LOS GRIEGOS

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Los Griegos

Isaac Asimov

La guerra con Persia

La revuelta jónica Los jonios eran muy desdichados bajo la dominación persa. No estaban realmente esclavizados, sin duda alguna. Pero debían pagar un tributo anual, soportar la férula de algún tirano instalado por los persas y con un representante de Persia cerca, por lo común, para vigilar al tirano y a la ciudad. En algunos aspectos, la situación no era mucho peor que bajo los lidios. Pero la capital lidia había estado a 80 kilómetros solamente, y los monarcas lidios habían sido casi griegos. Griegos y lidios se entendían. Los monarcas persas, en cambio, tenían su corte en Susa, a 1.900 kilómetros al este de Jonia. Darío hasta se había construido una nueva capital que los griegos llamaban Persépolís, o «ciudad de los persas», que estaba aún 500 kilómetros más lejos. Los distantes reyes persas no sabían nada de los griegos y estaban fuera de su influencia. Adoptaban los hábitos autocráticos de los monarcas asirios y caldeos que los habían precedido, y los griegos se sentían realmente incómodos con las costumbres orientales de sus nuevos amos. En 499 a. C., pues, estaban dispuestos a rebelarse, si encontraban quien los dirigiera. Hallaron un líder en Aristágoras, quien gobernaba Mileto mientras su cuñado, el tirano, se hallaba en la corte de Darío. Aristágoras había caído en desgracia entre los persas y había claras probabilidades de que terminaría teniendo serios problemas con ellos. Una manera de evitarlo era encabezar una revuelta y quizá acabar como amo de una Jonia independiente. Las ciudades jónicas respondieron prontamente a la incitación de Aristágoras y expulsaron a sus tiranos, juzgándolos títeres de los persas. El paso siguiente fue obtener ayuda de las ciudades griegas independientes del otro lado del Egeo. Aristágoras visitó primero Esparta, la mayor potencia militar de Grecia, e intentó persuadir a Cleómenes a que les enviaran ayuda. Después de enterarse de que había un viaje por tierra, desde el mar, de tres meses de duración hasta la capital persa, ordenó a Aristágoras que se marchase inmediatamente. Ningún ejército espartano iba a alejarse tanto de su patria. Aristágoras se dirigió entonces a Atenas, y aquí tuvo más suerte. En primer lugar, Atenas se hallaba aún bajo la excitación de su democracia recientemente conquistada y sus éxitos en la guerra. En segundo lugar, las ciudades rebeldes de Asia Menor eran jónicas y demócratas como ella. En tercer lugar, Hipias, el tirano ateniense exiliado estaba en Asia Menor, en la corte de uno de los sátrapas persas, y no se sabía si los persas no harían un intento de restaurarlo en el poder. Los atenienses no estaban dispuestos a tolerar esto y parecía juicioso emprender una «guerra preventiva». (Por esa época, Clístenes fue derrocado en Atenas. Se desconoce la razón de ello, pero es posible que él se opusiera a esta aventura jónica y opinara en contra de ella. El y los Alcmeónídas fueron considerados partidarios de los persas y durante el medio siglo siguiente tuvieron escaso poder en el gobierno de la ciudad.) Página 52 de 177


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