, por último, Juan Manuel Frormita. 146 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 22, sábado 22 de septiembre de 1821, pp. 95 a 98. 147 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 25, miércoles 3 de octubre de 1821, p. 108. También en Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos…, vol. 6, n.° 2492, p. 290.

parecer eran cometidos por «[...] algunas partidas de hombres [...] a influjo de las pasadas ocurrencias», en referencia explícita a los hechos acaecidos a partir del 7 de septiembre, que finalizarían diez días después, durante los cuales estas personas habían sido armadas para la defensa de la capital contra la amenaza que hizo sentir el ejército de Canterac. Esto denotaba la inseguridad reinante a fines de septiembre, cuando se les dio «[...] la potestad a los comisarios del barrio para custodiar las armas de fuego de su respectivo distrito».148 Ellos debían enviar al presidente del departamento una relación de las armas, y exigir que estas fuesen entregadas en el término de tres días de la publicación de aquel bando. Quienes incumplieran tal mandato, recibirían una pena muy severa, que era la de la pérdida total de sus bienes y la expatriación. Ya se habían tomado medidas parecidas durante el mes de agosto: el 1 de ese mes se expatrió a la isla de Juan Fernández a Francisco García, solo por habérsele encontrado una pistola.149 Igual suerte correría Juan Moreno por habérsele encontrado no solo una pistola sino también un sable y algunas municiones.150 La publicación de dichas noticias, que no eran efemérides u ocurrencias del día, buscaba intimidar a la población para que entregase sus armas de fuego; en un inicio el gobierno temía más por los vecinos de origen peninsular que por una amenaza de ataque realista, como al final sucedería.

5. eL temoR de Los veCinos CapituLados en Los CastiLLos deL

CaLLao a su RetoRno a La CapitaL

El retorno de los vecinos y/o avecindados a la ya denominada Ciudad de los Libres debió de ser traumático: volvían en condición de capitulados y su estatus legal no era nada halagador en la convulsionada ciudad que encontraron luego de haber permanecido setenta y cuatro días dentro de los castillos del Callao, donde se habían refugiado a raíz del pánico que tuvieron a la llegada de la patria. Ahora tenían que enfrentarse al nuevo ordenamiento jurídico que los esperaba y a la posibilidad de encontrar secuestrados sus bienes muebles e inmuebles por ser considerados «emigrados», sin ningún apoyo por parte del Ayuntamiento. Para poder recuperar sus bienes confiscados, solo contaban con aquella «boleta de garantía contra los atropellamientos» y con la generosidad del gobierno del Protector. En algunos casos esta recuperación no se produciría, como ocurrió con el teniente coronel Juan Manuel O’Phelan —cuyos bienes fueron secuestrados

148 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 25, miércoles 3 de octubre de 1821, p. 109. También en Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos…, vol. 6, n.° 2492, p. 290. 149 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 11, miércoles 15 de agosto de 1821, p. 46. 150 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 13, miércoles 22 de agosto de 1821, p. 60.

el 27 de agosto y rematados en el mes de noviembre—, a quien no se le aceptó su condición de capitulado.151

Nuevas angustias y temores llevarían a estos capitulados a sustentar sus temores ante el Gobierno Protectoral. El mes de octubre sería aún más traumático para los vecinos que no se manifestaron a favor de la causa de la patria —y los capitulados se encontraban entre ellos—. Como ejemplo tenemos a Josefa López, quien fuera mujer legítima del subteniente de una de las compañías del regimiento Concordia, José Valdez. Madre de cuatro hijos, había iniciado sus reclamaciones mediante escritos del 6 de agosto y del 5 de septiembre, aduciendo que su marido había sido llevado por la fuerza. En un tercer escrito, de fecha 5 de octubre, manifestaba estado de viudez. El marido había caído gravemente enfermo en los castillos y muerto antes de la firma de la capitulación, por lo que no tenía la boleta de capitulado.152 Otro caso muy distinto sería el de Isabel Cavero, refugiada en los castillos, quien recuperó todos sus bienes mediante un escrito de fecha 1 de octubre, aduciendo haberse ido al Callao para regresar a su ciudad natal, Trujillo. Ella había sido denunciada por sus esclavas con fecha 10 de agosto; los fiscales inclusive darían libertad a tres denunciantes, entre febrero y marzo de 1822.153

