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Los dones del Espíritu Santo

Al estar próximos a celebrar la fiesta del Espíritu Santo, en la Solemnidad de Pentecostés, a finales de este mes, tenemos la oportunidad de profundizar en su papel dentro de nuestra fe. Cada una de las divinas personas tiene su función específica en nuestra salvación. Dios Padre como el Creador del universo y todo lo que éste concepto abarca: materia, energía, vida, evolución, historia, desarrollo y crecimiento. Dios Hijo como el Salvador de la humanidad. Al ser nuestro Redentor, muriendo en la cruz, redimió a toda la humanidad: desde el primer hombre hasta el último que nazca, todos y cada uno de nosotros hemos sido redimidos. Y por último, Dios Espíritu Santo, del que trataremos de desarrollar su doctrina.

Aunque se afirma que el fundador de la Iglesia es Nuestro Señor Jesucristo, al Espíritu Santo se le reconoce como el constructor de la Iglesia. Se dice que es el “alma de la Iglesia”, por así decirlo, como la esencia de la misma. Jesucristo dio el banderazo para el inicio de la Iglesia, pero es el Espíritu Santo que con su gracia forja al cristiano y así va formando su Iglesia. La Iglesia es el cuerpo de Jesús, pero el Espíritu Santo es el alma de la misma. Así como el alma es el elemento principal del ser humano, así el Espíritu Santo es el constitutivo principal de la Iglesia. Es el que hace posible que la persona crea, con sus gracias actualiza la presencia de Jesús y capacita al ser humano para dialogar con su salvador. Gracias a su acción, el don de la fe se verifica en cada uno. Jesús deja de ser un personaje histórico y, rompiendo el tiempo y el espacio, se hace presente como si nosotros nos remontáramos en el tiempo y en el espacio.

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Además de la santificación, la presencia divina del Espíritu nos adorna con sus dones, enriqueciendo nuestro testimonio como verdaderos hijos de Dios Padre. Cada uno de los dones cuenta con un respaldo humano que llamamos “valores humanos”. Sin este respaldo, el don no puede manifestarse o le sería muy difícil. Veamos cada uno de estos dones:

El Temor: el respeto de Dios y todo lo sagrado. Sin el respeto humano no puede manifestarse este don. Respeto a las personas y cosas del mundo. La Fortaleza: la fuerza para rechazar las tentaciones. Con una voluntad débil este don no se puede manifestar. La Piedad: ser personas de mucha devoción. Si somos indiferentes a muchas cosas, difícilmente podremos manifestar piedad a las acciones litúrgicas de nuestra Iglesia. El don del Consejo: si no sabemos escuchar y captar la sugerencia que nos están dando, será muy difícil que, con fruto, demos algún consejo a quien lo necesita. Los tres dones restantes: Inteligencia, Sabiduría y Ciencia, de alguna manera son aspectos de una misma realidad: la capacidad de la persona para conocer la verdad. Si el individuo no tiene la afición de conocer verdaderamente la realidad sin modificarla a su gusto, difícilmente podrá recibir los dones de la Inteligencia, Sabiduría y Ciencia, pues no tendrá el fundamento humano para actualizar esos dones. Que el Espíritu Santo nos adorne con sus dones, y nosotros nos esforcemos en promover el valor al que corresponde determinado don. Amén.

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