ELÍAS MUJICA de camélidos cumplió un papel de primer orden en la economía del altiplano a lo largo de su historia, tal como lo indica la evidencia arqueológica y la información etnohistórica. Lo más probable es que fuera la combinación de ambas estrategias productivas –la agrícola y la pastoril– lo que permitió subsanar las limitaciones naturales del hábitat altiplánico, y posibilitó el desarrollo de sociedades complejas, a lo que habría que agregar la situación geoeconómica tan especial que permitió el lago Titicaca (Mujica, 1978). Pero parece que aun así esto no fue suficiente, ya que desde muy temprano en la historia del altiplano encontramos a sus pobladores interactuando con aquellos asentados en los valles costeños del Pacífico, con los de los valles mesotérmicos serranos y con los de las yungas de la vertiente oriental de los Andes, supuestamente para tener acceso a otros recursos (Mujica, 1985). La persistencia de esta interacción a lo largo del tiempo, y a través de diversos mecanismos, parece estar indicando que la complementariedad económica mediante el acceso a recursos no altiplánicos debe ser también considerada como vital en el proceso histórico de la cuenca del Titicaca, conformando una triple base conjuntamente con la agricultura de altura y la ganadería de camélidos.
b) El manejo de nichos ecológicos complementarios Indudablemente, las sociedades circumlacustres subsanaron las limitaciones naturales del hábitat altiplánico por medio de la explotación integral de su medio y la transformación coherente de sus recursos agrícolas, pastoriles y lacustres, pero existen una serie de limitaciones solo posibles de superar accediendo a medioambientes con condiciones distintas y que nos permitirían explicar por qué la complementariedad económica fue crucial en la región. Por un lado, el altiplano del Titicaca ofrece condiciones inestables e irregulares, difíciles y hasta imposibles de controlar, como las granizadas, heladas, sequías o inundaciones, comunes, pero que no siguen un patrón regular. Por otro lado, recursos de importancia económica y social como el maíz, el ají y el algodón, entre otros, de tanta importancia en el mundo andino, no son posibles de cultivar en el medio altiplánico, por lo menos en las cantidades necesarias y con las seguridades requeridas. La única manera de conseguirlos era, a muchos días de camino, donde podrían ser intercambiados por productos altiplánicos o explotados directamente por medio de colonias o asentamientos permanentes. La historia de la cuenca norte del Titicaca está profundamente imbricada con los desarrollos históricos tanto de la vertiente occidental como oriental de los Andes. Desde muy temprano en la historia de la cuenca norte encontra82
mos evidencias (circa 800 a.C.) de intercambios de naturaleza aún no definidos con poblaciones del oriente. Con el valle del Vilcanota existe una fuerte interdependencia desde por lo menos el año 800 a.C., mientras que con los valles de la vertiente occidental parece haber sido de larga data. Por la premura del tiempo, solo quisiera poner como ejemplo los mecanismos de articulación altiplano-valle durante el período Pukara (circa 250 a.C. - 380 d.C.). El patrón de integración regional y de uso simultáneo de múltiples nichos ecológicos que emergió en la época Pukara, contrasta marcadamente con la microadaptación de las culturas anteriores caracterizadas por un nivel aldeano de desarrollo. Pero, tal vez los indicadores más importantes del cambio ocurrido durante esta época en la cuenca del Titicaca son la presencia de asentamientos de poblaciones altiplánicas fuera de su territorio nuclear. Son distintas las evidencias de poblaciones pukara saliendo de su territorio nuclear en la sierra altoandina. Hacia el norte avanzaron por el valle del Vilcanota llegando hasta el sitio de Batan Urqo, cerca del poblado actual de Huaro (Cusco), descubierto por Patterson (1966) en 1965. Las investigaciones que en la actualidad vienen realizando los arqueólogos cusqueños en este sitio podrán aclarar la naturaleza de la presencia Pukara en este lugar tan alejado del altiplano, y la manera como pudieron influir en el desarrollo cultural posterior de la cuenca del Cusco (Zapata, 1990). Hacia el sur del lago existen evidencias de presencia pukara en el territorio de una sociedad en parte contemporánea a ella (Mujica, 1985), denominada Qeya (o Tiwanaku III o Temprano). En el sitio de Kallamarca o Qallamarka (Portugal Zamora y Portugal Ortiz, 1975; Portugal Ortiz y Portugal Zamora, 1977), ubicado a tan solo 12 kilómetros al sur-este del gran centro urbano de Tiwanaku y descubierto por los arqueólogos Portugal en 1971, se encontró un lote de piezas de cerámica muy importantes ya que en él “se halla la evidencia física de una asociación entre la cerámica más temprana de Tiwanaku y rasgos del estilo Pukara, con lo cual queda definitivamente claro que la cultura Pukara es anterior, en su conjunto, a la cultura Tiwanaku y obviamente antecedente” (Lumbreras, 1974). El acceso a la costa también fue muy significativo. Las primeras evidencias altiplánicas pre Tiwanaku fueron encontradas en el sitio de Azapa 70 (Arica) por los arqueólogos Focacci y Erices (1971). Se trata de un textil decorado con diseños del estilo Pukara temprano asociado a contextos funerarios de la fase costeña Alto Ramírez (Mujica, 1985) y de un gorro tejido con diseños escalonados. Dos gorros similares fueron encontrados en la desembocadura del río Loa (norte de Antofagasta), varios