La circunstancia de ser nacido en la Península podía resultar fatal tanto para los capitulados como para algunos vecinos de la capital, debido a las fuertes reacciones que se originarían, como fue el caso de Manuel Diego Núñez, propietario de tres inmuebles —y capitulado, a su vez—, capitán de artillería destacado en los castillos, quien inició su reclamo el 9 de octubre; este sería concluido por su esposa María Dolores Tiendas, americana de nacimiento, quien para el 26 del mismo mes señalaba estado de viudez y presentaba a testigos patriotas para demostrarlo.154 Un caso muy diferente sería el de la americana María Fernández, mujer del peninsular Nicolás Noé, maestro de carpinteros y calafate en la maestranza del puerto del Callao; ella litigó desde el 4 de septiembre por muerte del marido y para el mes de mayo del año siguiente no obtendría restitución alguna de sus bienes.155

A su vez, el régimen protectoral, luego de no tener enemigos próximos a Lima, se dedicaría recién a tomar medidas cada vez más radicales frente a los hispanos e hispanófilos de la capital. El incremento del miedo previo a la ocupación y el cambio de este a un miedo mayor eran innegables. Así, el 3 de octubre se publicó el decreto del 27 de septiembre, en el cual los patriotas se expresaron de los peninsulares de la siguiente forma:

151 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 3, cuaderno s/n, fs. 9 y 12 152 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 4, cuaderno 65, fs. 8, 9 y 13. 153 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 4, cuaderno s/n, fs. 3, 4, 12,13 y 26. 154 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 4, cuaderno s/n, f. 6. 155 AGN, RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 4, cuaderno s/n, fs. 9, 10 y 20.

[...] teniendo el gobierno datos positivos para creer que algunos españoles, frenéticamente obstinados a favor de la causa de los opresores del Perú comprender con su conducta la seguridad de los que convencidos de nuestra justicia y reconocidos a la beneficencia con que han sido tratados, respetan la necesidad de tomar medidas de severidad contrarias al sistema de moderación que hasta aquí he seguido.156

El Protector y su ministro Monteagudo firmarían posteriormente dicho decreto, estableciendo que:

– Ningún español podría salir de su casa con pretexto alguno después de la oración, bajo pena de confiscación de sus bienes y deportación del Perú. Textualmente decía «extrañamiento del país», quedando exceptuado el comisionado de S. M. C. Manuel Abreu, los jefes comprendidos en la capitulación para la entrega del Callao y todos los empleados públicos de cualquier ramo de la administración, así como los españoles pacíficos y honrados. – Los que obtuviesen una papeleta del gobierno quedaban también exceptuados.

Similar medida se había adoptado con los capitulados seis días antes. – Se autorizaba a todo ciudadano para que pidiese arrestar al español que encontrase en la calle sin la expresada papeleta, debiendo dar parte inmediatamente al comisario de su respectivo barrio, para que este le diera el trámite respectivo y llegase al coronel Riva-Agüero, presidente del departamento en aquel momento.157

Consideramos esta última disposición como la medida más arbitraria dada hasta esa fecha, pues hemos visto que la ciudad se hallaba convulsionada debido a la multiplicación de robos y fechorías en los que participaban no solo los malhechores comunes sino inclusive la plebe, que había sido armada para la defensa de la ciudad unas semanas antes. El problema por el que se cuestiona esta norma es con qué criterio discerniría el transeúnte quién era peninsular y quién no. ¿Serían respetados y diferenciados los denominados «españoles pacíficos y honrados» que habían obtenido una papeleta del gobierno o serían víctimas de la violencia y el desenfreno de la plebe? Se debió de percibir un incremento del miedo hacia la calle, el transeúnte, las autoridades e inclusive el vecino más cercano. La posibilidad de ser arrestado, confundido, vilipendiado, quedó al albedrío de los mismos vecinos. Monteagudo había iniciado una etapa de persecución que escapa al presente estudio,158 pero que, como ya dijimos, afectó inclusive a los propios capitulados, a pesar de esa supuesta seguridad que se les dijo que el gobierno les brindaría. Este no era un miedo injustificado.

156 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 25, miércoles 3 de octubre de 1821, p. 109. 157 Ibídem. 158 Para el caso del ministro Bernardo Monteagudo, revisar el novedoso aporte del historiador Gustavo Montoya, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, La Independencia del Perú y el fantasma de la revolución. Lima: Instituto Francés de Estudios Andinos e Instituto de Estudios Peruanos, 2002.

El Protectorado, con fecha 4 de octubre, determinó los principios que regularían la naturalización y ciudadanía de los peruanos, considerando como naturales a los nacidos en el Perú. Podrían naturalizarse los nacidos en cualquiera de los nuevos estados de la América antes española que desearan establecerse en el país, así como «[…] todos los extranjeros que solicitando naturalizarse y jurando la Independencia del Perú, fijen su residencia en él. Con cualquier genero de Industria».159 Este sería el mecanismo legal por el cual podrían quedarse en la ciudad todos aquellos vecinos que así lo deseasen; y para quienes habían estado en los castillos del Callao, una manera de dejar de ser considerados emigrados y capitulados. A los vecinos nacidos en la Península que no se habían refugiado en los castillos se les abría la posibilidad de permanecer en la ciudad que habitaron pacíficamente antes del inicio de la guerra civil. Dado que la calidad de naturales habilitaba a los que ya lo eran para ser elevados al rango de ciudadanos, podían serlo:

[...] los hombres libres nacidos en el país mayores de 21 años y que ejerzan profesión o industria útil; [los] naturalizados que siendo casados o solteros, mayores de 25 años, sabiendo leer y escribir y habiendo residido dos años en el país con domicilio en alguna parroquia posean una propiedad raíz en el territorio del Estado que produzca 500 pesos de renta anual; los naturalizados que tengan algún grado militar vivo y efectivo; los naturalizados que tengan grado o aprobación publica en una ciencia o arte liberal o mecánica o profesión que rinda anualmente la misma cantidad de 500 pesos.160

De la lectura del artículo 5.° fácilmente se puede deducir que la medida excluía a la gran mayoría de peninsulares pobres también avecindados en nuestra urbe, pero que se desempeñaban en oficios menores y que difícilmente podían reunir el requisito antes señalado.

Aquel mismo día, 4 de octubre, se decretó que no podrían obtener empleo en el país los que no fuesen ciudadanos. Mediante un «Aviso», esta disposición fue insertada en la Gaceta161 para que llegase a noticia de los empleados que lo eran en propiedad162 o que hubiesen sido colocados provisionalmente antes de la publicación del mencionado decreto.163 Nuevamente serían prevenidos dichos empleados públicos propietarios o provisionalmente nombrados que no hubiesen verificado la carta de ciudadanía y, por ser esta un requisito esencial, casi un mes después,

159 En Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos…, vol. 1, n.° 7, p. 13. Además, en la Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 28, sábado 13 de octubre de 1821, p. 120. 160 En Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos… vol. 1, n.° 7, p. 13. Además, en la Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 28, sábado 13 de octubre de 1821, p. 121. 161 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 28, sábado 13 de octubre, p. 120. 162 Véase, sobre empleos en propiedad, el riguroso estudio de Eduardo Quintana Sánchez, «Empleos en propiedad en el Perú del XIX». Boletín del Instituto Riva-Agüero, n.° 25, Lima, 1998, pp. 325-363. 163 En Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos… vol. 3, n.° 953, p. 358.

el 10 de noviembre se dispuso «[...] que si en el término de 15 días contados desde la fecha no los obtuviesen [la mencionada carta] perderán indefectiblemente sus destinos».164

Otro elemento disgregador entre los vecinos —y posiblemente creador de pasiones— sería la instalación de la Junta de Purificación Secular, en una de las Salas Consistoriales, comunicada en la Gaceta del 6 de octubre mediante un artículo de oficio.165 Esta Junta debía recibir las exposiciones o documentos de servicios de todos aquellos que se considerasen acreedores a las consideraciones del país y por ende de la patria.

El juramento del Estatuto Provisorio sería publicado en la Gaceta del 10 de octubre;166 y el Estatuto mismo, en una edición especial del suplemento de la Gaceta del 17 de octubre.167 En él se hallaban organizadas las autoridades y sus atribuciones en los territorios ya denominados «departamentos libres»; la población era informada de manera oficial y se le comunicaba que el presidente del departamento —en este caso el coronel Riva-Agüero y Sánchez Boquete— se desempeñaría como juez de policía. Si bien es cierto que en la práctica ya se había desempeñado como tal, era importante respaldar la publicidad de ello, pues se avecinaban tiempos difíciles para algunos vecinos.

La sección 8.ª, titulada «De los derechos de los ciudadanos», establecía en su primer artículo que tendrían derecho a conservar y defender su honor, su libertad, su seguridad y su propiedad. El segundo artículo establecía que «[...] la casa de un ciudadano es un lugar sagrado que nadie puede allanar sin una orden expresa del gobierno».168 En una época durante la cual se quebrantaba la legislación española, se daba seguridad a la población. Esta medida buscaba el mantenimiento y la vigencia del orden público. Hay una continuidad en el interés por conservar el orden y, a la vez, un expreso deseo de publicitar el cambio. Entre todos los expedientes que hemos revisado en los legajos del Juzgado de Secuestros, encontramos la orden expresa dada por el gobierno para normar el allanamiento antes expuesto. Darle esa seguridad a la población, tanto americana como peninsular, era necesario para mantener esa frágil y vulnerable línea que se había establecido solo dos meses y medio antes.

164 Ibídem. Además, en la Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 36, sábado 10 de noviembre de 1821, p. 154. 165 En Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos… vol. 3, n.° 950, p. 357. Además, en la Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 26, 6 de octubre de 1821, p. 111. 166 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 27, miércoles 10 de octubre de 1821, pp. 116-118. 167 Suplemento de la Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, n.° 29, miércoles 17 de octubre de 1821. Además, en Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos… vol. 1°, n.° 8, p. 15. 168 Suplemento de la Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 29, miércoles 17 de octubre de 1821. Además, en Oviedo, Juan. Colección de leyes y decretos… vol. 1°, n.° 8, p. 15.

En lo que respecta al ordenamiento jurídico de la ciudad y del gobierno independiente, como hemos dicho, se tomarían medidas enérgicas para con los enemigos de la patria, que incluían el secuestro de sus bienes. Así, el 16 de octubre se establecería el Juzgado Privativo de Secuestros, extinguiéndose la comisión creada por decreto del 18 de julio y nombrándose como su juez al doctor Francisco Valdivieso y como su escribano al doctor Gerónimo Villafuerte. Este juzgado ejercería su jurisdicción en las causas vistas por la comisión extinta, extendiéndola además pues procedería contra «[...] cualesquiera especies de bienes de los enemigos de la Independencia del Estado; sustanciando y determinando los pleitos en Primera Instancia y concediendo las apelaciones que se interpongan según derecho para la Alta Cámara de Justicia».169 En su Reglamento se señalaba, entre otros, que los juicios serían breves y sumarios, omitiéndose las dilaciones perjudiciales a las partes y a la causa pública;170 pero, como podemos establecer, dichas causas a veces durarían más tiempo del estipulado. El 20 de octubre de 1821 se comunicó en la Gaceta por primera vez el secuestro de bienes de los vecinos denominados «realistas» y se hizo de conocimiento oficial a los habitantes de la ciudad la existencia formal de la «Comisión particular que entendiese en los secuestros de los bienes de los emigrados al ejercito enemigo», creada por bando del 18 de julio; obviamente, esto ya era de conocimiento público, por todas las denuncias antes señaladas, desde el día siguiente o el mismo día de su creación. Lo importante es que se daba a conocer el nombre de sus integrantes y se comunicaba la creación del juzgado antes señalado. Además, el documento, dado en el denominado Palacio Protectoral, no estaba firmado por Monteagudo sino por Hipólito Unanue y rubricado por el Protector.171

El 22 de octubre cambiaría la suerte de los capitulados como consecuencia de la remisión de un oficio de fecha 19 de octubre, por el cual el presidente del departamento ordenaba que los comisarios de barrio de la capital firmaran un acta separada, en la que jurarían la Independencia y suscribirían su nombre todos los individuos comprendidos en la capitulación del Callao que voluntariamente hubiesen solicitado quedarse bajo el gobierno independiente; y que en el término de quince días debían pasar el original de esta a su juzgado respectivo, para que se reuniesen todas las actas.172 Con ello se daba la última medida contra estos

169 Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 32, sábado 27 de octubre de 1821, p. 134. 170 Ibídem. 171 Ibídem, p. 127. Se elogia el desempeño del doctor Francisco Valdivieso, «[…] de cuyos talentos y celo por el bien de la Patria, espero proceda breve y sumariamente, a fin de evitar los perjuicios que resultan así al Estado como a los particulares en las demoras y prolongaciones de las causas de embargo, reservándome el premiar al tiempo oportuno el distinguido merito de los demás individuos de la comisión extinguida». 172 AHML. Junta Municipal Gobiernos Distritales 1785-1833, caja n.° 1, documento n.° 14.

vecinos considerados peligrosos por el gobierno. Se procedió a elaborar las actas inmediatamente; prueba de ello es la que hemos podido encontrar en la jura del cuartel 3.° de casi todos los barrios de la capital, cuya información consignamos a pie de página.173

6. ConCLusiones

Cuando estos vecinos fueron requeridos para la firma del acta y cumplieron con las exigencias del gobierno protectoral, se encontraron en la última etapa del período de temor padecido y asimilado de diferente manera por todos ellos. El nuevo régimen los denominó primero «emigrados» y posteriormente les otorgó el estatus legal de «capitulados», lo que facilitaba el trato entre ellos y el gobierno. Estos vecinos, antes de la llegada de la patria, ni se imaginaron las vicisitudes por las que tendrían que pasar. Ellos habían sentido este miedo, que fue constituyéndose dentro de sus mentes y espíritus en los meses previos a la ocupación de la capital por la Expedición Libertadora, y que de una manera encubierta reflejaba el pánico a todos los elementos exógenos a la realidad en que se habían educado y

173 Ibídem. Por el barrio 2.°, cuartel 3.° firmaron el 22 de octubre los siguientes capitulados: Juan Biala, Pablo de Bocanegra, Martín Goyogue, Manuel Álvarez, José Galan, Gabriel Umbert, Manuel Romero, Luis Sánchez y José Ruiz. Por el barrio 3.°, cuartel 3.°, firmaron el 11 de noviembre los siguientes capitulados: José Méndez, español casado con peruana, sin prole; Ramón Román casado con María Fiches, hija de esta capital, padres de cinco hijos menores; José de Barrios, español, de profesión cirujano, casado con la peruana Josefa Romero, padres de cuatro hijos menores; Ramón de Idiáquez, español, casado con María del Carmen Suares, natural de esta ciudad y padres de tres hijos menores; Juan Francisco de Uribarren, americano, casado con María Iones García [no se especifica su país de origen] y padres de un hijo menor. Por el barrio 4.°, cuartel 3.°, firmaron el 27 de octubre solo dos capitulados: Vicente Cosmo y Tomás Guizasola; no se dan más referencias de ambos. Por el barrio 5.°, cuartel 3.°, firmaron el 24 de octubre los siguientes capitulados: Christoval Pérez, José de Valdivieso, Francisco Ozores, Joaquín Maldonado, José Nomates, Juan de Clobas, José Martínez, Manuel Mari de Gram, Juan Lopes, Fermín Prieto, Francisco Linvita, José Cordobés, Felipe Gómez, Andrés Duque, Francisco de Basones y, por último, una firma a ruego, la de Josef Damazo por Domingo Olias. Por el barrio 6.°, cuartel 3.°, firmaron el 26 de octubre solo dos capitulados: Sebastián de Fernández y Manuel Argudo. Por el barrio 7.°, cuartel 3.°, firmaron el 24 de octubre los siguientes capitulados: José de Elizalde, Dionicio Chaves, José Texedo; Antonio More firmó a ruego por Isidora Telechea. Por el barrio 8.°, cuartel 3.° firmaron el 25 de octubre los siguientes capitulados: Antonio del Río, Ignacio Soto Castañeda, Bartolomé Peñafiel, Manuel Bojonques, Francisco Fuente, Felipe Balpanda, Nicolás Villanueva, Joaquín Aragón, Juan Vexilla, Camila Fernández, Mariano de la Santa Marcha, Pedro Caña, Pablo Ribadeneira, José de Suago y José Freyre; las siguientes personas firmarían a ruego: un tal Castañeda por Tadeo Córdova, Gregorio Rosi por Manuel Pérez, José Freyre por José Guardero y Francisco Herrera por Juan Pita. Por el barrio 9.°, cuartel 3.°, firmaron el 22 de octubre solo dos capitulados: Mauricio Herrera y Juan Manuel O’Phelan. Por el barrio 10.°, cuartel 3°, firmaron el 23 de octubre los siguientes capitulados: Juan Sánchez, Juan Bergara, Juan Hortel, José Bergara, Nicolás Noe, Bartolomé Arestegui y José Borloque.

vivido, y les había impedido la posibilidad de enfrentarse al cambio. A unos, como hemos visto, el temor los llevó a refugiarse en los castillos del Callao; y a otros, en los conventos de la ciudad. Estos últimos no padecieron los sufrimientos que en el sitio a los castillos, de setenta y cuatro días, experimentaron los anteriores. La compleja situación llevó inclusive a algunos a padecer enfermedades que los conducirían a la muerte, como en el caso de Nicolás Noé, quien firmó el acta por el barrio 10.°, cuartel 3.°, el 23 de octubre de 1821 —por ello sabemos que sobrevivió a la capitulación—, sobre quien hemos consignado, párrafos antes, que su viuda continuó el litigio por sus bienes secuestrados, que al final perdería en mayo de 1822.

Los niveles de asimilación del miedo y de extensión de este, en concordancia con lo señalado por Delumeau, se iniciaron probablemente en años anteriores al arribo de la Expedición Libertadora. La presente investigación lo delimita desde el momento del arribo de esta a las costas de San Clemente, en Pisco, y lo lleva hasta la exigencia gubernamental de la firma del Acta de la Independencia, con lo cual finaliza un miedo vivido por los vecinos no solo a través de la prensa sino también del rumor que se hizo patente con la ocupación de la urbe por las huestes patriotas. La expresión de este rumor no ha podido ser hallada en los documentos y archivos investigados, más allá de lo ya antes expuesto.

Para entender la realidad limeña solo hemos podido citar el periódico El Depositario, dirigido por el exacerbado Gaspar Rico, que nos ha permitido medir el pulso de los acontecimientos en los meses de febrero a julio de 1821 en la capital, así como memorias de viajeros, funcionarios públicos y personajes vinculados a estos acontecimientos; pero nuestra intención ha sido mostrar a los protagonistas del miedo desde que huyeron de la ciudad hacia los castillos del Callao hasta que volvieron y se adecuaron al nuevo Estado de Derecho y al proceso de ruptura, el cual es estudiado por Ortiz Caballero de una manera exhaustiva.174

El Protectorado quiere evitar la subversión de los vecinos que considera peligrosos. En el nuevo Estado de Derecho, dos grupos pasan a ser «los otros»: aquellos que antes de la llegada de la patria a la capital eran vecinos con derechos adquiridos, pero que desde aquel mes de octubre de 1821 representaban una amenaza latente para el régimen protectoral; y quienes no habían firmado el Acta de la Independencia y acerca de los cuales el nuevo régimen aún dudaba de si eran leales o no a la causa del Rey. El mantenimiento del orden público era vital, y para ello era imprescindible evitar tener vecinos reacios al nuevo gobierno.

Los capitulados eran vecinos de la ciudad que se sentían atemorizados no solo por su posición económica, el hecho de ser peninsulares y la posición social que

174 Véase Ortiz Caballero, René. Derecho y ruptura: a propósito del proceso emancipador en el Perú del ochocientos. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1989, pp. 23-83.

habían disfrutado en el régimen virreinal. Ellos habían huido hacia el Callao por circunstancias extraordinarias: el orden natural de sus vidas había sido trastornado, sentían que podían ver vulnerada su espiritualidad, escaseaba el alimento y era notable el mal estado de la salubridad pública. Además, el miedo a las epidemias y a las enfermedades, y los temores al ejército no profesional patriota, integrado por la plebe, fueron elementos que en ese año de 1821, específicamente, alteraron la realidad consuetudinaria de estos vecinos y avecindados, sin olvidar que toda guerra civil conlleva la existencia de partidarios de uno u otro bando. Aunque solo hemos querido dar un año cronológico de duración a este miedo, pensamos que fue un temor justificado que sería determinante en la vida de aquellos que quisieron seguir viviendo en su ciudad luego de proclamada la Independencia. Con respecto a la situación de inestabilidad que vivirían los vecinos peninsulares que permanecieron en Lima y no se refugiaron en el Callao, si bien no es motivo de la presente investigación, no podemos dejar de señalar que en los seis meses posteriores a la llegada del Protector pasaría de ser sufrida a ser dramática. Las medidas gubernativas del mes de noviembre fueron extremadamente duras175 e implicaron el desarrollo de un nuevo miedo frente al cual los capitulados podían estar un poco más tranquilos, ya que —luego de habérseles exigido la firma del acta en el mes de octubre— pasarían a ser meros observadores de las nuevas medidas tomadas contra el resto de peninsulares.

Para finalizar, podemos confirmar la acertada apreciación de Flores Galindo al dudar de la contradicción que en su tiempo plantease Francisco Xavier Mariátegui en réplica a la obra de Paz Soldán, sobre los hechos del 5 de julio (día del abandono de la ciudad por el nuevo virrey y sus tropas). Mariátegui pretendía minimizar los acontecimientos que hemos descrito detalladamente, calificándolos como «desórdenes propiciados por blancos» y dirigidos contra los patriotas. Asimismo, corroboramos lo expuesto por Flores Galindo en una nota a pie de página, en la que señala que solo con los documentos revisados en los legajos del Juzgado de Secuestros se confirma lo dicho por Paz Soldán.176 Además, hemos ratificado los excesos cometidos contra los pulperos en las fuentes impresas coetáneas. A partir de la

175 El Reglamento de Comisos, con los porcentajes que correspondería al denunciante y al Estado y sus funcionarios, sería publicado en la Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, año 1, n.° 32, sábado 27 de octubre de 1821, pp 133-134; y en la misma Gaceta, n.° 37, miércoles 14 de noviembre de 1821, p. 166 se publicó el decreto del 6 de noviembre que autorizaba el embargo de todos los bienes de españoles residentes en Europa y los que hubiesen emigrado a lugares ocupados por las armas del Rey. Comprendía la misma ley a los americanos que se encontrasen en igual situación. Además, para poder salir del país debían mostrar una certificación de no adeudo para con el Estado. 176 Flores Galindo, Alberto. La ciudad sumergida..., pp. 184-185. En la nota 21 del capítulo VII, Flores Galindo hace una referencia expresa transcribiendo los párrafos pertinentes de Paz Soldán y presenta a su vez el testimonio de Francisco Xavier Mariátegui, dándole la razón a Paz Soldán. Por último, confirma la necesaria revisión de la obra de Thimothy Anna.

revisión de la Gaceta y de informes y memoriales hemos verificado la existencia de una inmediata política de control social iniciada por el régimen protectoral. Nunca se vieron concretados, ni el 5 de julio ni en los días subsiguientes, los sucesos que se temía se produjesen en la urbe. Tan solo se percibe un incremento de la delincuencia en la plebe, aspecto legislado y controlado de una forma más que pertinente por el Protectorado.

Como corolario, podemos decir que la ruina económica y el abatimiento moral no solo serían sentidos por los peninsulares avecindados en la capital —algunos residentes de larga data, por no decir de casi toda su vida— sino también por los vecinos nacidos en esta. Tal es el caso del capitulado Gregorio Cayzado, nacido en Lima, quien se había desempeñado como oficial mayor en la Aduanilla del Callao: a pesar de vivir en el puerto, pedía al Juzgado de Secuestros, el 14 de noviembre de 1821, que se le devolvieran los pocos bienes de su propiedad, los cuales

[...] mantenía [en] un quarto en esta capital con el único fin de si hacia una enfermedad o una diligencia que diera mérito a quedarse uno o dos tres días donde pasarlo. En el solo tenia lo más preciso como es un colchón habiendo encima de una mesa grande un canapé chiquito, dos sillas donde sentarse, dos tapilotes vajos, uno dicho de espaldar, una tina de bañarse, un barril de cargar agua otro por chico para vino y un candelero de oja de lata con sus espaviladeras [...].177

Los pocos bienes antes descritos le serían devueltos el 14 de junio de 1822, prácticamente casi al año de haberse quedado, por su condición de funcionario del Estado, dentro de los castillos del Callao, y casi nueve meses después de haberse acogido a los beneficios de la capitulación. Este caso ilustra que el temor fue sentido no solo por los sectores privilegiados sino también por gente de medianos recursos. No nos ha correspondido investigar el miedo en la plebe, pero es un tema de vital importancia.

A la capital le esperaba vivir momentos más difíciles: soportaría dos veces la ocupación por las fuerzas del Rey —en junio de 1823 y en febrero de 1824 (la que acabaría en diciembre de ese año)— y los denominados castillos del Callao serían rendidos recién el 23 de enero de 1826. Las vicisitudes que durante ese tiempo afectarían a los vecinos civiles y las familias de los militares, políticos patriotas y realistas avecindados crearían un miedo mayor, nunca antes imaginado.

177 AGN RPJ-Juzgado de Secuestros, leg. n.° 2, cuaderno n.° 47, f. 9.

bibLioGRafía y fuentes doCumentaLes

1. Manuscritos citados

Archivo General de la Nación. (AGN), RPJ-Juzgado de Secuestros. Leg. n.° 1, cuaderno 23; leg. n.° 2, cuadernos s/n, 33, 35, 37, 43, 47, 52, 59; leg. n.° 3, cuadernos s/n; leg. n.° 4, cuadernos s/n, 65, 74, 84, 151. Archivo Histórico de la Municipalidad de Lima (AHML) Junta Municipal Gobiernos Distritales 1785-1833, Caja n.° 1, documento n.° 14.

2. Periódicos

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